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Ella era una mujer de 1,70 de estatura. Se consideraba una mujer normal. Pero no lo era. Su cuerpo no decía lo mismo, ni sus pensamientos tampoco. Estaba casada, pero no era feliz porque quería algo más.
En su interior había un fuego que no podía apagar. Cada noche esperaba que ese fuego fuese apagado por su marido, pero éste no estaba a su altura.
Ella se encontraba en una situación un poco desesperante. Constantemente deseaba apagar ese fuego interior pero no sabía muy bien como y lo peor, tampoco se atrevía a buscar la forma. Así que se conformaba con imaginarse en situaciones que deseaba ardientemente.
El verano aumentaba su fuego. Una tarde calurosa se encontraba en casa. Acababa de terminar sus tareas de la casa y estaba sola pues su marido había salido de viaje.
El calor que sentía era tan sofocante que decidió darse una ducha. Ya en el baño se disponía a desnudarse cuando repara en su imagen reflejada en el espejo. De repente algo en su mente y en la boca de su estómago la dejan temblando. Sus ojos recorren ansiosamente su figura. Hace tiempo que no se fijaba en sí misma. Empieza mirándose su pelo suelto, sudoroso y desaliñado. Ese aspecto le resulta algo deprimente pero en el fondo nota algo de rebeldía en su aspecto. Sus ojos miran con deseo y sus labios carnosos le sugieren sensaciones intensas en su mente. Los humedece ligeramente con su lengua. Sin quererlo deja escapar un ligero gemido. Repentinamente siente miedo de continuar pero ese gemido la ha excitado tremendamente y desea imperiosamente continuar. Por primera vez en su vida desea hacer algo atrevido. Algo que la haga sentirse liberada, así que decide continuar sin preguntarse nada. Solamente sentir, sentir, sentir y sentir. Lentamente baja su vista hasta sus pechos. Con la excitación sus pezones se han puesto duros. Sus pechos son hermosos y abundantes. Piensa en todas las veces que han sido motivo de sensaciones agradables. En las veces que han sido besados con pasión. En las veces que ella misma los ha utilizado para sus juegos. No puede resistirse y lentamente desabrocha la blusa que esconde tan hermoso tesoro. La blusa cae y deja entreverse un cuerpo sudoroso y a la vez hermoso. El sujetador, de encaje, transparenta el rosado de sus pezones, grandes y redondos que contrastan con la tez blanca de los pechos, protegidos y mimados del sol. Unos pechos erguidos que empiezan a ser tocados con el dedo anular de su mano derecha. El dedo recorre temblorosamente el valle por el que discurren las gotas de sudor entre ambos pechos. Lentamente recorre la parte que el sujetador deja desnuda y va de un pecho a otro. Los pezones aumentan de tamaño. La dureza de los mismos la hacen sentir un ligero dolor que la excita aún más. Ella traga saliva con cierta torpeza porque los nervios son presa de sus músculos. La respiración es agitada y entrecortada. Está disfrutando enormemente de ese momento, íntimo, libre y suyo. Su mano penetra con deseo entre el sujetador y la piel de su pecho izquierdo. Lentamente alcanza su pezón y lo siente duro y grande como nunca antes se le había puesto. Con cierto esfuerzo baja su sujetador sin desabrocharlo dejando el hermoso busto al aire. Levantado por la presión de la tela y aumentando aún más su volumen. Ella usa una talla ciento veinte pero le parece que ha aumentado casi al doble.
Nota que en su parte más intima empieza a rezumar con intensidad. Casi huele su excitación. Desea llegar hasta esa zona pero prefiere ir despacio disfrutando al máximo de todo lo que aún hay entre medias. Introduce ávidamente su dedo en la boca y lo moja en una saliva que casi se le ha ido de la boca debido a sus nervios. Pasa su dedo alrededor del pezón y disfruta de las sensaciones que le producen. Sus gemidos han empezado a oírse primero con cierto pudor pero ahora con gran pasión y desahogo, sin cohibirse.
Al escucharse se siente extraña de oírse gemir con tanto deseo. Como si no fuera ella. Le recuerda todas esas mujeres que ha visto en las películas pornográficas y que siempre le causaron rechazo por sentir que fingían y que esos gemidos eran ficticios. Ella ahora los hacía y no eran para nada ficticios sino reales, tremendamente excitantes y liberadores.
Vuelve a centrar su atención en su pecho que ahora aprieta con fuerza. Sus dedos presionan y estiran su pezón, que con la fricción presenta un color rojizo. Con su otra mano saca su pecho derecho y hace los mimos movimientos. Se mira al espejo y esa imagen de dos manos tocando apasionadamente sus pechos, las sensaciones que está teniendo y sobre todo ver su cara de deseo auténtico mucho tiempo reprimido la terminan de desenfrenar. Por su imaginación pasan miles de imágenes en un instante. Su mente no deja de hacerse preguntas, imaginarse situaciones y en su interior va fijando lo que va a hacer. Por un momento para observarse. Termina de quitarse el sujetador que la aprisiona y en ese momento sus pechos realizan un movimiento sugerente que vuelven a activar su imaginación. Sus manos los recorren ardorosamente sin parar. Juega con ellos, los mueve. Incluso se agacha para observar lo voluminosos que son. Piensa en una caliente y juguetona lengua que los chupetee. Los agarra y los lleva hacia su boca. Con su lengua busca sus pezones. Con cierta dificultad los frota y enjuaga con su saliva.
Ahora desea seguir buscando otras fuentes de placer y sus manos pasan lentamente por su estómago hacia su sexo. Lleva unos pantalones cortos de tirantes que le permiten rápidamente alcanzar su vello púbico. Se baja los pantalones y las bragas y observa su sexo con cierta intriga. Su bello abundante pero cuidado sugieren en ella un tesoro escondido tras ese ramaje tupido pero suave. Abre ligeramente sus pies temblorosos. Las rodillas empiezan a flaquear pero ella prefiere seguir momentáneamente de pie. Sus dedos empiezan a introducirse en ese intrigante bosque y se encuentran con sus labios. Nota el calor de su sexo y al ahondar el tacto de sus dedos la dejan sentir lo húmedo y abundante de sus fluidos vaginales. Su clítoris está erguido y saliente desafiando a su dueña. Pero ella no acepta aún el reto y continúa internadose ahora hacia su cueva de deseo. Se siente juguetona y prefiere no entrar sino observar. Por ello se sienta en el suelo bien pegada al espejo. Desea verse hasta lo más íntimo.
El frío de la baldosa en su trasero contrasta con el ardiente deseo que late entre sus piernas. Ese frío le llega hasta el orificio de su trasero y obtiene un extraño pero pequeño placer que hasta ahora no había notado. Vuelve a concentrar sus sensaciones en esos dedos mojados por el placer y juguetones que se mueven lentamente pero sin parar por todo su sexo. Separa sus labios y observa esa cavidad íntima que toda mujer reserva de las miradas incluso propias. La entrada del placer está abierta y deseosa de visita. Parece que la está diciendo entra y disfruta, entra y disfruta... Pero ella recuerda la erección desafiante de su clítoris y a él va. Lo busca y lo encuentra medio escondido entre la comisura de su labio menor. Con sus dedos fricciona al clítoris, esos movimientos la hacen sentir un placer al principio doloroso que la hacen temblar pero irresistible al mismo tiempo. Luego placer, y placer. Cada vez mueve sus dedos con más rapidez. Su mente no para de producir imágenes. Su otra mano entra con deseo en una boca jadeante. Peligrosamente sus dedos quedan aprisionados entre sus dientes. Su lengua moja esos dedos prisioneros de la pasión. Por fin son liberados y van hacia su nuevo destino, un destino ya conocido. Unos fabulosos, sensuales y erectos pezones.
En su cuerpo no cabe tanto placer. El sudor baña su cuerpo. El jadeo de su boca se oye por todos los rincones de su casa, pero no importa está sola. Toda su casa es cómplice mudo de su pasión desencadenada. Ahora sus dedos juegan dentro de su vagina. Nota la dureza del cuello del útero. Entra y saca sus dedos mojados con gran rapidez a cada movimiento el estómago va acumulando un placer que pronto explotará en un orgasmo largo y profundo. Pero no quiere acabar tan pronto. Una ráfaga de sosiego llega a su mente y decide probar y explorar otros lugares. Recuerda el frío sentido en su trasero y con sus dedos mojados recorre el orificio donde la columna pierde su buen nombre. Está frío y en su mente se dibuja su forma a medida que lo va tocando. Recuerda lo visto en esas películas donde todo en el sexo es posible. Con sus propios líquidos lubrica esa caverna antes no explorada. Cerrada al exterior pero ahora permisiva. El calor de sus dedos y la presión que ella ejerce van abriendo esa puerta cerrada. Con cierta resistencia y dolor va abriéndose paso entre la oscuridad. Mientras su otra mano se introduce en su vagina y nota la delgada pared que separa ambas cavernas. Sus sensaciones son extrañas pero placenteras. Decide que desea más, se levanta y se dirige a la cocina. Por su mente van pasando diferentes elementos hasta que uno se fija en su mente. Se dirige hasta el frigorífico y allí busca una zanahoria, escoge de entre todas una larga y no muy ancha. Con sus manos temblorosas la lava con agua caliente y regresa delante de su revelador espejo. Ahora se encuentra mejor equipada para continuar con su exploración. La dureza del duro y alargado alimento penetra por su ardiente vagina. Ella se encuentra tumbada en el suelo. De vez en cuando levanta su cabeza y observa la escena. Sus piernas abiertas, ella es espectadora de sí misma. No siente pudor, al contrario, la excita observarse a sí misma como si de una película porno fuese espectadora y a la vez protagonista.
Vuelve a acelerarse su pulso, su respiración y un deseoso revoltijo se deja sentir en su estómago, es el frío y el desenfreno de su deseo. Ahora se decide a por lo nuevo. Con delicadeza vuelve a juguetear con el orificio de su trasero. El juguete empieza a buscar la entrada. Esta va cediendo y poco a poco ella introduce el duro elementos en su orificio. Las sensaciones son distintas y nuevas pero desea sentirlas más y mejor. Ahora está en el máximo de su clímax. El orificio se abre como nunca lo ha hecho. Ella imprime un movimiento desenfrenado y fuerte que la hace sentirse a cada momento reventar de placer. En su mente se ha fijado un pene grande y gordo que chupetea con avidez, introduce y saca de su boca. Es apetitoso y cálido. Lo siente tanto que parece real en su boca. Repentinamente su cuerpo empieza a convulsionarse de placer. El orgasmo le está llegando, ya no se fija sólo en su ano sino que recorre todo su cuerpo. Sus dedos entran y salen nerviosamente de su vagina. Su clítoris está que arde de tanto frotarlo y sus pezones están tremendamente duros. Sus gemidos casi son gritos. Ya llega en su cuerpo hay una revolución de sensaciones. Un grito largo y profundo se escapa de su garganta al mismo tiempo que llega un orgasmo largo y profundo como el grito mismo.
Se siente mareada del esfuerzo pero tremendamente bien y a gusto. Se levanta y vuelve a mirarse ahora relajada y desnuda completamente. Algo nuevo ve ante sus ojos y su mente ha encontrado una puerta nueva por la que desea adentrarse...
Finalmente una ducha termina por refrescar todo ese volcán desatado y apagado.
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