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En la funeraria

Hace unos años, un compañero del trabajo tuvo una pérdida familiar irreparable. Un contingente de la oficina nos dispusimos a ir a la funeraria para acompañarlo en esos momentos de trance que se sienten interminables.



El velatorio está en el sur de la ciudad, sobre el periférico, muy cerca del Tec de Monterrey; probablemente la gente que lea este relato y viva por el sur de la ciudad, sabrá a que funeraria me estoy refiriendo.



En ese entonces Ernesto (no es su nombre real), estaba como adjunto en mi departamento, y era quien nos atendía bastante papelería de recepción, por ende y como jefe inmediato de Ernesto, tuve que presentarme un mayor tiempo en la funeraria y asistir con mi esposa.



Cuando le avisé a mi esposa de que iríamos a darle el pésame a Ernesto y acompañarlo en su dolor por un rato, decidió acompañarme sin protestar en lo más mínimo, (ustedes saben como son a veces las mujeres, que para salir a un evento así se ponen como energúmenos, excepto si quién fallece es alguien de su familia, ¿no es cierto?).



Le pedí que cuando yo llegara a la casa ya estuviera ella lista, para que solo llegara a darme una ducha y cambiarme de ropa, tendría que vestir de negro, pues así es la costumbre. Ella también tendría que ir vestida con ropa de color negro. Pero que creen, cuando llegué a la casa la cabrona ya estaba vestida con un pinche pantalón negro mata pasiones, le dije:



–No mamacita, ahorita mismo te me cambias ese pinche pantalón, te me pones unas pantimedias de color natural y te me pones una minifalda, tienes un chingo y no he gastado a lo pendejo; ponte unas zapatillas y una pinche tanguita negra.



Por supuesto que ella me replicó y hasta se encabronó conmigo, pero finalmente me hizo caso y encabronada o no, se tuvo que cambiar. Y es que era lógico, quién estaba de luto era otro y si tengo una esposa como la que tengo, no enseñarla es un pecado. Es muy linda y tengo que explotar su belleza, no solo para satisfacción mía, sino para todos aquellos que la ven pasar por la calle, o en este caso, ustedes que la conocen, aunque sea en fotografías.



Pues ya sabrán, llegamos a la funeraria y acompañamos a Ernesto durante un buen rato, de hecho, nosotros fuimos los últimos en salir de ahí.



Mientras estuvimos en la funeraria y con caras muy largas por la tristeza que embargaba a nuestro compañero de trabajo, no podíamos hacer más que hablar muy bajito entre unos y otros. Mi esposa, por supuesto, se sentía un poco incómoda al obligarla a vestir así, especialmente por la situación en la que se encontraba Ernesto y la gran cantidad de compañeros de trabajo que se encontraban en el lugar; más sin embargo nos ubicamos en una esquina donde casi le dábamos la espalda a todo mundo; llegó a sentirse más tranquila, pero trataba al máximo de ocultar sus piernas con su sweater al sentarse.



Poco a poco se fueron retirando los compañeros de trabajo y en la funeraria solo quedaron los familiares más cercanos de Ernesto así como su esposa y sus dos hijos. Ambos menores de edad.



Hicimos buenas migas con un primo de Ernesto, quien también estaba con su esposa, un tipo también cuarentón, y es que de alguna manera, era quien más plática tenía con los compañeros de Ernesto. Vamos, era el más consciente y congruente al hablar. También era el más interesado en las piernas de mi mujer, ya que desde que llegamos al lugar, no perdía momento alguno por hacernos plática u ofrecernos alguna bebida o cualquier otra cosa.



Cuando se retiraron todos los compañeros de la oficina, mi esposa no quiso cambiarse del lugar en donde nos encontrábamos; pero el primo de Ernesto tampoco dejaba de platicar con nosotros. Hubo un momento en el que mi esposa y yo nos quedamos solos, ya que habían mandado traer a Felipe (tampoco nombre real).



Me dice mi esposa:



--(Ella) No chingues amor, este cabrón solo está esperando que me mueva o que me quite el sweater para verme todo lo que pueda.



--(Yo) Pues vamos a hacerlo, deja que te vea un poco; quítate el sweater, cruza las piernas y te lo vuelves a colocar encima.



--(Ella) Pero es que no se si vean los que están atrás, además, ahí está toda su familia, no te vayas a meter tú en una bronca, y que al rato te vayan a decir que tienes una esposa bien prosti…..



--(Yo) Me vale, hazlo solo una vez y si vemos que hay pedos, pues nos largamos, finalmente ya estuvimos acompañando.



A los pocos minutos regreso, nos seguía platicando de muchas cosas, por cierto, pláticas muy estúpidas, pero finalmente estaba sentado exactamente frente a nosotros, solo que nosotros estábamos sentados en un sillón tipo Love Seat y él en una silla plegable.



Mientras el hablaba, y como yo tenía sujetada a mi esposa de la mano, la señal era que, cuando yo le apretara algo más fuerte la mano, ella haría lo que le pedí. Así lo hicimos; entonces le apreté su mano, de inmediato ella me soltó la mano, lentamente se quitó el sweater de las piernas y ni ella ni yo le quitábamos la vista a la mirada de Felipe. Su reacción fue inmediata, bajó la mirada sin dejar de hablar y la dirigió a los muslos de mi mujer.



Ella, todavía moviéndose un poco de lado, cruzó lentamente la pierna y mientras según ella se acomodaba la falda, Felipe nunca le quitó la mirada de encima. Nuevamente se colocó el sweater, tratándose de cubrir la totalidad de sus muslos, ya que no le cubría ni las rodillas ni las pantorrillas, y miren ustedes que mi esposa tiene unas pantorrillas de buen tamaño y forma. En ese momento sentí una erección tan fuerte y rápida, que hasta se me jalé con la punta de la verga, algunos bellitos.



Así duramos un buen rato platicando, y cuando mi esposa se cansó de tener en una misma posición sus piernas, al cruzarlas hacia el otro lado siguió las mismas indicaciones, por lo que Felipe estaba feliz.



Al parecer, su esposa de Felipe ya se había dado cuenta de lo sucedido, así es que lo volvió mandar traer una vez más, pero no tardo en regresar, pues la vista que estaba ofreciéndole mi esposa y con mi aprobación, no era para perderse ni un instante.



En la tercera ocasión que lo mandaron traer, queremos pensar que una vez más había sido su esposa, aproveché el momento para hablar con mi mujer:



--(Ella) Ya amor, creo que ya se dio cuenta su esposa, no me vaya a venir a hechar bronca y la verdad es que no quiero tener pleito con nadie, y aunque él esté de baboso, su vieja me puede decir alguna tontería.



--(Yo) Va, pero no seas malita, la última jugada y nos vamos, como ves?



--(Ella) Pero es que ya me vio toda, no ves como me observa, como si nunca hubiera visto unas piernas con pantimedias.



--(Yo) Pues a lo mejor no, ve como está su esposa, parece ballena. Solo aguántame un rato, voy a miar, en cuanto llegue yo, hacemos que te vea una vez más y nos vamos.



En efecto, cuando regresé, él ya platicaba con mi esposa, pero ella se había mantenido cubierta de las piernas. Fue entonces cuando comencé a decirle a Felipe que pues, nos había dado mucho gusto platicar con él, y que esperábamos que no fuera la primera vez que lo hiciéramos, pero no en las mismas condiciones.



En ese momento fue cuando mi esposa se quitó el sweater y se reacomodó la falda, ya que se le había subido un poco. Se mantuvo sentada en lo que terminábamos de despedirnos y darnos nuestros teléfonos para tener algún contacto futuro. Mi esposa no dejaba de mover las piernas, y por supuesto que Felipe no dejaba de mirarla.



De repente, bolas; que llega la esposa de Felipe a sentarse junto a él; los colores en la cara se le iban y se le venían, se puso rojo como un tomate, pero mi esposa y yo nos mantuvimos siempre muy ecuánimes. Nos levantamos, nos despedimos de Ernesto y de toda la familia y nos retiramos del lugar.



Al llegar a la casa, le pedí que me permitiera fotografiarla y que creen, capturé algunas imágenes de ella vestida como fue a la funeraria. Terminamos cogiendo como locos, pensando que Felipe era un tercero en nuestra cama, mientras mis manos hacían la función de un segundo caballero. Fue simplemente rico, vamos no hay palabras como describirlo.


Datos del Relato
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