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En el bar le dejé ver mis zenos duros

~~En la barra del hotel me esperaban un colega abogado catalán y una amiga suya. Me extrañó que me hubiera llamado, (era él quien lo había hecho), porque yo les habia escuchado quedar para cenar unas horas antes junto a otra pareja y me había parecido que se proponían conocerse más íntimamente de lo que las circunstancias y las horas prometían.
 Pero ahí estaban, era el caso.
 Y las opciones eran irme a la discoteca del hotel, a solas, quedarme con este par de amigos o subirme a aquella habitación desangelada. Suelen gustarme los hoteles, no hacer la cama ni arreglar el desaguisado que sigue a una noche de pasión es un acicate atrayente, pero en este viernes en concreto, el sueño no parecía una invitación adecuada.
 En cuanto la chica me abrazó efusivamente, comprendí en parte la urgencia con que me había requerido mi amigo.
 Le sobraban las últimas cuatro copas, y eso siendo caritativa.
 En un momento de la conversación, que derivó hacia amantes de mujeres comprometidas, oséase , ella y yo, y a tanto soltero disponible y dispuesto, oséase, mi amigo abogado, la chica se dirigió al baño. y aunque la distancia era inferior a los tres metros, hice varias veces el ademán de levantarme a acompañarla. Ella se opuso y yo me quedé con el amigo.
 ¿Lleváis el mismo número de copas? le interrogué, contemplando la posibilidad de tener que acompañarle a él a su habitación, una planta encima de la mía. Francamente, no se me da nada bien arrastrar corpachones estilo vikingo de más de uno ochenta de ancho por alto, aproximadamente,. nunca he sido buena calculando.
 No, yo la mitad. Y las llevo mejor.
 No arrastraba las palabras y coordinaba los movimientos bastante bien, casi le creí.
 Sin embargo, sí llevaba el suficiente alcohol en sangre como para haber perdido toda reserva social a fijarse descaradamente en los pezones sin sujetador que sobresalían claramente en mi vestido escarlata, aún turgentes por el recuerdo del amante, de los amantes, pasados en ratos previos.
 Te queda muy bien ese vestido me dijo
 El trabajaba en realidad para mi jefe, aunque en un tema distinto al mío. Me constaba que conocía mi relación privada, personal y pasada con él, y que aunque había detectado en encuentros previos cierto interés por su parte, nunca había llegado a discriminar si el interés era por mi persona en particular o por el tipo de vida que no me importaba confesar en petit comité que solía disfrutar. Me conozco lo suficiente para saber que mis piernas pueden resultar sugerentes, pero casi menos que el morbo de mi estado, situación y características.
 Y si quiero despertar interés que no haya sido generado con anterioridad, tengo mi as en la manga, digo, en la liga. aún no he conocido a un hombre al que le comente que escribo textos eróticos y no me pida leer uno. ¡Y luego dicen que el interés por la literatura ha decaído¡ Sí, ciertamente, cuando decía que escribía misterio, o cuentos infantiles, no tenía tanto éxito.
 Pero cítese el adjetivo 'erótico'. y es como encender un faro en la inmensidad del mar. .todos los barcos de una reunión deciden de pronto a qué puerto acudir con su proa en alto.
 Lo reconozco, juego mucho con ese factor.
 El sexo sin juego puede resultar aburrido, nunca me importa añadir pimienta, sal, curry o las especias que sean precisas para que la mezcla resulte de lo más apetecible y picante.
 Al regreso de la chica del lavabo, regreso dificultoso y lento, todo hay que señalarlo, el abogado sugirió que la acompañásemos a un taxi, esto es, a la puerta del hotel en espera de que llegase uno.
 No tardó más de dos minutos en aparecer, y casi otros tantos nos costó acomodarla en su interior y traducir la dirección.
 A pesar del interés cada vez más manifiesto de mi amigo por quedarnos a solas. (esas manos en la cintura con aparente intención de acompañar en la puerta, pero que se quedan unos instantes más de lo necesario son de lo más delatoras), yo me ofrecí a irme con ella en el taxi hasta su casa, pero tanto el taxista como ella me convencieron de que estaría bien.
 En cuanto partió el taxi, mi amigo ya me había enrolado a la maroma de su brazo y me guiaba en el interior del hotel mientras sugería. ¿La última en la habitación de uno de los dos? Automáticamente, antes de preguntarme si me apetecía esa última copa, respondí. en la tuya, claro, pensando en que tras la ducha rápida que me había dado después de la partida de mi amante, del primer amante de esa noche, debía haber ido dejando las prendas tirada por cualquier sitio. me esforzaba por recordar si alguno de los dos habíamos enviado los preservativos usados a su ubicación adecuada, pero ante mi incapacidad para ello, preferí mantener en la idea de que la habitación de arriba estaría bien.
 Incluso contemplé la posibilidad de que, efectivamente, sólo pretendiera tomar una última copa.
 Aunque no me quedaban demasiadas dudas de que la última copa era yo.
 Notaba casi más ardor en la entrepierna que humedad, era cierto.
 Y tenía mis dudas de en qué estado se encontraría el centro de mi sexo.
 Lo que había hecho en las últimas horas ya era todo un exceso para mi suave y delicada piel. .pero. el morbo de la posibilidad de un amante nuevo. el tercero en sólo cinco horas. .era superior a mí. ¿Y si nunca se repetía una ocasión semejante? Carpe diem. Siempre se lo digo a mis amigas. Mañana dios dirá, les traduzco en versión libre, el latín no está muy de moda.
 Mientras mi amigo me servía una copa que no le había solicitado, me dediqué a contemplar y disfrutar de la situación. Casualidades, la habitación era la inmediatamente superior a la mía. misma distribución, misma decoración, . podría haber sido un deja vù si no fuera por el cambio de amante.
 Antes era un hombre menudo, moreno y con nervio. Este era un hombre rubio, fornido y tranquilo. Les comparé y hallé aún más gracias en la contraposición. Me fijé por primer vez en los ojos azules de este amigo, también abogado. ¿no había más profesiones que practicasen el sexo o qué? seguro que el adolescente del callejón estudiaba derecho, me alegraba de no habérselo preguntado.
 En cuanto mi amigo me ofreció el vaso, lo dejé sobre la mesilla, nunca me ha gustado estropear la coca cola mezclándola con nada alcohólico.
 En el mismo movimiento me quité los zapatos.
 Por una parte, llevaba sobre esos tacones de siete cm desde las cinco de la mañana, y eran casi las tres, por otra, siempre me ha parecido una invitación, una pregunta, el desnudo del zapato.
 Llevaba unas medias hasta medio muslo, de rejilla, de esas que son aditamento y no prenda.
 No había podido ponerme el liguero con ellas, porque se marca demasiado con los vestidos algo ajustados.
 Una lástima, estaba en mi neceser, violeta oscuro, a juego con mi ropa interior, mi esmalte de uñas, mi barra de labios y la levita que llevaba bajo la capa (adoro las capas, se hace tan bien el amor bajo su vuelo. ).
 Tres amantes, y un liguero para ninguno.
 Casi ni había terminado de quitarme el segundo zapato y mi amigo me había levantado la melena por detrás y me había empezado a besar en la nuca.
 No hablamos en todo el rato.
 Fue extraño. A mi amigo supongo que le costaba un tanto articularse. Yo no tengo problemas en ninguna circunstancia para quedarme sin palabras, pero, no me apetecía.
 Con mi primer amante en la noche, casi nos volcamos tanto en palabras como en paladares.
 Hablábamos, nos hablábamos, nos relatábamos mientras nos gozábamos, como cumpliendo lo hablado, lo prometido, lo endeudado. Y el placer era mayor. la palabra lo aumentaba.
 Sólo pronunciarla, y siento sus dedos a lo largo de mi columna.
 ¿Sus?
 Los de quién.
 es normal que me confunda un tanto.
 Uno no está, y el que está sustituye al ausente, pero ya que es el que acaricia. ¿quién me excita de los dos? Supongo que, en realidad, como siempre. me excito sola.
 Mi último amante era fuerte y directo.
 Hubiera podido saber qué iba a hacer y cómo iba a tocarme con tres segundo de antelación todo el rato.
 Odio que no me sorprendan.
 Odio sentir que voy por un camino trillado.
 Odio sentirme repetida.
 Pero claro, si una se comparte tres veces en una noche, tampoco va a esperar que cada ocasión sea como una expedición a la ruta de la seda.
 Seda. mi piel suele recordarles la seda.
 Es suave, muy suave, me consta.
 Y delicada, muy delicada.
 Al quitarme el sujetador noté que tenía marcas en los pechos, que empezaban a convertirse de un rojizo a un morado que aunque hacía juego con el encaje, indicaba cierta actividad anterior.
 Dirigí la mano hacia las luces y casi las apagué.
 Normalmente, prefiero cierta luz, sobre todo la artificial, que mejora espectacularmente el cutis, pero me hice la tímida, y mi compañero no protestó.
 No fue la única complicación de la noche.
 Cuando decidió dedicarse a mi cálido nido interior, comprendí que el ardor no era sólo pasional, sino que la inflamación de tanto tratamiento anterior, había comenzado.
 Estaba mucho más estrecha que unas horas antes, y el contacto de las manazas de mi compañero, producía casi más dolor que placer.
 Controlé mi respiración intentando adaptarme, pero no funcionaba. A los pocos minutos de sus manipulaciones, fingí un orgasmo rápido, le retiré de mi entrepierna y le susurré. ¡Éntrame¡
 Había tenido orgasmos suficientes para no poder contar con los dedos en la primera ocasión, y en la segunda había sido francamente divertido y excitante. no se puede mantener siempre el mismo ritmo.
 Yo buscaba rellenar un hueco, y el abogado que me acompañaba tenía para rellenar ese hueco, ya lo había palpado.
 Me llenó.
 de alguna forma fue un relleno agridulce, como el de los pavos en navidad.
 Me gustó sentirle ahí donde no había dejado de añorar a mi primer amante de la tanda, pero no confiaba demasiado en disfrutar, no soy una mujer proclive al orgasmo por penetración.
 Pero la noche aún me reservaba ese regalito de sorpresa.
 No estoy segura de cuál fue el mecanismo que lo desencadenó, ya me gustaría tenerlo controlado para repetirlo a mi antojo con los siguientes amantes. Tal vez el empezar convencida de que no iba a llegar, de que la ola no era mía en esta ocasión, o las situaciones concatenadas, o la sensación de libertad que siempre nos provocan un tanto los viajes.
 No lo sé, pero de pronto me descubrí teniendo un orgasmo que no esperaba.
 Fue distinto, fue tierno y suave, con sabor entre caramelo y flan, con una pendiente poco pronunciada al final que me dejó casi amorosamente entre las sábanas, relajada esperando al sueño.
 No suelo dormir con los hombres que comparto sexo. Me gusta dormir sola y en cama grande, pero , cuando musité sin mucha convicción :
 Me voy a mi habitación y mi compañero, mientras me arrebujaba entre las mantas y me besaba en el lóbulo de la oreja, me pidió:
 Por favor, quédate a dormir conmigo.
 no encontré fuerzas en mi interior para llevarle la contraria.
 Sólo me quedaban tres horas y media para dormir.
 Justo antes de dejarme vencer por el sueño, recuerdo que pensé.
 ''Tres amantes en seis horas''. .'' ¿debería sentirme mal? Pues me siento estupendamente''
 Y de hecho, dormí como no había dormido en meses, como un angelito.

Datos del Relato
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