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Categoría: Confesiones

EN EL CINE

"Un desconocido me toca en el cine."

Todo ocurrió hace unos catorce o quince meses. Hacía un par de semanas que había terminado mi larga e intensa relación con Juan, y creía que jamás sería capaz de volver a tocar a otro hombre, de volver a dejar que otro hombre me tocara a mi, creía que aquello era insuperable y que ni tan siquiera merecía la pena intentarlo.

Ya que todas mis amigas estaban trabajando o de vacaciones, decidí ir yo sola al cine. Era uno de esos calurosísimos días de agosto en Madrid, y la ropa que llevaba estaba totalmente acorde con aquel calor tan extremo, que golpeaba con tanta fuerza y que hacía que hasta la camisa blanca anudada en la tripa, a la altura del ombligo, la minifalda de raso negra, con diminutas flores rojas y blancas, y las sandalias blancas me sobraran; traspasándolas como si el propio calor quisiera atravesarla y besar con sus labios todo mi cuerpo.

Al dejar de recibir el placer que Juan me daba una y otra vez a lo largo de los dos años de nuestra relación, hacía que buscara en el exterior objetos o momentos que desarrollaran en mi sensaciones placenteras, tales como el sol que me acariciaba con sus rayos calurosos cuando me tumbaba completamente desnuda en el jardín de mi casa; la lluvia que sin avisar arreciaba y me mojaba toda la ropa y me caía por la cara, fría; la hierba palpando mi cuerpo cuando iba a las piscinas y me escondía en un rincón detrás de unos arbustos que solo yo conocía y del que nunca le había hablado a Juan, nunca sabré porqué,...

Por eso, aquel día tan caluroso hacía que, de algún modo yo me sintiera algo excitada, al sentir al calor atravesar mi ropa y entrar en todo mi cuerpo. Me metí en un cine de la Gran Vía, para tratar de que ese día, que se auguraba tan largo como el resto sin Juan, resultara algo más breve, aunque la película que allí ofrecían no era un ejemplo de entretenimiento: "El padre de la novia". "Cualquier cosa vale" pensé. Le pedí la fila 12, butaca 3; es decir, a unas cinco filas del final de la sala, y mas bien cerca de la pared, normalmente era allí donde Juan y yo nos sentábamos debido a que era más intimo; aunque aquel día la pedí por que me apetecía llorar en soledad.

Pero, cuando fui a ocupar mi lugar, me di cuenta de que otro hombre, probablemente también buscando la tranquilidad de las últimas filas había solicitado el asiento contiguo al mío. Al principio pensé cambiar de lugar, ya que apenas había quince o veinte personas en la sala, pero al ver la sonrisa de aquel hombre no pude evitar sentarme en mi lugar, dejando a la vista el ticket para que viera que no tenía ninguna extraña intención. Su sonrisa fue a la vez amable y asombrada. Esa amabilidad me hizo sentir que él tampoco tenía ninguna mala intención, pero aquella cara de asombro hizo que me sintiera atravesada por su mirada, que subía y baja de mis piernas a mi cara y de mi cara a mis piernas.

Pasaron unos quince minutos antes de que comenzara la película y no nos cruzamos ni tan siquiera una palabra. Era un silencio de complicidad. Los dos callábamos, pero había algo que nos evitaba alejarnos para no pasar el apuro. Al fin apagaron las luces y comenzó la película, por lo que yo descrucé las piernas y las estiré hacia delante algo más relajada pensando como de cutre sería aquella película y cuanto tiempo iba a soportarla.

Apenas habían pasado unos treinta minutos cuando sentí que al hombre de mi lado se le cayó algo al suelo, junto a mi pie. Al agacharse a recogerlo se encontró de frente con mis pies descalzos. No se lo que pasó por su cabeza en ese momento, solo se que no pudo evitar tocarlos con su mano. Yo me asusté y eché los pies para atrás dando un salto en el asiento y poniéndome tensa. "Lo siento, perdóname" me susurró al oído. Yo no conteste, por que la sensación de aquella mano tan cálida, tan suave y firme a la vez, hizo que apenas hiciera caso a sus palabras de disculpa.

Pasaron otros cinco o diez minutos, en absoluta quietud y silencio, mirando a la pantalla, pero sin ver ni oír nada de lo que en aquella película estaba ocurriendo, completamente inmersa aún en la sensación que aquella mano me había hecho sentir. Entonces, de repente, él volvió a acercase a mi oído; entonces si que oí claramente lo que me decía e hizo que me estremeciera en mi asiento: "lo siento, no lo puedo evitar, si no quieres, por favor levántate y siéntate en otro asiento".

Yo me quede clavada en mi sitio, no quería quedarme pero tampoco quería irme,... no podía olvidar aquella mano. Cruce las piernas como tratando de mostrar que no estaba segura y pensando que a lo mejor así me dejaba en paz. Pero no, sentí como su mano se volvía a acercar a mí, esta vez a la rodilla, la agarraba con fuerza aunque no me obligaba a separar las piernas. Yo puse los brazos en los reposabrazos y me agarre fuertemente para no mostrar síntoma alguno de placer, pero deje que su mano siguiera en la rodilla, acariciándola, girando la mano en círculos, que cada vez eran más amplios, que cada vez subían más arriba por mis caderas, que cada vez se acercaban más a mi cuerpo. Mi corazón comenzó a latir cada vez con más fuerza, y un profundo calor invadía todo mi cuerpo, comenzando del estómago y expandiéndose por todo el cuerpo. Sentía aquella mano con tal intensidad, con tal profundidad, y aquel calor dando golpes en mi cuerpo, que mi respiración comenzó a ser cada vez más intensa y que no fui capaz de evitar que la humedad saliera de mi cuerpo, acentuando mi excitación y haciéndome ver que aquello ya era inevitable; aunque aún los dos seguíamos mirando a la pantalla, como si fuera lo más normal del mundo lo que estábamos haciendo.

El seguía frotando mis piernas, para arriba y para abajo, sin saber aún lo que yo estaba sintiendo, aunque sin intención de preguntar. De pronto la mano comenzó a subir, poco a poco, rozándome únicamente con los dedos, subiendo, subiendo,... Lejos de parar al llegar a mi cuerpo, siguió subiendo, hasta la camisa, y comenzó a desabrocharla, primero el nudo, luego los botones, uno a uno, muy despacio, dejando entrever mis pechos firmes y duros debido a la excitación que sentía. Su mano palpó ambos pechos, primero uno, luego los dos. Eso hizo que él notara mi excitación e mi cada vez más profunda respiración y que decidiera acariciarme aún con más fuerza, volviendo a bajar la mano a mis piernas y separándolas. De nuevo su mano comenzó desde la rodilla, y fue subiendo lentamente. Yo cada vez hacia más fuerza en el reposabrazos, mi cuerpo cada vez lo sentía más excitado, más húmedo,... él seguía subiendo la mano, cada vez más arriba, más cerca,.... hasta que llegó a mi cuerpo. Apartó las braguitas a un lado, y comenzó a palpar con sus dedos, descubrió que estaba completamente entregada a él, que no tenía intención de salir corriendo. Continúo tocándome, frotándome con sus dedos, valiéndose de mi humedad para meterme sus dedos con fuerza. De pronto se arrodillo delante de mí, no estaba dispuesto a que solo el asiento del cine disfrutara de aquella dulce humedad, me atrajo hacia él y apartando de nuevo mis braguitas comenzó a lamerme suavemente, arriba, abajo, arriba, abajo,...

Yo estaba muy excitada, sentía que en cualquier momento aquello iba a acabar con un increíble orgasmo, y levante mi pie hacia su pene, frotándolo a través de los vaqueros. Él se desabrocho los pantalones, bajándoselos junto al slip hasta las rodillas, pero sin dejar de lamerme, y yo seguí frotando su pene duro y largo, cada vez con más fuerza.

La excitación de ambos estaba llegando al límite, y el orgasmo estaba a punto de llegar, por lo que él decidió parar, acercarme aún más hacia él, y penetrarme con su pene, empujando con tanta fuerza que no pude evitar un gemido de placer. Sentía que me invadía, que me llenaba completamente con su pene, que frotaba todo mi interior haciendo que todo el cuerpo se pusiera tenso y se relajara cada vez que él entraba y salía. El ritmo acompasado cada vez se fue acelerando más y más, hasta que los dos comenzamos a movernos con gran rapidez, y empujando lo más fuerte posible hacia el otro. El orgasmo no tardó en llegar, fue largo intenso, en todo el cuerpo, me estremecí y arqueé mi cuerpo sintiendo aún con más fuerza el placer dentro de mi cuerpo. Fue espectacular.

En ningún momento de aquella situación llegué a recordar a Juan, aquel orgasmo me hizo olvidarlo. Salí del cine sin conocer el nombre de aquel hombre, sin tan siquiera despedirme; reviviendo en mis pensamientos todos y cada uno de los pasos de los que tanto había disfrutado.

 

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