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A mi no me pasan grandes cosas. A mi me suceden episodios sin casi importancia, que al final acaban en un roce, en lo mínimo que se despacha en aventura, principalmente porque soy casada y las cosas me suceden en los sitios más insospechados del mundo. Eso es lo que cuento aquí. Por suerte o por desgracia nunca he participado en grandes, ni en pequeñas, orgías; tampoco he conocido grandes pasiones, pero no sé porqué soy la reina de los pequeños sucesos, a los que ni me he negado, ni me negaré, porque me hacen sentirme viva.
Tengo 32 años, soy una mujer delgada, morena y dicen que atractiva, además creo que muy sensual para los hombres y mi mirada debe llevar escrita en los ojos la palabra "Si".
Por razones de trabajo me desplazo todos los días en metro hasta Argüelles, bueno vivo en Madrid. Era junio, se iba acercando el verano y ya todos estábamos deseando dejar aparcada la ropa de invierno. Yo me puse esa mañana una falda hipiosa, de vuelo, cogida en la parte de atrás en la cintura, algo así como un pareo amplio.
El metro a Argüelles siempre va lleno de estudiantes y a mi me gustan los estudiantes, sobretodo por las mañanas, cuando huelen a recién duchados.
Un chico alto, moreno, guapo en fin, se puso a mi lado en la plataforma posterior donde suelo colocarme cada mañana. Hubo una primera mirada sin más, bueno él me miró de arriba abajo y yo sabía que le había gustado. Esas cosas se notan.
Conforme se iba llenando la plataforma, hasta quedarnos pegados como japoneses, más se iba acercando a mi. Sentí el dorso de su mano tonta en mi muslo. Yo ni quería, ni podía apartarme.
El vagón hizo un brusco movimiento y cuando volvimos a acomodarnos su mano estaba justo detrás de mi culo. El miraba hacia el frente como si no pasara nada y yo intentaba buscar sus ojos sin conseguirlo.
Noté que comenzaba a mover sus dedos en mi trasero y la verdad es que me aparté un poco de la pared para facilitarle el trabajo, sentí su mano entre mis nalgas y esperé como una gata sus movimientos. Después de sobarme un rato sobre la falda, comenzó a buscar su apertura trasera. Parecía un experto. La localizó enseguida. Introdujo su mano y pronto noté que su mano apartaba mis braguitas, mínimas, y uno de sus dedos llegaba hasta mi mismo ano, mi parte más sensible.
Su dedo comenzó a dar vueltas muy suave sobre él y yo noté como se iba relajando y abriendo poco a poco. Estaba paralizada, yo creía que todo el mundo se estaba dando cuenta, pero no, afortunadamente.
Me introdujo parte de su dedo en mi ojete y con otro comenzó a recorrer mi coño empapado, acariciándome con mucho cuidado. Lento al principio, pero cada vez con más rapidez.
Noté que se me aflojaban las piernas.
Estábamos llegando a la estación y aunque estaba a cien no iba a poder terminar, le miré, me miró, sacó despacio su mano chupó sus dedos.
El metro se había detenido. Bajé sin mirar atrás. No sé si algún otro día volveré a encontrármelo.
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