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El día había sido bueno y bien aprovechado, por la mañana las clases no tuvieron mayor complicación y pude conversar con dos profesores con los que tenía un cierto interés en orden a mi mejor expediente y de cara a la tesis. Comí en casa tras haberme comprado la comida hecha en un takeaway, estaba bastante buena. Al acabar mi novio sus dos clases por la tarde vino a casa para cambiarse y nos fuimos juntos a hacer un par de horas de footing. Nos habíamos bañado en el río aunque estaba nublado, no hacía calor, pero la carrera nos había agotado y el agua limpia y fresca nos fue bien.
Regresando a casa, ya muy cerca de las casas de las afueras, di un traspié queriendo evitar unos ladrillos y me caí, como estaba al borde del camino y había un ribazo, me fui rodando hacia abajo como unos 20 metros, mis piernas tropezaron en algunos árboles y fui a parar con toda la espalda contra un árbol grande y de considerable grosor. Intenté levantarme y no pude, pero me quedé tranquilo al ver a mi novio que bajaba por el ribazo para auxiliarme.
Cuando llegó ya me estaba enfriando y noté los fuertes dolores en la espalda, en las nalgas, en los muslos y en las piernas. Corny, mi novio, me ayudó a incorporarme y quería sentarme, pero la cintura y las nalgas no me lo permitían por el fuerte dolor. Corny me levantó la camiseta y me dijo que tenía la espalda roja de los golpes, tocó y no noté ningún dolor interno, era muscular; luego me quitó la pantaloneta y miró las nalgas y otro tanto, en las piernas tenía muchas rayas como flageladas por las ramas, pero no había sangre. Salimos de allí, siguiendo una senda, yo apoyado en los hombros de Corny. Lo que más me dolía era la cintura. Se lo dije a Corny y volvió a mirar, le parecía que tenía una contracción muscular y me dijo que me llevaría al masajista para que me aliviara.
Subimos por el sendero que llevaba al camino y Corny, viendo que me sostenía y podía caminar aunque muy despacio por el dolor al final de la espalda, llamó al masajista para saber si me podía atender, le contestó que me esperaba y allí que nos fuimos directamente.
Corny le explicó y se disculpó para irse a comprar algo de comer y que regresaría aproximadamente en una hora. Ya no tenía ningún paciente y me hizo pasar a la sala:
— Entra ahí, desnúdate todo, súbete a la camilla boca abajo, traigo un aceite especial, para examinarte.
A los pocos minutos apareció Eduardo, así se llama el masajista, me puso una toalla sobre las nalgas, puso música ambiental como japonesa y comenzó a examinar:
— Pasaré mis manos por todo tu cuerpo, dime cuando te duele, no aguantes, quéjate si quieres, pero dímelo.
— Ok.
Tumbado como estaba no lo veía, mi cabeza ajustaba a un hueco ovalado de la camilla. Pasó sus manos por la cabeza y todo bien, ya yo me había cuidado de no tocar la cabeza al suelo. Cuando llegó al centro de la espalda di el primer chillido al apretar, luego siguió por la cintura y yo iba diciendo: «sí, sí, ahí». Levantó la toalla, tocó las nalgas apretando y le dije:
— Algo de dolor, pero nada como arriba.
Volvió a poner la toalla y siguió así hasta que llegó a los pies. Me dijo:
— Para lo que me ha contado Cornelio, te has hecho poco, no hay esguinces, solo contusiones por los tropiezos que has dado contra los árboles o arbustos y el golpe de la espalda. Te voy a hacer daño, pero saldrás de aquí con muy poco dolor y mañana no tendrás nada.
Su untó las manos y roció aceite sobre mi espalda, lo que hizo varias veces durante el masaje, y comenzó a trabajar, un masaje tedioso, doloroso y desesperante, porque pasaba una y otra vez por las partes más doloridas de la espalda. Fueron unos 20 minutos que me parecieron larguísimos. Levantó la toalla, la dejó en una mesita y comenzó la misma operación, subía a media espalda y bajaba por las nalgas. Luego iba de la mitad de las nalgas hasta casi las rodillas por la parte de atrás. Se puso mi pierna doblada sobre su pecho y comenzó a tocar fuerte por allí, solo sentía su presión, pero ningún dolor propio de los músculos.
Volvió a la cintura y masajeó las nalgas totalmente. De pronto sentí que pasaba su mano por el surco longitudinal que separa los glúteos como si fuera una tarjeta visa y metió un dedo con aceite en la puerta del ano e iba masajeando hasta que poco a poco entró sin dolor, luego otro y fue masajeando hasta meter tres que abría en forma de trípode y yo ya concentré mi pensamiento en este masaje y me olvidaba del dolor que había sentido antes en la cintura. Cuando consideró que estaba suficiente masajeado mi hoyo anal, me dijo que no hiciera fuerza ni violencia que él me iba a dar la vuelta y con gran maestría me dio la vuelta, sólo tuve que acomodarme. Pero mientras estaba de espaldas mi polla no se notaba que se ponía dura, sino solo yo que lo sentía, pero atendía al ano y lo que hacía el masajista. Pero le miré la cara a Eduardo y vi que no llevaba bata ni camisa, iba con el pecho desnudo, me pareció bello el chico y eso que lo había visto muchas veces. Miré por el lateral de la camilla y llevaba solo un tanga, porque le vi sus nalgas, pero iba cubierto por delante. Él iba haciendo masaje a mi pecho, a las tetillas de modo muy suave y al resto apretando, se puso a masajear el abdomen y se inclinó para mordisquear las tetillas. Esos mordiscos suaves atenuaron el progreso de mi polla, pero se incorporó y comenzó a masajear las ingles y los genitales, acabando por darle mano a mi polla, levantando el prepucio y bajándolo, para volver a subirlo, puso su boca sobre mi polla y la mamó con maestría y suave candor, luego dio unos golpes de timón en dirección vertical que notaba el estiramiento y el tope de mi prepucio que hacía con una mano y con la otra tocaba el frenillo de mi glande, sentí espasmos como que me iba, pero me callé para ver qué pasaba, aunque estaba yo ya borracho de placer, pero el masajista también sabía que me iba y con unos cleenex recogió toda mi lefa mientras salía, cuando acabó tiró los cleenex a su cubo y me limpió todo el pubis y las ingles.
Tomándome de mis axilas arrastró mi cuerpo dejando que mi cabeza colgara hacia abajo, se quitó la tanga y me paseó su polla por la cara hasta orientarla a mi boca. Al pasar por mi nariz olía a macho y estaba húmeda por el líquido pre seminal. Me la metió en la boca y sentí el sabor suave de su pre semen y como no tenía vellos en su pubis me la metí y la tragué hasta hacer varias arcadas, me dijo en voz queda:
— Suave, suave, no te atragantes, solo mójala bien con tu saliva.
Eso hice. Solo deseaba tener esa polla que, sin ser excesivamente larga aunque estaba bien, era gorda, pues deseaba, digo, tenerla dentro de mi culo, así que atenué el masaje oral, solo descargaba saliva, para que no se viniera. De pronto me dice:
— No hagas fuerza, solo dirige tu cuerpo hacia donde yo te lleve sin poner resistencia.
Me tomó de los pies y me arrastró hacia abajo de modo que me quedé con las piernas hacia el suelo fuera de la camilla, me dio media vuelta y dobló mi cabeza para que mirara la pared lateral pisando la oreja izquierda. Mis piernas quedaron ligeramente inclinadas hacia el suelo. Abrió un poco mis muslos para meterse en medio, puso una pequeña almohada envuelta el papel absorbente a la altura de las inglés para levantar mi culo y sentí cómo ponía aceite o algo sobre mi hoyito y el glande de su polla gorda iba haciendo un masaje por todo el perineo desde el escroto hasta el ano que me producía mucho placer y me distendió. En ese momento en que él notaba mi cuerpo deseoso, metió su cipote frente al agujero de mi culo y fue empujando, sin poner yo resistencia, como anestesiado, parecía abrir los esfínteres para tragarme toda la polla por mi culo. Notaba la suavidad de su zona púbica limpiamente afeitada sobre mis nalgas y sus huevos tocando mi perineo. Tras guardar unos segundos que me parecían una eternidad inició un suave mete y saca, con movimientos casi circulares, noté que su polla como que tocaba la pared de mi próstata y tras varios movimientos hacia dentro y hacia fuera, empujó del todo y hacia mí y sentí los movimientos de su pubis y polla que parecía más engordarse que moverse, noté hasta sus venas o lo imaginé, sentí sus espasmos y los míos o estos los imaginé, lo que no imaginé sino que lo sentí muy cierto fueron los chorros que salían de su polla y entraban por mi recto y me llenaron como si tuviera un tapón agradable y placentero. Me dio poco a poco la vuelta y nos besamos, pero entonces descargue la leche recién creada y ordeñada sobre el abdomen y el pecho de Eduardo. Entones me dio un beso con todas las de la ley. Sacó su polla y me dio unos cleenex, enviándome al baño. Allí me limpié y salí hacia la sala de masaje para vestirme. Él se había puesto su pantalón de trabajo verde y su chaquetilla blanca. Me preguntó:
— ¿Ahora que te duele?
— Solo un poco el culo, pero a eso ya estoy acostumbrado y se pasa.
Me besó mientras me daba una palmada en las nalgas antes de ponerme la pantaloneta y sonó el timbre.
— Ese debe ser tu novio Cornelio, —dijo Eduardo.
— Pienso que sí, — afirmé.
En efecto era Corny, le pagó el masaje y me notó muy recuperado, le dije al masajista que nos anotara a los dos para el jueves y nos fuimos a casa por nuestro propio pie y caminando normal.
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