Tengo un nuevo trabajo, un trabajo muy diferente al que tenía. Eso sí, cobro menos, pero no todo es dinero en la vida, también está la salud y el amor... o al menos el sexo. El caso es que he dejado atrás las largas horas de oficina en frente de una pantalla de ordenador, dejándome los ojos para recibir a final de mes algo tan vulgar, cuando se convierte en lo único, como es el dinero.
Mi nueva empresa ofrece a los clientes una terapia basada en el castigo corporal a medida. Tenemos contratos con empresas que ofrecen a sus empleados, en régimen voluntario, la posibilidad de suavizar o directamente sustituir otras medidas punitivas por azotes en el culo.
También atendemos particulares, que buscan, a través de las azotainas, mejorar su autoestima. Aquí la variedad es muy amplia, ofreciendo desde sesiones de azotes sobre el regazo en un ambiente íntimo, hasta azotes con público, verdaderas representaciones teatrales donde uno o varios participantes acaban con el culo al aire enfrente de un público cuidadosamente seleccionado.
No ofrecemos sexo. Pero créanme, varias chicas me han abierto las puertas de sus casas o han acudido a la mía para, una vez acabado el trabajo, unirme a ellas y disfrutar del sexo con una pasión que jamás había experimentado.
El día a día lo dividimos en sesiones de unos 30 minutos que incluyen, en el caso de los empleados que vienen de parte de su empresa, varios pasos perfectamente tipificados. Por un lado, la recepción en la entrada. Luego el paso al despacho donde se habla de su caso y se explica el proceso. Terminado esto ofrecemos a la persona la posibilidad de aliviarse en el cuarto de baño, tratamos de evitar que alguien orine o se tire un pedo, por nombrar los dos incidentes más habituales, mientras tiene lugar el "castigo".
En tercer lugar, se lleva a cabo la inspección del culo para comprobar que todo está en orden. Normalmente uno de nosotros acompaña al cliente a un pequeño cuarto oscuro alumbrado por un neón que cuelga del techo. Allí, procedemos a examinar el trasero de turno para posteriormente, pidiéndoles que separen las nalgas, chequear el orificio anal con ayuda de una linterna. En la mayoría de los casos le metemos el dedo en el culo. Esta primera revisión, hecha en la intimidad, intenta añadir una pizca de humillación y también nos sirve, como es natural, para comprobar que todo está ok y tranquilizar a la persona en caso de que este, como suele ser el caso, muy nerviosa.
Luego, normalmente las personas del equipo que no han tomado parte en la revisión el culo, son las encargadas de llevar a cabo el castigo en sí. Este suele constar de dos partes. El calentamiento o nalgadas a la antigua usanza donde el varón o la mujer se tumba sobre las rodillas del azotador y recibe los golpes con la mano y una segunda donde el cliente recibe, dependiendo de la falta y la ocasión, un determinado número de golpes de paddle o vara. Por supuesto, todo esto con el culo al aire, ya que es muy importante controlar el desarrollo del castigo y distribuirlo por toda el área.
Las reacciones son muy variadas, hay quien llora, hay quien aguanta, hay quien disfruta durante el castigo y hay quien lo hace nada más acabar. Lo más difícil, por muy profesional que se sea, al menos en mi caso, es evitar empalmarse... podría decir que estoy marcando paquete la mayoría del tiempo ya que los culos me vuelven loco. Es innegable que la atmósfera, incluso cuando es de castigo, tiene un componente sexual muy importante con el que hay que lidiar.
Otros clientes vienen por cuenta propia... aquí hay mucha variedad y un protocolo menos estricto. El sexo, como decía, no es una opción en horarios de trabajo. Pero aparte de eso, abrazos para consolar, caricias y masajes son permitidos. Lo que más me gusta de mi trabajo es interactuar con la gente, conocer sus problemas, ver que les estoy ayudando. No soy un iluso, sé que el método no es la panacea, pero quiero pensar que ayuda. Una de las cosas que más me gusta, aparte de ser el primero en examinar un culo en el cuarto oscuro, es extender cremita por las nalgas de las chicas, manosear esos culitos enrojecidos notando, en muchas ocasiones, la excitación provocada por el correctivo.
Hoy hemos tenido sesión de "teatro", una chica y un chico, vecinos en la vida real, han pedido ser castigados por pelearse en una disputa vecinal. Yo hago de juez y les interrogo, Sandra esta disfrazada de policía al igual que Pablo y Laura vigila a las diez personas que pagan por acudir al "proceso" como audiencia. La chica ha pedido que uno a uno, cada miembro del público, la acuesten en su regazo, la digan que ha sido una chica muy mala y la propinen un par de nalgadas. Por su parte el chico recibe el castigo sobre un banco de madera, tumbado boca arriba, con sus vergüenzas a la vista de todo el mundo. Sandra le sujeta las piernas en alto mientras Laura le pega con un cepillo.
Esta tarde ha venido a casa Lucía, una de las clientes, una mujer de unos 45 años con un culo soberbio y unas tetas que no se quedan atrás. Lo hemos hecho en la cocina, ella apoyada contra la encimera y yo detrás, introduciendo mi duro pene en su húmeda vagina. Ha gritado de placer. Le he sobado las domingas y le he chupado los pezones con pasión, hipnotizado bajo el embriagador olor de su perfume y de su piel.
Mañana viene Mónica, más menuda, más joven, pero igual de apetecible. Llámenme superficial si quieren. Pero nunca antes había tenido encuentros tan placenteros donde sexo y conversación se entrelazan. Porque las chicas son clientes que nos han contado cosas. Hay cierta empatía, no es solo carné, hay también alma.
Un día, ese es mi sueño, encontraré una mujer con la que poder compartir todo. Quizás deje este mundo para dedicarme a disfrutar del verdadero amor. Pero hasta que eso llegué voy a disfrutar de mi trabajo, ayudar y animar a la gente con la que me encuentre en esta aventura y todo eso sin dejarme los ojos en frente a una pantalla de ordenador impersonal.