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Categoría: Maduras

Empieza el día en el ascensor

Empieza el día en el ascensor



 



Desde la primera vez que cruzaron sus miradas en el vestíbulo de su casa esperando la llegada del ascensor, ambos sintieron una atracción inmensa y desconcertante. Aquel deseo mutuo terminó en un tórrido encuentro dentro de aquel aparato que se convirtió para ellos en su mejor aliado…



 



 



Recuerdo bien



aquellos "cuatrocientos golpes" de Truffaut



y el travelling con el pequeño desertor,



Antoine Doinel,



playa a través,



buscando un mar que parecía más un paredón.



 



Y el happy end



que la censura travestida en voz en off



sobrepusiera al pesimismo del autor,



nos hizo ver



que un mundo cruel



se salva con una homilía fuera del guión.



 



Cine, cine, cine,



más cine por favor,



que todo en la vida es cine



que todo en la vida es cine



y los sueños



cine son…



 



Cine, cine, LUIS EDUARDO AUTE



 



 



Chelo no deseaba dejar pasar los últimos años de madurez sin aprovechar las pocas ocasiones que su cuerpo de formas redondeadas y aún de buen ver podía ofrecerle disfrutando de la compañía de algún bello representante del género masculino. A su edad, las oportunidades de poder flirtear con algún hombre se iban agotando a pasos agigantados. Ya no era, pese a su evidente hermosura, la jovencita modosa, atractiva y de formas voluptuosas que había hecho enloquecer a más de un hombre. Las horas, los días, las semanas y los meses iban transcurriendo y golpeándola irremisiblemente como si de un martillo se tratara, sin que su vida se llenara con algo interesante y digno de recordar.



 



A primera hora de la mañana, cada vez que abandonaba el lecho conyugal y entraba seguidamente en el baño después de haber despedido a su esposo con el habitual y falsamente cálido beso que se daban todas las mañanas, se miraba al espejo descubriendo cada día, cada mañana una nueva arruga surcando su bello rostro que la torturaba hasta lo más profundo de su ser, aquel bello rostro de ojos color miel encuadrado en aquella melena castaña suelta, larga y rizada que caía sobre sus hombros y su espalda con un ligero y gracioso balanceo.



 



Chelo tenía cuarenta y siete años aunque no aparentaba más de treinta y cinco conservándose aún bien siendo la más envidiada dentro del grupo de sus amigas con las que pasaba buenos ratos yendo a tomar un café o una cerveza a última hora de la tarde cuando ya todas se encontraban relajadas tras acabar las tareas del día.



 



La más envidiada por todo el mundo menos por el tonto de mi marido –pensó mirándose al espejo con un gesto de dolor por los años vividos y ya tan lejanos junto a aquel hombre con el que ya no existía el más mínimo roce ni contacto.



 



Guillermo tan sólo se dedicaba a su bufete de abogados y a los pocos casos que ya le resultaban interesantes gracias al status que había logrado labrarse con el paso de los años dentro del difícil mundo de la abogacía. Aparentemente formaban un matrimonio feliz y unido de cara al exterior yendo de fiesta en fiesta y relacionándose con lo más granado de la alta sociedad de aquella ciudad de provincias.



 



Su esposo se perdía las noches enteras en eternas reuniones con sus amigos abogados, con jueces influyentes, con los políticos a los que decía poder sacar algún que otro favor que aseguraba luego sabría bien como devolver. Sin embargo, Chelo no se engañaba lo más mínimo…Conocía de buena tinta los devaneos de su marido en brazos de sus muchas secretarias o amiguitas con las que pasaba largas veladas hasta bien avanzada la madrugada. Chelo, mujer vital, inteligente y de raza, prefería callar antes que dar un escándalo que fuera la comidilla en cada rincón de aquella ciudad tan llena de falsedad e hipocresía.



 



Pasaban los años de forma inexorable sí, pero Chelo sabía acurrucarlos en el cesto de la experiencia para pactar con ellos y no perder esa belleza, para nada convencional que su mirada serena irradiaba a través de sus ojos brillantes. Lo cierto es que sus muchos sacrificios y dineros le costaba mantener aquel cuerpo todavía bien cuidado y de curvas más que aceptables. Una dieta estricta basada en mucha fruta y verdura, carnes a la plancha y nada de grasas, chocolate, postres ni helados de alto contenido calórico hacían que se conservara mejor que una treintañera.



 



Una vez a la semana se dejaba ver por el gabinete de estética de su amiga Alicia la cual la llenaba de cremas reafirmantes, salud y bienestar haciéndola de ese modo dejar a un lado los vicios y la mala vida.



 



Luego su cuerpo de piernas largas y esbeltas, de buen pecho y bien subido lo agradecía enormemente haciéndola sentir sana y todavía sensual para los amigos de su marido. Tampoco ella era un dechado de virtudes aunque quizá a ello la habían llevado los continuos abandonos y engaños de Guillermo. De ese modo había disfrutado de cortos pero intensos flirteos con algún cliente de su esposo pero siempre de forma delicada y muy discreta.



 



En las largas noches en la soledad de su hogar jamás disputaba para rehuir el estreñimiento pues Alicia le había dicho que podía resultar contraproducente para su silueta. Por ello, cada vez que su esposo la llamaba al móvil descolgaba contestando de manera indiferente y confirmando o negando las palabras de él con evidente desgana. Aquel abandono lo suplía quemando toxinas en el gimnasio el cual visitaba habitualmente tres veces por semana soltando adrenalina sin cesar.



 



De un tiempo a esta parte, se encontraba todos los días a primera hora de la mañana en el ascensor con una especie de adonis que compartía piso con otros dos chicos desde hacía dos meses escasos. Él vivía en el quinto mientras ella ocupaba el enorme dúplex que formaban las dos plantas de aquel ático que habían comprado quince años atrás. De esa manera su marido y ella disponían de su necesaria independencia sin molestar al otro lo más mínimo. Ella pasaba largas horas leyendo aburridas e insustanciales novelas de marcado carácter sentimentaloide mientras Guillermo estaba fuera de casa con sus reuniones de trabajo.



 



Aquel apuesto joven, de no más de veintidós años, resultó todo un soplo de aire fresco para una mujer como Chelo. Cada mañana y cada mediodía, al unir sus vidas esperando el ascensor se saludaban con cortesía sin apenas cruzar palabra entre ellos. Aquel joven, de cabellos castaños y barba de dos días, siempre le daba la espalda una vez los dos entraban al amplio cubículo del ascensor dejándola contemplar su poderosa espalda y su trasero escondido bajo aquellos tejanos desgastados. Día tras día, Chelo esperaba el momento del encuentro como si de un oscuro pecado se tratase. La mañana o el mediodía en que no le veía se sentía un tanto vacía, como si aquel día se encontrase incompleta sin la compañía de aquel yogurín que tantas ideas de aventura le hacía imaginar. Más de una noche, estando sola en el baño, se había masturbado violentamente pensando en él, en sus labios húmedos, en sus brazos abrazándola apasionadamente, en sus manos recorriéndole el cuerpo de arriba abajo y haciéndole el amor de forma desesperada y brutal.



 



Pese a todo, la protagonista de nuestra historia no quería hacerse falsas esperanzas que luego no se llegaran a consumar. Estaba más que acostumbrada a los golpes de la vida como para caer una vez más en aquellos pensamientos eróticos y difícilmente realizables con ese muchacho con el que apenas había cruzado un hola y un adiós. Sin embargo, en las miradas de él notaba un brillo hacía tiempo desconocido para ella, un brillo de interés mirándole de soslayo, casi como por descuido, el escote de la blusa que ella mostraba con los dos botones de arriba sueltos. Se dio cuenta de ello hará dos semanas cuando por primera vez observó un cierto interés en los ojos del muchacho.



 



Siempre que entraban al ascensor el chico se fijaba de manera fugaz y discreta en sus largas piernas cubiertas por finas medias y asentadas en aquellos altos tacones que siempre le gustaba llevar o bien en su redondo trasero que su falda remarcaba de manera conveniente. Chelo se sabía todavía interesante para los hombres…sus miedos respondían a un posible error de cálculo, a un posible desliz en cuanto al macho elegido pues una mujer como ella no podía permitirse ciertos errores. Todos conocemos el proverbio aquel de "No basta que la mujer del César sea honesta; también tiene que parecerlo" así que, las pocas veces que se había permitido alguna que otra alegría siempre lo había hecho de modo que su marido no pudiera sospechar nada de ello. La sociedad y más aquella tan puritana y severa en la que se movía la hubiera despellejado por completo si tan sólo hubiera la menor posibilidad de poder manchar su buen nombre. Sólo podía confiar ciegamente en su amiga Eugenia a la cual conocía desde pequeña, cuando las dos estudiaban y correteaban en el patio del estricto colegio de monjas en el que se desarrolló la educación de ambas. Con Eugenia podía dar rienda suelta a todas sus penas sirviéndole de confidente en cada uno de sus temores y miedos de mujer abandonada por aquel marido infiel y desleal.



 



Cuando Chelo le confió aquel nuevo secreto, su amiga Eugenia le pidió que le contara todo con pelos y señales…Con Eugenia no cabían falsas morales así que no le resultó molesto el darle a conocer los cosquilleos que le corrían por el cuerpo cada vez que veía a aquel aparentemente inexperto y guapo mozo. Ella era perfectamente conocedora del interés que el muchacho le prestaba pues hay cosas que no se pueden esconder. El pobre carraspeaba, farfullaba e incluso tartamudeaba cada vez que la saludaba dándose la vuelta al instante para que ella no viera el intenso rubor que invadía sus mejillas de hombre enamorado y excitado por aquella hembra, según pensaba él, curtida en mil batallas.



 



Cada encuentro con esa bella mujer en el interior del ascensor le hacía poner nervioso cortando en seco, en cuanto podía, la conversación insustancial entablada por ambos para que ella no se percatara de la profunda excitación que le embargaba. Resultaba como un juego en el que ninguno de los dos parecía interesado en ir más allá por temor a estropear aquel mágico y dulce hormigueo que ambos disfrutaban en aquellos breves instantes que vivían en el interior de aquel cubículo de paredes metálicas.



 



Ella se atusaba los cabellos entre sus dedos mirándose en el espejo como si no lo hubiera hecho ya antes de salir de casa y él miraba aquella puerta fría y de acero inoxidable mientras notaba descender la cabina camino de la calle donde ambos se separarían de forma irremediable. Y así un día tras otro…



 



Está como un queso…le excito, de eso no hay duda –se decía en voz baja sin miedo a equivocarse mientras respiraba la fuerte fragancia del perfume utilizado por el muchacho.



 



Aquella tarde en que la noche ya se echaba sobre la ciudad, y tras haber hablado largas horas con su amiga Eugenia de las emociones que aquel muchachito la hacía sentir, se decidió al fin a lanzarse sobre su presa viendo que él parecía incapaz de hacerlo. No quería dejar pasar aquella oportunidad de gozar del cuerpo musculoso y sensual de ese chico que tan loca la traía…Aquel cuerpo juvenil pero al mismo tiempo tan varonil y masculino, aquella mirada tan intensa y que tan pocas veces le dejaba disfrutar la hacían volver a tiempos ya un tanto olvidados cuando su matrimonio se hallaba en su pleno esplendor y su marido y ella se amaban como simples colegiales en busca de su primer beso, en busca de su primer escarceo amoroso en compañía del otro…



 



Parece que me lo va a poner difícil. Bien, si él no se lanza, deberé hacerlo yo –pensó imaginando la manera más delicada e inteligente de abordar a aquel chico para que no se sintiera cohibido frente a una mujer madura como ella lo era.



 



En sus pocas experiencias fuera del matrimonio, siempre se había dejado llevar por los hombres que habían sido quienes la habían seducido llevando la voz cantante en el juego amoroso. Ahora, los papeles asignados parecían dar un vuelco completo debiéndose convertir ella en cazadora y dejando el papel de presa para aquel joven muchacho. Ella, sin dudar un segundo y sabedora que quizá aquella oportunidad no volvería jamás a su vida se decidió a jugar aquella partida de póker esperando resultar vencedora.



 



Utilizando sus artes de mujer conocedora de los entresijos amorosos estudió una táctica para que él rompiera al fin con las timideces y vergüenzas que parecían cohibirle cada vez que se encontraba a su lado. Una mañana y aprovechando el tiempo primaveral que empezaba a reinar por aquellos días, buscó y rebuscó en el armario tras haberse duchado encontrando finalmente un jersey verde caqui de cuello de pico bastante pronunciado y con el cual no dejaba demasiado a la imaginación. No se puso sujetador con lo cual sus bonitos y aún apetecibles pechos se mostraban bien a la vista bajo la fina camiseta con la que los cubrió. Aquel par de senos, para ella una de las partes más interesantes de su cuerpo y con los que había hecho perder la razón a más de un hombre, se mantenían aún bien duros y erectos gracias a los muchos cuidados que les prestaba. Por último, para la parte inferior de su cuerpo escogió una falda corta vaquera negra que le remarcaba bien el culete, medias negras y zapatos negros de alto tacón.



 



Salió de casa cuando sabía que él lo hacía pues siempre solía ser muy metódico en ese aspecto abandonando su piso todas las mañanas a la misma hora. Así pues no resultó extraño que aquella mañana coincidieran ambos en el ascensor. Nada más cerrarse las puertas del ascensor tras permitir el paso del muchacho al interior del mismo se lanzó al abismo por completo sin pensar ni un solo segundo en dar marcha atrás a aquella tentadora locura. No tenía mucho tiempo. Apenas tenía unos segundos para tratar de seducir a su joven conquista antes de que la cabina del ascensor descendiera hasta la planta baja. Chelo, la dulce y recatada esposa para el resto de sus amigos, en lugar de su habitual roce de dedos sobre sus castaños cabellos con el que solía peinarlos cada mañana empezó a restregarse los pechos con las manos por encima del jersey tal como hacía en la ducha cuando se encontraba bien caliente y excitada. Los notó duros con el simple roce de sus dedos masajeándolos de forma delicada pero decidida. Aquel masaje lo acompañó con un suave movimiento rotatorio de sus caderas agitándolas de modo harto sugerente. Sus miradas se encontraron en el espejo que reflejaba sus imágenes tal como hacía cada día. Los ojos del muchacho se encontraban fuera de sus órbitas como si no quisiera creer lo que sus ojos le mostraban de forma más que evidente. Aquella mujer tanto tiempo deseada en secreto, aquella mujer con la que tanto había soñado, con la que tantas veces se había masturbado imaginándola desnuda junto a él, estaba tratando de seducirlo sin el menor género de dudas.



 



¿Esta mañana hace mucho calor, verdad?



 



Sí señora –simplemente pudo decir el muchacho tartamudeando y sin poder apartar sus ojos de los de ella a través de aquel espejo cómplice y silencioso.



 



Sintió una especie de corriente eléctrica, un latigazo electrizante subiéndole desde los pies a la cabeza para volver a descender nuevamente posicionándose finalmente en su entrepierna la cual fue adquiriendo una leve rigidez debajo de la tela de sus tejanos desteñidos.



 



¿Qué te parece si subimos al ático para conocernos de modo más íntimo y personal? ¿O tienes algo mejor que hacer? –le preguntó al tiempo que hacía mucho más provocativa su oferta humedeciéndose ligeramente los labios con la lengua.



 



De acuerdo –respondió sin dudarlo un segundo y sin poder evitar demostrar la enorme ansiedad que le atenazaba en esos momentos.



 



Se le veía nervioso pero al mismo tiempo bien seguro de querer ir más allá con aquella hembra que tanto le hacía enloquecer. Ella exhibió su bien cuidada dentadura sonriéndole ladinamente con la mejor de sus sonrisas. Ahora sí estaba bien segura de su completo éxito, de tenerle dominado con sus encantos y de que él no se negaría a nada que le pidiera…Entrecerró ligeramente los ojos y suspiró profundamente dándole a conocer el nerviosismo que igualmente envolvía su persona. Resultaba difícil mantener la compostura estando solos y con sus cuerpos tan cercanos en el interior de aquel ascensor, testigo mudo de los deseos que les recorrían sus mentes febriles y calenturientas.



 



Con la yema de sus dedos de uñas perfectamente cuidadas, pulsó el botón de vuelta a la última planta. El ascensor se puso nuevamente en marcha empezando a subir lentamente hasta el último piso. Al llegar al destino tan deseado la cabina se paró de modo súbito tocando ella a continuación el botón de paro y fuera de servicio con urgencia malsana. Con aquel simple gesto se aseguraban un largo rato de intimidad, sin nadie que les molestara pues si alguien deseaba hacer uso del ascensor no tendría más remedio que utilizar las escaleras. Ella sabía que nadie aparecería a esas horas de la mañana y que además el matrimonio del piso de debajo del de ella habían ido a pasar la semana fuera con lo que era imposible que nadie pudiera oírles pudiendo de ese modo dar rienda suelta a todas sus fantasías. Ambos se miraron fijamente a los ojos deseándose en silencio…tan sólo observando sus rostros de bellas facciones. Acercando con cierta timidez sus labios se fundieron en un beso delicado y sensual que les transportó a lugares desconocidos y exóticos. El muchacho quiso hacer más profundo aquel beso y abriendo sus labios levemente presionó con su lengua sobre los labios de ella tratando de conseguir que los abriera cosa que ella aceptó de buen grado cruzando sus brazos por detrás del cuello masculino y atrayéndolo hacia ella.



 



Tranquilo,…no hay ninguna prisa. Nadie nos molestará –dijo Chelo separándose de él y notando las manos de aquel joven situadas en sus caderas intentando precipitar los acontecimientos.



 



En el silencio de la cabina ambos podían sentir sus respiraciones aceleradas, prueba evidente de la pasión que les consumía. Volvieron a besarse, ahora de modo mucho más sensual, cálido y apasionado. Ella le mordió ligeramente el labio inferior haciéndole lanzar un pequeño grito de dolor. Las manos del muchacho subían y bajaban reconociendo la figura esbelta de aquella hembra madura y de curvas desconcertantes.



 



No seas brusco –volvió a recomendarle viéndole decidido a despojarla de sus ropas sin la más mínima consideración.



 



Él no buscaba más que hacerse con aquellos pechos que tan aturdido le tenían desde la primera vez que los vio, siempre cubiertos con los elegantes trajes y jerseys que aquella mujer hermosa, y siempre con un leve gesto de dolor en su bello rostro, solía ponerse. Había llegado a aquella ciudad de provincias tres meses antes y no había tardado en encontrar aquel piso compartido en el centro del casco antiguo gracias a los anuncios que los estudiantes como él ponían en el bar o en los paneles de la facultad. Desde la primera vez que se encontraron en el vestíbulo de la casa esperando el ascensor, ella le pareció fascinante y tremendamente apetecible. Si no fuera por su timidez no hubiera dudado en lanzarse sobre ella cortejándola y tratando de seducirla para poder disfrutar y hacerla disfrutar de sus caricias. Tan sólo una semana más tarde de haberse instalado, preguntó a sus compañeros de piso por aquella mujer elegante y discreta riéndose ellos de su osadía e interés por aquella hembra a la que no se le conocían aventuras y escándalos fuera de su matrimonio.



 



Y sin embargo, allí estaban ambos sintiendo el cálido aliento del otro golpeando sobre el rostro de cada uno de ellos, observándose detenidamente, mirándose, sin pronunciar palabra…tan sólo memorizando aquel momento mágico que tal vez jamás volviera a producirse. Él la obligó a volverse de espaldas y haciéndola ladear levemente la cabeza se lanzó sobre aquel cuello blanco y desnudo empezando a chuparlo con desesperación como si el mundo se fuera a acabar con ello. Chelo, apoyadas las manos en la pared, emitió un fuerte gemido de aprobación dejándose llevar por aquellas juveniles caricias. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo haciéndola temblar de emoción. El muchacho llevó una mano a uno de sus pechos mientras continuaba chupando y lamiendo su cuello indefenso y completamente entregado a él.



 



Sí, chupámelo. Vamos sigue que eso me encanta, cariño –apenas pudo decir entre susurros animándole de ese modo para que continuara por el mismo camino.



 



El apuesto muchacho continuó chupándola pasando del cuello a la pequeña orejilla la cual devoró con devoción mordiéndosela con ganas hasta notarla vibrar por entero. Ella se volvió a él sin poder aguantar por más tiempo el ataque masculino y le ofreció su jugosa boca uniéndola a la de él mezclando sus lenguas en una lucha sin cuartel.



 



Te deseo….te deseo….¡cuánto te deseo! –confesó sin tapujos y completamente segura ya del deseo que sentía hacia aquel guapo muchacho.



 



Aquellas palabras resonaron en la cabeza de su acompañante como un resorte que le hizo abandonarse al placer agarrándola con fuerza contra él. De ese modo ella pudo sentir la virilidad de él sobre su vientre notándola poderosa y endurecida pese a no mostrarse todavía totalmente rígida. Chelo le apretó sus nalgas por encima de la tela del tejano sintiéndolo fuerte y vigoroso tal como correspondía a un joven que para entonces se encontraba en la flor de la vida. ¡Bendita juventud! –pensó mientras le apretaba contra ella sintiendo el olor de su cuerpo bien formado.



 



El joven muchacho le manoseó el cuerpo con presteza posicionando una de sus manos en la cadera de ella y la otra en la espalda bajándola hasta alcanzar una de aquellas redondas y rotundas montañas que tanto le atraían. Obligándola a levantar una de sus piernas, se la hizo doblar y le acarició las nalgas por encima de la corta falda haciéndola estremecerse. Aún más lo hizo cuando sintió como él, sin pedirle permiso alguno, se atrevió a subirle la ligera prenda hasta quedar sus nalgas al aire tan sólo cubiertas por la fina braguita de color azul eléctrico. Él cerró los ojos recibiendo de ella un dulce beso en la mejilla, sintiéndose protegida y segura en brazos de aquel guapo muchacho. Le oyó dejar escapar un suspiro, mezcla de placer e infinita felicidad. Al abrir él los ojos, volvió a besarla dándose ambos sus respectivas salivas aprovechando ella para empezar a despojarle de la ropa. Fuera ya el jersey fino de cachemir y la camiseta, ahora fue su boca la que empezó a recorrer el cuello del joven pasando luego al pecho en el que se entretuvo unos instantes jugueteando con los pezones hasta lograr ponérselos muy duros y excitados. Sus manos, mientras tanto, se recrearon en la entrepierna notando cómo de tieso estaba el bulto de su acompañante. Eso la puso más frenética aún y ahí es donde comenzó a quitarle los pantalones. Primero soltó con habilidad la hebilla del cinturón pasando luego con urgencia a hacer lo mismo con el botón. Sonriéndole con mirada sensual y seductora agarró la cremallera entre sus dedos dejándola descender lentamente para pasar luego a agarrar el tejano por ambos lados haciéndolo caer por sus muslos, sus rodillas y sus pantorrillas hasta dejarlo reposar en el frío suelo rodeándole los tobillos.



 



El joven, en calzoncillos frente a ella y con el bulto de su sexo dándose a conocer sin remedio, seguía aún asombrado permitiéndole hacer lo que quisiera con él. Chelo observó el enorme paquete relamiéndose los labios de gusto imaginando todo aquello que su amante podría ofrecerle y que estaba bien segura que sería mucho. Sin esperar más llevó la mano posicionándola con cuidado para empezar a masajearlo y acariciarlo con sus dedos a través del algodón que lo cubría. Notó la rápida respuesta viéndolo aumentar de tamaño a marchas forzadas con cada suave masajeo que le daba arriba y abajo. Le escuchó gemir levemente y levantando la vista hacia él, sintió las manos del hombre mezclando los dedos entre los sedosos cabellos de ella mientras cerraba los ojos en señal de agradecimiento.



 



Chupámela….necesito que me la chupes, por favor. No aguanto más –dijo agarrándole con fuerza de los cabellos y llevándola entre sus piernas de forma perentoria.



 



Chelo se arrodilló frente a él y empezó a lamerle sin prisas por encima del calzoncillo, aumentando aquella caricia a cada segundo que pasaba hasta hacerla insoportable para el muchacho. Ella viéndolo tan excitado agarró la prenda dejándola caer por los muslos hasta ver aparecer aquel rocoso monolito de carne que se mostraba ante ella desafiante y robusto. La mujer no pudo menos que abrir completamente los ojos sorprendida ante el tamaño más que considerable de aquel joven pene.



 



¡Menuda polla tienes muchacho! ¡Es fantástica! –dijo cogiéndola entre sus dedos y observándola con detenimiento.



 



Sin más esperas, sin perder un segundo más la llevó a su boca empezando a lamerla y chuparla lentamente echando la piel del prepucio hacia atrás dejando al aire la rosada cabeza la cual se mostraba húmeda y reluciente. Chelo la golpeó levemente con la punta de su lengua haciéndola elevarse hasta el infinito en busca de mayores y más profundas caricias. Quedando de ese modo frente a aquel hermoso instrumento, lo agarró con fuerza entre sus dedos metiéndoselo finalmente en la boca de una sola vez teniendo que sacarla unos instantes al notar como se atragantaba con ella. Tomando algo de aire abrió de nuevo la boca para meterse aquel grueso músculo el cual la llenó por entero, iniciando Chelo un suave movimiento con su lengua arriba y abajo disfrutando de aquel dulce helado que su amante le entregaba con tanto cariño.



 



¡Así…así chupa…qué gusto! Eso es, ohhh…cométela toda. Sí, eso es…pónmela bien dura cariño.



 



Sí, claro que sí cariño –respondió ella sacándola de su boca y mirando hacia arriba encontrándose con la cara de intenso placer del muchacho.



 



Oh, qué bien. ¡Madre mía, cómo me estás poniendo, nena!



 



¡Vaya nabo! –dijo ella abriendo nuevamente la boca y metiéndoselo para volver a saborearlo ahora de forma mucho más vehemente.



 



Así, sí…ummmmm.



 



¡Me gusta comértela! ¡Me encanta tu polla!



 



¡Qué bien! Así, sí, sí…



 



El chico la llama puta y zorra pidiéndole que continúe con aquella dulce tortura con la que le hacía alcanzar la gloria. Aquellas palabras tan obscenas y sucias la excitan sobremanera. Era algo que descubrió en sus furtivos encuentros con Juan, el cliente de su marido que la había hecho conocer aquella faceta desconocida para ella hasta ese momento. Chelo había descubierto que aquello la excitaba hasta tal punto que gracias a ello lograba alcanzar los orgasmos más salvajes que nunca había disfrutado antes.



 



Ella no para de comérsela utilizando todas sus muchas artes de mujer avezada en el agradable arte del amor, jugando primero con la cabecita para pasar luego a chuparla por entero más y más deprisa apoyada en él con las manos sobre los velludos muslos. Con su lengua saborea aquel dulce tronco ensalivándolo convenientemente hasta dejarlo bien preparado para la cercana penetración. El muchacho mientras tanto aprovecha para inclinarse sobre ella y con decisión le da dos fuertes manotadas en las nalgas haciéndola gritar débilmente. Aquello la hace perder la razón por unos instantes y se entrega con mayor ahínco a su tarea masturbándole y acariciándole el miembro furiosamente hasta hacerle eyacular en el interior de su boca, disfrutando ella de tan abundante corrida tragándosela por entero sin permitir escapar una sola gota de entre sus labios.



 



Oh sí…tómalo todo. Me corro puta, me corro sí... ¡Qué bien la chupas, cabrona! –dijo él finalmente apartándola de tan exquisito tesoro produciendo en ella un pequeño lamento de queja.



 



Tras unos minutos de descanso en los que ella aprovechó para mirarle su tremenda cara de felicidad, el chico la hizo poner en pie agarrándola con fuerza de la cintura y haciéndola dar la vuelta por entero, sin aparente dificultad, hasta colocarla en posición inversa a la suya formando ambos un perfecto y delicioso sesenta y nueve. El poco peso de ella le facilitó enormemente la tarea quedando ambos enfrentados al sexo del otro. De esa manera y en posición tan complicada, Chelo aceptó el reto que aquel joven le proponía agarrándole la herramienta y volviendo a introducirla en la boca tal y como había estado haciendo segundos antes. Los gemidos de él volvieron a reproducirse nada más sentir el contacto con la lengua femenina que lo adoraba, que lo veneraba como un verdadero tótem. Cruzando ella las piernas por detrás del cuello de su amante, él no tuvo más remedio que rasgarle las diminutas braguitas hasta romperlas para luego echar hacia atrás la tela de la falda enrollándola en su cintura y así empezar a chupar el sexo de la mujer el cual ya se mostraba húmedo y perfectamente listo para aceptar aquella caricia.



 



El joven se apoderó de los labios de la mujer chupándoselos y mordisqueándoselos con suavidad consiguiendo de ese modo que los lametones de ella sobre su pene se hicieran más profundos. Ambos sabían dónde acariciar para que el otro sintiera el máximo placer. Chelo abandonó su trofeo sin poder evitar emitir fuertes gemidos producto del maltrato que le prodigaba el muchacho. Tras un buen rato en que ambos se comieron sin dejar un rincón de sus sexos sin probar, ella notó la cercanía del orgasmo, aquel chico la estaba haciendo llegar al cielo y finalmente cogiéndose con fuerza a él para no caer acabó reventando en un fuerte orgasmo que la hizo correrse copiosamente ofreciéndole a su experto amante sus jugos los cuales no cesaban de manar entre sus piernas recogiéndolos él entre sus labios hasta dejarla completamente seca.



 



Apoyándola delicadamente en el suelo, la hizo sentarse en el suelo con las piernas bien abiertas. Ella aún se estaba recuperando del orgasmo obtenido segundos antes pero, pese a ello, todavía necesitaba mucho más así que cogiéndolo de la cintura lo atrajo hacia ella para que continuase con aquellos juegos tan lascivos y sensuales.



 



Hazme sentir mucho más, cariño…-le rogó haciéndole hundirse nuevamente entre sus piernas. Ohhhhh…ahhhh, vamos muchacho sigue…ahhhh sigue. ¡Estoy tan cachonda! Eso es…cómo me pones…sigue chupándome el coño, cariño…sigue…ohhhhh.



 



¿Te gusta como lo hago? –le preguntó él con voz entrecortada.



 



Sí…sí cariño…sigue chupándomelo –le pidió apretándole contra ella hasta casi ahogarle entre sus piernas.



 



Su apuesto amante movía con rapidez la lengua en el interior de su encharcada almeja logrando con ello hacerla llorar de emoción. ¿Cuánto tiempo hacía que no sentía algo así? ¿Cuánto tiempo hacía que nadie se dedicaba a ella como lo estaba haciendo aquel guapo muchacho?



 



Así…así me gusta. Goza cariño con lo que te estoy haciendo –le dijo el chico mientras introducía uno de sus dedos en el interior de su vagina al tiempo que continuaba martilleando una y otra vez contra su inflamado clítoris el cual se encontraba duro como un pequeño pene.



 



Ella temblaba como una colegiala en su primera cita. Aquella atractiva criatura estaba siendo para ella todo un hallazgo.



 



Ohhhh sí….ohhhhh…ummmm sí, sigue…¡no te pares! Sí, ese dedito…me encanta que me lo metas en el coñito. –reconoció moviendo la cabeza a uno y otro lado notando la cercanía de un nuevo orgasmo al parecer mucho más intenso que el anterior. ¡Qué bien lo haces cariño! ¡Qué rico! Sí…me haces tan feliz…continúa vamos. Sí, sí así…oh, no dejes de moverla vamos. Oh sí, sigue qué bien…así, qué lengua tienes…oh sí mi niño vas a hacer que me corra otra vez…-anunció entre sollozos antes de acabar alcanzando nuevamente el clímax en un orgasmo que encadenó con otro muy seguido y de efectos mucho más devastadores haciéndola caer rendida y agotada.



 



Tras aquel par de orgasmos tan brutales y extenuantes la dejó descansar apenas dos minutos besándola con enorme dulzura y acariciándole el cuerpo para volver a ponerla nuevamente bien cachonda y predispuesta para un nuevo combate. Levantándola en brazos y cogiéndola con fuerza por los muslos la hizo apoyar la espalda en la pared empezando a follarla salvajemente hasta hacerla gritar de tal modo que tuvo que ahogar sus gritos de mujer ultrajada mordiéndole el hombro hasta hacerle sangrar.



 



¿Te pongo a cien, eh maldito cabrón? –le dijo ella animándole a que la follara profundamente hasta conseguir destrozarla por dentro.



 



Más bien diría que me pones a mil –pronunció él entrando con facilidad en aquel coñito tan estrecho y acogedor.



 



Ahhhh, así sí…es maravilloso…sí, sigue así…qué bien lo haces…Sí, no dejes de moverte…¡cómo me excitas!



 



Oh sí, vamos –dijo él bombeando con fuerza y sin dejar de frotarle las nalgas mientras martilleaba una y otra vez.



 



Cariño hasta el fondo…hasta el fondo –se movía ella adelante y atrás, arriba y abajo sintiendo aquella gruesa polla entrar y salir de su vagina cada vez a mayor velocidad haciendo aquel polvo totalmente insoportable para ambos. Eso es…eso es…vamos folla.



 



Así , muévete así putita…así sí…ohhhhhh.



 



Fóllame fuerte cabronazo…oh fóllame fuerte…Oh sí, sí me vas a destrozar entera cariño, ¡qué bueno es esto! –dijo ahogando sus alaridos entre los labios de él besándole con desesperación.



 



Aquel incansable joven con el que había tenido la suerte de topar, bufaba como un toro herido clavándola y desclavándola y haciéndola chocar con fuerza contra la pared de aquel ascensor testigo mudo de tan tremendo acoplamiento. Aquel polvo parecía no tener fin.



 



Es que no se cansaba nunca –pensó en un breve momento de lucidez. Hasta el fondo vamos…así vamos muchacho, más deprisa así –le gritó mirándole con la mirada perdida y los ojos completamente en blanco notando ríos de placer correrle por las piernas.



 



Había perdido la cuenta de las veces que se había corrido y su amante no parecía dar muestras de cansancio. Botando y botando sobre él con todas sus fuerzas notó al fin un leve signo de debilidad al verle temblar las piernas las cuales parecían perder fuerza por momentos.



 



Deprisa…deprisa vamos…más, más. ¡Qué polla tan buena tienes, cariño!



 



Salta…salta así, así vamos, así…qué bueno…sigue vamos…sigue cabalgando…



 



Ah sí…fóllame…métemela hasta el fondo…me vuelves loca mi amor –aullaba ella agarrándose de sus brazos a la espera del orgasmo de ambos que no tardaría mucho en producirse.



 



Al fin la hizo descabalgar apuntando sobre su cara y volviendo a disparar su descarga de leche la cual llenó el rostro de Chelo cayéndole sobre la frente, la nariz y la boca. Ella la recibió con gran placer cerrando fuertemente los ojos mientras recogía entre sus dedos las últimas sacudidas del hombre llevándoselas a la boca para saborearlas con evidente placer.



 



Así dámela…toda, dámela toda cariño…



 



Sí, toda para ti…tómala toda nena.



 



No quiero que quede ni gota, ¿sabes? –le dijo fijando sus ojos en los ojos vidriosos de él y chupando la excitada cabezota hasta dejarla bien limpia y brillante. Ha sido realmente maravilloso.



 



Oh sí, ¡menudo polvazo! –confirmó él ayudándola a levantar del suelo.



 



Cariño, ¿te gustaría repetirlo? –le preguntó ella agotada y sudorosa.



 



Sí claro, por supuesto. Siempre que tú lo desees… –afirmó él con plena convicción.



 



Bien, en ese caso deberemos ser muy discretos y cuidadosos para que nadie de la escalera ni mi marido sospechen nada.



 



Él asintió con un ligero movimiento de cabeza para después coger el rostro de ella entre sus dedos y acercarlo al suyo hasta acabar uniendo sus bocas en un último beso con el que sellaban aquella secreta relación que tan buenos frutos iba a ofrecerles en el futuro a ambos.



 



Chelo miró la esfera de su reloj viendo que había pasado ya hora y media desde que habían echado el cerrojo a aquel frío y gélido ascensor. Poniéndose en marcha empezaron a recoger las prendas caídas en el suelo vistiéndose con celeridad para, una vez vestidos, apretar de nuevo el botón de puesta en marcha, poniéndose el elevador en funcionamiento y descendiendo hasta alcanzar el vestíbulo camino de la calle donde ambos se separaron con un simple y definitivo adiós, pero un adiós muy diferente a todos aquellos con los que se habían despedido hasta entonces. Aquella fue una despedida de carácter mucho más cómplice, de mucha mayor complicidad entre ellos. Ahora habían descubierto cada uno de los rincones del cuerpo del otro quedando exhaustos y satisfechos tras aquel encuentro tan salvaje y enloquecedor. Ciertamente aquel varonil y atractivo muchacho no la había defraudado lo más mínimo haciéndola sentir algunos de los mejores orgasmos de su vida…


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
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