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Hola, me llamo Patricia Fernández, tengo 58 años, llevo 30 casada y tengo dos hijos de 24 y 22 años. Llevo una vida acomodada. Tengo una empresa muy importante en España, y eso nos hace ser conocidos y respetados. Aunque para unas cosas eso es una ventaja, para otras es un gran inconveniente como veremos a lo largo de este relato.
Lógicamente, yo trabajo en la empresa, no por ser la dueña, sino por méritos propios. Soy algo así como la Gerente, desarrollando labores administrativas., una jefa respetada por todos sobre todo por el mal carácter que dicen que tengo. De alguna forma tengo que mantener el respeto. Mi marido pasa tiempo fuera de la empresa, por viajes de negocios, y me tengo que hacer valer.
Pero centrémonos en lo que estamos.
De jovencita, me había acostado con muchos chicos. No tenía demasiados escrúpulos a la hora de buscar una cama donde pasar la noche, aunque muchas veces, no había ni cama.
Pero desde que me eche novio, la cosa cambio. Me dije a mi misma que mi vida de desenfreno sexual había terminado.
Y así fue, o al menos así debió de ser.
Hice mi viaje de novios a Mikonos, mi marido se apuntó a unas clases de windsurf. Nos invitaron a una fiesta en el hotel el día antes de regresar a Atenas para volver a España.
Asistían todos los del curso y los monitores. Todo el mundo bebió mucho y mi marido el que más.
Yo también bebí mucho e incluso me metí un poco de coca, iba muy pasada y acabé haciéndolo con varios de los asistentes en los baños del hotel.
Sí, sí, ya sé que no era una buena forma de iniciar mi vida de casada. Por eso no dije nada a mi marido, aunque durante años tuve unos remordimientos horribles.
No había vuelto a serle infiel. La nueva vida de casada, la incorporación a la empresa de mi marido, los embarazos, los críos pequeños me tenían suficientemente entretenida, como pensar en nada que no fuera eso.
Pero los hijos crecen, y pronto ya no nos necesitan. Por otra parte, siempre pensamos que atendemos perfectamente en el terreno sexual a nuestra pareja y que ella nos atiende de igual manera a nosotras, pero hay veces, que el cerebro, se encarga de decirnos lo contrario, y eso hace que nuestro comportamiento también cambie.
Qué duda cabe que el morbo sobre todo de los primeros años de casados, va cediendo con el tiempo, y pasa a ser rutina. Eso después de explorar, todos los rincones de la casa, todas las posiciones.
Hasta que me quedé embarazada, solo teníamos el obstáculo de la chica, la que hace las labores de la casa, pero bueno a ella era fácil esquivarla, al margen de que tampoco estaba todo el día en casa.
Cuando ya nació el mayor, el tema cambio, ya dependíamos mucho de sus horarios, y muchas veces acababas tan cansada de luchar con él que tenías pocas ganas de jarana, o si acaso, algo rápido.
Pero desde hacía unos meses, mi cerebro había sufrido una regresión. Le había dado por pensar que tenía otra vez 18 años, y que tenía que comportarme como entonces. Empecé a meterme en páginas porno, incluso en buscar alguna página de relatos eróticos. Empecé a masturbarme como una quinceañera, imaginando situaciones inverosímiles, que me daban mucho morbo.
MI marido también debió de apreciar un cambio en mis actitudes sexuales, y me proponía situaciones de morbo, como el que fuera a trabajar sin ropa interior. él, sabía también como yo, que las escaleras de subida a las oficinas en las dos naves que tenemos, son de estructura metálica y que siempre había casualmente algún operario debajo de las escaleras, que no se perdía detalle de la que subía a las oficinas con faldas.
Yo, últimamente, también había contribuido al tema dejándome “accidentalmente” desabrochados botones de la camisa, para regocijo de los empleados que entraban en el despacho a hablar conmigo. Tanto es así, que mi secretaria me dijo en una ocasión,
“Doña Patricia, menos mal que lleva sujetador, si no hubiera estado enseñando los pechos todo el día”.
Me miré distraídamente abrochándome los dos botones que estaban sueltos, y la dije,
“Tranquila Amparo, quien va a querer ver los pechos a un vejestorio como yo?”, la dije.
Me salió mal la jugada, esperaba que me hubiera dicho que no, que me conservaba muy bien, que estaba de muy buen ver, pero no. No me regaló los oídos. Mujeres….
Pero me dio una idea, y unos días después, fui realmente sin sujetador a trabajar. Bueno y sin bragas, pero eso ya no estaba tan visible como los pechos.
Solo me dejé un botón sin abrochar de la camisa, pero me ejercité delante del espejo sobre como tenía que inclinarme hacia adelante, para dejar ver parte de mis pechos, o incluso mis pechos enteros.
Estaba un poco loca, pero estaba siendo superior a mis fuerzas todo aquel morbo que se estaba generando en mí.
La primera “víctima” no tardó en entrar a mi despacho. Se había convertido en un visitante habitual de mi despacho para pasarme revista, después de ser uno de los que presencio la blusa con dos botones abiertos. Yo no quería defraudarle, así es que cogí los papeles que me traía y torpemente los tiré todos al suelo. Me incliné a recogerlos como había ensayado frente al espejo. El hizo lo propio, pero poniéndose casi de rodillas delante de mí con lo que sus ojos quedaron justo a la altura de mis pechos. Yo hice como que no me fijaba, pese a verle de reojo, como no miraba para nada a los papeles que había en el suelo, más bien a mis tetas caídas.
Aquello me ponía mucho, me sentía muy cerda, y no sé porque me gustaba. Me incorporé dejándole a él recogiéndolos, mientras yo me sentaba en mi silla girada hacia él, para mover la silla, tenía que separar una pierna estando justo a la altura de su mirada, que tampoco desaprovechó.
SE incorporó el también yo diría que hasta sonrojado, me dejó los papeles, y se fue. Aquella mañana desfilaron por mi despacho, empleados que no es que vaya a decir que ni conocía, pero sí que nunca antes habían estado en mi despacho, y aquella mañana cualquier excusa era buena.
Al salir para comer, había uno, el pelota de todas las empresas, que siempre procuraba esperar para abrirme la puerta del coche y desearme buena comida, o buena tarde, lo que fuera, pero para babosear, en definitiva.
Siempre me cambio los taconazos que llevo para trabajar por unos planos para conducir. Y aunque era una rutina que no pasaba de ahí, aquel día tenía un morbo especial, ya que aquel en la puerta del coche, estaba viendo más de la cuenta, hasta el punto que ya en un momento le dije,
“Que miras?, asegúrate que puedo salir bien”.
“No miro nada doña Patricia, puede salir perfectamente, que tenga buena comida”, y se perdió por la nave.
Jaja, me sentía contenta conmigo misma. Me había demostrado que podía aun, llamar la atención de los tíos y mucho más jóvenes que yo.
Otra cosa que me pasó en casa al día siguiente, fue que mi hijo mayor subió a pedirme dinero para irse a la facultad, y cuando entró en el cuarto me pilló desnuda del todo.
Se sonrojo, dijo,
“Uhy, perdón mamá”, e hizo intención de salir del cuarto.
“Pero Diego, no pasa nada, no te vas a asustar ahora de verme desnuda”, realmente me veía desde pequeño. Yo no me había ocultado nunca, y estaba acostumbrado a verme, o al menos eso pensaba yo.
Entró en el cuarto sin mirarme, cogió dinero del bolso, y se marchó, ni se acercó si quiera a darme un beso.
Pero no quedó ahí la cosa, a los pocos momentos de salir él, entró el pequeño. Pero este más descarado sin dejar de quitarme ojo de los pechos y de mi sexo, y con una pregunta estúpida.
¿Qué estaba pasando? ¿Porque lo que hace unos días era algo normal ahora lo veía como pecaminoso? ¿O es que solo me parecía a mí?
Estaba hecha un lío, pero la excitación que todo aquello me provocaba, me podía.
Una mañana, bajé a desayunar nada más ducharme. Llevaba puesto un albornoz corto, y se abría en exceso, según me lo hizo ver la chica, queme dijo,
“Señora se le ha abierto mucho el albornoz. Los chicos no quitaban ojo a la abertura”.
“No te preocupes, están hartos de verme desnuda”, la dije.
Otro día lo estaba haciendo con mi marido y me empecé a dar cuenta de que no sentía nada.
“Cariño, le dije, coge la correa, y azótame el culo”, le dije
Le pareció un juego gracioso, la cogió y empezó a azotarme, aunque más que azotarme parecía que me acariciaba con ella.
“Fuerte, le dije, quiero que me deje marcas”, le dije.
“¿Estas segura?”, me preguntó sorprendido.
“Coño, dame con fuerza”, casi le grité.
Se afanó en su cometido. No sé por qué, pero a cada correazo una especie de calambre recorría toda mi zona genital.
Me dio 20 azotes.
“No te doy más que sino mañana no vas a poder sentarte”, me dijo.
Volvió entonces a follarme, y ya si me corrí como una cerda.
Aquello no podía ser normal. Algo raro me estaba pasando.
Decidí no darle más importancia.
A la mañana siguiente me estaba vistiendo, y esta vez la que vino a pedir ordenes, fue la chica. Me vio desnuda de espaldas, y me vio todas las marcas de los correazos. Cuando me volví no dijo nada, pero se estaba riendo.
Y lo más gracioso del caso es que en vez de ruborizarme y sentirme mal porque me viera así, me estaba mojando.
Sin duda me estaba volviendo una vieja verde. Joder que eran casi 60 años, y esas cosas no las hacía ni con 20.
Hoy he bajado a desayunar después de ducharme. Sólo llevaba puesto el albornoz, se me ha abierto al sentarme y así lo he dejado. Sólo estaba mi hijo pequeño,
“Mami, vas a coger frío”, me dijo riéndose, y no apartando la mirada de mi entrepierna.
“Eres tonto”, le he contestado, “apura que vas tarde a la facultad”. Ese eres tonto, me había sonado a mí misma como un” es que no ves normal que tu madre te enseñe las tetas y el coño?”
“Dame dinero”, me ha dicho.
Encima del show gratis, me pedía dinero… Cría hijos para esto.
“Tengo la cartera en la habitación, en la mesilla, tráemela”, le dije.
Me había masturbado con el consolador y ¡¡¡no me acordé de que lo había dejado en la mesilla!!!
Cuando bajó me dijo partiéndose de risa,
“No eres ya mayorcita para andar con juguetitos?”
Se me quedó cara de tonta.
“Oye, guapo, metete en tus cosas, y déjate de tonterías, que igual te encuentras sin paga el viernes, por simpático y chistoso”, le dije.
Le di el dinero y se fue, sin dejar de reírse.
Lo había hecho mal, tenía que haberle dicho, si quieres dinero.. gánatelo. Espérame arriba.
Ya, ya, si, lo sé. Estoy muy mal. Tengo que hacer algo, tengo que ir a un psicólogo.
Hace unos años, tras un terrible accidente familiar, nos ofrecieron los servicios de un psicólogo, aunque afortunadamente, todo quedó en un susto, y no hizo falta recurrir a sus servicios. Debía de tener la tarjeta en el despacho. La buscaría y pediría cita para una consulta.
En cuanto llegué al despacho busqué entre las tarjetas que tenía en un cajón. La encontré.
“Hola, buenos días. Soy Patricia Fernández, quería cita con el doctor Páez”, le dije a la señorita que me atendió.
“Es usted paciente nueva?”, me preguntó.
“Si, tengo su tarjeta desde hace años por, bueno por un tema que no viene al caso”, la dije.
“Bien”, me dijo la señorita, “al tratarse de nueva consulta, ¿puede usted venir a última hora de la mañana?”, me preguntó.
“Sí, sí, sin problemas le dije. ¿A qué hora?”
“Sobre las 13:30, a esa hora tiene un hueco el doctor”, me contestó la señorita.
“Bien allí estaré”, la dije colgando.
Bueno, ya había adelantado algo. Pasaría una vergüenza horrible, contándole todas estas cosas al psicólogo, pero algo tenía que hacer.
En ese momento me llegó una foto al wasap del fin de semana, habíamos estado comiendo mi marido y yo con mi hijo mayor y la novia, en un restaurante de lujo a las afueras de la ciudad.
De alguna forma, mi hijo, quería oficializar que estaba saliendo con la chica, que por cierto es encantadora, y en la foto mi marido la tenía pasado el brazo por el hombre mirando como con cara de, de…..
Me levanté y cerré con llave la puerta del despacho. Empecé a tocarme por encima de la ropa, pensando en que llegaba a casa de improviso, y me encontraba a la chica desnuda, tumbada en mi cama, y a mi marido morreándola.
Al verme me dijo,
“Ah, te has adelantado querida, cómele un poco el coño a Luci, mientras yo termino de ponerme para follármela”, me dijo con toda naturalidad mi marido.
“Cómo?”, le decía yo sin dar crédito a lo que oía.
“Vamos perra”, me decía él, “obedece o cojo la correa, y te dejo en culo en carne viva.”
Tardé en reaccionar, más que él en levantarse, echarme sobre la cama, levantarme la falda, arrancarme el tanga de un tirón, y quitarse la correa.
“Te vas a enterar, zorra, por dejarme mal ante mi novia”, me dijo.
No pude más, me quité el tanga, puse las piernas sobre la mesa del despacho mientras mi marido me azotaba el culo, haciéndome finalmente, comerle el coño a Luci.
Luci le decía a mi marido,
“Dala más fuerte amor, que cuando más fuete le das mejor me come el coño”.
Tuve un corridón de aúpa.
Me serené un poco, me fui al lavabo y me lavé las manos y el chichi y ventilé el despacho, antes de volver a abrir la puerta.
Cuando la abrí, al momento, entro mi secretaria,
“¿Se encuentra usted bien, doña Patricia?, se la ve muy acalorada.
Encima cachondeito.
“Oye, Lourdes, a la una tengo que salir. Si estoy liada, recuérdamelo”
Me quedé otra vez sola. Tenía que poner fin a aquello. Me estaba hasta distrayendo en mis labores de gestión de la empresa. Coño, si había llegado hasta a fantasear con que mis hijos traían amigos a casa, y ellos me sujetaban mientras los amigos me violaban…
En fin, muy mal, estaba muy mal.
CONTINUARA
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