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Categoría: Confesiones

EN LA PLAYA

"La piel es el organo mas grande del cuerpo."

 

Tenía yo como unos 21 años cuando viaje a la isla de Providencia a certificarme como buzo autónomo. Por esos días el deporte demandaba mis mayores intereses por lo que había desarrollado un buen físico. El curso de buceo había sido una experiencia interesante, todos los participantes éramos muy amigos y muy buenos buzos.

Entre esos buzos estaba Mauricio. El y yo habíamos tenido la misma novia al mismo tiempo, pero no existía ningún rencor ni sentimiento negativo entre nosotros. Finalmente la muchacha se quedó conmigo, él siguió con su esposa y todo quedó en aparente orden.

Su esposa se llamaba Maricarmen o María del Carmen, nunca lo supe con exactitud, pero le decíamos simplemente Mary. Era una mujer muy hermosa, sus nalgas eran perfectamente redondas, sus senos eran pequeños y bien formados, tenía una mirada picara, era muy blanca pero tenía la voluptuosidad de las negras y la picardía de las indias. Era una mujer muy recorrida y descomplicada. Ella no era muy amiga mía, pero a raíz de que su esposo era novio de mi novia, nos hicimos amigos. Ella y yo éramos los mejores buzos del grupo y trabajábamos juntos en las clases. Mauricio era el peor buzo del grupo y siempre estaba con el instructor salvándose de ahogarse.

Las clases pasaron y terminamos teniendo una muy buena relación de buzos. Debajo del agua la comunicación es con gestos y cada gesto era entendido por el otro, cada movimiento era conocido sin necesidad de estar alerta, hablábamos con la mirada y sin embargo cada uno estaba en su mundo subacuático. No puedo negar que la admiraba y me comenzó a gustar. Le miraba sus nalgas con un poco de timidez al principio y con lujuria a medida que los días pasaban. Ella no se incomodaba en lo mas mínimo y su picardía era cada vez más sutil. Pero finalizada la clase ella continuaba su rumbo con su esposo y yo seguía mi solitaria ruta.

Nunca se volvió a tocar el tema de las antiguas relaciones infieles, aunque en el fondo ella y yo conservábamos algo de rencor por el comportamiento de nuestras parejas.

Partimos hacia Providencia. Mauricio y su esposa tomaron el viaje como una reconciliación y una segunda luna de miel. Para mí el viaje era la primera experiencia en el mar como buzo autónomo (con tanque). Mi mayor deseo era conocer el transparente mar de Providencia, sus arrecifes de coral, su naturaleza. Partí desprevenido de todo sentimiento negativo y con el propósito de disfrutar la vida y la juventud en el mar.

Y fue en el mar.

Llegamos a Providencia a medio día y Ricardo, el instructor, separó los grupos. En buceo todo se hace por parejas. Lógicamente Mauricio y Mary eran pareja, había otras parejas de novios que también bucearon juntos. Yo como estaba solo, me hice con un señor muy agradable. Las habitaciones también debían compartirse, las parejas se hicieron en habitaciones dobles y los que no estabamos emparejados en una habitación aparte.

El mismo día por la tarde entramos al mar por primera vez. Mauricio casi se ahoga y tuvo que subir a la superficie al poco tiempo de empezar la inmersión. Lógicamente el instructor lo acompañó. En vista de que Mary se quedó sin pareja, se unió a mí y a mi compañero. Después de unos 10 minutos mi compañero subió a la superficie y Mary y yo quedamos juntos……

Yo la mire a su cara y le sonreí. Le escribí en una tabla que me agradaba mucho bucear con ella. Ella me correspondió el mensaje. Esa inmersión fue muy agradable. En la superficie, media hora después nos encontramos con Mauricio temblando de frío. Yo me fui para mi habitación y Mary con su esposo.

A partir de esa inmersión el instructor no desamparó a Mauricio. Reasignaron las parejas y como Mary y yo éramos los mejores, nos colocaron juntos. Disfrutamos mucho el mar. Mauricio cuando no estaba ahogado se nos unía y lo recibíamos muy amablemente, al fin y al cabo ellos estaban de luna de miel. Pero nuestras miradas cada vez se cruzaban mas y por mas tiempo, cada vez nos entendíamos mejor debajo del agua, cada vez le veía las tetas mas grandes y me gustaba mas. Sin embargo yo sabía que nada podía pasar, es mas, no me interesaban los conflictos, podían estropear la experiencia del buceo.

En las tardes, cuando la luz del sol se extinguía y finalizaba el buceo, salíamos a caminar por la isla. Las parejas salían juntas, los solteros y armábamos un grupo a parte. Algunas veces salíamos todos juntos.

Un día salimos a comer langosta y caracoles. La comida continuó con algunas cervezas, la noche era clara y joven, el buceo de la tarde había dejado en nosotros un ambiente de paz y éxtasis que se reflejaba en el buen humor. Los chistes, las risas y los comentarios no se hicieron esperar. Continuamos con un licor de coco hecho por los nativos. A las 10 de la noche todos estabamos mas que alegres, pero no ebrios. Salimos del lugar después de haber provocado el disgusto de la propietaria por pedir cuentas separadas.

Algunas parejas cogieron rumbos independientes, la noche era tibia, nosotros éramos los únicos turistas y por eso las playas eran paraísos de islas perdidas. Con el resto del grupo continuamos caminando por las playas iluminadas por la luna como el sol en un atardecer, solo los cangrejos nos acompañaban en nuestra alegre caminata. Poco a poco otras parejas se rezagaban para contemplar solos el mar o contemplar solos su amor. El grupo se fue tornando cada vez más silencioso hasta que solo se escuchó el sonido tímido del mar tranquilo, el chapoteo de algún pez enamorado y el cantar de los grillos.

Continuamos caminando por varios minutos hasta que el grupo fue muy reducido y se detuvo en una hermosa playa. Mauricio y Mary decidieron seguir caminando y para sorpresa mía, me invitaron a que los acompañara. No sé por que me invitaron y mucho menos porque acepté.

Caminamos en silencio por mucho tiempo. Mary rompió el silencio con una alabanza a la noche. Mauricio se unió a al festejo y nos invitó a detenernos para mirar las estrellas acostados en la playa. Nos pareció buena idea y nos sentamos en la arena. A pocos metros del lugar había unas rocas no muy altas que subí rápidamente. Me senté a mirar en el horizonte la luna que se moría cobijada por rosadas nubes. Mi experiencia era casi mística y solitaria. Mauricio y Mary conversaban en la playa. Todo era muy tranquilo y hermoso.

El día ya era otro cuando Mauricio y Mary se quitaron la ropa y me invitaron al mar. La luna iluminaba sus cuerpos desnudos y serenos. Mary era una mujer de cuerpo perfecto pero la luna pronunciaba mas su belleza. Las curvas de sus pequeños senos formaban contrastes de sombras en su piel blanca, sus nalgas perfectas temblaban con cada paso, su sexo apenas podía distinguirse en la penumbra. Su cabello cubría la espalda. Desde la orilla del mar me llamó para que los acompañara. La luna estaba detrás suyo y solo veía su sombra desnuda, resplandeciente. Aun no recuerdo que veía y que me imaginaba. Estaba tan estupefacto que no había lugar a excitarme.

Bajé de la pequeña roca, me quité la ropa tímidamente pero con prisa. Comenzaba a notarse mi excitación y la luna me iluminaba de frente. Tenía una sensación muy confusa: timidez, impresión, lujuria, emoción, excitación. Todo eso junto me produjo una corriente circulante de adrenalina. Entré al mar un poco alejado de la pareja, pero no demoraron mucho en llamarme. Me acerque lentamente. El agua me daba en el abdomen, a Mauricio debajo de las tetillas y a Mary un poco debajo del cuello. Yo doblé un poco mis piernas para quedar al mismo nivel y empezamos a conversar amigablemente.

El mar estaba muy tranquilo y no había mucho oleaje, pero suficiente para dejar al descubierto la parte superior de los senos de Mary cada cierto tiempo, la luna iluminaba el resto en el transparente mar. Yo no podía impedir que mi mirada estuviera mucho más tiempo en Mary que en cualquier otro lado. A Mauricio poco le importaba, de pronto lo disfrutaba. Hablamos de la naturaleza, del mar, del amor, de las sensaciones. No recuerdo casi nada por que mi pensamiento estaba en Mary.

La luna terminó de ocultarse en el horizonte y solo quedaron las luces de las estrellas y la de los senos de Mary. Yo cada vez me calentaba más. Pero tanto tiempo en el agua producía frío y era necesario nadar un poco de vez en cuando. Cuando Mary nadaba, su cuerpo sobresalía del agua y por su espalda atlética rodaba agua que emitía destellos. Nos turnábamos la ida a nadar, pero cada vez que alguno regresaba, se cerraba mas el circulo. La marea bajó un poco y los senos de Mary definitivamente quedaron al descubierto. Estaba oscuro, pero a la vez mucho mas cerca.

La cercanía me llamaba a tocarla, estaba prácticamente a mi alcance. No pude soportar el llamado del instinto y deslicé un pie sobre la arena hasta alcanzar el suyo. Hace rato estabamos muy cerca y pense que podía parecer accidental, pues solo fue un leve roce. Retiré mi pie que solo rozaba el suyo y la miré. Ella no se inmutó. Mauricio continuaba un monólogo de no sé que tema, ya mi mente estaba en otra parte.

Yo necesitaba una respuesta afirmativa o negativa. Volví a rozarla, pero esta vez con la absoluta certeza de que era intencional. Ella sonrió casi imperceptiblemente y me miró lateralmente mientras su esposo continuaba la disertación sobre los dioses del Olimpo. Afortunadamente son muchos los dioses del Olimpo. Su sonrisa fue la firma de la complicidad. Ya sabía que todo lo que yo sentía ella también lo sentía y que los dos estabamos que explotábamos de lujuria. Yo nunca tomé la palabra, de todos modos no creo que me hubieran salido sonidos, de pronto gemidos. De vez en cuando me reía para desahogar la ansiedad.

Ahora la situación era mas crítica. Sabia que ella era cómplice, pero mis manos no podían ir mas allá de donde estaban. Rocé nuevamente sus pies y ella me correspondió con los suyos. Iniciamos una apasionada caricia de pies debajo del agua mientras escuchábamos las odiseas del Olimpo. Yo comenzaba a sentirme Poseidón. Las caricias ya fueron definitivamente correspondidas y necesitaba explorar otros terrenos. Mis pies subieron por sus suaves pantorrillas. Ahí estuvieron otro rato descubriendo cada pliegue de su piel. La dibujaba con el pensamiento. Sus pies también realizaban un mapa de mis piernas. Cada centímetro ganado era un kilómetro de excitación.

La madrugada todavía demoraba en llegar y había tiempo para nosotros. Mauricio sintió frío y salió a nadar un poco. Pensé que nos íbamos a decir mil cosas aprovechando que no estaba su esposo, pero nuestro lenguaje era solo corporal. Solo una sonrisa se escapó simultáneamente de nuestros labios y nuestras miradas se perdieron en los ojos del otro. Cuando hablamos, solo pronunciamos palabras tímidas intrascendentes, superfluas que no tenían nada que ver con lo que pasaba debajo del agua. Mauricio regresó, pero en ese momento el ya no existía para nosotros.

Mis pies continuaron aproximándose a la superficie, buscando nuevas texturas, nuevas experiencias y sensaciones. Sus pies subían al mismo ritmo que los míos, los dos teníamos la misma iniciativa, el mismo sentimiento, la misma excitación. Llegamos a los muslos donde las caricias fueron mas profundas, en algunos momentos podría decir que bruscas. Sus fuertes piernas necesitaban caricias profundas. Empezamos con la parte exterior de los muslos, ya no necesitábamos mirarnos, ni sonreírnos, era una danza de una pareja que parecía que siempre hubiera bailado junta.

El frío debía estarnos matando, pero no nos dábamos cuenta, nunca salimos mas a nadar. Nos acercamos un poco más. Mi pie comenzó a girar hacia la parte interna de sus muslos, ella se cogió el cabello y se estremeció. Para disimular dijo que tenía un poco de frío. Yo dije lo mismo, pero no nos movimos un centímetro. Mi pie subió un poco mas y entonces toqué sus delicados bellos. Ella me correspondió con tiernos masajes en el mismo sitio. Subí un poco mas y apreté su clítoris suavemente. Es la única vez que he querido tener las manos en los pies. Ella no se intimidó y me acarició intensamente el pene que en esos momentos estaba muy tieso. Dibujamos círculos, presiones, roces, pellizcos. Sin embargo la conversación seguía. Teníamos que seguir conversando a pesar de lo que pasaba debajo del agua.

La situación se estaba tornando insoportable, insoportablemente excitante, insoportablemente impotente, insoportablemente lujuriosa, insoportablemente emocionante. Que frío tan hijueputa. Que calor tan hijueputa. Como todo deseo, cada vez se necesita mas y más. Continuamos acariciándonos desde la punta de los pies hasta el ombligo, algunas veces con ternura, otras con pasión, pero siempre de acuerdo, respirábamos al mismo tiempo, nuestro corazón latía acompasadamente y nuestras mentes se comunicaban telepáticamente. Conocí cada rincón de sus piernas, conté todos sus bellos que estaban debajo del agua, palpé el largo de sus uñas, las cicatrices infantiles de sus rodillas, las imperfecciones de la perfecta redondez de sus nalgas, el calor de su clítoris, la humedad de su deseo que se diferenciaba del frío del mar.

Con el tiempo los roces se apaciguaron y fueron más intensos, como los amores otoñales. Las sensaciones pasaron de la piel al alma. El deseo había dejado lugar al éxtasis contemplativo de la paz. Ya ni siquiera el mar existía para nosotros, por que si hubiera existido nos hubiéramos congelado. Sentía la paz del orgasmo, el amor del anciano.

En esta isla la primera luz es muy temprana. La luz con la que se despidió la luna nos sorprendió en la mañana. El amanecer se convertía en el ocaso de nuestro amor…………….

Una alborada nos alcanzó para conocernos a través de nuestras caricias. En mis pies quedó dibujado su cuerpo y su alma. La sensualidad superó al amor o se transformó en Él, por que puedo asegurar que la ame intensamente. La sentí como parte de mí, la amé como a mi propio ser, en mi corazón conservó su recuerdo imborrable.

Nunca le di un beso, nunca le estreché una mano, nunca la abracé, nunca le dije una palabra de amor, solo la amé, la amé debajo del agua.

Datos del Relato
  • Categoría: Confesiones
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