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Categoría: Masturbación

En tu soledad.

Como en todas las historia, esta tiene un inicio y un final del cual siempre quedan muchas dudas. Esta historia inicia al final de un día como hoy, en el que, como es tu rutina, una vez dormidos el niño y tu marido, inicias tu ritual ante el espejo, mirando ese rostro de todos los días, al que lentamente comienzas a desprender del maquillaje, mirando sin ver y sin embargo, cada centímetro tan bien conocido, después, el quitarte la ropa utilizada durante el día, esa que conserva el aroma de la oficina, de la gente que fumando se acercó a ti en el transporte, al perfume de todas tus compañeras de trabajo, al sudor de tu piel, mezcla de fatiga y deseos reprimidos. Desnuda te diriges al baño e inicias el diario ritual de tu autoexploración en busca de esas perversas bolitas duras, presagio del cáncer de mama y, como de costumbre, no encuentras nada más que la suavidad y la tersura de tu piel. Es tan agradable sentirte a ti misma, que prolongas el auto examen más allá del tiempo normalmente empleado y, ante tu propia caricia, por tu mente pasa la que en momentos de pasión tu esposo de prodiga, esas manos que agresivas y tiernas se roban la firmeza de tus senos. Piensas también en tu niño, que con desesperación se alimenta de ti, produciendo esa confusión de sentimientos, ternura, amor, excitación… y ante el espejo, mirando fijamente tu imagen con un brazo sobre tu cabeza y una mano en tu pecho, de pronto te sientes objeto de tus hombres, te sientes utilizada, desvalorizada y te preguntas ¿Dónde estoy? Y una lágrima brota de tus ojos...
¿Qué tanto haces? ¡Ya ven y acuéstate!, escuchas la voz amorosa y adormilada de tu amado esposo, entonces vuelves a tu realidad, la realidad de una mujer felizmente casada, decides entonces no utilizar tu pijama “mata pasiones” y optas por un erótico camisón de encajes, te acuestas y miras a tu marido, plácidamente dormido.
No obstante que eres feliz y te encuentras tranquila y en paz con tigo misma y con tu matrimonio, en ese estado de somnolencia previo al sueño, ese momento en el que ni estás en vigilia ni dormida, la imagen del espejo se te presenta y, siguiendo el ritual de la autoexploración, inicia una danza sensual ante tus ojos, una danza que poco a poco se transforma en la sesión más placentera de autoerotismo que pudieras imaginar. Al tiempo que tu respiración comienza a agitarse, piensas para ti que no serías capaz de hacer tales cosas, sin embargo, en el espejo donde tu subconsciente se manifiesta, tu imagen, tu misma lo estás haciendo y tu cuerpo reacciona, ante cada caricia de la imagen, sientes como se agolpa la sangre en tus senos, en tu vientre, sientes como palpitan tus labios vaginales, tu clítoris que pide una suave caricia de tus manos. Por un momento piensas despertar a tu marido, pero tu imagen te detiene, te suplica que no lo hagas, que por esta ocasión sólo desea sentir una caricia tierna, dulce, aunque no sea amorosa, sólo el placer sensual de un roce firme, pero sutil, como aquel que, cuando eras soltera, por accidente se dio con el muchacho con el que, de vez, en vez, conversas en la oficina, ese roce que sucedió cuando en el elevador se agolpó la gente y quedaron de pie, uno frente al otro sin saber que hacer y él tratando de protegerte de la multitud, levantó los brazos a tus costados, sin embargo, en el movimiento alcanzó a rozar tus senos y tus pezones de inmediato se pusieron duros y erectos, y tu amigo se sonrojó de tal manera que sólo podías reír, y con malicia, dejaste que tus senos rozaran sus brazos mientras duró el viaje de ocho pisos, ese día, tu amigo no pudo mirarte de frente al despedirse, sintiéndose culpable de tan dulce caricia, sin embargo, lo besaste en la mejilla, sobre la comisura de los labios y le susurraste “no pasó nada”, sólo que él comenzó a enamorarse de ti, y aunque lo sospechabas, nunca lo supiste a ciencia cierta.
Con esos pensamientos no podías conciliar el sueño, con la idea de cambiar de pensamientos saliste de la recamara y fuiste a ver al bebé, allí estuviste algunos minutos, después, comenzaste a leer un libro que tenías, de tiempo atrás, abandonado, en el separador en las primeras páginas y un poco de polvo acumulado sobre las hojas, intentaste leer desde ese punto, pero fue necesario regresar a la primera página para recordar lo antes leído.
Cual sería la sorpresa al mirar en la primera hoja la dedicatoria que tu amigo había escrito, el libro te fue dado como un regalo de bodas después de que le comentaras sobre tu compromiso, el día que te dio el libro te dijo que su único deseo era que fueras feliz y que, por su parte, le hubiera gustado besar tus tobillos… cerraste el libro… comenzaste a acariciar tus pies pensando en lo que habrías sentido si sus labios carnosos se hubiesen posado donde tenías ahora los dedos, e imaginaste que tus dedos eran esos labios y comenzaste a pasarlos por uno de tus pies, luego por otro, y al aumentar la agradable sensación de relajamiento los subiste por las pantorrillas, nuevamente tu respiración se agitó y por un momento detuviste todo, tus manos, tus pies, tus pensamientos, y sentiste nuevamente la palpitación sobre tus sienes, sobre tus senos, sobre tu clítoris, entonces cerraste los ojos y pensaste en sus labios mientras tus dedos subían por la parte interna de tus muslos, después, llegaste a tu sexo, comenzaste a jugar con tus dedos, alternándolos entre tus labios internos, los externos y finalmente el clítoris, siempre imaginando la lengua de tu amigo. Mientras tanto, con tu otra mano estimulabas tus senos, imaginando las manos de él sobre ellos, acariciándolos con esa suavidad y ternura que tanto esperabas, y tu respiración cada vez más agitada, y tu cuerpo sintiendo cada palpitación de tu acelerado corazón. Trataste de contener tu orgasmo llevando ambas manos a tu vientre, siempre pensando que fueran las de él, pero tus ansias fueron más fuertes que tu, entonces, llevaste tus dedos a tus labios para besarlos, como besarías los labios carnosos de tu imaginario amigo, tu otra mano, no tardó en encontrar el camino, entre tus piernas, al interior de tu vagina, allí, donde sólo tu controlas el ritmo, allí donde en ese momento deseabas sentir un gran miembro, como imaginabas el de tu amigo, que tantas veces habías visto crecido bajo su pantalón, cuando en esos momentos de conversación, notabas como te veía con amor y deseo y tu, discreta, mirabas como crecía el bulto que él trataba de disimular.

El movimiento de tus dedos en tu interior, te llevó, finalmente, al más rico y mayor orgasmo que habías tenido en tu vida, llevaste tus dedos a tu boca para finalmente limpiar tus jugos, sintiendo que se trataba de ese imaginario miembro que, ahora, tenías ganas de chupar y sentir en tu boca, de recorrer con tu lengua, de sentir las palpitaciones que sabes, la sola vista de tu cuerpo produce en los hombres, de tragar el semen que se derrame en sobre tu lengua, de ser una loba hambrienta.
Entrada la madrugada, finalmente quedaste dormida, al día siguiente, cuando tu amoroso marido te despertó, sólo atinaste a decirle, tuve un muy lindo sueño.
Datos del Relato
  • Categoría: Masturbación
  • Media: 6.08
  • Votos: 37
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