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La residencia parecía vestirse de gala, llena de luces bajas como para dar un bello panorama de romántica lobreguez. La música de fondo adornaba la quietud de una gran sala de estar, agigantada por la soledad de la acostumbrada rutina de las vivencias de una sola persona.
La palabra “romanticismo” nunca estuvo en mi vocabulario particular ni había ido de la mano con mi personalidad, pero entendía lo que unas velas encendidas sobre la mesa del comedor y un atuendo llamativo talla adredemente chica significaba. Aunque no tenía que ser demasiado genio como para comprenderlo. Cualquier gorila alzado con su mano en la entrepierna podría haberlo hecho.
--¿Quieres algo para tomar?—me preguntó mi hermosa mujer madura.
--¿Qué tienes?
La coordinadora se acercó al refrigerador e investigó su interior.
--¿Vino? ¿Champagne? ¿Cerveza?
--¿Te olvidas de la edad que tengo, belleza?
Se sonrojó mirando al piso, al tiempo en que resoplaba para no reírse.
--Es cierto, perdóname…--se burló--¿Te apetece leche?
¿No tenía una mejor palabra para hacerme esa broma? Tantas cosas perversas se me vinieron a la mente que pensé que me echaría con sólo ver los gestos que mi instinto animal mostró.
“Creo que te preguntaré lo mismo dentro de…”
--Gracias, paso—sonreí, apretando los labios para no contestarle como debía—Prefiero la cerveza.
Me senté en uno de los mullidos sillones con almohadones y la observé volver de la cocina con su clásico contoneo.
--La comida está lista, espero que te guste—me entregó un porrón--¿Cuándo la sirvo?
¿Era mi estado mental o todo lo que me decía en ese momento me sonaba a provocación sexual?
--Si es ahora, genial. Tengo mucha hambre.
El doble sentido a la orden del día.
O de la noche.
--Perfecto, las pastas están bien calientes. Odiaría tener que recalentarlas después. ¿Las prefieres con mucha salsa?
--Cuanto más jugo tengan, mejor.
Y con una sonrisa pícara, volvió a la cocina y trajo consigo una fuente de ravioles, la cual depositó en el centro de la mesa luego de apartar el candelabro.
--¿Porqué las velas?—me hice el idiota para oír su respuesta--¿Tienes problemas con la electricidad aquí?
--Sí—me miró cínicamente--, me obligan a utilizar muchas baterías. Las uso tanto que me duran demasiado poco…
“Hija de mil…”
--Ya veo.
Con un ademán cariñoso, me invitó a sentarme al lado derecho de ella, como si fuera un familiar cercano, sirviendo una porción tras la otra. Al margen de todo lo que pululaba por mi retorcida cabeza de adolescente, el agradable aroma de la comida llegó a hipnotizarme por unos instantes.
La conversación detallada de la cena, por obvias razones, se borró de mi mente, así que, por suerte para todos aquellos que no les interesa leer frases que no vienen al caso, sólo les diré al respecto que sobrevolaron temas colegiales, de compañeros, de materias sin sentido y hasta de antiguas situaciones amorosas con final nada feliz. Lo más importante comenzó a ocurrir luego de que termináramos nuestras bebidas alcohólicas de postre.
--No te habrás embriagado con sólo dos botellitas de cerveza, ¿no?—me preguntó hirientemente.
--Para nada. Aunque no lo creas, bebo más de lo que piensas.
--No me parece bien—me retó como si estuviera en la secundaria--, eres demasiado joven como para beber tanto…
--Bueno, tampoco es que me desmayo en la vereda luego de salir con mis amigos—me encogí de hombros.
--Hablando sobre eso, lindo, ¿puedo hacerte una pregunta personal?
“Tantas cosas puedes hacerme…mientras que una de ellas no involucre que sea yo quien me tenga que poner en…”
--Pregunta lo que quieras, estamos solos.
--¿Tienes novia?—se sonrojó.
Me quedé inmóvil, observándole los ojos interrogativos.
--Te lo pregunto porque no quiero meterme en más problemas de los que…
--Sí. Sí tengo.
Ante mi contestación, dirigió su mirada al plato, como decepcionada de sí misma.
--Y son dos.
Alzó la visión, enarcando una ceja.
--La izquierda y la derecha.
Siempre recordaré esa pequeña carcajada que dio como una de las más amables risas que haya visto y escuchado.
--Pero a decir verdad, la izquierda la visito muy esporádicamente. Solamente cuando la derecha se ha agotado…
Tuvo que taparse la cara para ocultar su jocosidad.
--De veras que eres rápido, alumno.
--Me encanta que me llames así. Y, como ya te lo dije, no lo soy en todo.
La coordinadora le dio un enésimo sorbo a su copa de vino como comprándose el tiempo para pensar o analizar qué contestarme.
--Eso me gustaría comprobarlo.
¡Paren todo! ¡Detengan las rotativas! ¡Saquen a los niños del aire! No habrá comerciales…
Respiré profundo…
--Cuando quieras.
Me acuerdo que en ese preciso momento, recordé el pequeñísimo detalle de que era virgen. Con todo lo que eso significaba. No obstante, tenía estudiada una especie de estratagema.
--¿Pero me permites ir al baño antes?
**
“¿Cómo mierda llegó a pagar todo esto con el sueldo de una simple coordinadora?” fue lo primero que pensé al vislumbrar tanta ostentación en el cuarto de baño. Azulejos que consideraba valiosos, hermosas cortinas, tremendo lavatorio antiguo. Hasta el inodoro parecía de la mejor calidad.
“Y pensar que sólo sirve para sentar el…”
Me daba lástima usar tanto lujo para lo que tenía planeado. Lo bueno es que con la excitación que poseía, no sería desmedido el tiempo usado…
“Veamos, ¿en qué pienso? ¿A quién imagino?” “¿Dina Meyer? No, ya le dediqué bastantes…” “¿Pamela Anderson? No, demasiado globo y poca mujer…” “¿La japonesita de la película porno? No, muy gritona. Me hace acordar a los sollozos de mi abuela viendo la telenovela” “¿Algo de Todorelatos.com? mmmmm…” “Mejor en la realidad misma. O sea, en ese pedazo de carne viva y jugosa que me toma el presente todos los días y ahora espera afuera con las bragas húmedas....bueno….al menos eso espero…”
Tal y como predije, no habré tardado más de dos minutos a todo galope de mi querida muñeca. Es fácil contener los suspiros cuando tienes suficiente práctica por la convivencia con varios seres de alta capacidad auditiva en una casa con paredes que parecen de papel.
Luego de limpiar como pude el derroche de lácteo, me preparé para apreciar su figura mucho más relajado, abriendo la puerta del baño y saliendo con pose ridículamente sensual.
Al no encontrarla, tengo que manifestar que me asusté un poco. Realmente me hubiera desilusionado si la coordinadora hubiese desistido en ese momento. Pero al escuchar un suave grito de “por aquí”, guiándome hacia una de las habitaciones, me tranquilicé.
O todo lo contrario.
Pobre corazón mío…
--¿Alguien me llamab…?—bromeé al entrar en el cuarto, interrumpiéndome a mí mismo al verla recostada de costado con un camisón sugerente.
Quedé en silencio, hipnotizado, observando esa postura de gatito ronroneando en almohadas de plumas, con aquella sonrisa simpática de ensueño.
--Dime—aumentó el calor escénico con su voz de locutora--, ¿has estado en la cama de una mujer?
Se me había ocurrido contestarle “en la de mi madre muchas veces de niño”. Pero como no era tan idiota, no lo hice.
--¿Interesa realmente la respuesta?
--Con eso ya me lo has contestado.
Todo era neblina más allá de su cuerpo. Nada cubría esa imagen celestial de diosa en un Olimpo de sábanas blancas con aroma a jabón de pino. Hubiera querido que se detenga el universo mismo allí.
--En verdad eres una belleza…--atiné a decirle sin siquiera mover un dedo.
--Gracias, alumno—sonrió tiernamente—Pero, ¿te quedarás allí toda la noche?
Un gran pie para lo que vendría a continuación. Casi sin pensar en lo que hacía, comencé a quitarme los zapatos, luego las medias, la remera…
--Tú también tienes un buen físico—me dijo.
No sabía si era un cumplido por compromiso, al ver mi torso poco desarrollado, o si se había quitado los lentes de contacto.
Pero para el caso era lo mismo.
Como aún me quedaban algunos minutos de recuperación masculina, no me desabroché el cinturón, pero me recosté al lado de ella, reptando lentamente hasta que mis ojos estuvieron a la altura de los suyos.
--Bueno…--sonreí--, ¿ahora qué?
La coordinadora depositó suavemente su mano izquierda en mi zona abdominal, acariciando mi piel como si quisiera hacerme cosquillas.
--Puedo enseñarte algunas cosas extraescolares para que luego te tomen examen.
--Espera…—la detuve sujetando su mano.
La reacción instantánea de ella no fue muy feliz.
--…déjame primero a mí demostrarte lo que estudié hasta ahora.
Sin dejarla de mirar a los ojos, me deslicé por sobre el lecho en dirección a sus piernas unidas.
--Dios—suspiró graciosamente--, ¿harás lo que yo creo?
Era una pequeña estrategia para que pasara el tiempo necesario en el cual mi amigo del alma pudiera volver deseoso al trabajo.
--¿Tienes alguna objeción?
Lanzó una pícara risita ínfima.
--Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que alguien se interesó particularmente en mi placer.
--Ellos se lo pierden, preciosa.
Bajo el atuendo de dormir traslúcido, se ajustaba unas bragas blancas que defendía muy poco su intimidad. Levanté la parte inferior del camisón y mis manos atacaron los ajustes laterales de dicha lencería.
--Ponte boca arriba, por favor—le murmuré románticamente.
Al obedecerme, supe que la tenía a mi merced. Resbalé por sus piernas la prenda íntima hasta llegar a quitársela, lanzándola luego hacia el respaldo de una silla del rincón.
--Ahora es cuando puedes abrirlas—susurré.
Un suspiro libertino fue todo lo que hizo, supuse que debía de tener su rostro totalmente ruborizado. Cuando finalmente decidió abrir sus extremidades, me adentré serpenteando por sobre el triángulo imaginario, llegando enseguida al sublime vértice sexual.
--Hueles muy bien…
Y no mentía. Al parecer, la limpieza en sus partes pudendas no era al azar: el agradable perfume embellecía aún más el coqueto cavado elaborado con decoro. Me sentí en un ambiente empalagado de lujuria y aromas suaves.
Junto con un gemido libidinoso que perforó el silencio, mi lengua comenzó a posarse sobre sus carnes húmedas y perceptivas, descendiendo y ascendiendo una y otra vez, saboreando los gustosos labios de miel y provocándole el estremecimiento de su cuerpo hasta el punto de erizarle la piel.
Al terminar mi deliciosa faena, observé sus ojos cerrados y su boca entreabierta, ensimismada en el disfrute, lo cual me provocó el sentimiento de excitación más grande hasta el momento. Experimenté cómo poco a poco la sangre de mi cuerpo se dirigía una vez más hacia donde llegaría a inducir una pequeña y dulce molestia.
--Dime que tienes prot…
--En mi boca—me interrumpió, sin que llegara a entender del todo.
Pero luego comprendí cuando estiró su brazo y extrajo de uno de los cajones de la mesa de luz una hilera de preservativos, abriendo uno después y metiéndoselo en la cavidad bucal.
Esa escena casi me paralizó.
Con sigilo, dirigió su cabeza hacia mi entrepierna y depositó el condón en la punta de mi miembro, empujándolo con la lengua hasta que quedara cubierto en su totalidad.
En un principio pensé que me devolvería el favor oral, pero me decepcioné al verla regresar a su postura anterior.
--Ya es tiempo, alumno…
Respiré profundo y me incliné sobre su cuerpo, conduciendo mi sexo hacia el encuentro con el suyo. Recosté mi frente sobre su cuello y empujé con suavidad. Al percatarme de que la tarea de penetración no era demasiado difícil, decidí presionar mi pelvis con fuerza hasta el punto en que nuestras existencias quedaron unidas por completo.
Un gemido saltó de su garganta…y finalmente perdí mi virginidad.
Jamás hubiera pensado, ni en el más hermoso de mis sueños húmedos, que lo llevaría a cabo con tamaña escultura de mujer madura.
Más allá de haberme masturbado antes, sabía que no tardaría mucho en llegar al orgasmo. El esfuerzo se hallaba en lograr la duración máxima posible, deteniéndome cada cierto intervalo de tiempo a relajarme al menos un poco.
Pero todo acabó cuando a la coordinadora se le ocurrió besarme con ternura en medio de violentas embestidas.
Todo acabó en varios sentidos.
--Está bien—me dijo con voz fraternal--, lo hiciste bien. Me has excitado bastante…
Apenas la escuché. Me encontraba en un paraíso plagado tanto de preciosas sensaciones, como de culpa y vergüenza por no haber traspasado ni siquiera la barrera de los cinco minutos.
--Esto no termina acá—la miré a los ojos, sonriendo bribonamente.
--Lo sé, bonito—cerró los suyos y dejó escapar una especie de gimoteo de relajación, algo fingido en mi opinión—Pero ahora me apetece una copa.
--A mí me apetecen varias cosas—me acosté a un lado, boca arriba--, pero tendrán que ser satisfechas dentro de algunos minutos…no en este momento…
Logré que se riera nuevamente.
Al espectar a su perfecto cuerpo de espaldas abandonando la cama, mis piernas temblaron por los pensamientos de suerte y fortuna que avasallaron mi mente. Siempre había creído que el buen destino me había sido esquivo, en muchos aspectos, en comparación con amigos y conocidos; pero al trazar mi vista por aquellas apetitosas nalgas, las pases fueron hechas sin reparos con la divina providencia.
--Sublime—exclamé con seriedad masculina.
--Gracias, eres pura ternura—me devolvió el halago.
Me quedé vislumbrando el techo, como fascinado, pensando en lo sucedido. Apoyé la cabeza en mis manos, dejando los brazos en forma de triángulo, y respiré agitadamente, deseando que no tardara en llegar el tercer tiempo vital en mi joven cuerpo.
--Te llevo una cerveza, niño, ¿si?—gritaron desde el comedor.
--Lo que quieras, mientras que seas tú quien me la traiga.
--¿O prefieres una bebida energizante?—se rió.
--No me hace falta, créeme lo que estoy diciendo.
--Interesante…
Algo molesto interrumpió la charla distante. Algo que realmente no me lo esperaba y hubiera sido lo último en desear.
Sonó el timbre.
Frenéticamente me senté en la cama, como si mis reflejos me hubiesen avisado de algún peligro. Espié por el costado del pórtico para observar la reacción de la coordinadora…y bastante que me sorprendí al darme cuenta de que a ella en nada le había afectado tal situación.
--¿Esperabas a alguien?—me preguntó cariñosamente, con una pizca de cinismo.
La miré con los nervios a flor de piel.
Así como estaba, con sólo una bombacha blanca y una camisa puesta haciendo juego, sacadas de algún armario del baño según imaginé, se apersonó frente a la puerta cerrada para divisar por el ojo de cristal.
--Al parecer se adelantó a la hora…--se alegró, extrañamente para mí.
--¡¿Quién?!
Me dedicó una mirada pícara, la cual no me agradó demasiado. Ante mi rostro de pasmo y temor, abrió la puerta sin siquiera dignarse a cubrirse el cuerpo un poco más, haciéndose a un costado para que lo primero que viese el individuo fuera mi figura.
Y así fue como ambos vistazos tuvieron su encontronazo, sin poder creer el contexto ninguno de los dos.
--¿“Ciru”?—pregunté atónito.
Mi amigo abrió sus ojos al máximo.
--¿Qué estás haciendo aquí?
**
Nota: la historia culminará en el siguiente episodio. Para aquellos que, además, hayan leído mi otro relato “Violaciones Medievales”, les cuento que estoy empezando a escribir la secuela y que en un lapso no muy prolongado comenzaré a publicarla. Gracias por sus comentarios.
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