~~Al principio
fue casi un juego. Pasábamos clases de cine juntos y teníamos
sesiones muy largas de películas en blanco y negro. No recuerdo
cuando fue la primera vez que se sentó a mi lado porque nunca
hablamos de eso. Con el tiempo se fue convirtiendo en un ritual. Cuando
llegaba la buscaba con la mirada y me sentaba en el asiento al lado
suyo. La primera vez fue un acercamiento inocente: Mi mano apoyada
en su asiento a pocos centímetros de su brazo; Primero fueron
mis dedos los que hicieron contacto con la piel del antebrazo. Así
pasaron varias clases, yo explorando sus brazos, desde la punta de
sus dedos recorriendo los delicados vellos del antebrazo hasta empezar
a subir hacia la manga de su camisa. Cuando la luz se encendía
yo ya estaba lejos suyo, no había pasado absolutamente nada,
pero a la clase siguiente allí estaba de nuevo. En
el siguiente paso mi mano bajó hasta su rodilla, empecé
a acariciar su pierna, delicado, sólo con un dedo, siempre
por la parte más externa. Y seguíamos sin decirnos nada.
Una
tarde fuimos a presenciar cómo trabajaba una empresa embotelladora,
era parte del taller de relaciones públicas. Seguíamos
en una fila inacabable a los guías que explicaban los procesos
y los sistemas más novedosos. Mi mano se apoyó en su
hombro. Ella no se giró para verme pero tampoco se apartó.
Mi mano empezó a descubrir su espalda, la piel oculta tras
una ligerísima tela. Casi la podía sentir palpitando.
Una
tarde no pude más. Había pasado demasiado tiempo y habíamos
avanzado nada. Seguían las cesiones de cine, las noches de
estudio en su casa con todos los compañeros dónde sólo
podría aprovechar el beso de despedida para acercarla a mi,
pasar mi mano por su espalda, animarme a bajar más allá
de la cintura. Una
tarde le propuse que viniera a mi casa. Quería que le enseñe
a utilizar un programa de ordenador. Le dije que solos en mi casa
estaríamos más cómodos. Todavía
la recuerdo sentada frente al ordenador, con la espalda bien recta,
las manos sobre el teclado, atendiendo a mis explicaciones. Yo me
encontraba a pocos centímetros suyos, hablando nerviosamente
sobre el programa, indicándole dónde presionar, que
ventana arrastrar. Finalmente
la tuve a pocos centímetros de mi rostro, ella seguía
atendiendo a la pantalla y yo ya olía a su shampoo, a su perfume,
a su piel. Cuando ella se ladeó para verme se encontró
con mi aliento, con mi mirada penetrante, con todas mis ganas de estar
con ella.
Finalmente nuestras bocas se unieron. Lo que había deseado
desde el primer momento que empecé a acariciar sus brazos,
la piel del antebrazo, estaba ocurriendo.
Fue sólo un minuto hasta que nuestras lenguas se encontraran,
se devoraran sedientas. Ella estaba tímida al principio, quizás
sin saber qué ocurría o sabiéndolo muy bien.
Mis
manos bajaron hasta sus piernas que ya las conocía pero por
primera vez sus manos me detuvieron. Después de un último
beso se alejó de mi, me miró a los ojos y se levantó
dispuesta a marcharse. Estábamos
ahora en la sala de mi casa, mirándonos fijamente, ella dispuesta
a marcharse y yo con ganas de continuar conociéndola, explorándola.
Antes que fuera muy tarde, porque si se marchaba allí acabaría
todo, me acerqué a ella y no me quiso detener. Otra vez estábamos
besándonos, sólo que ahora las lenguas y los labios
se comportaban más furiosamente, más salvajemente. La
empujé hasta llegar a la pared, nuestros cuerpos hasta ese
momento separados por milímetros pero por una distancia infinita
se juntaron. Pude sentir a través de mi piel la suya y nuestros
movimientos se unieron. Ella se apoyó en la pared con la mochila
abandonada a un costado y sus manos en mi cuello, yo me apoyé
en ella, buscándola con más ganas que nunca. Poco a
poco nos empezamos a entender sin palabras, como aquellos primeros
días en una sala a oscuras yo recorriendo su cuerpo con mis
manos y ella dejándose hacer. Sin decir nada pero comprendiendo
lo que ocurría. Nuestras pelvis se unieron y ella abrió
ligeramente las piernas. Mis manos en su espalda empezaron a subir
por su vestido hasta encontrar sus pechos bajo la tela. Nos alejamos
una vez más, pero esta vez ella me llevó hasta un sillón.
Se echó en él y me dejó que me echara encima.
Mis manos ya habían dejado sus pechos y empezaron a bajar por
su vientre, por su cintura hasta encontrar su pelvis, su pubis sobre
el pantalón. Nuestras carnes así ocultas estaban furiosas,
necesitaban conocerse, mi mano derecha quería perderse en aquellas
profundidades para siempre, pero por ese primer día nuestras
labios no quisieron separarse, ni nuestras lenguas dejar de buscarse,
ni nuestros cuerpos dejar de imitar ese movimiento de copulación
en que nos habíamos embarcado. Cuando finalmente nos alejamos
éramos distintos, ninguno dijo nada, como si acabar de encender
la luz de la sala de cine. No había ocurrido nada. Ella se
despidió con un besa en la mejilla y se marchó.
DOS
La próxima
vez que vino ya sabíamos a que nos enfrentábamos. Ambos
seguramente teníamos el pecho agitado, un nudo en el estómago.
Al menos yo sí.
Aplazamos el momento con un café, con una charla banal que
ninguno quiso detener. Finalmente estábamos los dos en silencio
frente a la mesa en un silencio tenso pero que sabíamos a donde
nos llevaba. Ella se levantó, se acercó a mi y desde
ese desnivel, yo sentado, ella de pié, me besó. Mientras
me besaba mis manos se aferraban a su espalda, la acercaban a mi.
Finalmente la sentaron sobre mío, para así poder dejar
a nuestras bocas y lenguas con más libertad mientras que nuestras
manos jugaban juntas por primera vez. Una vez más todo había
vuelto a comenzar y ya no se podía retroceder. Nos levantamos
y nos abalanzamos contra una pared, ella con las manos en alto, yo
con las mías en sus pechos y nuestras bocas juntas como intentando
recuperar aquel beso en la misma pared hace muy pocos días.
La
cogí de la mano y nos dirigimos a mi habitación.
Ella se sentó en la cama y como dos adolescentes nos empezamos
a besar en el borde de esta, sin tocarnos, sin decirnos nada. Ella
se echó, tenía una sonrisa en la boca, dispuesta, contenta
con la decisión. Mientras la besaba la empecé a desnudar
conociéndola por primera vez. Le quité los zapatos,
la blusa, dejando sus pechos al aire cubiertos por su sujetador. Se
los besé por encima, intentando buscar aquellos trozos de piel
de sabor dulce y fresco con la boca. Después le desabroché
el cinturón, bajándoselo nuevamente por unas piernas
largísimas, blancas, resbalosas como la cola de una sirena.
Allí la tenía sobre mi cama, en ropa interior, ocultando
únicamente lo que faltaba por descubrir. Antes de apurar el
último paso mis recorrieron toda su piel, crearon un mapa de
su geografía, dibujaron un camino de saliva por donde poder
recorrerla y reconocerla. Finalmente llegué finalmente hasta
sus pechos, los desnudé dejándolos al aire, con sus
pezones erectos buscándome, mi lengua recorrió su aureola,
mis labios se aferraron a esas dos pequeñas aceitunas, a esas
dos diminutas fresas.
Me las intenté acabar de un bocado, me intenté acabar
sus pechos de un bocado. Después volví a bajar, me detuve
en su ombligo perdiéndome hacia adentro y finalmente llegué
a la pequeña telita que la cubría.
Bajé su ropa interior, lo último que le quedaba y se
la quité finalmente. No fui directo, sus piernas seguían
cerradas como en un juego, su piel estaba cálida como esperándome.
La rodee interminablemente, mojé lo que no tardaría
en estar mojado. Finalmente sus piernas se me abrieron y encontré
un triángulo de vellos y una abertura en la cual perderme.
Primero la reconocí con el olfato, después con los labios,
después intenté abrirla con los dedos, meterme dentro,
perderme en su interior. Mientras tanto ella tenía las manos
a los costados, los ojos semicerrados y la boca, aun con mi saliva
en los labios, y todo su cuerpo temblaba desde ese epicentro donde
me encontraba yo.