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Categoría: Maduras

Ella (2)

Ella (parte 2)



--¿Es soltera?



--Pero, ¡¿a qué se debe esa pregunta atrevida?!—alzó el tono de voz—No le interesa mi vida privada.



--Perdóneme, pero quiero saberlo. Es que no puedo dejar de pensar en usted, coordinadora—todavía sigo averiguando de dónde saqué la valentía para decirle todo eso.



Me miró aturdida, confundida por mis palabras, como si no supiera ya qué decirme.



--¿Se quedará callada o me expulsará?—la presioné.



--La verdad, me dejó en silencio, alumno. Nunca me había sucedido nada por el estilo y no sé cómo reaccionar—parecía sincero su desconcierto, pero después reculó—Si me llego a enterar que esto es una broma o alguna clase de apuesta, ni la defensora de los derechos humanos podrá salvarlo.



--No, para nada—dramaticé--, se lo digo con mi corazón.



Mi mente se mató de la risa de mí mismo. ¿Yo, flor de estatua con el refinamiento de un piolín de chorizo, había dicho algo así?



La coordinadora volvió a contemplarme de abajo hacia arriba por unos segundos, ¿se habría olvidado de algún detalle de mi uniforme?



Lo dudo.



--Mire, alumno, le pondré media falta por la tardanza de hoy.



--¿Eh?



--No tengo tiempo para…situaciones como estas.



Supongo que habrá querido decir "idioteces como estas".



--Pero, ¿no va a contestarme? Al menos dígame que soy un insolente o algo.



--¿Eso quiere realmente?



--Quiero que me hable.



--¿Y para qué desea saberlo? ¿Qué cambiaría?



--Al menos….—no supe qué más agregar y bajé mi mirada.



Ella se quedó callada observando el horizonte…bueno, los libros del estante.



--Es muy chico para entender todo esto que me está diciendo. Usted sólo tiene que preocuparse por estudiar y sacarse buenas notas.



--No debe inquietarse por eso.



--Pero usted sí. Así que déjese de imaginarse fantasías ridículas y dedíquese a lo importante.



--¿Lo que te dicta el alma no es importante?



No tengo claro qué es lo que pretendía con todo ese palabrerío cursi que ahora me suena a "Lo que el viento se llevó". Pero creo que funcionó. Una sonrisita le extirpé.



--Váyase alumno, se está perdiendo la clase.



--Pero…



--No lo volveré a decir.



Di media vuelta con un gesto de decepción, denigrando a la entrepierna de la madre que me parió. Pero cuando estaba por traspasar el pórtico, escuché su voz cálida de nuevo.



--Espere—aguanté la respiración--, llévele esto a su profesor.



Introdujo una planilla escrita en un sobre y estiró su brazo. Volví a insultar, pero esta vez a la de ella.



--Son los datos personales suyos y de sus compañeros. Intuyo que no se atreverá a leerlos, por más imprudente que usted parezca. Por favor, no lo haga.



"Está bien" creo que le dije de mala gana. Ni siquiera me miró.



"Está bien…" "Está bien metido el palo en tu culo reventado" pensé mientras me alejaba de su oficina.



Recuerdo que estaba dolido. Dolido y con ira por mi propia impotencia. No es una buena combinación. Recorría los pasillos de la institución maldiciendo santos y diablos a diestra y siniestra.



"¿Para qué mierda hice eso? ¿Cómo no pensé en que estaba obligado a seguir viéndola todos los días?" me preguntaba entre agravios a mi persona.



Tenía ganas de hacer añicos el sobre con todo dentro, por ser lo que más se hallaba a mano.



"Este sobre…me pidió que no lo leyera, ¿qué tanto secreto puede haber en una ficha con información de alumnos?....¿Será porque contiene algún mensaje extraño para el profesor de historia?"



Es increíble cómo llegan a suceder algunas situaciones. Viéndolo a la distancia, parecería como si el destino siguiera un hilo conductor hacia circunstancias que podrían haber ocurrido de manera completamente diferente. Toda esta pequeña reflexión es para graficar la estúpida causa que llevó a grandes consecuencias. Porque sospechar que la coordinadora se comunicaba amorosamente con ese viejo decrépito mediante registros era, como mínimo, una idiotez. Y más si encima intuía que el mensajero vendría a ser un pibe como yo.



Bueno, la cosa es que abrí el sobre como un signo de rebeldía y enfado solamente para descubrir que en su interior no había más que números y letras escritas en renglones prefabricados en una imprenta…, o sea una planilla de datos. Me reí al imaginarme con un bonete de imbécil. Pero al tirar los retazos en el cesto, noté que se había caído un pequeño papel escrito a mano desde una de las carillas. Lo levanté del suelo y lo leí al tiempo en que retomaba la marcha al aula.



NO, NO SOY SOLTERA. ESTOY DIVORCIADA.



Y MI TELÉFONO ES 4892-23…



Mi frente dio contra uno de los faroles antiguos que sobresalían en los senderos del colegio, dejándome casi inconsciente. Ni bien recuperé la estabilidad, no dejé siquiera que la nube borrosa llegara a alejarse de mi visión. Como pude volví a leerlo.



NO, NO SOY SOLTERA. ESTOY DIVORCIADA.



Y MI TELÉFONO ES 4892-2357



GRACIAS POR NO OBEDECERME.



Creo que mi rostro podría haber sido uno de los destacados del mes en Facebook si alguien lo hubiera inmortalizado con una cámara.



E inventado esa red en esa época, claro.



Llegué al aula pálido, como un muerto viviente. No escuché lo que me dijo el catedrático ni presté atención a las miradas de mis compañeros, sólo entregué como un autómata la planilla y me senté en el pupitre a observar un punto fijo en el pizarrón, soñando despierto.



Tuvieron que pasar un par de horas para que recobrase la sensatez. Fue en el momento en que tres de mis mejores amigos me golpearon la cabeza como señal de que el comienzo de la partida de truco estaba al caer. Obviamente perdí y tuve que pagar la apuesta en efectivo. Sin embargo, lo que más me importó de ese recreo fue la invitación que recibí para ir en la noche al departamento de uno de ellos, ya que había conseguido un par de videos porno de algún lado y quería catarlo con nosotros.



Sí, a mí también me había sonado raro eso. En su lugar hubiera preferido estar completamente solo, sin que nadie molestase el romance con mi inseparable amiga Manuela Soledad Dolores de Palma. Pero en fin, era solamente mi opinión. Terminamos yendo todos.



La vivienda del "ciru" desbordaba de lujo. Podría estar largos párrafos describiéndola, pero no tengo ganas de emular a una novela de Tolkien. Sólo diré que lo llamábamos así por "ciruja" ("linyera" para el que no entiende mi modismo natal). Su familia había estado metida en el gobierno desde la época de las cavernas. Es más, creo que su padre ya cobraba sueldo de asesor desde antes de terminar la secundaria. Mejor dejémosla ahí. Lo importante es que tenía más plata que la reserva de Sri Lanka.



Me acompañaban el "ruso" y el "colo", altos miembros honorables del Club del Vicio por el Placer Solitario (qué bueno que es que se te ocurran maneras delicadas de llamar "pajeros" a tus amigos).



Nos trasladamos a la ostentosa sala de living después de saludarnos, golpearnos como idiotas y acordarnos de todas las pibas y sus defectos físicos. Los almohadones del sillón conmemoraban las tetas de Pamela Anderson, pero con menos relleno. O al menos eso era lo que dictaba mi calentura creciente por lo ocurrido esa mañana.



Entre risas y palabras soeces, el dueño de casa introdujo el video de etiqueta roja en la casetera y prendió el fastuoso televisor. No hace falta aclarar que le pusimos menos atención al argumento de la película porno que a las clases de Educación para la Salud. Tuve que esperar a que comenzaran los cariñosos arrumacos entre los protagonistas para que mi cerebro empiece a divagar entre los comentarios pervertidos de mis camaradas y la imaginaria figura femenina de mi interlocutora matutina desprovista de ropa.



--Creo que tiene hambre la muchacha, hace bastante que no debe comer—exclamó el "colo".



--Pero, ¿ya no es grandecita como para tomar la mamadera?—agregó el "ruso".



--Le debe faltar calcio.



--Y también crema humectante en la cara, por lo que veo. Debe tener la piel reseca.



--Pon más fuerte, "ciru", que no escucho la música de fondo.



--¿Por qué no se callan?—se rió el anfitrión—No los invité para que hablen.



--Es que si no hablo, me pongo mimoso. ¿Seguro que quieres eso?



--Si me tocas te cago a trompadas.



--¡Cállense que va a decir algo poético!



"Aaah…aaahh…aaaaah….métemela toda…"



--Ahí va…poesía.



--Uh, eso debió doler.



--Lo dudo, si entra un camión con acoplado ahí.



--Sí, algo me dice que no es virgen.



--Espera un poco que ahora se pone mejor, está por entrar la "amiguita".



--¿Esa es?



--Déjate de joder, tiene como quinientos años…



--Vaya que es fea, ¿de qué zanja la habrán sacado?



--Sin duda que para masturbarse primero debe emborrachar a su mano.



Las frases del "ruso". En algunas ocasiones me mataba de la risa con ellas. En otras, quería matarlo a él. No recuerdo con exactitud todas las acotaciones a la obra maestra televisiva, pero sí me acuerdo de la distorsión de la realidad que la pantalla generaba en mi mente. O sea, que en lugar de ver a la hermosa protagonista jadeando en medio del paraíso, yo me imaginaba a la coordinadora, a sus preciosos senos, sus gestos lujuriosos y a esas curvas traseras que me estaban enfermando. A diferencia de los chicos, no me interesaban los primeros planos de los genitales femeninos, ya que de esa forma desaparecía de mi sueño el rostro maduro angelical. Sólo quería reemplazar los atisbos de placer fingido de esa perra cara con los reales de aquella divorciada de piedras preciosas verdes en sus ojos.



"Aquella divorciada…." "Ella misma me lo había informado…"



"¿Qué mierda estoy haciendo acá sentado?"



Me levanté de repente del sillón y me aparté del grupo de libidinosos.



--¿Ya tan pronto?—me preguntó el "ruso".



--El baño está al fondo a la izquierda—informó "ciru"--Trata de no manchar las paredes.



Las carcajadas las deben de haber escuchado hasta los del video.



Si supieran…



Tomé mi teléfono celular y extraje del bolsillo de mi jean el papel escrito por esa delicada mano.



Me costó un poco abrirlo, estaba pegoteado. No pregunten.



--¿Te lo ponemos en pausa, maricón?



No tengo idea de quién me dijo eso. Tampoco me importó, ya que estaba pensando en otra cosa: ¿cómo mierda empezaría a charlar con una mujer madura? ¿Sobre qué tema? ¿Cómo podría hacer uno para bajar la leche de su cabeza de arriba y aparentar ser más equilibrado? ¿Y cómo carajo podría uno llegar a perderse en un departamento por más espacioso que fuera?....¿En qué habitación me encontraba?



--¡Dale, infeliz, que se empasta el cabezal!



--¡Síganla viendo, tengo que hacer algo!



--¡No quiero saber qué! ¡Pero ni se te ocurra usar las toallas!



No era substancial el lugar oscuro desconocido mientras que tuviera un rincón donde poder platicar lejos de las burlas. Prendí la lucecita del móvil, abrí el papel y memoricé los números.



Pero me detuve a la mitad del tecleo.



"¿Qué le digo? Ni siquiera tengo idea de cuáles son sus gustos"



Las dudas ausentes anteriormente me desfiguraron el contexto. Era un adolescente sin experiencia después de todo.



"¿Por dónde comienzo?...Por donde sea, charlaré como si fuera mi madre…¡no, mejor dejo tranquila a mi mamá! Que sea como si estuviese con mi madrina, la cuarentona. A ella la respeto y le hablo de todo. Sí, de todo menos de sexo, la puta madre que lo parió. ¡¿Qué hago?!"



Flaqueé un instante y consideré volver a la porno, pero ese pensamiento duró poco.



"Es ahora o nunca, que sea lo que Dios quiera…aunque Dios no creo que me ayude en esta inmoralidad. Simplemente le diré "hola", como a todo el mundo y luego dejaré que fluyan las palabras correctas. Seguro alguna idea tendré, como siempre"



Marqué el número telefónico…y apreté el botón rojo antes del primer tono.



"Espera, ella tiene todos nuestros datos personales, indudablemente sabrá que soy yo antes de atender si tiene identificador………..Al cuerno…"



Apreté la tecla verde dos veces e hizo su aparición el tan temido sonido de llamada. Esperé suspirando, preparado para contestarle a todo tipo de voz sensual que diga "hola".



--Hola, bebé.



 



.



.



.



Casi corto.


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
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