Don Rufino, el farmacéutico, cerró el sobre con el dinero y se lo entregó a su hija para que fuera a depositarlo al banco. Julia, la hija, apenas dieciocho años, antes de salir hacia el banco se fue al baño, orinó y se secó con papel higiénico.
Con la minifalda en la cintura, antes de subirse la tanga se miró al espejo pasándose los dedos por el depilado sexo, admirándose por enésima ve de la perfección de su diminuto templo de Venus.
Luego se olió los dedos y pareciéndole que, pese a la ducha y al cuidado que ponía en su aseo personal, olían levemente a marisco, abrió la puerta del armario blanco sobre el lavabo, cogió un desodorante íntimo sin alcohol y apretó el botoncito de disparo recorriendo de arriba abajo y viceversa su pequeño sexo. Volvió a pasar la mano, olió de nuevo los dedos y, satisfecha del aroma, guardó la botellita del desodorante en el mismo sitio, cerrando la puerta del armario.
Sólo entonces se subió la diminuta tanga contoneando levemente las caderas hasta ajustárselas debidamente y comprobando que estaban apretadas como ella pretendía. La tela se incrustaba entre los gordezuelos labios que sobresalían levemente a cada lado del tejido, que era justamente lo que deseaba.
Julia sabía que en cuanto se sentara, las miradas de los hombres quedarían como hinoptizadas en su entrepierna. Podríamos llamarla una “calienta braguetas” y, sin embargo, se mantenía casi virgen pese a los requerimientos constantes de su novio Rafa.
Dejaba que éste la acariciara íntimamente, que la hiciera disfrutar con el dedo o con la boca, pero no le permitía que la penetrara porque sabía que era un lamentable eyaculador precoz que la dejaría insatisfecha. Cuando acaba de correrse ya no quería saber nada más de sexo. Rafael, sexualmente, era un completo inútil. Mientras le comía el coño él se calentaba como una fragua y acaba eyaculando en su mano en cuanto ella lo tocaba. Nunca le tocaba la verga antes de correrse cinco o seis veces en su boca.
Salió de casa después de maquillarse suavemente, con su larga y lisa melena rubia cayéndole hasta media espalda por un lado y por el otro, tapándole uno de sus magníficos senos. Sin ser una muchacha guapa, resultaba una mujer muy atractiva. Curvadas caderas, nalgas semiesféricas y respingonas, senos firmes y desafiantes, además de unas piernas perfectas y unos muslos esculturales.
Aquel día, con el bolso del dinero en bandolera, se sentía caprichosa y juguetona y, quizá por esta razón contoneaba en demasía las caderas obligando a la duras y prietas nalgas a moverse en una cadencia que hacia girar la cabeza a los hombres. Oía sus silbidos con regocijo, pero sin imaginar que muchos ellos pensaban: Mujer que el culo menea y al mirar los ojos mece, yo no digo que lo sea, pero sí que lo parece.
Fue al girar hacia la calle Mayor que vio al hombre apoyando un hombro sobre la pared al lado del escaparate de una tienda de lencería y tras él, el vestíbulo del Hotel y la terraza del bar. Vestido de pies a cabeza con ropas profundamente negras, permanecía erguido y derecho, parecía tragarse toda la luz a su alrededor con el vestíbulo del hotel tras su espalda.
Permanecía tan quieto que por un raro momento le pareció una estatua de piedra sin vida.
El hombre parecía verdaderamente como de otro mundo, en su inmovilidad y en su postura. Entonces vio la subida y bajada de su pecho mientras respiraba y el momento pasó. Julia no lo pudo evitar pero sus ojos deambularon sobre él, comiéndoselo de la única manera que sabía le estaría permitida.
Su cabeza estaba levemente ladeada, dejando la mayor parte de su cara en las sombras del toldillo de la tienda y su largo cabello rubio enmarcaba su rostro, desparramándose sobre las ricas solapas de terciopelo de su elegante abrigo. Pero sus ojos, sus helados ojos de tigre, resplandecían absolutamente como faros en la oscuridad que ocultaba parcialmente su cara. Y aquellos gloriosos ojos estaban totalmente enlazados con los suyos.
Acortó el paso todo lo que pudo como para que no pareciera que deseaba detenerse y caminó tan lentamente como si en realidad levantar un pie para avanzar el otro le costara un inmenso trabajo. Dejó de bambolear las caderas, sintiéndose presa del encanto de aquel hombre rubio inmóvil como una estatua que le puso mariposas en el estómago.
Al ir avanzando, el doloroso vacío de su estómago se intensificó, luego fue reemplazado con el frenético y sicótico aleteo de alas de mariposa y se sintió húmeda. Para su deslumbrada mente, se sentía como si un hilo estuviera siendo trazado entre su mirada y la del desconocido, y no podía por más que quisiese liberarse de él. Su corazón se aceleró en una casi dolorosa cadencia y se sintió febrilmente mareada. Le llevó cada onza de fuerza y voluntad que poseía tomar una inspiración para calmar sus acelerados nervios. Nunca, jamás, había visto un hombre tan guapo y tan varonil, con algo felino y terrible en su forma y en el brillo metálico de sus ojos de tigre.
Su primer instinto, uno a fin de cuentas de supervivencia, era apartarse y correr por su vida, sobre todo después de su abrupto e inesperado movimiento para separarse de la pared. Pero el hilo que sostenía su mirada fijamente con la de él estaba todavía allí y no se rompería, así que le era imposible huir.
En el fondo de su aturdida mente le pareció oír, no…. oyó sus renovados y jadeantes resoplidos, las aletas de la nariz dilatada como si la estuviera oliendo y supo que debía parecer una tonta locamente enamorada. Pero no podía controlar su indefensa reacción hacia él por más que quiso.
El hombre era demasiado… insolentes labios, magnífico. Casi demasiado guapo para mirarle cómodamente, su belleza masculina era justamente impresionante. Sus rasgos bien definidos, duros, eran peligrosos y eróticos. Su piel estaba bronceada, pero no con la suave apariencia de los que la habían conseguido en una cabina de bronceado o en un balneario. No, este era obviamente el bronceado descuidado e increíblemente atractivo de un hombre que pasaba demasiado tiempo bajo los rayos de sol.
Su largo cabello dorado estaba veteado también, comenzando en una cresta encantadora encima de su ancha frente y acabando justamente un poco después de sus hombros. Sus cejas negras eran cortes astutos por encima de sus brumosos ojos, su color oscuro contrastaba marcadamente con el leonado de su cabello. Su oscuro tono embellecía las pestañas dándoles la apariencia de tener un kilómetro de largo y se inclinaban con un similar dorado. Su nariz era fuerte y recta, su boca exuberante y decadente; hecha para besar perfectamente, no cabía duda.
La columna de su garganta llamaba su atención, sobre todo ese potente pliegue de nervios y tendones que conducía a los hombros más anchos que jamás había visto en su vida. Debajo del elegante traje de Armani y su abrigo ella podía ver claramente que estaba excesivamente musculoso, con el cuerpo enérgico de un atleta, se sostenía con tal gracia que Julia supo por instinto que no había conseguido su físico en un gimnasio.
Se sentía demasiado cómodo con su cuerpo como para haberlo modelado trabajando pesadamente. Había sido lo suficientemente afortunado al nacer para convertirse en aquello naturalmente si necesidad de trabajo ni gimnasio.
Julia, aficionada el dibujo, se habría desvivido por la oportunidad de pintarle, para capturar una masculinidad tan salvaje e indomable como la que él poseía, habría sido un desafío inestimable. El hombre exudaba un potente magnetismo animal y era fácil ver que sentía un potente apetito carnal. La observaba como si quisiera engullirla en su siguiente comida. Julia esperó y rezó para no tartamudear cuando tuviese tiempo para pensar algo ingenioso si él le hablaba.
Abriendo su boca como un pescado fuera del agua, buscó las palabras adecuadas y profesionales para responderle. Quedó aturdida nuevamente cuando el hombre se acercó como un felino a un metro de la acera por donde tenía que pasar, y a más de tres metros de distancia de nuevo supo que... la olió inspirando profundamente, se congratuló de haberse puesto el desodorante, pero supo que lo que olía ahora era el pequeño orgasmo experimentado al mirarlo, estaba segura de que podía olerle su feminidad.
Tan extraño como fue el momento, no estaba segura de si quería huir a un lugar seguro o incluso mejor, lanzarse en sus brazos, lo que tenía que ser ciertamente peligroso, Julia no podía alejarse más que unos cuantos y escasos cincuenta centímetros sin meterse en el tráfico
Las aletas de su nariz brillaron cuando él respiro profundamente. Adelantó otros dos pasos. Sus brillantes ojos de tigre se cerraron cuando él inhalo el aroma de su cabello, su cuello y el aire sobre su pecho que se estremecía visiblemente.
El desconocido estaba inclinado completamente sobre su cuerpo aunque en silencio. Cuanto tiempo pasó, Julia no lo podía haber dicho, pero el extraño hombre parecía inconsciente de lo que le rodeaba. Con un suave y bajo gruñido; un sonido alarmantemente extraño y salvaje; el hombre se inclinó aún más cerca de modo que solo el espacio de un aliento los separaba. Podía sentir el húmedo calor de su aliento y oler su esencia salvaje, picante. El deseo y la agitación la abrumaron y hasta tuvo miedo de desmayarse.
Se sentía como un ciervo atrapado por los faros del cazador, incapaz de correr, incapaz hasta de pensar. De detuvo a su altura sin saber por qué lo hacía. La anticipación de su siguiente movimiento la consumió y su vista vago ebria y encandilada. Sin querer, sin saber que era capaz de ello, se inclinó más cerca de él, encontrándole a mitad de camino. Sus labios solo estaban separados ahora por nada más que el grosor de un cabello. Ella saboreó la especie dulce de su aliento y supo que él podría saborearla a su vez.
Quiso cerrar sus ojos, para ceder a la tentación de acabar con la minúscula distancia entre ellos, y juntar sus bocas. Pero sus ojos estaban atrapados y sostenidos por los suyos y él pareció extenderse a sus profundidades con esa mirada fija, descubriéndola y abriéndola a él, de modo que se vio forzada a dejarle mantener el control de la situación. Fue el momento más maravillosamente seductor de su vida.
El desconocido murmuró algo en una lengua extranjera, exótica, respirando las palabras en su boca. Su voz era profunda y fascinante, y su sonido se repitió en su cabeza mucho tiempo después de que sus labios dejaran de moverse. Sus ojos ardieron y el dolor de su corazón se intensificó.
Independientemente de lo que él dijo, ella no tenía la mas remota idea de lo que fue, aquello provocó un invisible enlace entre ellos aún más estrecho. En ese momento ella quiso ser suya con una ferocidad que no había conocido en toda su vida. Sus espesas pestañas estaban aún ligeramente entornadas, difuminando su mirada con un exuberante velo dorado, cuando él, despacio, acortó en el último minuto la distancia entre ellos.
En el fondo de su mente ella notó el tintineo plateado que perforó su oído, y el destello de unos ojos de tigre que la penetraban. Hasta el último momento, pensó que él tenía la intención de besarla, y quiso que la besara con cada fibra de su ser. Pero él se movió ligeramente hacia un lado y Julia no percibió nada más a parte de la despedida de labios del desconocido. Él se abalanzó y lamió su mejilla con un lengüetazo largo y aterciopelado.
¡Oh Dios, eso era aún mejor que un beso! Tan extraño como era; su lamido fue delicioso; la caricia pareció mucho más íntima y erótica que cualquier beso que podría haber imaginado. Julia casi se deshizo cuando sintió su suave lengua contra su carne y una excitación tan feroz que habría gritado si hubiese sido capaz, barrió por ella como un fuego incontrolado. En ese momento, por primera vez en su vida, quedó devastada por una corriente feroz de pasión, y hubiese acatado las órdenes del desconocido extendiéndose ampliamente en su placer sin pensar en las consecuencias.
En ese instante era solo una esclava de su potente y magnético encanto, no preparada en su inocencia para hacer frente a una atracción tan cruda e inmediata. Ella amó cada loco y prohibido momento de aquellas sensaciones. Quería pertenecerle de la forma más carnal y elemental. Su corazón se rompería si no podía encontrar la manera de ser total y completamente suya. Era tonto sentir semejante enlace con un extraño, pero Julia se sentía indefensa para luchar contra esa fuerza. Cerró los ojos esperando el beso pero, cuando volvió a abrirlos, se encontró encerrada dentro del elegante abrigo negro del hombre maravillosamente guapo y salvaje que la sostenía por la cintura con un solo brazo sin aparente esfuerzo.
Una mano varonil grande y fuerte le desgarró la tanga abriéndole sus húmedos labios y acariciando su carne íntima. Una gigantesca verga de semental la penetró dilatándola conforme se hundía en ella con la fuerza de un martillo neumático, hundiéndose más y más, el primer orgasmo casi la desvaneció, pero siguió perforándola más allá de lo humanamente soportable.
Sus gemidos de placer se convirtieron en gritos y aullidos de dolor que resultaban inaudibles para los transeúntes que circulaban impávidos y apresurados, como si no pudieran ver que la estaba follando salvajemente en mitad de la acera. Gritó más y más fuerte, pero nadie parecía verla ni oírla, ningún viandante oía sus chillidos desgarradores. Como si no existiera aquella unión carnal en medio de la acera de la calle Mayor mientras la verga seguía entrando en ella cada vez más profundamente, más allá de su útero, de su matriz taladrada, atravesándole los intestinos hasta el estómago mientras notaba la tibieza de la sangre deslizándose por sus muslos.
Todo lo que quedó de Julia Duran fue un charco de sangre en mitad de la acera.
este es un excelente cuento como todos los de arentino, ya deberias escribir un libro carajo