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1
Las primeras luces de la mañana se abrían paso en el horizonte, cuándo Paco regresó a casa. Había estado de correrías con un grupo de compañeros de trabajo, y cómo siempre, y aprovechando la ausencia de mujeres en el grupo, terminaron en un puticlub: a ciertas horas, casi el único sitio dónde te sirven copas.
Estaba sereno: nunca bebía alcohol cuándo tenía que conducir. Le gustaba tener el control en todas circunstancias. Aunque esa costumbre tenía sus inconvenientes: siempre tenía que llevar a casa a un par de damnificados de la juerga nocturna.
Subía por las escaleras, y un poco antes de llegar al rellano de su piso, vio a su vecina Marta sentada en el suelo con el hombro y la cabeza apoyada en la pared. La gabardina abierta dejaba ver casi la totalidad de sus piernas porque la falda estaba arremangada casi hasta las ingles, y gracias a las medias negras no se le veía el tanga: solo se le adivinaba. Nada más verla comprendió que estaba borracha cómo una cuba. De un vistazo comprobó dos cosas: tenía las llaves de la mano y la faltaba un zapato. No se preocupó por él porque el pie descalzo, sobre todo la media, presentaba muestras inequívocas de que había estado andando sin él. Vio que las uñas de los pies las tenía pintadas de color rojo intenso, y aunque no le produjo una erección desaforada, si se la puso morcillona. Era una situación nueva para él y le ponía.
La zarandeo suavemente para ver si se despertaba pero resbaló lentamente hacia atrás y se quedó tumbada sobre los peldaños bocarriba resbalando un poco hacia abajo. El jersey se le subió dejando al aire un decorado ombligo con un piercing.
—«¡Anda! que estás buena, pero de alcohol» —pensó Paco mientras la cogía la llaves de la mano. Abrió la puerta del piso de Marta, encendió la luz y la levantó en brazos. Pasó con ella y con el pie cerró la puerta.
Mientras avanzaba por el corto pasillo buscando el dormitorio volvió a pensar en el pie: era bonito y atrayente. Entró en el dormitorio y la dejó cómo un fardo sobre la cama: estaba cómo muerta. La quitó la gabardina a tirones y estuvo tentado de seguir con el resto de la ropa, pero se contuvo. El mismo se sorprendió. Era consciente de que no era una buena persona, era un cabrón: no le importaba y lo tenía asumido. Trabajaba en una financiera internacional cómo jefe de división, y eso le hacía ser un mal tipo por elección: el engaño y la manipulación eran su guía en la vida. Pero Marta era su vecina y aunque no tenía relación con ella, poco más que saludarse en la escalera, no le parecía bien aprovecharse.
Ya que estaba allí y tenía ocasión, se puso a cotillear por la casa. La recorrió dando un vistazo y comprobó que no era muy ordenada aunque se la veía limpia. Regresó al dormitorio donde Marta seguía KO, y se puso a mirar por los cajones de la cómoda. Vio su ropa interior, que no era nada espectacular: bragas, un par de tangas y varios sujetadores de copa grande. No le importó, porque algo que Paco no era, es ser fetichista de la lencería: a las mujeres le gustaba tenerlas totalmente desnudas.
Abrió otro cajón y vio unos cuadernos que llamaron su atención. No eran nada del otro mundo: cuadernos de espiral normales y corrientes. Había ocho y cada uno era de color distinto y de marca variada, pero del mismo tamaño, y estaban numerados. Cogió el que estaba más arriba y lo abrió. Era de doble rayado y estaba escrito con letra clara, aunque no excesivamente bonita. Lo que empezó a leer le llamó poderosamente la atención. Se quitó la cazadora, cogió el resto de cuadernos y se sentó en la descalzadota que había junto a la cama. El número uno tenía fecha de ocho años antes y terminaba el 31 de diciembre. Cada cuaderno correspondía a un año. Los estuvo ojeando porque quería centrarse en los dos últimos. Vio claramente una progresión en un pensamiento de sumisión insatisfecha. Una mujer frustrada que necesitaba urgentemente sentirse realizada con alguien que la marcara el camino, y llegó a la conclusión de que el hombre que lo consiguiera tendría una pareja sumisa y obediente para siempre. Esos pensamientos provocaron una erección definitiva en Paco, cuándo imaginaba todo lo que podía hacer con Marta y el potencial que había en ella.
No lo pensó más, se levantó y a tirones la sacó la ropa que la quedaba, que no era mucha. La miró detenidamente. No era un bellezón, pero era manifiestamente mejorable: definitivamente tenía potencial. Según su criterio, las mujeres treintañeras están en la mejor época de su vida. También comprobó que no era rubia natural: el pelo púbico la delataba. Sin lugar a dudas algo a solucionar. La levantó en brazos y la llevo al baño. La dejó en el suelo, la incorporó poniéndola la cara sobre el váter y la introdujo los dedos en la boca provocándola el vómito. En ese momento pataleo un poco: nada que Paco no pudiera controlar. Después volvió a quedarse cómo muerta y la llevó de nuevo al dormitorio. Acercó la descalzadora, se sentó, y agarrando los pies de Marta empezó a frotarse la polla con ellos.
Siguió leyendo y empezó con el último cuaderno, el más reciente en el tiempo, que fue revelador.
«Me voy con cualquier hombre buscando no sé muy bien que: seguramente un placer inalcanzable para mí… me la meten en la boca, me follan cómo los conejos, hacen conmigo lo que quieren, pero no consigo nada… me he convertido en una gran fingidora: cuándo me impaciento finjo… hace mucho tiempo que no sé lo que es un orgasmo, si es que lo he sabido alguna vez. Posiblemente no».
Paco se quedó pensativo analizando las párrafos que acababa de leer mientras seguía frotándose con los pies de Marta que seguía cómo muerta. Cuándo notó que estaba a punto de correrse, se levantó, se acercó a su cara y abriéndola la boca con la mano, eyaculó en su interior llenándola de esperma. Sintió cierto placer suplementario viendo cómo le resbalaba el semen pos la comisura de los labios.
Se sentó otra vez en la descalzadora y siguió leyendo con los pies de Marta nuevamente sobre su flácida polla.
«Todo lo que me pasa es culpa mía y necesito ser castigada… yo misma lo intento y me azoto con la fusta, pero no golpeo con la suficiente fuerza… ¿existirá el hombre que me castigue y me domine cómo yo necesito?»
—Claro que si pequeña, —dijo en voz alta Paco levantando la vista del diario brevemente para mirarla—. Si lo que quieres es castigo, no te preocupes que te vas a cagar.
«Esta es mi última anotación. Mi vida está vacía y no tiene ningún sentido. He tomado una decisión. Voy a bajar al metro y me voy a tirar».
Levantó la vista del cuaderno y la miró atentamente. Desnuda, medio atravesada en la cama, los pies colgando y un reguero de semen y baba saliendo lentamente por la comisura de la boca. Sintió ternura por ella y empezó a entender lo que había pasado. Fue incapaz de tirarse al metro y acabar con su vida, y ahogó su frustración en alcohol.
Se levantó y dejó los cuadernos en el cajón. Abrió el armario y miró en su interior: no tenía un ropero extenso. Raro en una mujer. Encontró lo que buscaba: la fusta. Se acercó a Marta, la puso bocabajo y la propino un fuerte fustazo en el trasero. Se quejó un poco, pero no se despertó. Paco comprobó cómo el fustazo dejaba una marca rojiza en su piel. Pasó la mano y sintió con cierto placer el relieve del verdugazo.
Con una mano la echó por encima la ropa de la cama, cogió su cazadora y salió de la habitación apagando la luz. Miró la hora: eran las siete y media, —«esta, cómo muy pronto hasta después de comer ni se menea»— pensó mientras salía del apartamento con las llaves de la mano.
Ya tenía un plan: sabía muy bien lo que tenía que hacer.
2
Estuvo durmiendo hasta la hora de comer. A esa hora, se levantó y después de ducharse comió algo ligero. Se vistió en plan informal, con unos vaqueros y una camiseta ajustada que marcaba un poco sus músculos. Paco era un hombre que se cuidaba, y a pesar de sus casi cincuenta años, le faltaban unos meses, su aspecto era envidiable. Para él era parte de su personalidad arrogante, autoritaria y dominadora. Entendía que tenía que serlo para mantenerse a su edad en el puesto que ocupaba en la compañía. Era un lobo, el puto macho alfa, y muchos lobeznos que habían intentado quitarle su privilegiado puesto, habían terminado inclinándose ante él ofreciéndole el cuello. Su extensa experiencia y su conocimiento del área de las inversiones internacionales le hacían tener unas cifras espectaculares, y no tenía el más mínimo escrúpulo en deshacerse de cualquiera que pudiera ser una amenaza a su estatus. Eso sí, la dominación sexual no era lo suyo. Es cierto que le gustaba llevar la iniciativa cuándo tenía una mujer en la cama, pero de ahí a ser un “master” había un mundo.
Se puso una chaqueta y con paso decidido, y las llaves de Marta de la mano, se encaminó a un encuentro que debía de ser crucial: había decidido entrar a lo bestia, sin chorradas ni miramientos. La iba a dominar desde el principio sin concederla la más mínima oportunidad de decisión.
Salio al rellano e introdujo la llave en la cerradura. Al entrar vio que todo seguía igual y que Marta debía seguir durmiendo. Entró en el dormitorio, encendió la luz y apartó de un tirón la sabana que aun cubría su cuerpo desnudo.
Tardó en reaccionar: estaba claro que no se había recuperado. Lentamente se tapó la cara con la mano para protegerse de la hiriente luz artificial. Después miró a Paco y se sobresaltó al tiempo que era consciente de su desnudez. Instintivamente cogió la sabana e intentó cubrirse y mientras le miraba sin entender nada, se incorporó.
—¿¡Por qué te tapas!? —la chilló mientras avanzaba hacia ella—¿Te he dicho que lo hagas?
Con ojos temerosos dejó caer lentamente la sabana mientras se sentaba sobre la cama.
—Te he hecho una pregunta. ¡Responde! —Marta se limitó a contestar meneando la cabeza.
Paco se sentó en la descalzadora y la llamó con la mano señalando el espacio entre sus piernas. Un tanto indecisa obedeció: bajó de la cama un poco desorientada y se sitúo entre las piernas de Paco mientras intentaba taparse con las manos.
—¡Las manos a la espalda y de rodillas! —ordenó tajante y Marta obedeció. Cuándo la miró de frente, vio que aún tenía restos secos de semen en la mejilla. La imagen le provocó una primera erección—. ¿Sabes cómo te encontré anoche?
Marta se limitó a negar con la cabeza mientras bajaba la mirada.
—Mírame a la cara, —y la ayudo levantándola la barbilla con el dedo. Miró sus ojos claros y ella le sostuvo levemente la mirada para volver a bajarlos. Sin pensarlo la dio un pequeño bofetón, más bien una torta. Hizo un intento de tocarse la mejilla, pero rectifico y volvió a poner las manos a la espalda—. Te he dicho que me mires.
Levantó la mirada y esta vez la mantuvo sin bajarla. Paco levantó la mano y la acaricio la mejilla y el pelo con ternura.
—¿Cómo te encuentras?
—Me duele mucho la cabeza, —balbució.
—Luego te daré algo para eso. Anoche te encontré borracha e inconsciente en el rellano de la escalera. ¿Qué tienes que decir? —Marta se limitó a encoger los hombros—. ¿Algo tendrás que decir?
Marta se mantuvo en silencio. Paco notó los deseos casi irrefrenables en Marta de bajar la mirada.
—¿Por qué bebiste tanto? —ante su silencio volvió a propinarla otra bofetada, está más fuerte.
—Salí a hacer una cosa… algo que no fui capaz de hacer… y… y… entonces me emborraché, —Paco pasó la mano por la mejilla de Marta para recompensarla y a continuación la rozó los labios con la yema de los dedos.
—Muy bien: buena chica. ¿Quieres que te toque? —Marta se encogió de hombros, pero vio en su mirada que si quería. Con la yema de los dedos de la mano izquierda fue descendiendo lentamente por su vientre hasta la zona vaginal, pero sin llegar a tocarlo, mientras la metía un par de dedos de la otra mano en la boca. Vio con nitidez cómo se le nublaba la vista—. Ahora dime, ¿qué era eso que querías hacer y que no fuiste capaz?
A Marta se le escapó una lágrima, al tiempo que intentaba apretar su vientre contra los dedos de Paco. Este, sacó los dedos de la boca y volvió a acariciar la mejilla de Marta.
—Te vendrá bien contarlo: desahógate, —la animó con suavidad.
—Salí a matarme, —dijo después de titubear un poco.
—y ¿por qué querías hacerlo?
—Porque mi vida es una mierda: nadie me quiere.
—¿Por qué dices eso? Yo podría quererte, —dijo Paco mientras bajaba definitivamente más la mano izquierda hasta la zona vaginal—. Solo tienes que ganártelo, pero primero mereces un castigo, porque eso que hiciste anoche no debiste hacerlo: será un castigo acorde a la gravedad de la falta.
Marta reaccionó apretando la vagina contra la mano de Paco, mientras un gesto de placer recorría su rostro. Su respiración se aceleró.
—¿Estás de acuerdo en que mereces un duro castigo? —Marta afirmó con la cabeza y Paco la dio otro bofetón que casi la hizo perder el equilibrio, y eso que estaba de rodillas— ¡Contesta!
—Si…
—¿¡Si, que!?
—Que si merezco ser castigada
—Muy bien, buena chica, pero eso será más adelante: tenemos mucho tiempo. Ahora mismo tengo la polla a reventar ¿qué crees que tienes que hacer? —preguntó mientras insistía un poco más en la vagina de Marta. Separó las manos que tenía a la espalda y desabrochó el cinturón y el pantalón. Metió la mano en la bragueta y extrajo la magnífica polla de 19 centímetros de Paco. Empezó a masturbarle con las dos manos, pero él la rectificó—: hazlo solo con la boca y muy despacio.
Marta se aplicó con sorprendente fervor. La gruesa polla de Paco desaparecía hasta la mitad lentamente en el interior de su boca para volver a salir mostrando toda su longitud. Se notaba que no tenía mucha experiencia, pero si de algo estaba seguro, era de que con el tiempo y la práctica lo haría cómo los ángeles. Cuándo notó que estaba próximo a correrse, se levantó y miró desde arriba cómo Marta se engullía su polla. Finalmente, se corrió llenando su boca de su abundante semen que se salía por la comisura de los labios. Cuando sacó la polla, todo el semen cayó al suelo mezclado con babas en hilillos interminables.
A estas alturas Marta no comprendía nada. Estaba en un estado de total confusión y de total excitación a partes iguales. Sentía un deseo irrefrenable de obedecer a un tipo al que solo conocía de vista, del que no sabía ni su nombre, que se había colado en su casa, la había abofeteado y se había corrido en su boca. A pesar de todo, se sentía extrañamente feliz obedeciéndole.
—Acabas de cometer otra infracción que merece castigo: has desperdiciado mi semen dejándolo caer al suelo, —dijo Paco, y cogiéndola del pelo la acercó a la descalzadora dónde se sentó. La puso bocabajo sobre sus piernas y empezó a darla fuertes azotes en el trasero. Mientras los contaba en voz alta, Marta intentaba protegerse el culo con las manos. Entonces se quitó el cinturón y siguió con el sin importarle dónde caía el golpe: en el trasero o en las manos. Le dio treinta, y cuándo termino, la dejó caer al suelo mientras lloraba desconsolada. Se arrodilló a su lado, la puso bocabajo y sujetando fuertemente sus manos a la espalda, empezó a masturbarla. Un par de minutos después, estaba berreando cómo una zorra con un primer orgasmo que la dejó inerte y sudorosa.
La dejó recuperarse un poco, y después la levantó del suelo, se sentó en la descalzadora y la colocó otra vez de rodillas entre sus piernas.
—Esto ha sido una pequeña muestra de lo que te ofrezco. Conmigo no te tienes que preocupar de nada. Yo lo decido todo: yo ordeno y tú obedeces sin rechistar. Así de simple. Te llevaré a unos niveles de placer que ni imaginas. A un nivel dónde el placer y el dolor se dan la mano: considero que necesitas ser castigada constantemente. Si te vienes conmigo dejas de tener voluntad: tu cuerpo, tu alma, tu espíritu, son míos para hacer lo que quiera, —según escuchaba las palabras de Paco, Marta notaba cómo se humedecía otra vez— también dejaras tu trabajo: vivirás de mí y yo te proporcionaré todo lo que necesites. Te aseguro que no te faltara de nada. Resumiendo: jamás dirás no a lo que te pida. ¿Necesitas pensarlo? —Marta negó con la cabeza— ¿Estás de acuerdo en mis condiciones? Afirmó con la cabeza y cómo recompensa la metió la mano entre las piernas y empezó a frotar con vigor la vagina de Marta que instantáneamente empezó a gemir hasta que se corrió en su mano.
—Bien, pues vamos a casa, —y sin dejarla recuperarse, la agarró por el pelo y se levantaron. Con Marta desnuda salieron al rellano y entraron en la casa de Paco.
3
—Está va a ser tu casa a partir de hoy, —dijo Paco cuando traspasaron la puerta de su ático, que era más del doble de grande que el Apartamento de Marta, y eso sin contar la terraza—. Más tarde te pasaré una lista con tus obligaciones. Todas las cumplirás a rajatabla: sin excepción. Pero resumiendo: dormirás conmigo, te ocuparás de las cosas de la casa, y eso significa que, cómo ya te he dicho, dejaras tu trabajo. Por supuesto, aquí siempre estarás desnuda y siempre disponible para mi: tu cuerpo me pertenece y puedo hacer con él lo que quiera. ¿Alguna duda? —Marta meneó negativamente la cabeza —¡perfecto! Otra cosa: sé que necesitas ser castigada y tienes mucho atraso. Nos iremos poniendo al día en ese tema. Durante la semana el castigo será más suave, pero algunos fines de semana iremos a la casa que tengo en el campo. Allí puedes chillar todo lo que quieras que nadie te va a oír, y te aseguro que lo vas a hacer.
Instintivamente, Marta se llevó la mano al chocho. Estaba terriblemente excitada y las palabras de Paco la habían puesto a cien. A pesar del terrible dolor de cabeza, su mente intentaba comprender que la estaba pasando, por qué se sentía feliz escuchando las terribles y amenazantes palabras de su amo. No se sentía con fuerzas para enfrentarse a él, ni quería. Ahora mismo su máximo deseo era que la maltratara con saña y que la follase con violencia.
—No me importa que te toques, pero me tienes que pedir permiso, —inmediatamente dejó de tocarse.
—Lo siento… yo… no sé cómo te llamas, —dijo como avergonzada.
—Me llamo Paco, pero aquí en casa, cuándo estemos solos, siempre te dirigirás a mí como amo. Creo que te llamas ¿Marta?
—Si amo.
En el fondo, Paco estaba sorprendido de lo fácil que estaba resultando todo. Tenía previsto haber hablar mucho más, pero Marta había entrado al trapo rápidamente. Se empezaba a dar cuenta de hasta que punto había encontrado un chollo increíble: iba a tener una esclava en casa, en pleno siglo XXI.
—¿Y bien?
—Quiero tocarme amo.
—Muy bien: puedes hacerlo, pero ponte de rodillas y separa bien las piernas. Quiero ver cómo te corres cómo una perra salida, —se puso de rodillas mientras Paco se sentaba en el sillón. Empezó a masturbarse con mucho brío y a los pocos minutos tuvo un orgasmo que la hizo retorcerse mientras su chocho chorreaba.
—Ahora que te has corrido con mi permiso, lo siguiente que vamos a hacer será lavarte, que te hace falta, y a continuación, te voy a estar follando y castigando hasta la hora de la cena, —dijo dándola un azote en el trasero. Marta dio un chillido y se acarició el trasero—. Vamos, desátame los cordones de los zapatos—. Marta de arrodillo a sus pies y se afanó en cumplir la orden mientras Paco empezaba a desnudarse. Después, la agarró por el brazo y la llevó hasta la ducha. Entraron en ella y se dispuso a lavarla la cabeza, —las manos en la nuca, —ordenó cuándo terminó y Marta obedeció de inmediato. Pasó sus manos jabonosas por el cuerpo de su nueva esclava. Con detenimiento recorrió sus tetas y comprobó que efectivamente, aunque no eran espectacularmente grandes, estaban pero que muy bien. Trasero no tenía mucho, y eso le complació porque no le gustaban las mujeres culonas. Las piernas estaban bien formadas, aunque con ejercicio físico mejorarían. Tobillos finos y unos pies perfectos: ya los conocía después de masturbarse con ellos la noche anterior.
—Siéntate en el suelo y separa bien las piernas, —cogió una maquinilla de afeitar y después de enjabonarla bien el chocho comenzó a afeitarla. Marta de dejo hacer con cierto deleite y su respiración se empezó a acelerar mientras el ritmo cardíaco se disparaba. Cuando término, la metió un dedo por la vagina y con la palma de la mano empezó a frotarla el clítoris. Cuándo notaba que estaba al borde del orgasmo, paraba y a los pocos segundos volvía a empezar. Así estuvo cuatro o cinco veces mientras el agua de la ducha caía sobre ellos. Finalmente, la hizo poner de rodillas y metiendo la mano entre sus piernas, la empezó a frutar hasta que se corrió otra vez en la palma de la mano, mientras su cuerpo convulso se apoyaba en su brazo. Esta vez si chilló de placer.
—Mañana, como es domingo, vamos a ir a El Rastro: quiero empezar a comprar cosas. Luego vamos a ir a Fuencarral para comprarte ropa que la que te he visto no me gusta: conmigo vas a enseñar mucha más carne. Te voy a convertir en un pibón para poder exhibirte. Saldremos temprano que hay mucho que hacer y porque antes de salir te voy a follar: así será todos los días sin excepción. Cuando me vaya a trabajar te voy a dejar bien follada. ¿Está claro?
—Si amo.
—Pues ahora que ya estas limpia, vamos a empezar, —dijo sacando una corbata del armario ante los ojos expectantes de Marta. —Esto servirá. Date la vuelta.
Marta se giró y Paco ató sus manos a la espalda. La empujó hacia la cama, y abriéndola las piernas la introdujo la polla en la boca mientras empezaba a comerla el chocho. Marta, que desde que la despertó Paco está en una situación de excitación permanente, explotó rápidamente en un orgasmo que hizo que, sin poder remediarlo, la polla se saliera de su boca. La respuesta fue fulminante y recibió el castigo correspondiente: cogió un cinturón y tapándola la boca con fuerza empezó a golpearla con saña en el vientre. Marta pataleaba y Paco la daba más fuerte hasta que finalmente se cansó.
—¡No vuelvas a sacarte mi polla de boca! —y la volvió a meter mientras Marta seguía llorando. Volvió a separarla las piernas y siguió chupando y a los pocos segundos notó como su flamante esclava volvía a correrse. «¿Será multiorgásmica esta zorra?» Pensó mientras insistía en comerla el chocho. Unos minutos después notó como tenía otro confirmando su suposición.
—«Este es el chollo de mi vida: ninfómana reprimida, masoquista, sumisa» —pensaba Paco mientras veía el cuerpo sudoroso y con ligeros espasmos de Marta tirado en el suelo—. «Esta zorra no se me escapa».
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