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"AHHH... SIII...!" gruñó Elmo, su morronga taladrando incansable la palpitante chocha de Connie. mientras ésta se mantenía en cuatro patas y el culo alzado sobre la cama. “¡Sigue meneándote!"
No hay nada que le gustara más a Elmo que metérsela como si fueran dos perros rabiosos, ella con la cabeza incrustada en la almohada y los muslos separados mientras él, detrás y de rodillas, se la encajaba una y otra vez en el húmedo y aterciopelado bollo. Aunque nunca se lo confesaría a sus socios motociclistas, Jimmy Y Kazz, tenía que admitir que templar estilo perruno le gustaba más que su cuidada Harley Davidson.
Le encantaba observar la expresión lasciva del rostro de sus singantes cuando les sumía furiosamente su tieso músculo sexual y la voracidad de las hembras en el momento que se las sacaba y les bañaba las nalgas o las tetas con largos chorros de hirviente semen. ¡Cómo gemían y se retorcían bajo aquella lluvia tibia de leche! ¡Qué sensaciones más sabrosas experimentaba cuando un par de buenas nalgas se contorsionaban y meneaban frenéticamente tratando de ordeñarle la pinga!
Pensó en su buena suerte de haber nacido varón y contar con un impresionante tolete y no una chocha. Aunque ser macho era una constante batalla porque siempre se está a prueba, al menos tenía la compensación de poder clavar su estaca en un apretado y latiente hueco. Ya sólo por eso valía la pena.
“¡Ayyy... ayyy...!” Connie gritó sacudiendo la cabeza de un lado al otro mientras clavaba las uñas en las sábanas y su trasero girando vertiginosamente reculaba tratando de profundizar la penetración. “¡Me vengo... papi... me estoy viniendo!"
De repente la raja latiendo convulsivamente de Connie se apretó estrechamente en torno a la barra de Elmo y la exprimió con todas sus fuerzas. Este en una última embestida se la enterró hasta la raíz y cuando empezaba a venirse se la sacó y le roció las nalgas con su espesa leche. Pero en ese preciso momento, Elmo escuchó un extraño e insoportable sonido fuera de la ventana, semejante al rugido de la turbina de un avión antes de despegar pero mucho más intenso. Junto al rugido supersónico, un brillante rayo de luz atravesó las paredes de la casa, bañando a la pareja en intermitente resplandor blanco-azuloso. Elmo trató de decir algo pero su garganta estaba paralizada. Quiso moverse pero el cuerpo permaneció como congelado. Entonces perdió el conocimiento.
Ya había amanecido cuando se despertó con la cabeza latiéndole como si estuviera pasando la resaca de una brutal borrachera. A tropezones saltó de la cama y con paso inseguro se metió en el baño, enterrando la adolorida cabeza bajo los chorros de agua fría del lavabo. Así estuvo unos minutos hasta que la helada sensación en cierta forma le alivió la imposible jaqueca. Entonces avanzó hacia el inodoro listo para echar una buena meada.
Instintivamente bajó el brazo para agarrarse la pinga pero sus manos sólo capturaron el vació. Al bajar la cabeza sorprendido vio que en vez de su amado rabo, en la entrepierna tenía un bollo.
Se frotó los ojos horrorizado, pensando que se trataba de una pesadilla, pero entonces también descubrió que en vez de los tatuajes familiares, su pecho estaba adornado con un par de formidables tetas femeninas. Se dirigió apresuradamente al espejo y quedó asombrado, al borde del pánico: ante él tenia el reflejo del cuerpo de Connie. Sus tetas, las redondas caderas, el peludo triángulo que él conocía tan bien...
Elmo entró corriendo en el dormitorio y se vio a sí mismo durmiendo en la cama. Sacudió el cuerpo masculino hasta despertarlo.
“¡Carajo estoy soñando!” se oyó decir. “¡Tú eres yo!”
“No”, Elmo le dijo a Connie. “Yo soy tú.”
“¿No es esta una pesadilla?”
“No, es la realidad. Aquella luz”, él comenzó, notando que su reloj en la mesita de noche se había detenido en las nueve de la noche anterior. “Me parece que esto tiene algo que ver con seres de otro planeta. He leído sobre esas cosas, como raptan humanos, los llevan a sus naves espaciales y con ellos practican toda clase de experimentos.”
“Pues parece que esta vez cometieron un pequeño error”, comentó Connie y él afirmó silenciosamente con la cabeza.
Esa mañana, en la fábrica donde Elmo trabajaba, Connie se apeó de la motocicleta de su marido, entró en el vestíbulo y marcó la tarjeta de asistencia en el reloj. Ya varios hombres jóvenes estaban alrededor de las máquinas de hacer café del salón de empleados, conversando, fumando e incluso tomando las primeras botellas de cerveza del día, escondidas dentro de discretas bolsas de papel. Debido a que Elmo no estaba en condiciones de perder un día laboral, Connie había decidido presentarse con el cuerpo de su marido en la fábrica. El le había explicado lo que tenia que hacer y lo imaginaba con su mentalidad machista encerrado en el voluptuoso cuerpo tratando de realizar las tareas hogareñas. Estaba segura que ella se desempeñaría mejor en el trabajo masculino que el en el de una ama de casa.
Cuando sonó la sirena de la hora del almuerzo, Kazz y Jimmy le dijeron a Connie que iban a darse el viajecito habitual a la casa de putas de la barriada pues ese día era viernes, día de paga. Ella se dio cuenta que Elmo acostumbraba a gastarse parte de su salario en una chocha alquilada y aquello la encabronó. Sin embargo, la idea de saber lo que se siente usar aquella enorme polla que ahora poseía entre las piernas le sedujo y saliendo con sus socios fue en dirección a donde estaban aparcadas las motocicletas pensando que en cierta medida le gustaba estar encerrada dentro del cuerpo de Elmo.
El prostíbulo se encontraba en un barrio devastado repleto de edificios arruinados y niños mocosos corriendo sin zapatos. Jimmy, Kazz y Connie eran los únicos clientes del negocio y pudieron escoger con libertad entre varias putas en distintos estados de desnudez, aún bostezando por haber salido recientemente de la cama. Sus amigotes hicieron una rápida selección: Kazz desapareció escalera arriba con una rubia teñida y tetona mientras Jimmy jugueteaba con una negra de enorme culo que en el mismo lugar se puso de rodillas para mamarle la pinga. Connie estaba indecisa entre una rubia de nalgas y pechos provocativos y una chica de pelo negrísimo pero con pechitos diminutos. Por un instante se preguntó si templárselas significaría que era lesbiana pero mandó la interrogante al carajo al sentir que en vez de la humedad tibia en la entrepierna que le surgía cuando estaba caliente, una extraña tensión experimentaba y un bulto tieso le crecía latiéndole con salvaje furia. Entonces se decidió a meterle mano a las dos meretrices.
La rubia, cuyo nombre era Lita y la trigueña, llamada Dulce, se pusieron rápidamente a trabajar para satisfacer a Connie. Mientras se dejaba caer en un sofá-cama, las dos chicas le bajaron los pantalones y liberaron la durísima y colosal morronga. Connie observó como las dos se turnaban en mamársela, lamérsela y chuparle los peludos cojones. Estiró los brazos y acaricio las cabelleras de las hembras sintiendo como sus cojones se contraían y llenaban de leche. Entonces Lita se separó y poniéndose a horcajadas sobre el rostro de Connie, descendió su chocha mientras su compañera continuaba engulléndose la picha hasta el fondo de la garganta. Connie aspiro el fuerte olor a hembra y sin dejar de manosearle las tetas a Dulce se puso a mamar la caliente y empapada crica. Entre sus labios apresó el erecto clítoris y comenzó a chuparlo meneando las caderas bajo los embates del bombeo de la otra chica.
Entre gritos, Lita se vino primero y entonces Connie vio como Dulce se le encaramaba encima y con destreza hacía desaparecer la monumental polla en su hirviente agujero. Connie experimentaba una rara sensación de poderío clavándole una y otra vez su vigoroso aparato a la ramera. Aquella chocha se le pegaba al tolete como si fuera una lapa y cuando dándose lengua con Lita, sintió que sus cojones explotaban y raudos chorros de leche escapaban por la pinga, le pareció saborear una fortaleza nunca conocida. Su leche desencadenó el orgasmo de Dulce y las dos mujeres se tumbaron desfallecidas, piel contra piel, sobre su cuerpo.
Fue entonces que meditó sobre las muchas ventajas que representaba poseer una rígida picha. Un instante más tarde, se había vestido y luego de darle sendas propinas a las chicas por su entusiasmo, se marchó junto a sus socios que le estaban esperando. Incluso, pensó, es mucho mejor poder orinar de pie.
A la hora de salida, se reunió nuevamente con Kazz y Jimmy. Siendo viernes no sólo era el de día de la paga y la singueta sino, también, de las partidas de póquer.
“¿En qué casa nos toca jugar esta semana?” preguntó Kazz.
“Me parece...” replicó Jimmy arrancando su negra Harley Davidson con toberas cromadas y unas calaveras pintadas a los costados del tanque, “...que esta vez es el turno de Elmo, ¿No es cierto?”
Connie pensó en su hombre metido en la casa. Se preguntó si él había podido adaptarse a encontrarse en el cuerpo de su esposa. Le inquietaba saber cuanto tiempo duraría esta extraordinaria transformación pero reconoció que se podía ajustarse perfectamente a vivir el resto de sus días en su nueva condición masculina. En cierta forma le otorgaba unos cuantos privilegios y estaba segura de que le gustaría la idea de contemplar a Elmo, en su nuevo papel gracias al intercambio, sirviéndole a sus socios motociclistas algunas fiambres de comer y corriendo una y otra vez a la cocina para sacar de la nevera las frías cervezas incapaces de extinguir la siempre insaciable sed de sus gargantas mientras oía los chistes obscenos y vulgares y los inevitables comentarios soeces sobre sus tetas grandes y firmes y la retadora curva de las nalgas. El pobre Elmo tendría que aprender a aguantar como el trió entre partida y partida desaparecía toda la bebida hasta emborracharse como cosacos.
Oh, sí, se dijo a si misma, iba a disfrutar en grande de aquel espectáculo.
En ese preciso momento, a unos cuantos kilómetros de distancia, Elmo yacía en total desnudez en la cama, sus manos entre las piernas frotando frenéticamente con una el palpitante clítoris mientras la otra acariciaba los rizos del triángulo peludo y ascendía lentamente por el vientre hasta aprisionar una teta y pellizcar y halar el pezón duro y erecto. Gimió espasmodicamente al saber que estaba al borde de otro fulminante clímax. Durante todo el día, la visión del cuerpo curvilíneo de una mujer lo había enloquecido de lujuria, aunque se tratara del cuerpo en que él se encontraba prisionero. Se sentó y luego de vaciar el contenido de una botella de cerveza empezó a sentir nuevamente como su chocha empezaba a latir con tremendo calentón.
Puesto de pie frente al espejo, inspeccionó cuidadosamente su nuevo cuerpo. Comenzó a restregarse las tetas y a torcerse los inflamados pezones, que estaban sensibles casi dolorosamente. Notó con deleite que de sólo toquetearlos casi se venia, tragando en, seco al comprobar su infinita capacidad de placer. Restregó una vez más la pepa con una mano mientras la otra torturaba las tetas. Se vino instantáneamente, con un goce tan intenso que le obligó a caer de rodillas mientras sus dedos entraban y salían de la raja. Estaba caliente y empapada y sin dejar de hacerse la paja, observó como su suculento cuerpo se estremecía y las tetas saltaban agitadamente en el momento en que era arrastrado por un violento orgasmo. Le parecía increíble lo ardiente y espesa que era la crema de una papaya. A lo largo de su vida había considerado que no había nada comparable a la forma en que su morronga se sentía en el instante de la venida: latía frenéticamente y se dilataba hasta parecer explotar en largos chorros de leche. Pero ahora metido en este cuerpo, saboreaba orgasmo tras orgasmos sin límite y éstos en vez de hacerse más débiles, crecían y se convertían en insoportables.
En realidad, Elmo estaba desesperado porque Connie regresara a la casa para sentir su mandarria grande, gruesa y dura como el hierro penetrándole los rincones más lejanos del bollo. Se preguntó si acaso se estaba convirtiendo en maricón.
Kazz, Jimmy y Connie estaban sentados en el bar, desapareciendo cerveza tras cerveza mientras vacilaban a la bailarina nudista llevar a cabo su acto. El bar tenia un concurso en que resultaría ganadora la bailarina nudista que pudiera meterse lo más profundo posible un salchichón en la garganta. Los clientes se levantaban de sus sillas cada cinco minutos para ir al baño a hacerse pajas. Kazz le dio su voto a una pelicastaña que se metió en la boca dos salchichones a la vez, mientras se singaba a sí misma con un tercero. La favorita de Jimmy fue una rubia que tuvo la habilidad de ganarse sus simpatías al aproximarse a su mesa y encaramarse en una silla para que éste le pasara la lengua por la pendejera. Los tres estaban borrachos como perros cuando cargados de paquetes de cerveza salieron del bar y montaron en sus motos para dirigirse a casa de Elmo a jugar póquer.
Elmo escuchó el ruido de los motores de las Harley Davidson de Connie y sus amigos cuando llegaron a la casa y con rapidez se puso unos pantalones y una blusa al recordar que aquella era una noche de póquer. Hasta aquel momento había estado con las patas abiertas en la cama, singándose con un vibrador que Connie tenía guardado para casos de emergencia. Se maldijo a si mismo al no darse cuenta que se había hecho de noche y vistiéndose apresuradamente metió debajo de la cama el vibrador para salir a recibir al trió de hombres.
Connie, Jimmy y Kazz entraron armando tremenda gritería y tan borrachos que apenas podían sostenerse de pie. Connie agarró rudamente a Elmo y le estrujó las tetas de la misma forma que él le había hecho a ella en innumerables ocasiones cuando la partida de póquer le correspondía en su casa. Kazz y Jimmy observaron como Connie le metía a Elmo la lengua profundo en la garganta y le daba una suave nalgada en el trasero mientras le entregaba los paquetes de cerveza pidiéndole que los pusiera a enfriar en la nevera y trajera algunas cosillas de comer. Tan pronto Elmo se marchó a la cocina, pudo escuchar a Kazz y Jimmy bromeando sobre lo mucho que les gustaría “comer” un manjar muy especial propiedad de su socio motociclista.
Elmo continuó dando viajes de la cocina a la sala llevando cervezas y bocadillos mientras Connie y sus dos amigotes jugaban póquer. Así estuvieron por horas, las ganancias pasando de una mano a la otra. Finalmente, con sonrisa triunfal Jimmy descubrió sus barajas con una invencible combinación de escalera real que superaba la pareja de sietes de Connie y el trío de cuatros de Kazz. Para entonces, ya eran las cuatro de la madrugada.
En aquel momento, Kazz le pidió a Elmo que se aproximara y pasándole su fornido y velludo brazo por la estrecha cintura le hizo saber que su marido había tenido tan mala suerte que luego de quedarse sin un centavo lo único que poseía para apostar era su bollo y, lamentablemente había perdido, por lo que tendría que abrir las piernas para los tres... Elmo miró a Connie y ésta sacudió los hombres en señal de resignación pero por la expresión de sus ojos supo que estaba disfrutando de aquello. Elmo se dio cuenta que ella no quería nunca más volver a ser mujer. “Quítate las ropas, muñeca”, Connie le ordenó a Elmo, “los socios quieren saber si tus tetas son tan duras y tu bollo tan delicioso como yo les he contado.”
Obediente, Elmo se deshizo de los pantalones y la blusa y sus pechos saltaron libres como dos frutos del paraíso. Jimmy y Kazz aplaudieron ruidosamente mientras se pasaban la lengua por los labios. Connie sintió como instantáneamente su morronga se ponía grande, dura y parada con la idea de ver a Jimmy y Kazz singándose a Elmo. Se quitó los pantalones y sus amigotes le imitaron. En sólo segundos, los tres hombrones estaban desnudos con sus rígidos rabos erguidos como astas de banderas.
“¡Hey!” protestó Elmo, “esperen un momento...” De repente quiso poseer de nuevo su pinga. Se dio cuenta que Connie siempre había querido ser un hombre y en muchas oportunidades se lo había dado a entender con insinuaciones que ahora comprendía en su justa magnitud. Era un caso de lesbianismo disfrazado y ahora tenía la oportunidad de hacer realidad sus fantasías machorras.
“Acércate, princesa”, le pidió Connie, “verás lo mucho que te vas a divertir... te lo digo por experiencia”, añadió con un sentido de revancha que escapó a Jimmy y Kazz.
Elmo se puso de rodillas y comenzó a retozar con su chocha mientras su esposa y los dos amigos lanzaban una moneda al aire para saber quien le echaría el primer polvo.
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