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Categoría: Zoofilia

EQUÍVOCO SEXUAL

La historia que les voy a contar, llegó a mis oídos en una de esas tardes ociosas en las que no sabes qué hacer, y aceptas la nunca apetecible propuesta de tu abuelo de pasar el rato viendo fotos familiares. Llevábamos diez minutos rebuscando en una vieja caja, cuando a mis manos cayó la foto color sepia de un joven uniformado. Se la entregué con la pregunta de quién era, y al tiempo que contestaba diciendo que su abuelo, dibujó una amplia sonrisa que motivó el relato de esta anecdótica historia.
Al parecer, mi tatarabuelo fue destinado a Filipinas con su recién ascenso a Teniente; cuando aquellas islas aún eran posesión española. Su unidad estaba ubicada en lo alto de una colina, rodeados de jungla y a varios kilómetros de la capital. Allí, la vida era bastante austera y aburrida, sin apenas actividad militar. Por lo que, a los dos meses, rodeado de soldados y mosquitos, comenzó a notar las carencias propias de la vida en la ciudad: las buenas comidas, la familia, una buena ducha; pero, lo que más echaba a faltar, eran las mujeres. Sin embargo algo le preocupaba: a diferencia de él, el resto de la tropa a su cargo no mostraba ninguna inquietud por el sexo. Por lo que, tras aquellos sesenta días de abstinencia obligada en aquel inhóspito paraje, solicitó la presencia del Sargento para recabar información sobre el tema.
-Verá, Sargento, no sé qué opinará usted de lo que le voy a contar pero, durante todo el tiempo que llevo al mando de este destacamento, no observo en los hombres mucha necesidad de mujeres. Y claro, dada nuestra situción, no quisiera que fuera porque autosatisfacen su necesidad sexual durante las guardias, o porque estoy rodeado de una panda deeee..., bueno, de mariposones.
- Mi Teniente, no debe preocuparse ni por una cosa ni por la otra. Los soldados satisfacen su necesidad una vez a la semana: la mitad de la tropa el Míércoles y el resto el Domingo. Y si quiere saber de qué modo, dado que hoy es Domingo, acuda a las seis de la tarde al río... No se arrepentirá -invitó.
Llegada la hora señalada, el abuelo de mi abuelo, se personó en el río. Allí, a lo largo de una sinuosa senda rodeada de exuberante vegetación, los soldados habían formado una fila que llegaba hasta el río. Todos vestían sus uniformes de gala. Mi tatarabuelo pasó ante ellos... "¡Ha venido el Teniente!", oyó cotillear tras él. Pero cuál sería su sorpresa, cuando al llegar a la orilla, descubrir atónito a la mula del destacamento metida en el río con el agua hasta la panza y a uno de los soldados bajándose los pantalones tras ella. Se escandalizó tanto, que sin poder mantener la mirada, dio media vuelta y comenzó a retroceder sobre sus pasos. Sin embargo, la tropa allí formada, empezó a pedirle que se quedara: "¡Anímese Teniente! ¡Verá que bien se lo pasará!". Y tanta fue la insistencia de unos y otros, que por ganarse su aprobación y confianza, aceptó con fingido agradecimiento. "¡Dejad paso al Teniente! ¡Que sea el primero!", fueron pasando la voz.
Al llegar a la orilla, el soldado que ya estaba en calzoncillos, se hizo a un lado para dejar paso a mi tatarabuelo. "No se preocupe por la mula, mi Teniente, ya la tenemos acostumbrada". Ante la atenta mirada de todos, se bajó los pantalones y, con disimulada repugnancia, apartó el rabo de la equina e introdujo con decisión su miembro viril en aquel orificio amoratado y oscuro por el que revoloteaban una docena de moscas. Pero, no había hecho más que empezar, cuando el murmullo entre los hombres se transformó en sepulcral silencio. Todos se quedaron boquiabiertos observando atónitos las continuas acometidas de su oficial al mando. "¡Sí que estaba desesperado el pobre!", comentó alguien en la fila sin salir de su asombro. Y como por cuestiones de hombría y rango, no podía quedar en entredicho ante sus hombres, mi antepasado prolongó todo lo que pudo aquel acto de zoofilia. Y tanto fue su empeño por dar ejemplo, que tuvieron que ser sus propios hombres los que le instaran a dejarlo. Luego, caminando erguido como un palo ante ellos, volvió sobre sus pasos en busca del Sargento.
-¿Qué le ha parecido? -se interesó el suboficial.
-¡Asqueroso! ¡Vomitivo! ¡Debemos prohibir estos actos impuros y antinaturales! ¡No podemos permitir que nuestros hombres sacien su apetito sexual con una mula! -indignado-. ¡Más misas, daremos más misas!
-Perdón mi Teniente pero, no le entiendo. A la mula la utilizamos para cruzar el río de uno en uno y desde allí ir caminando hasta la aldea más cercana, donde un grupo de jóvenes nativas sacian el apetito sexual de nuestros hombres.
-Pe..., pero, ¿qué está diciendo? -confuso y colorado-. ¡Si cuando llegué al río había un hombre bajándose los pantalones!
-Claro, mi Teniente, ¡no pretenderá que se mojen el uniforme de gala! Ante todo debemos cuidar nuesta imagen y compostura. ¡Somos soldados españoles! Porque..., ¿no habrá hecho algo de lo que pueda avergonzarse, verdad?
Al día siguiente -contó mi abueo-, mi tatarabuelo solicitó el traslado.
Datos del Relato
  • Autor: Arruit
  • Código: 6893
  • Fecha: 31-01-2004
  • Categoría: Zoofilia
  • Media: 4.86
  • Votos: 85
  • Envios: 11
  • Lecturas: 8533
  • Valoración:
  •  
Comentarios


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3 comentarios. Página 1 de 1
ru
invitado-ru 12-06-2016 00:14:09

jaja..!! qhdp..para el jefe...cualquier agujero era poncho..jaja!!

MARISOL
invitado-MARISOL 31-01-2004 00:00:00

hola te cuento que no me cogio por sorpresa el cuento por que ya lo habia escuchado, pero no tan bien narrado como lo hiciste tu TE FELICITOOOOOOOOOOOOOOOOOOO

arruit
invitado-arruit 31-01-2004 00:00:00

AVISO A NAVEGANTES: para los amigos y amigas que os suene la anécdota de esta historia, deciros que nace a raíz de la lectura de un chiste, cuyo golpe de gracia es algo similar al que acontece en el cierre de este cuento. Gracias por vuestra lectura.

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