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Mi nombre es Noah y si bien puedes leer este relato de forma independiente, puedes elegir leer su primera parte haciendo clic Aquí.
- Siento que he cumplido una fantasía - le dije a Vicentín. - Incluso una que ha superado mis expectativas.
Hugo Vicentín, mi psicoanalista, no respondió. Decir que le hablaba a él, en realidad era muy relativo. Como hago diván, la mayoría de mis oraciones iban dirigidas hacia una pared blanca, en cuyo centro superior estaba enmarcado su diploma de licenciatura. Y Vicentín utilizaba esa desesperante técnica de no hablar demasiado, al punto que a veces no sabía si realmente estaba escuchándome o acaso se había dormido mientras yo relataba mis monólogos.
- Bruno y yo tuvimos un torpe primer encuentro en el vestuario hace tres meses atrás - le expliqué. - Pero fuimos interrumpidos por Edgardo, el dueño del gimnasio y un gran referente de castración en mi vida. Nunca se enteró que esa oportunidad, en realidad, estábamos en el mismo cubículo de ducha y yo estuve a punto de mamársela al mejor alumno que tenía.
- Y ese encuentro interrumpido fue generador de fantasías - dijo Vicentín, que sí me estaba escuchando.
- De muchas - afirmé. - Porque Bruno es casado, o al menos mantiene una relación estable con una mujer y creo que tiene una hija. Ese día había decidido experimentar conmigo porque no fue ningún alumno más de mi turno. Sólo tuvimos un par de juegos con las manos, cuando Edgardo nos interrumpió. Tras ello, no volvimos a hablar del asunto y poco a poco fui asumiendo que quedó en el olvido indefinidamente.
Recordé experimentar cierta desilusión al comprobar que la historia no continuó tras la interrupción. Quizá en mi ley de no presionar, me pasé de la línea y mi no intervención fue recibida como indiferencia. Pero lo cierto es que los primeros días, quedaba colgado por Bruno esperando alguna clase de indicio de que su deseo continuaba vigente. Tampoco nunca lo percibí de su parte.
- Después del accidente de Edgardo y asumir al cargo de entrenador en el gimnasio, mis energías frustradas estuvieron vinculadas hacia cosas que sí podía hacer - continué explicando. - Y tomé la labor de entrenar a Bruno con profesionalismo, como al resto de mis compañeros. Así que durante un mes, fue simplemente un alumno más.
- Hasta anoche.
- Hasta anoche - repetí. - Como llovía torrencialmente, nadie del horario de las 19, el último turno de CrossFit, apareció. Excepto él. Creo que vio la oportunidad perfecta, porque volvió a repetir los viejos patrones de seducción. Y no es que yo sea una persona a la que le cueste mucho ser seducida. Simplemente fue hacia el vestuario, se desnudó y me llamó, con la excusa de que le alcanzara su mochila que convenientemente se olvidó en la entrada del gimnasio.
- Ajam... - sentenció Vicentín. - Se olvidó.
Era obvio que lo había armado de aquella manera. Pero lejos de parecerme rebuscada, me causaba gracia todas las molestias que se había tomado para llamar mi atención.
Recordé el día anterior. El atardecer lluvioso, la soledad de un gimnasio imponente que teníamos solamente para nosotros y el morbo de concretar aquello no resuelto.
Me pidió que le acercara la mochila que dejó en el salón y al llegar hasta la puerta del vestuario, vi su cuerpo escultural completamente desnudo, su sonrisa pícara invitándome a perder los papeles del profesionalismo y caer en la más pérfida tentación.
- Supongo que no vendrá nadie - analizó.
- Supongo que no - dije. - Así que es mejor si le echo llave a la puerta.
Lo vi entrar en el vestuario nuevamente mientras me dirigí a cerrar con llave la entrada de vidrio. La tarde de lluvia no había provocado un descenso de temperatura considerable, o quizá mi temperatura corporal había aumentado en los últimos segundos, porque sentía que mi frente comenzaba a derramar sus primeras gotas de sudor.
Me obligué a calmarme. Había hecho cosas así mil veces antes y con hombres incluso más atractivos que Bruno. Entonces, ¿qué es lo que me ponía tan nervioso? Quizá el hecho de que fuera alguien cercano o porque mi antigua faceta de histeria me impedía concretar un deseo que tenía marcado.
Mientras cerraba la puerta, no pude evitar mirar de reojo la cámara de seguridad que estaba instalada en el gimnasio. En los primeros tiempos de entrenamiento, Edgardo nos mandaba capturas de las clases que tomaba con su celular, imponiendo implícitamente que nos estaba controlando pese a que no estuviera presente. Supuse que en su etapa de rehabilitación física, no estaría pendiente de su teléfono, mirando como otros hacían su trabajo. De hecho, ansiaba enormemente que estuviera sumido en su propia depresión, para no tener que lidiar con él por lo que estaba por suceder.
Aun así, no había cámaras de vigilancia en los vestuarios, que es donde Bruno me esperaba.
Fui hasta allí y el muchacho continuaba desnudo y predispuesto a que pasemos un buen momento, variando alegremente entre su valentía por el acto seductor y la timidez con matices de brutalidad que lo caracterizaba.
Bruno, que estaba sentado en el banquillo de madera, se puso de pie cuando me vio ingresar, emulando a un paciente que esperaba ansioso la respuesta de un médico para recibir noticias. Sus nervios me llevaron a tomar el control de la situación. Alguien tenía que bajar a tierra o el encuentro se vería entorpecido por los nervios.
Saqué una de las toallas grandes de un casillero y la tiré en el piso, sin decirle ninguna palabra. Luego, me senté, todavía vestido y lo invité con un movimiento de mi mano a que me acompañara.
- Parece que estuviéramos por hacer un picnic - se burló, pero aceptó la invitación.
- Vamos a comer, eso es obvio - respondí.
De nuevo su risa nerviosa sonó con todo su poder. Se acostó pero se inclinó de lado, apoyado sobre su brazo izquierdo. No podía negar que era una imagen tan bella que desesperaba.
Tenía que tomar el mando.
Me incliné y le di un beso en los labios, al tiempo que mi cuerpo comenzó a empujarlo con sutileza para que se acostara y me dejara hacer el trabajo. Me devolvió el beso y, a diferencia de la primera vez que intercambiamos saliva, no dudó en usar su lengua. Su boca tenía un fuerte sabor a menta. Se recostó hasta que su cabeza quedó completamente apoyada en el piso. Sus manos, entonces, fueron directamente hacia mi cuerpo, invitándome a que me quitara la ropa.
- No tengo los abdominales marcados como tú - me burlé.
- No me importa - respondió. - Quiero verte sin nada.
Verme sin nada no era lo mismo que verme desnudo, pero pasé por alto la expresión. Bruno exteriorizando sus deseos era una de las novedades del año.
Me incliné sobre su pelvis y estiré mi remera para quitármela. Dejé que me apreciara mientras sus manos acariciaban mi abdomen, hasta donde la extensión de sus brazos se lo permitía, mientras que yo sentí su erección al chocar contra mis nalgas. Giré para ver su miembro erecto. No era muy largo, aunque bastante gordo y mantenía un poco de vello. Bruno era más bien lampiño, por lo que tenía poco manto de pelo corporal.
Bajé mis manos y las coloqué detrás de mí para que tocaran su miembro. Se estremeció ante el contacto, dejó de acariciarme y cerró los ojos como si estuviera disfrutando del placer más grande de su vida.
En ese momento me di cuenta de una realidad, que estaba pasando por alto.
- ¿Soy el primero? - pregunté.
- ¿El primero que qué? - preguntó él, volviendo a abrir los ojos.
- Tu primer chico - contesté. - ¿Soy el primer hombre con el que estás?
Bruno se mordió el labio. Actitud que presumo que tuvo que reemplazar a su característica de agachar la cabeza, ya que estando acostado le era imposible.
- ¿Tienes que preguntarme eso...? - preguntó, como si aquello le doliera. - No tengo muchas experiencias sexuales. He estado con dos mujeres aparte de mi mujer actual. Ambas fueron también relaciones oficiales durante mucho tiempo. Yo vengo de la escuela donde conocías a una chica, empezabas a ser su novio, luego te casabas, tenías hijos y formabas una familia.
- No fue eso lo que te pregunté - le respondí a toda su historia. - Sólo quería saber si era tu primer chico.
Bruno volvió a reírse, lo que le permitió relajarse.
- Sí, sí - contestó al final. - Lo eres.
La respuesta era, de por sí, obvia pero me dio tiempo para trazar un plan. Bruno estaba revolucionado con lo que estaba viviendo, quien lejos de comportarse como la bestia semental que yo vaticinaba que podría ser, su temperamento era más comparable con el de un púber. Si presionaba demasiado, podría recrear la escena de Jason Biggs y Shannon Elizabeth en American Pie y aquella divina experiencia podría convertirse en algo frustrante.
Lo vi, más que nada, como un entrenamiento de los que me encargaba de hacer las rutinas. Si quería que los chicos funcionen, no podía darle todo el trabajo pesado en la primera clase. Primero porque no lo lograrían y, segundo, se frustrarían por no conseguirlo y no querrían volver más. Con Bruno tenía que intervenir de la misma manera.
- No hubo un gran cambio de roles allí, ¿no? - me preguntó Vicentín, trayéndome a la realidad.
- ¿A qué se refiere? - pregunté.
- Entrenador para los chicos de CrossFit, entrenador personal para Bruno - comentó, casi como al azar.
- Pero esta no fue una clase de CrossFit - argumenté.
- ¿No lo era? - preguntó Vincentín, con la ironía que tan mal le queda a los psicoanalistas en momentos de tensión. - Porque según la historia, parecía que estaba entrenando.
Suspiré con fastidio.
- ¿Qué tiene de malo entrenarlo si es que el chico no había tenido ninguna experiencia previa? - continué. - Gracias a eso, pudimos pasar un gran momento. Bajé las expectativas de lo que pudo haber sido y obviamente no sería, permitiéndome entrar dentro de un terreno donde la satisfacción se podría dar en menores medidas, pero satisfacción al fin.
- Que satisfactorio es entrenar a otra persona, ¿no? - comentó.
Era cierto que estaba jugando al papel de entrenador. Era la prostituta que está dispuesta a hacer debutar al muchacho joven. Pero no me importaba. Alguien tenía que tener el control de la situación y dirigirla. Si quería que Bruno experimentara, al menos hasta donde su lívido resista, los placeres del sexo con otro hombre, tenía que darle una pequeña probada de lo que se estuvo perdiendo durante tantos años.
Me incorporé y me dirigí hacia mi casillero personal. Tras poner la clave, lo abrí y dentro busqué una pequeña caja de madera, cuyo contenido había llenado de preservativos. Extraje uno, lo alcé entre las punta de mis dedos y se lo lancé a Bruno. El envión chocó contra su cuello, pero el muchacho lo tomó en su poder y comenzó a abrirlo con los dientes. Se dejaba guiar y eso era bueno, sin opinar a favor o en contra de que yo haya pasado por alto todos los otros factores que podían incrementar su placer. Probablemente porque no los conocía.
Mientras tanto, yo me bajé mis pantalones deportivos, ensalivé mis dedos y comencé a dilatar mi ano. Cuando ambos terminamos los preparativos previos, me volví a tirar a su lado y esta vez, me acosté con la cola a su merced.
Bruno sonrió al tiempo que se incorporaba y se ponía sobre mí. Tuviera o no experiencia en la temática, supo bien cómo encontrar el lugar donde tenía que entrar. De repente, tenía entre mis nalgas la punta de su verga, pidiendo permiso para el primer impulso.
- Sé suave - le indiqué. - No la metas como una bestia o esto va a terminar mal.
- Seré suave - prometió.
Poco a poco fue ingresando en mi interior y fue entonces ahí cuando sentí el placer de dejarme llevar. Bruno ni era tan inexperto ni era tan bruto como yo lo idealizaba, sino que sabía tener un buen movimiento y una gran medida de control.
Se recostó sobre mí, dejando que todo nuestro placer estuviera concentrado en las partes baja de nuestro cuerpo. Lo escuchaba jadear en mi oreja, disfrutar de poseerme y yo me excitaba ante sus gemidos. Su abdomen, firme y escultural, chocaba contra mi espalda. Hasta podía sentir el six pack en su totalidad.
- Como cuando a los alumnos les gusta cómo fue el entrenamiento del día, ¿no? - continuó Vicentín.
- Ya entendí el punto - le reproché. - Organizo toda mi vida como si fuera una clase de CrossFit.
Mi psicoanalista tenía la capacidad de sacarle todo el placer a un evento tan maravilloso y disfrutable como el que Bruno te esté rompiendo en dos.
- No creo que dure mucho - confesó Bruno. - Creo que voy a...
Ni siquiera pudo terminar la oración que ya lo había hecho. Pero en ese momento, poco me importó, sino que el escuchar lo mucho que lo había disfrutado, fue el deleite necesario para mí. Luego, se desvaneció sobre mi cuerpo como si hubiera sufrido un desmayo.
Siguió dentro de mí hasta que su verga, poco a poco, fue reduciéndose hasta el punto de no sentirla más en mi interior.
- Perdóname - se disculpó.
- Nada que disculpar - le dije. - Fue excelente.
Salió de encima pero se tiró a un costado. Como si el preservativo le estuviera picando, se lo quitó, lo enrolló y lo dejó a un lado de la toalla donde nos tiramos a practicar sexo.
Nos miramos en silencio y luego nos reímos, sin saber muy bien cómo actuar. En ese momento, post coito, escuchamos que la lista de YouTube que quedó reproduciendo en el gimnasio volvía a poner la canción de Luis Fonsi con Demi Lovato.
- ¿Pero es que va a salir cada tres canciones? - pregunté.
Bruno me miró como si hubiera perdido la razón.
- ¿De qué hablas? - preguntó, ajeno a la ambientación.
- No, olvídalo - dije, riéndome de mi propio desvarío. - ¿Cómo te sientes?
Miró hacia el cielo con una sonrisa satisfecha.
- Me siento con la culpa de no haberlo intentado todo este tiempo - afirmó. - Si hubiera sabido que sería tan estimulante, me hubiera animado antes.
- Todos tenemos tiempos distintos - confirmé.
- ¿Tú cómo la pasaste? - me preguntó.
No me preguntó cómo me sentía, sino cómo la pasé con él. El niño necesitaba una buena nota sobre su desempeño. Esas cuestiones de Macho Alfa de las que nunca podré entender del todo.
- La pasé fantástico - afirmé, porque independientemente de que no me agradaba aumentarle el ego a las personas, tenía que reconocer que me sentía feliz por lo que había vivido. - Fue como me lo imaginé.
Bruno sonrió y acercó sus labios hacia los míos. Allí tendidos, desnudos, en medio del vestuario del gimnasio, nos besamos apasionadamente por largos minutos. Luego, sin que yo me lo esperara, el chico se movió al punto de abrazarme y que quedara recostando mi cabeza en su hombro.
- El chico duro y torpe quería afecto - comentó Vicentín.
- Pero no cualquier clase de afecto - le respondí a mi psicoanalista. - Quería ese afecto de ser el hombro que envuelve y protege al otro, manteniendo su soberanía de ser el macho del vínculo.
- ¿Eso invalida su búsqueda de afecto? - preguntó.
No respondí. Porque en ese momento no se sintió mal ni consideré que fuera inválida.
Después de unos minutos, me levanté para ir al cubículo de los inodoros y limpiar los restos de aquel encuentro clandestino, inapropiado y que iba contra toda la ética que podía promover en el gimnasio.
Cuando salí, Bruno se estaba vistiendo. Ninguno de los dos sabía bien qué decir, porque quizá de todos modos las palabras sobraban. Ni él era bueno para la charla ni yo me encontraba en condiciones de sacarle conversación. Así que hice lo propio y comencé a buscar mi ropa también.
Salimos del vestuario entre suspiros devenidos a sonrisas y allí volví a ser consciente de la realidad. Afuera ya se había hecho de noche, lo que solía ser un proceso normal con los alumnos del último turno, y la lluvia se había convertido en una llovizna molesta.
- Creo que es hora de cerrar el lugar - afirmé.
- ¿Sabías que hay una competencia de CrossFit dentro de dos semanas? - me preguntó, hablando casi por encima de mí. - En Las Viñas.
- No, no tenía idea - contesté.
- Me gustaría ir - afirmó. - Le dije a mi señora que quería ir ese fin de semana. ¿Quieres que vayamos?
- ¿Pero te inscribiste? - pregunté, asombrado. - Además, ni siquiera sabemos el WOD ni entrenamos para ello. Quien se encargaba de las competencias era Edgardo, no yo. No tengo idea de cómo podemos...
Bruno comenzó a reírse ante mi explicación y yo me fastidié porque no me causaba ninguna pizca de gracia. CrossFit era disciplina y no ir a probar suerte en una competencia para la que no habíamos entrenado.
- No me entiendes - dijo Bruno. - Quiero decirte que puedo ausentarme de mi casa ese fin de semana. Podemos viajar o podemos quedarnos aquí.
- Ah - dije, respirando más tranquilo. - Tú quieres que pasemos el fin de semana juntos copulando como conejos.
- Exacto.
- Me encanta el plan - afirmé. - Mientras no fuera dejar al gimnasio mal parado en otra ciudad, me encanta el plan.
Me miró sonriendo pero no hizo el intento de acercarse a besarme. Probablemente porque también era consciente de que estábamos en un terreno con cámaras de vigilancia, lejos del idilio íntimo que nos representaba el vestuario.
- ¿Entonces sí?
- Claro que sí - dije. - Hay muchas cosas que me gustaría hacer contigo.
- Me imagino - afirmó. - Como así hay muchas cosas que quiero que me enseñes.
Volví a casa con la felicidad de haber tenido la mejor clase del mundo, aunque no me había dado cuenta de la sensación hasta la sesión del día siguiente. Tenía que reconocerle al maldito Vicentín que, una vez más, tenía razón.
- ¿Y ahora? - me preguntó mi psicoanalista.
Dudé unos segundos antes de responder, pero ya se me había cruzado una sonrisa en el rostro.
- Bueno, supongo que tengo dos semanas para preparar una clase mucho más larga.
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