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Categoría: Maduras

En la cocina de mi profesora

Hola amigos. Esta historia me ocurrió hace algunos años.

Era mi primer año de universidad y, como muchos novatos, fue un tiempo en el que no faltaban las fiestas, asados y tomateras cada fin de semana. A pesar de todo me fue bastante bien y aprobé todos los ramos.

Un sábado, mis amigos y yo decidimos ir a una fiesta a nuestro ex – colegio. Cuando llegamos nos pusimos inmediatamente a bailar. Todos queríamos ligar con alguna niña (por supuesto que menor que nosotros, pues eran todas escolares). A mi se me hizo un poco difícil ya que siempre aparento más edad de la que tengo (tenía 18 y parecía de 25).

Cuando ya estaba casi listo con una de 14 llegó su padre a buscarla así que quedé pagando. Me fui a sentar a la barra a conversar con chicos del cole y profesores que estaban allí cuidando que nadie se emborrachara demasiado e hiciera desordenes.

En eso estaba cuando la vi: alta, morena, preciosa… Era la profesora de biología que me hizo clases los últimos cuatro años, la que me hizo soñar los últimos cuatro años: con besarla, tocarla, poseerla…. La saludé con un beso en la mejilla y un abrazo. Estaba exquisita, con una falda más bien corta y apegada y una blusa que insinuaba unos hermosos senos. Aunque en ese tiempo tendría unos 39 años no los representaba para nada. Charlamos de las bromas que hacíamos en clases y otras cosas de colegio. Casi sin darnos cuenta la fiesta se acabó y yo, como buen caballero me ofrecí llevarla a su casa. Me dijo que no porque estaba bebido.

Pero si usted vive muy cerca de aquí Srta. Gómez.

Está bien, pero antes de irte pasas a mi casa a tomarte un café.

OK!- dije entusiasmado. Pensé que tendría más suerte de lo que imaginaba.

Al llegar pasamos a la cocina y, mientras hervía el agua dándome la espalda, yo la miraba y me pasaba rollos.

Habla despacio que mi marido está durmiendo.

No se preocupe- susurré mientras me acercaba a ella- Nadie va a saber que estuve aquí.

Ya me encontraba justo detrás de ella. Puse mis manos en su cintura.

¿Qué estás haciendo? – me preguntó nerviosa.

Relájate profe, sólo quiero hacerte un cariñito. Hace tiempo que me tienes loco.- le dije al oído mientras mis manos acariciaban su cinturita y sus caderas.

No, para por favor alguien puede escucharnos.

No te preocupes.- la besé con fuerza en los labios, ya mis manos estaban en sus firmes pechos.

Esto no está bien, no corresponde…

Ya no podía hacer nada. Cuando la volteé y le agarraba el trasero no pudo resistirse al placer. No hagas mucho ruido fue lo único que atinó a decir. Le quité la blusa de un movimiento y pude ver ese par de tetas de exposición. Como un bebé las chupaba y mordía, ella sólo gemía. Comencé a bajar frotando mi cara en ese cuerpazo hasta llegar a su conchita que ya estaba bien mojada. Luego de quitarle el diminuto calzón procedí a lamer su clítoris. Ella estaba como loca. Me agarraba la cabeza y me tiraba el pelo. No pasó mucho rato hasta que acabó en un gran orgasmo. Tuvo que tapar su boca para no gritar.

Luego me paré y nos besamos como enajenados. Me sacó la camisa y me besaba el pecho. Se agachó y abrió el cierre de mi pantalón. Sacó mi verga y la comenzó a chupar como condenada. Advertí que el marido la tenía dejada de lado.

Eso mi perrita, sigue así. Seguro que el viejo de tu marido no la tiene tan grande y dura. Qué bien lo haces, se nota que estabas hambrienta.

Cuando sentí que iba a acabar la saqué de su boca para llenar su cara de semen. Nos abrazamos un rato sin dejar de tocarnos y lamernos.

Te tienen bien botada parece. Prepárate que ahora viene lo mejor.

Sí, sí, cógeme mucho, soy toda tuya.

Estando yo de pie ella se me subió. De una sola estocada ya estaba en lo más profundo de su concha. Fue increíble, era bastante estrecha y eso me daba mucho placer. Ella gemía y gritaba, ya no le importaba que la escucharan. Acabámos los dos en un tremendo orgasmo. Pasó muy poco rato y ya estaba listo de nuevo. Se puso en cuatro y yo le metía un dedo en el ano, luego dos…

No, por ahí no, nunca lo he hecho.

Siempre hay una primera vez… Dicho y hecho: mi pene iba entrando lentamente en su culito. Sentía sus quejidos de dolor, pero que pronto se transformaron en placer.

Ayyy, ayyy! Esto es lo mejor, no pares que te mato.

Varios minutos después acabé. Continuamos tirando un rato más hasta que sentimos pasos en el segundo piso. Nos despedimos y salí en pelota de la casa. Nos seguimos viendo a escondidas por un tiempo hasta que, por el trabajo de su esposo, se fue de la ciudad.

Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
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