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Estoy casado con una mujer excesivamente ardiente, muy sexual. No es una ninfómana, pero parece. Tiene siempre ganas de tirar, a cualquier hora y en cualquier lugar. Permanentemente se halla dispuesta y con el coño excitado y dispuesto a ser perforado. A mi me tiene mártir, porque muchas veces me noto agotado. Hay días que tengo que tirar con ella hasta tres y cuatro veces; y esto ¿quien lo soporta?
Alguna que otra vez yo le decía que un día le hartaría de tirar. Mi esposa no lo creía y se reía con esas carcajadas sanas y bellas, pero en mi mente se estaba anidando una idea lujuriosa. Por momentos veía menos grave que ella tirara con otros hombres; además llegué a pensar que era natural: si yo no podía satisfacerla, por amor debía procurarle los medios para que lo obtuviera.
Mi afición, además de tirar era la caza. Muchos domingos nos íbamos a practicar nuestro deporte favorito. Nos juntábamos unos cuantos de varios pueblos, todos de buena posición, pues para cazar era preciso disponer de medios económicos.
Un día nos juntamos 6 hombres y nos fuimos a cazar tres días seguidos. Se nos dio tan bien que cuando llegamos bebimos, comimos y nos alegramos. En la euforia uno dijo:
“¡Hoy solo nos falta una mujer para poderlo pasar bien!"
Entonces pensé en mi esposa y les propuse lo siguiente:
- ¡Por 20.000 pesos cada uno yo les traigo una hermosa casada, joven, ardiente, no profesional a la que le encanta!
A todos les pareció excelente. También aprobaron pagarme a mi también el polvo o los polvos que yo pudiera echarle a aquella mujer. Estuvieron de acuerdo y confiaron en mí.
Desde donde estábamos hasta mi pueblo había 58 kilómetros, que hice en menos de media hora. Puse a mi esposa al tanto de mis intenciones. Aunque al principio la idea le parecía descabellada, por amor a mí terminó por aceptar. Si que se relamió a gusto ante la orgía de cazadores en la que iba a participar.
Como es natural, yo a mis compañeros no les dije quien era la mujer. Tenía que desorientarlos para evitar las sospechas. Les advertí que por no ser profesional la tratasen con delicadeza; y que solo por ser yo quien la llevaba, participaría en la bacanal. Cenamos abundantemente. Para ir entrando en situación, ella bebió mas de la cuenta. Y mientras estuvimos ante la mesa, con risas, chistes más o menos verdes se fue estableciendo la amistad. Se rompió el hielo entre mi esposa y unas personas que le eran totalmente desconocidas.
Cuando terminamos de cenar, sorteamos para ver que turno le correspondía a cada uno el poseer a tan escultural y ardiente hembra. A mi me toco en cuarto lugar; pero, antes de empezar, recogí el dinero de todos para entregárselo a ella.
A uno se le ocurrió una idea: ¿Por qué antes de irse con el primero no le veíamos desnuda.
Mi esposa al principio se negó, pero. a una indicación mía, aceptó. Allí empezó a desnudarse. Conforme fueron cayendo prendas, quedando al descubierto sus carnes blancas y aterciopeladas, los cazadores, hasta yo mismo, se mostraron excitadisimos. Cuando su sostén cayó al suelo y quedaron a la vista de todos sus proporcionadas y duras tetas, casi berrean del placer que más tarde iban a conseguir con tan ardiente y hermosa hembra.
En el momento que sus minúscula pantie quedó a medio muslo, pareció una diosa salida de las aguas voluptuosas del placer y del sexo. Se dio la medía vuelta y se fue a la alcoba donde estaba la cama preparada para la orgía. Previamente habíamos convenido que entraríamos con ella de dos en dos. Así lo hicieron poco después los primeros, quedando mudos contemplando tanta belleza.
Mi esposa de momento se tapó con los brazos la cara. Lo que a los cazadores les dio ánimos para acercarse a ella. Le despojaron de sus ropas: uno por las tetas y el otro por las rodillas, muslos y coño. Empezaron a besarla y lamerla, ambos a la vez.
Esto a ella le hizo enloquecer de gusto y excitación. Sus ingles ardían encendidas por la pasión y deseo de ser penetrada. Uno la masturbó en el clítoris; y el otro le beso los pezones. La tenían totalmente ardiendo y ansiosa de gozar hasta limites nunca disfrutados por ella.
Los cazadores con sus vergas en plena erección no podían más, por lo que el primero pronto la montó. De un certero golpe se la incrustó toda y empezó un mete y saca excitante. Cada vez más rítmico; hasta que toda la descarga de su semen inundó el coño de mi mujer. Esta había gozado de dos orgasmos y se debatía de gusto y de un placer indescriptible. El otro la besaba en la boca y le acariciaba los pezones. Pronto le hicieron gozar por primera vez en su vida unos orgasmos proporcionados por dos hombres al mismo tiempo.
Se la sacó el que tan bien lo había pasado en la cálida hendidura de mi esposa. Momento en que el otro actuó con más parsimonia; pero con un deseo tremendo. Le metió su cipote ansioso de disfrutar hasta los límites máximos que había visto su compañero. También los dos se corrieron casi al unísono con ella, descargaron una tremenda eyaculación en el coño de mi mujer, que había gozado como una loca.
Pasamos los siguientes, o sea otro y yo. Cuando llegué la besé en la boca y le pregunté cómo lo había pasado, me dijo que fenomenal.
Nos desnudamos los dos hombres. Quedé estupefacto cuando le vi la verga a mi compañero, pues aquello no era normal, parecía el as de bastos. Tenia un enorme paquete que le colgaba todavía un poco flácido casi hasta la rodilla. Yo me mostré asustado porque no me lo esperaba.
Mi esposa al verlo también quedó sorprendida, aunque no tanto como yo. Aquel hombre se dio cuenta de nuestro asombro, que esperaba, acaso porque sabía que su verga causaba sensación a todos los que la veían. Nos confesó que no todas las mujeres querían tirar con él, porque una verga así a una hembra no preparada y lubricada la destroza. Sin embargo, mi esposa es tan tremendamente sexual que aquello ¡lo que consiguió fue entusiasmarla más y excitarle todavía más aún.
Mi esposa abrió cuanto pudo sus piernas. Quedó su coño totalmente accesible. Entonces con mucho cuidado puso la morada cabeza de la verga en la entrada vaginal. Empezó a empujar lentamente para que la penetración no fuese dolorosa. Y los primeros diez o doce centímetros entraron bastante bien.
Yo la besaba y acariciaba. De pronto noté que ella se mordía los labios, apretaba los dientes, sacaba la lengua y cerraba los ojos. No supe si era de placer o de dolor; pero aquel tremendo mástil estaba entrando poco a poco dentro de ella.
Llegó un momento en que el coño había sido dilatado al máximo. La verga tomo posesión de aquella cueva de placer. Lentamente se fue moviendo; y mi mujer empezó a gozar. Jadeo de gozo. Se convulsionó y se retorció de placer que aquel enorme aparato le proporcionaba. Por fin el hombre descargó todo su semen en el interior de mi esposa. Resultó algo inenarrable. Los dos convulsionados de placer, mientras, aquello tan grande entraba y salía del coño. Yo estaba excitadísimo; y nada más terminar aquel coloso del sexo, quise penetrarla; pero el túnel vaginal se había dilatado tanto que mi verga bailaba en su interior sin ninguna presión.
Esperé un poco, acariciándola. Mi esposa me confesó que estaba gozando como jamás había imaginado. Poco a poco su coño, que al principio se hallaba totalmente abierto, se fue cerrando hasta recuperar su estado normal. Momento que aproveché para dale mi verga, con fin de que fuera ella misma quien se la introdujera. Me la cogí de tal manera que sus resultados estaré acordando toda la vida, pues me proporcionó un gusto superior a todo lo conocido hasta entonces.
Cuando terminamos, salimos los dos. Y los otros que quedaban, que estaban calientisimos, entraron con ímpetu en la alcoba donde mi mujer nuevamente dispuesta los esperaba. No Voy a describir lo que hicieron este par de cazadores. Lo que gozaron e hicieron gozar a mi esposa, porque se la tiraron de todas las maneras posibles. Como no quedaban ya otros que entrar estuvieron más de dos horas con ella. Según nos confesaron los tres, quedaron exhaustos de tirar.
Salieron ellos y poco después lo hizo mi mujer con una bata semiabierta. Se mostraba tanto o más excitante que desnuda. Iba a meterse en la ducha, pero al ver que un cazador tenía otra vez la verga tiesa, no queriendo dejarlo en ese estado se puso a horcajadas sobre una mesa y le ofreció el coño todavía muy húmedo. Así fue penetrada por aquel impulsivo y caliente amigo. Lo hizo sin más miramientos, introduciéndosela toda. Fue un pistón de mete y saca. Pronto la roció con su leche espesa y caliente. Finalmente, ella se metió en la ducha y al poco rato salió y se vistió como si nada hubiese ocurrido.
Antes de marcharnos los dos, pues yo la debía acompañar hasta su domicilio, los cazadores se interesaron por su teléfono o dirección. Ella contestó muy astutamente que cuando quisieran saber algo se pusieran en contacto conmigo. Cosa que agradecí.
Ya de vuelta, mi esposa se mostraba feliz. De pronto se me ocurrió un eslogan publicitario muy en boga hace tiempo “una orgía al año no hace daño, pero una vez a la semana es cosa sana". Me callé; pero sabía en lo que ella estaba pensando. Porque ya jamás sería mujer de un solo hombre.
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