1ª parte.
Hace bastante calor. Mi cuerpo se debate entre la modorra del final de la siesta y la necesidad de ponerme a trabajar. Son las seis de la tarde. Por fin me levanto bañado en sudor. El aire acondicionado no funciona del todo bien. Tendrán que venir a revisarlo. Me voy derecho a la ducha. El agua tibia me despeja. Me envuelve una voluptuosidad que acaba por agrandar al máximo mi pene. Me acaricio con el jabón todo mi cuerpo. Pellizco las puntas de mis tetillas. Un deseo cada vez más fuerte me induce a seguir masturbándome. No me reprimo. Sigo acariciando mi sexo, enrojecido entre la espuma, duro, hambriento por explotar, pero aguardo un instante más. El agua me cae sobre la espalda. Intento pensar en algo dulce, en una mujer desnuda frente a mí ofreciéndome su vulva ... y al volver a coger con mi mano y frotar en rítmicos impulsos mi enorme polla, exploto en una corrida intensa, placentera, "¡qué gusto ...!".
Me visto con rapidez. Antes de salir llamo a la oficina:
- ¿Tengo alguna visita, señorita Isabel?
- Ha llamado una señora hace unos minutos. Ha dicho que se pasaría sobre las seis y media para hacer una consulta. Le dije que a esa hora siempre estaba usted en el despacho.
- Ha hecho bien. Dentro de unos minutos estaré ahí. Hasta ahora.
Me pongo un fresco traje de verano. En el garaje conecto el aire climatizado del coche. No noto el calor de la calle. En sólo cinco minutos estoy en el centro comercial y de negocios de la ciudad. Aparco en el sótano de unos grandes almacenes. El edificio donde se encuentran numerosas oficinas de importantes firmas está anejo al anterior.
No había hecho nada más que sentarme en la mesa del despacho y ordenar los documentos que había dejado al mediodía, cuando por el interfono me anuncia mi secretaria la llegada de la señora que había preguntado anteriormente por mí. Le digo que la haga pasar. Me levanto y me dirijo hacia la puerta.
Estoy acostumbrado a ver hermosas y atractivas mujeres. No me suelo impresionar. Pero ante semejante mujer que cruzó la puerta de mi despacho, no pude menos que tragar saliva y calmar el nerviosismo que se apoderó de mis sentidos. ¡Era sencillamente impresionante! Al ofrecerle asiento frente a mí, se subió ligeramente la falda al sentarse y, al cruzar las piernas, dejó a mi vista unos muslos perfectos.
Durante un tiempo hablamos de sus deseos de invertir parte de un capital heredado no hacía mucho tiempo en aquellos productos que yo le aconsejase eran o serían los más rentables. Me esforcé en ser lo más eficaz posible.
El tema, no obstante, estaba tocando a su fin. Le había facilitado varios folletos explicativos. Ella había ido asintiendo y, sólo de vez en cuando, había hecho alguna pregunta acertada para aclarar determinados conceptos. En un momento dado no pude dejar de mirar fijamente los voluminosos pechos que se marcaban a través de la suave blusa de seda. Con el fresco del despacho, los pezones se dibujaban erectos. Ella se dio cuenta de mi mirada. Se dibujó en su rostro una maliciosa sonrisa. Al menos eso creí apreciar. Cuando volví a fijarme en ella tras tomar de la estantería los últimos folletos que quería presentarle, comprobé que se había desabrochado un botón. La visión era aún más turbadora. En estos casos había que comprobar si el ofrecimiento a la vista podía ir a mayores. Quise mostrarle unos datos, y para que se fijara dónde, me levanté y rodeé la mesa. Como quien no se da cuenta, al señalar unos gráficos, puse mi brazo derecho junto a su seno izquierdo. El contacto, consiguió ponerme de un cachondo que no sabía si podría disimularlo. Ella, no sólo no se retiró, sino que apretó aún más su pecho contra mi brazo. Era una señal inequívoca de que aceptaba más.
Deslicé mi brazo por detrás de su espalda y sin pudor metí mi mano por la abertura de la blusa. Acaricié su seno con goloso placer. Ella cerró los ojos admitiendo la caricia.
- ¿Y si dejamos para más tarde estos aburridos folletos?- susurré a su oído a la vez que besaba suavemente su cuello y su hombro. Los dejé abandonados en la mesa y rodeé con mis brazos su cintura. La levanté de la butaca y la estreché contra mí a la vez que le hincaba entre las piernas mi abultado y endurecido pene. Ella hizo un gesto de encaramarse sobre él con deleite. Mientras la desnudaba, sin prisa, regodeándome con la visión de sus pechos que apretaba y sobaba con pasión, pellizcando suavemente unos pezones endurecidos por el placer que experimentaba a medida que la acariciaba, le introduje mi lengua en su boca abierta de deseo y besaba con fruición sus labios sabrosos que pedían más y más placer. Había dejado deslizarse la falda hasta el suelo. Sólo faltaba por quitarle las diminutas braguitas que apenas si cubrían un delicioso sexo deseoso de que alguien, en este caso yo, se lo comiera.
También yo había ido desnudándome poco a poco. Casi a la par. Fue ella la que con manos expertas me bajó y quitó los slips. Admiró mi erección y con las dos manos comenzó una suave y lenta masturbación. Cuando ella quiso, acercó su boca y se la introdujo como si de un enorme polo se tratara. Con su lengua rodeaba el glande y mamaba con glotonería una y otra vez, metiéndosela toda hasta la garganta. Al rato, la tendí sobre la moqueta y comenzamos un 69 apasionado. Introduje mi cabeza entre sus piernas abiertas. Aspiré el olor característico de un sexo de mujer en pleno celo. Su vulva, el clítoris, habían aumentado unos milímetros de tamaño. Cuando lamí con incontenible deseo su clítoris e introduje en su vulva una y otra vez mi lengua enloquecida de placer, toda ella manaba jugos indicativos de que estaba preparada para ser follada. Pareció que adivinó mi pensamiento:
- ¡Espera!...¡Ah!...¡Quiero que me folles ya! Pero antes... Alargó su mano al bolso y extrajo de él un preservativo. Sabía lo que hacía. Lo liberó de su envoltorio y en un instante, a la vez que seguía chupándome la polla, me lo puso con gran pericia.
Ella eligió la postura. Tendido en el suelo, enhiesta mi verga, montó a horcajadas sobre mí y fue bajando en interminables segundos sus hermosas caderas hasta introducirse en su maravilloso coño, lentamente, mi endurecido cipote. ¡Por fin se la había clavado hasta las mismas entrañas! Durante unos segundos nos miramos a los ojos:
-¡Tía, qué buena estás! ¡Eres 10! Si fuera capaz, estaría toda la tarde con la polla dentro de ti. No me cansaría de follarte cuantas veces quisieras.
-¡Tú también sabes hacerlo! ¡Eres un buen semental, de los que quedan pocos! Anda, muévete despacio. Aguanta todo lo que puedas. Quiero correrme contigo dentro.
Ambos comenzamos a movernos con ritmo pausado. Mis manos acariciaban sus pechos y pezones acelerando su clímax. Ella gemía de placer cada vez más incontroladamente. Estaba llegando al orgasmo, pero quise, deteniéndome un instante, dominar por unos segundos su goce.
- ¡Sigue, no te pares demasiado, no me hagas sufrir, me estás volviendo loca de deseo, lo estás haciendo bien! ¡Oh, qué placer me está viniendo ...! ¡Qué gusto ...!
Le cogí el clítoris y se lo acaricié con presión sobre mi pene que subía y bajaba dentro de ella. No pudo resistir más y estalló en gemidos de placer.
- ¡Ah, me corro, me corro, qué gusto ... qué placer...! ¡¡Follame, follame, cabrón ...!!
Cogí con mis dos manos sus glúteos carnosos, y apretándolos contra mi vientre, en varias penetraciones aún más intensas y profundas, noté que me ascendía hasta la polla un chorro de semen imparable. Descargué con deleite todo lo que tenía dentro.
- ¡Ah, cómo me estoy corriendo ... toma, toma ... pedazo de tía buena...!
Creí que descansaría un momento. Pero me sorprendió agradablemente lo que hizo. Fue todo un detalle. Se salió de mí, aún en erección, quitó el condón que me aprisionaba el pene, le hizo un nudo y lo apartó a un lado. Con un pañuelo de papel limpió todo resto de semen de la polla. Le dio una larga chupada y sin decirme nada se la metió de nuevo en su enrojecida vulva, húmeda y jugosa. Sentí, “a pelo”, su caliente interior con inusitado placer. No tenía, por ahora, más semen, pero saber que estaba dentro de ella sin barreras, convulsionó varias veces todo mi cuerpo.
- Anda, muévete un poco más. Quiero seguir sintiendo tu polla dentro de mi coño. Estoy todavía excitada, cachonda. Por favor, mastúrbame el clítoris despacio, muy despacio. Verás cómo enseguida me corro.
No necesitaba pedírmelo con tanto mimo. Por tocar su cuerpo, sus senos, las nalgas prietas que se acoplaban firmes sobre mi verga, su sexo excitado; por follarla hasta la extenuación, daría toda la tarde y la noche. Concentré mis caricias en su bien lubricado clítoris. Primero muy despacio, sintiendo que ella se estremecía de nuevo entre mis brazos, después aumentando el ritmo y la presión, conseguí que gimiera de placer y se retorciera de gusto clavado su cuerpo en mi pene. Pocos minutos después se estremeció de gusto al venirle un nuevo y explosivo orgasmo.
- ¡Ya ... ya ... otra vez! ¡qué placer ... mamón! ¡Cómo sabes hacerlo ...! ¡Me corro ...! ¡Folla ... folla ...! ¡Ah!
Cayó exhausta junto a mí. Había vaciado la bandeja del placer y estaba llena. Había saciado su hambre de sexo. Ahora, desmadejada, parecía algo más débil. Aún estaba dentro de ella. Su misma debilidad me excitó casi tanto como al principio. Mientras le acariciaba los pechos, le comía suavemente los pezones, le pasaba la mano por las nalgas y el mismo sexo, caliente y húmedo, sentí que mi polla se endurecía por momentos. Ella lo notó enseguida.
- No quiero que te corras dentro de mí sin condón. Si quieres te hago una paja o, mejor, te la chupo. ¡Está tan rica!
No me importó que lo hiciera. Yo le había proporcionado un segundo orgasmo, y ahora, cuando yo volvía a tener deseos de otro, ella quería corresponderme. Cogió entre sus manos mi polla ardiente y se la tragó literalmente. Luego, con suaves lamidas apretando sus labios contra el capullo, rojo y duro, chupando los jugos que se desprendían, acariciando los testículos para excitarme aún más, consiguió sin esfuerzo que saliera a borbotones de mi polla un chorro de semen. Evitó tragárselo y le chorreó por el cuello y por los senos.
- ¡Ah, mamona, qué gusto ...! ¡Cómo siento que me sube por la polla...! ¡Oh, me muero de placer ...!
Abrazados, mezclados nuestros jugos y sudores, permanecimos un rato descansando. Al cabo, le indiqué un diminuto pero pulcro cuarto de baño al fondo del despacho, en un ángulo interior. En unos minutos se duchó y maquilló. Al salir parecía que no había ocurrido nada. Se acercó a mí y me besó en la boca.
- No dudes que volveré a consultarte de nuevo en otra ocasión. Seguro que me aconsejarás tan bien como hoy.
- Te estaré esperando. No tardes mucho.
La apreté otra vez contra mí en un intento absurdo por retener en mi cuerpo su propio cuerpo, como si quisiera meterlo de nuevo dentro de mí. Ella se dejó. Sonrió y me acarició la barbilla.
- Eres un pillo, asesor.
Miguel, he leido varios relatos tuyos, decubriendo en cada cual mas placer. Eres un auntentico mago de las palabras, sabes como hacer disfrutar... Enhorabuena... xxx