Me acababa de separar de mi mujer después de quince años de matrimonio porque la relación se había puesto imposible. Como pasa siempre, la casa se la quedó ella y fui yo el que se marchó.
Alquilé un apartamento en una zona residencial con espacio suficiente para trasladar allí el despacho de abogado para atender a los clientes y mi vivienda, dándole al conjunto un aspecto moderno salpicado de algunas antigüedades, que fue lo único que me dejé llevarme mi mujer. Decía que eran mis cosas viejas y si no me las llevaba las tiraba en cuanto saliera por la puerta. Por una vez agradecí su ignorancia y su soberbia.
Nada más incorporarme a mi nuevo domicilio, contacté con una agencia para contratar los servicios de limpieza dos veces a la semana. En principio no me apetecía mucho meter a una persona ajena en casa sin estar yo. En el despacho guardo documentos confidenciales de los clientes qué si salieran de allí, me podría ocasionar problemas.
Acordé con la agencia que mandarían a una persona los lunes y los jueves por la tarde, son dos días fijos que siempre trabajo en casa y paso consulta con los clientes. Al lunes siguiente se presentó en casa una chica de piel morena que venía de parte de la agencia a limpiar. La hice pasar y después de ver la casa me dijo como iba a planificar su trabajo. Me pareció bien su organización, al fin y al cabo, yo le dije lo que necesitaba y me bastaba con que cumpliera mis instrucciones.
Se metió en el aseo y al salir llevaba puesta una bata abrochada de arriba a abajo que le llegaba a la altura de las rodillas. Me preguntó si prefería que los artículos de limpieza los trajera ella o prefería que me hiciera una lista con lo que necesitaba. Obviamente le dije que se ocupara la agencia de lo necesario, yo ya tenía suficiente que ocuparme de comprar lo imprescindible para subsistir en la nueva aventura de vivir solo.
Después de unos cuantos días viniendo a limpiar empezamos a tener cierta confianza y cuando no tenía consulta me ponía ropa cómoda, casi siempre una camiseta vieja y unos pantalones de algodón fino que siempre he llevado en casa y que compro en los puestos el Rastro de Madrid.
También noté algunos cambios en ella. La bata que se ponía ahora era más ajustada y más corta, casi a medio muslo. A veces el último botón de arriba y de abajo se los dejaba desabrochados. Tenía unos bonitos muslos de color canela que mostraba más arriba de lo prudente cuando se agachaba. Al inclinarse hacia delante siempre mostraba el canalillo de los pechos y a veces incluso el sujetador.
Pasados más de cuatro meses el trato entre los dos se convirtió en bastante cordial, incluso empezamos a tener cierta confianza, al fin y al cabo pasábamos dos tardes a la semana en casa, casi siempre solos. Siempre que llegaba algún cliente a la consulta, se ocupaba de recibirle teniendo la prudencia de abrocharse todos los botones de la bata. Eso me hizo pensar que a lo mejor se los desabrochaba para mí, solo la idea agrandó mi ego de macho ibérico.
Una tarde la llamé al despacho porque se me derramó una taza de café en la mesa de trabajo y se mojaron algunos papeles. Al entrar y ver el desaguisado se marchó a por unos trapos y papel de cocina de limpiar la mesa. Desplacé un poco el sillón de ruedas a un lado y la dejé espacio. Se colocó a mi lado y se inclinó hacia delante para recoger el café caído.
De pronto me encontré con su culo a dos palmos de mi cara, con la bata tensada y subida casi hasta el culo. Miré disimuladamente por debajo sin que se percatara y descubrí un culo desnudo, tan solo una tirita de tela azul claro desaparecía entre los glúteos, hacia el pubis.
Sin ser muy consciente de lo que hacía le puse una mano en un glúteo y apreté. Ni se inmutó, fue como si estuviera esperando a que lo hiciera. Su reacción fue separar los muslos a modo de invitación para que indagara en sus intimidades.
Le metí la mano entre los muslos y palpé el coño, ella abrió más las piernas. Busqué el borde la las bragas y metí un dedo por la cinturilla hasta tocar los pliegues del sexo. Deslicé el dedo hacia arriba para masajear el clítoris y empezó a mover las caderas buscando mayor contacto.
La bajé las bragas hasta los tobillos y ella sacó un pie para poder abrirse cómodamente de piernas. Le metí dos dedos en el coño y empecé a follarla. Al poco me pidió más dedos y le metí otros al tiempo que presionaba la entrada del culo con el pulgar.
Pidió que le metiera también el dedo gordo por delante y yo, obediente, lo pegué al resto de dedos poniendo la mano en forma de embudo. Volví a metérselos en el coño y empecé a follarla de nuevo. Sus movimientos hacia atrás hacían que cada vez desapareciera más mano dentro de ella hasta que los labios vaginales rodearon mi muñeca, tenía la mano completamente dentro de su coño. Le pellizqué el clítoris con la otra mano y se corrió al instante entre quejidos.
Nada más sacar la mano empezaron los jugos a desfilar por sus muslos y me dejó la como si la hubiera metido en un bote gelatina. Recogió sus fluidos con dos dedos y se los metió en el culo. Cuando comprobó que entraban sin problema, me dijo que le metiera la polla por detrás y la jodiera fuerte.
Como un niño en el día de Reyes se la metí entera y empecé a follar aquel precioso culo. La estrechez del conducto y la presión que ella misma ejercía hicieron que me corriera en sus intestinos al tercer o cuarto empujón.
Cuando se la saqué y se incorporó, ya tenía la bata desabrochada hasta la cintura mostrando unos pechos grandes y duros coronados por dos pezones casi negros de punta. Se arrodilló delante de mí y dijo que me la iba a limpiar. Se la metió en la boca hasta los huevos y se la sacó pasándome la lengua.
Has tardado mucho en decirte “papito”. Ya hace tiempo que tenía ganas de que me follaras. Yo tentándote y tú tan tímido. Recupérate un poco que te voy a hacer una mamada que no vas a olvidar en tu vida. Hoy no vamos a follar por delante porque estoy tan dilatada que ni te enterarías.
Le senté en mi sillón de ruedas con el culo en el borde y le puse las piernas colgando de los brazos. Tenía su coño completamente expuesto con el clítoris más grande que había visto antes. Tampoco habían sido tantos, la verdad.
Se lo comí sin preámbulos, era como si tuviera una mini polla en mi boca y le estuviera haciendo una mamada. Al correrse empezó a expulsar flujo por la raja en tal cantidad que se deslizaba por el culo y correaba al suelo. No paré de chupar hasta que me pidió por favor que parara porque ya no podía más, eso ocurrió después de tres nuevos orgasmos.
Volvió a ponerse de rodillas y se metió la polla en la boca tan dentro que alcanzaba a pasarme la lengua por los huevos. No sé cuánto tiempo aguanté sin correrme porque perdí la noción del tiempo, lo que si recuerdo es que media hora después aún sentía un hormigueo en la polla.
Me dijo que necesitaba ir al baño y que la acompañara. Se sentó en la taza del wáter y cuando empezó a orinar que dijo que la imitara apuntándole a las tetas. Después de mearla encima me pidió que la pellizcara los pezones mientras se masturbaba hasta correrse dos veces más.
A partir de ese día teníamos sexo siempre que venía a trabajar. Hablé con la agencia para aumentar las horas de servicio del contrato y que le diera tiempo a todo.