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A veces las cosas se desarrollan de forma tan sencilla que apenas parece que ocurra nada nuevo.
El médico me había enviado a un gimnasio porque tenía que adelgazar. A mi edad, ya cumplidos los cincuenta y cinco, las grasas no son nada buenas, me dijo.
Busqué en Internet para ver los que quedaban cerca de mi casa. Había tres a una distancia corta. Pero pensé que si lo cogía un poco más lejano evitaría el coincidir con vecinos y, además, podría completar el ejercicio con el paseo para ir y para volver.
El gimnasio era grande, en un centro comercial.
Cuando llegué me atendió una chica joven, con unas tetas grandes bien ajustadas en un top mínimo. Me indicó un circuito con distintos ejercicios y me recomendó que luego me fuera a la zona de piscina. “Un par de largos y un yacuzzy antes de ir a la ducha”.
Llevaba ya mes y medio haciéndolo. Iba a las doce de la mañana. Me cruzaba con algunos jubilados que ya salían (¡cómo madrugan los jubilados!), coincidiendo en los vestuarios. Alguno salía de las duchas (individuales, pero sin puertas) absolutamente desnudo y se volvía a secar junto a su bolsa. Con alguna mirada de refilón, les “medía”. Pero era poco tiempo: yo llegaba vestido y lo único que hacía era guardar mi bolsa en un armario y salir a hacer mis ejercicios.
En todo ese tiempo, apenas había coincido cinco minutos con alguien en el jacuzzy.
Pero ese día había un hombre metido en él, los brazos abiertos sobre el borde, las piernas abiertas. Tenía todo el pelo blanco y bastantes arrugas en la cara y el cuello. No tendría menos de 70 años.
No había problemas: el jakuzzy era grande y cabíamos perfectamente. Me senté y creo que inició una conversación baladí y luego permanecimos en silencio. Al cabo de un rato, se levantó. Tenía una erección y se le notaba en el bañador. Sonrió.
- Es que las burbujas me ponen.
No contesté más que con una pequeña sonrisa, como confirmando. Le vi dar un largo a la piscina y volvió, aún con el paquete inflado. Volvió a sentarse y dejó que sus piernas flotasen. El paquete no tardó en ampliarse.
Me fui para ducharme. Eso sí lo hacía al acabar: una buena ducha. El pasillo de las duchas era corto, con tres duchas a cada lado. La primera de cada lado se veían desde los bancos, así que casi nadie las usaba a no ser que el resto estuvieran llenas. Yo, como siempre, utilicé la segunda.
Cuando salí para vestirme, la toalla alrededor de mi cintura, le vi enfrente de mi bolsa. Estaba desnudo, con una buena erección aún. No se cortó por mi presencia, sino que me mostró su polla erecta (o eso me pareció).
No hice caso y seguí hacia mi bolsa. Me sentí un poco avergonzado cuando pensé en quitarme la toalla delante de esa polla enhiesta. Y me sentí aún más avergonzado cuando noté que mi polla también se ponía dura. Me entretuve buscando en la bolsa hasta que le noté ir hacia las duchas. Mi erección ya se había pasado.
Me dispuse a ponerme los calzoncillos y me di la vuelta. El hombre estaba en la primera ducha, la polla bien enjabonada apuntándome. Se estaba pajeando. No pude evitar una nueva erección que provocó su sonrisa mientras me veía mirar fijamente su polla.
- ¿Te gusta? ¿Quieres jugar?
Noté subir el color a mis mejillas. Pero mi polla, dura, contestaba por mí.
- Anda, ven… date otra ducha conmigo. Ven…
Solté los calzoncillos, pero seguía quieto.
- Ven… ven aquí… no te hagas de rogar, anda. Ven…
Apenas me había dado cuenta de que me había puesto en movimiento y que me había acercado. Como siempre, un hombre mayor que me mandase me llevaba a obedecer casi siempre. Fui consciente cuando su mano mojada me cogió el brazo para meterme en la ducha con él y el agua de la ducha me empapó, corriendo desde mi pelo por todo mi cuerpo.
Me abrazó, su polla contra mi polla, su mano en mi culo.
- Hmmmmm… ¿quieres que vayamos a la ducha del final?
- Si…
Me empujó suavemente y recorrimos el pasillo para entrar en la última, yo por delante. No abrió el grifo, sino que me abrazó por detrás y me besó en el cuello mientras sus manos recorrían mi cuerpo de las tetas a la polla.
- Estás caliente, ¿eh?
- Si…
- Quieres polla, ¿eh?
- Sí…
- Ponte con las piernas abiertas y apóyate en el grifo, que la vas a tener…
En esa postura, apenas cabíamos. Al apoyarme en el grifo, mi culo le apretaba contra la pared. Su polla, aún enjabonada, buscaba dónde colocarse.
Me sujetó por la cintura y empezó a apretarse contra mí. No tardó en encontrar mi puerta y me metió la cabeza de la polla.
- ¡Ayyyyy!
- Tranquilo, cariño. Un poquito más y a gozar…
Siguió entrando con facilidad. Mi cuerpo se abría y se ofrecía haciendo un poco de fuerza hacia atrás. Su polla estaba dura y entraba con sus empujones.
- ¡Ahhhhh!
- Ya está, cariño. Ya está dentro… Aguanta…
- No es dolor, es gusto… Ya la noto dentro. Sigue, sigue…
Empezó un mete-saca lento, percutiendo cuando llegaba al fondo. No pude evitar algún grito acompasado a sus embestidas que se mezclaban con sus risas y sus bufidos de placer.
Cuando me llegó el orgasmo, no pude evitar acompañarle con un grito prolongado.
- ¡Aaaaaayyyyyyy, Dios!
Aún siguió bombeando un ratito antes de apretarme fuertemente quedándose dentro. Noté las pulsaciones de su polla, latiendo cada vez más pausadamente mientras un calor se esparcía dentro de mi culo. Se había corrido.
Estuvo un poco quieto. Luego la fue sacando muy lentamente, pasó su brazo por mi cintura y me apartó de debajo de la ducha.
- Cuidado. Voy a abrir.
El agua empezó fría, pero no tardó en calentarse. Nos lavamos juntos. Él me limpió el culo metiéndome los dedos, primero con jabón y luego con agua. Me trataba de forma delicada. Yo me dejaba, complacido.
Cuando terminamos, nos fuimos hacia los armarios. Ninguno teníamos toalla, pero no había nadie. Nos secamos. Cuando ya tenía los calzoncillos de nuevo en la mano, me abrazó por detrás y me besó en el cuello.
- Ha sido fantástico, cariño. Lo tenemos que repetir.
- ¡Joder, ten cuidado, nos pueden ver!
- Ja, ja, ja. No te preocupes tanto, hombre. Llámame Fer.
Realmente estábamos solos.
- ¿Vienes todos los días?
- No. Lunes, miércoles y viernes.
- Perfecto. El viernes te veo y te doy otra pasada, ¿vale?
- Vale.
Me vio ese viernes y la semana siguiente… Yo estaba pendiente de que me tocara gimnasio. Estaba encantado. Siempre estábamos solos.
- Oye, cariño, el lunes tengo que venir antes. Ven a las once.
- Vale.
Como siempre, no preguntaba. Me decía y yo lo aceptaba.
El lunes había más gente. Tampoco mucha. Tres o cuatro, también en edad de jubilación.
Cuando llegué, sonaba una ducha, pero en el vestuario no había nadie.
Encontré a Fer, como siempre, en el jacuzzy, hablando animadamente con otro tío. Me saludó con la mano.
- Ven, siéntate aquí a mi lado. Mira, este es Lolo, un amigo de siempre. Y este es mi chico.
Me sentí turbado por la presentación. Le di la mano mientras notaba cómo la mano de Fer se apoyaba, como todos los días cuando estábamos solos, en mi muslo bajo el agua. Se la quité, cohibido, pero entonces la pasó por mi espalda y la dejó en mi cintura, en el borde del bañador, dejando que su dedo resbalara por debajo de la cinta superior.
Intento quitarle de nuevo la mano, pero me sujeta por la cintura y me aprieta contra él.
- Venga, no andes con gilipolleces. Que no te corte este.
Dejo de pelear y me acomodo dejando que su mano se sumerja por debajo de mi bañador, tocándome el culo. El otro nos mira sonriendo y sigue hablando como si nada. Como todos los días, las burbujas le ponen a Fer a tono y su paquete ya es visible. A mí me van poniendo a tono los apretones de su mano en mi culo. Hoy se está prodigando mucho, me parece que presumiendo ante su amigo de mi sumisión.
Cuando llega la hora, nos levantamos. Fer ha sacado su mano de mi bañador. Nos vamos hacia el vestuario. Su amigo va delante. En cuanto su amigo abre la puerta, Fer me vuelve a poner la mano en la cintura, abrazándome a él y metiendo su mano por debajo de mi bañador, por el lateral de mi cintura, hasta llegar al muslo. El bañador baja un poco con su mano y deja ver media cacha. Me intento separar.
- Chissst. Quieto, hombre. Ven aquí.
El amigo sujeta la puerta para que pasemos. En el vestuario hay dos personas que saludan a Fer y a su amigo mientras me miran con curiosidad.
Fer hace ostentación de su poder y sigue con su abrazo. Su mano me acaricia por debajo del bañador desplazándose del lateral donde estaba hacia el centro de mi culo. El bañador se baja hasta el inicio de los muslos. Cuando me tiene con el culo al aire, bien sujeto por su mano, me pide la boca.
- Dame tu boca, cariño…
Me la come como si estuviéramos solos. Mientras me besa, me aprieta contra él, tira del bañador hacia abajo y empieza a tocarme el culo con las dos manos. Desplaza sus besos hacia mi cuello haciendo que levante la cabeza.
- Quítame el bañador.
Se lo bajo mientras me come el cuello, las tetas, otra vez el cuello y otra vez la boca, haciendo que gima de placer. Me tiene absolutamente entregado.
Me vuelve a enlazar por la cintura y me empuja suavemente hacia la ducha. Pasamos junto a sus amigos, que le guiñan un ojo. Me lleva a la ducha del fondo y repite lo de todos los días poniéndome contra el grifo y arrancándome suaves gemidos y algún grito.
- Ayyyyyyy, amorrrrr…
Me corro. Mantengo los ojos cerrados mientras Fer sigue apretándose contra mi cuerpo hasta que noto que se queda quieto y el calor de su leche me inunda. Suspiro satisfecho. Abro los ojos. En el pasillo de las duchas, sus tres amigos nos miran sonriendo, desnudos, las pollas en sus manos. Se están pajeando. O, mejor dicho, se han pajeado, porque los tres tienen la punta húmeda.
- El miércoles, volvemos a venir a las once.
- Sí, cariño.
Sus amigos sonríen satisfechos. Volvemos al vestuario después de una nueva ducha. Estamos todos desnudos, ya secados con la toalla, pero la piel húmeda. Fer vuelve a abrazarme. Nos veo en el espejo. No soy un chiquillo, pero Fer me trata como si fuera un efebo. Me acaricia, me besa y me ordena.
El Lolo es el primero en despedirse. Me sorprende que se despida cuando aún no está vestido. Pero lo entiendo cuando pasa de mi mano extendida y me intenta dar un beso en la mejilla que consigo esquivar mientras alejo mi cuerpo del suyo, que intentaba restregar contra el mío. Fer lo nota y me regaña.
- ¡No seas tan arisco, hombre! ¡Compórtate como una buena novia y déjale que te bese, ostias!
Le dejo que me abraza y que me apriete contra él mientras me besa, despacio, en la mejilla. El beso se alarga mientras sus manos me acarician el culo. No me atrevo a retirarme.
- ¡Eh, Lolo, no te aproveches de mi chica!
Todos ríen. Lolo se aparta. Los otros dos repiten la despedida con el beso en la mejilla y el toque de culo. Cuando terminan, es Fer el que me vuelve a abrazar y me vuelve a comer la boca. No me dejan vestirme. Fer está contento.
- No sé... a lo mejor te tengo que llevar a casa a que duermas una noche conmigo. Cada vez me gustas más.
Sonrío agradecido. Las mejillas las siento con calor. Seguramente me ha subido el pavo a pesar de mis cincuenta y tantos años.
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