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En casa siempre hemos pasado hambre, mi familia no ha sido de esas que ha tenido toda clase de oportunidades en la vida, más bien lo contrario. Mi padre ha sido el típico borracho que llegaba a casa y solo sabía pegarnos a mí y a mis hermanos o follarse a mi madre y había noches que hasta ocurrían las dos cosas.
Mi madre por otro lado siempre había cuidado de nosotros, pero la enfermedad degenerativa que le diagnosticaron cuando yo nací le impedía trabajar por lo que la mayor parte del tiempo se la pasaba en la cama. Desde bien pequeño me sentía culpable, me decía a mí mismo que yo era el causante de que mamá se encontrase siempre mal, así que siempre intentaba ayudar en todo lo que podía.
Desgraciadamente, la necesidad, la adolescencia y las malas compañías del barrio en el que vivíamos me convirtieron en lo que soy a día de hoy, un vulgar ladrón. Todo empezó cuando mi amigo Mariano me ofreció un robo en una casa. Sus palabras fueron;
-Tranquilo Samu, será un robo fácil, además, los dueños están de vacaciones por lo que no tendrás problema alguno.
Y así fue; la única dificultad que tuve aquella noche era al intentar sacar la televisión de plasma por la ventana. Los robos fueron en aumento, hasta tal punto de casi hacer una casa por día. Todo en casa iba a las mil maravillas, mamá se encontraba gracias a las nuevas medicinas que los doctores habían hecho para ella, mis hermanos tenían ropa nueva y limpia y mi padre cada vez aparecía menos por casa gracias al dinero que yo le mandaba a escondidas. Ahora era yo el hombre de la casa, pero eso también llevaba ciertos riesgos; un día podrían pillarme y llevarme a la cárcel por lo que tenía que dar el último golpe y retirarme por lo grande.
Cuando hable con Mariano me dijo que si lo que quería era cerrar el negocio debía apuntar alto y atracar un banco, sin embargo yo le respondí que eso llevaba demasiado estudio y años de preparación, y lo que yo quería era terminar lo antes posible. Fue en ese momento cuando rebuscando entre los archivos de las joyas de la ciudad, recordé que había un cuadro de Picatso en una casa de los barrios pijos.
Siempre que iba a robar a esas calles siempre salía con una sonrisa, se creen que por tener todo el dinero del mundo pueden comprarlo todo y al revés, es cuando más desprotegidos están. Todos aquellos imbéciles tenían la misma alarma de seguridad con la misma contraseña. Creo que es más fácil robarle el caramelo a un niño cabreado.
Revisé a fondo la casa en la que se encontraba el cuadro y para mi sorpresa estaba en manos de una anciana que vivía con su amado sobrino. La boca se me hacía agua por momentos; en plan se iba dibujando por segundos en mi mente, el único inconveniente iba a ser cómo sacaría el cuadro sin ser visto, no era el primer cuadro que robaba y todos daban problemas, daba igual lo grandes o pequeños que fuesen.
Me monté en el coche y puse rumbo hacia el objetivo. No tardé más de veinte minutos en llegar, eran las doce pasadas y todo parecía tranquilo. Estacioné el coche entre unos matorrales que quedaban próximos a la casa, dejándolo oculto entre ellos.
Las luces de la casa permanecían apagadas, así que estando seguro de que no había moros en la costa, corrí hacia una de las ventanas y usando el cortador de punta de diamante, hice un círculo sobre el vidrio e introduciendo mi mano por él, conseguí girar el picaporte y entrar. La parte más fácil ya estaba hecha, ahora tocaba encontrar la habitación en la que se encontraba el cuadro. Tirando de tópicos de película, supuse que la obra de arte se encontraría en una de las habitaciones de la segunda planta con toda la seguridad habida y por haber.
Una vez que desconecté la alarma, dejé un par de ventanas abiertas por si acaso surgiera cualquier imprevisto. Comencé a subir los escalones de uno a uno hasta encontrarme en la segunda planta de la casa, el pasillo de aquella casa era enorme, por no decir la gran cantidad de puertas que había en cada uno de los lados que lo formaban. Un haz de luz que ocupaba un rincón en la inmensidad de aquella oscuridad que reinaba en la noche llamó mi atención, fui avanzando poco a poco hasta apoyarme en el marco de la puerta de la misma y asomar tímida mente la cabeza. En aquella habitación se podía ver a una indefensa y dormida anciana en su silla de ruedas, frente a un televisor que desde hace rato parecía haber dejado de dar algo interesante para aquella mujer.
Sin ánimo de molestarla, seguí buscando entre el resto de habitaciones hasta encontrar la habitación del sobrino que vivía con ella. Aquel cuarto olía a colonia que echaba para atrás, así que sin ser muy inteligente deduje que el chico habría salido a tomar algo pero aun así no debía confiarme y terminar con mi trabajo lo antes posible.
Después de un par de puertas, la fortuna se convirtió en mi amiga y me hizo encontrar la amada obra de arte. Hice usos de mis conocimientos en el mundo del robo y no encontré ningún tipo de alarma de seguridad, fosa en el suelo escondida bajo la alfombra u objetos punzantes que fuesen a salir de las paredes y clavarse en mi cuerpo una vez que descolgase aquella obra de la pared. La noche estaba demasiado tranquila para mi gusto, otros ladrones estarían encantados de dicha paz pero yo era un ladrón diferente, prefería escuchar toda clase de ruidos mientras hacía mi trabajo, eso me indicaba que todo marchaba como debía. La tranquilidad era lo que me avisaba de que algo estaba mal, y como si de un adivino me tratase, encaré el cuadro con la intención de descolgarlo y hacerlo mío, fue entonces cuando en ese momento noté como algo impactaba sobre mi cabeza haciendo caer inconsciente sobre el suelo de aquella habitación.
El tiempo fue pasando sin ser yo consciente de él. Mis manos y piernas parecían atadas a una silla. No conseguía ver nada a mi alrededor debido a una venda que cubría mis ojos, sin embargo, mi boca era la única parte de mi cuerpo que permanecía libre.
-¿!Hola!? ¿Hay alguien ahí? Pregunté con miedo.
No recibí respuesta alguna, pero eso no impidió que siguiera preguntando.
¡Ayuda! me atreví a gritar, pensando más tarde que era yo el que había entrado a robar en aquella casa.
Un ligero susurro me decía que guardase silencio. Por unos momentos me tranquilizó el hecho de saber que no estaba solo, pero la idea de no saber quién era me puso más nervioso de lo que ya estaba. Zarandee mi cuerpo al mismo tiempo que gritaba y pedía que me soltasen. Debí de haber hecho caso a mi sexto sentido y marcharme de la casa en cuanto lo pensé. Seguro que el sobrino de la anciana llegó a casa, se percató de mi presencia y me golpeó sin que me diese cuenta, menudo error de novato.
Caí al suelo, pero fue en ese momento cuando unos brazos me agarraron y me ayudaron a recobrar la postura al mismo tiempo que se repetía la orden de que guardase silencio.
El crujir de la madera de aquella habitación me avisaba de dónde se encontraba aquella persona. Unas veces se encontraba más cerca, otras más lejos; hasta que hubo un momento en el que pude notar como se detuvo frente a mi persona. Ambos permanecimos en silencio hasta él o ella tomo la iniciativa y rodeando mi cuerpo con sus piernas se sentó sobre mí.
Mi corazón se aceleró, hasta tal punto de ser mis latidos el único sonido que se podía percibir en aquella sala. Intenté abrir la boca para así aumentar la cantidad de aire en mis pulmones y que mi respiración no fuese tan acelerada, pero unos labios frustraron mi iniciativa en forma de beso. Intenté apartarme, pero aquel ser tenía toda clase de poder sobre mí. Manos, piernas, todo con lo que podía defenderme se encontraba preso por una cuerda, así que agarrando mi cabeza con una de sus manos y el cuello con la restante, hizo que nuestras bocas se fundieran la una con la otra.
Sus labios chocaban con los míos al mismo tiempo que su lengua entraba en mi boca intentando seducir a la mía para que bailasen juntas. Hubo un momento en el que noté como algo se desprendía de su lengua hasta llegar a parar con la mía, parecía una especie de trozo de comida o eso pensé hasta que se empezó a derretir en mi boca e intenté expulsarlo, se trataba de una pastilla. Mis intentos por expulsarla fueron en vano, la mano que todavía seguía sobre mi cuello comenzó a ejercerme presión sobre mi nuez hasta que por instinto mi cuerpo tragó aquella sustancia.
-Ahora podemos empezar se escuchó seguido de una tímida sonrisa.
La venda se desprendió de mis ojos y frente a mí me encontraba…la anciana. Mis ojos no podían creer lo que estaban viendo. ¿Cómo una mujer tan vieja podía haber sido capaz de golpearme ella sola y atarme a la silla?
-¿Qué te sucede, no te gusta lo que ves? Preguntó ella mientras reía y se sentaba frente a mí en su silla de ruedas.
Mis ojos continuaban aciertoscomo platos ante tremenda escena.
-No entiendo nada respondí.
-Desde que compré este cuadro, han sido innumerable las veces que han intentado robármelo. Así que cansada de estar siempre sola mientras mi sobrino se va de fiesta por ahí a gastarse mi dinero, lo que hago es secuestrar a los ladrones y aprovecharme de ellos para que cumplan mis fantasías sexuales. ¿No te había dicho nadie nada? Soy famosa en la zona, por eso dejé correr el rumor de que era una anciana indefensa y dolorida la nueva dueña del cuadro, los ladrones dejaron de intentarlo y yo me aburro muy fácil.
Intenté retroceder y alejarme todo lo que pude de ella apoyando mis pies sobre el suelo y dando pequeños golpes sobre el respaldo de la silla. Pero todo esto solo provocaba la risa de aquella mujer la cual me seguía sin cansancio alguno con su silla de ruedas.
-Qué coño me has hecho tragar puta loca comencé a exclamar
-No me llamo puta loca sino Luz y respondiendo a tu pregunta, en unos minutos lo sabrás.
Seguí intentando escapar de aquella mujer, pero terminé encontrándome con una pared, la cual me dejó arrinconado ante ella. Luz puso los seguros a la silla de ruedas y poniéndose en pie comenzó a denudarse.
Una fina chaqueta de lana de color beige junto con una camisa azul cielo y una falda hasta las rodillas de color negro eran las prendas que cubrían aquel anciano cuerpo. Sin apartar la mirada de mi ser, Luz fue quitándose la chaqueta lentamente hasta que arqueando su cuerpo ligeramente hacia atrás y colocando sus brazos paralelos el uno con el otro hizo que la chaqueta fuese deslizándose entre ellos hasta caer por su propio peso al suelo. Observando más detenidamente su cuerpo me di cuenta que de que en verdad no parecía tan anciana como lo aparentaba. Luz debía rondar los 65, pero la combinación de aquella ropa junto con el moño que se había hecho y las gafas negras de pasta que llevaba aparentaba mucho menos.
La camisa se notaba que era de las caras, sobre todo por el dibujo que hacían sus pezones sobre aquella tela. Estaban tan excitados y duros que se podían divisar a kilómetros de distancia, aquella mujer le gustaba tanto el placer que se permitía el lujo de no llevar sujetador alguno. Seguro que era de esas mujeres que está en un lugar público y empieza a pellizcárselos al mismo tiempo que fantasea con alguien de su alrededor.
Luz comenzó a desabrocharse uno a uno los botones de su camisa. Ninguno de ellos puso resistencia alguna, salvo el último, el cual parecía ser el único que jugaba a mi favor. A diferencia de la chaqueta, la camisa permaneció en su sitio, parecía que Luz intentaba torturarme con la duda de que se escondía bajo aquella prenda. Vaciló durante un rato ante mis ojos y cuando lo consideró oportuno, dándose media vuelta apoyó sus brazos sobre los reposabrazos de la silla de ruedas que se encontraba tras ella y poniéndome el culo en la cara se bajó la falda de un solo golpe.
Fue en ese momento cuando una especie de cola de zorro cayó frente a mi cara. Nada de lo que estaba sucediendo tenía lógica alguna. Dejando la falda a sus pies, Luz se sentó en la silla y devolviéndome la mirada que antes me había negado comenzó a masturbarse.
Sus piernas formaban una especie de uve doble (W) invertida frente a mis ojos, cada una de sus piernas descansaba sobre los brazos de la silla dejando a plena vista su sexo. Aquellos labios se veían usados, como si un centenar de pollas hubieran pasado por ellos, como si litros y litros de semen se hubieran corrido encima, pero debo reconocer que invitaban al sexo y a la lujuria. Una mata de pelo ocupaba la parte superior del mismo, tal era la cantidad que Luz debía cavar con sus dedos si estos querían llegar a rozar su clítoris…
Su dedo índice fue el primero en entrar en contacto con su yo interno, hasta tal punto de provocarle tal placer que comenzó a revolcar todo su cuerpo en la silla para intentar no correrse y echar a perder por completo la fiesta en un segundo. La cola de zorro parecía estar viva, se movía por momentos, tal fue mi asombro por ella que Luz decidió hacerme partícipe de ello.
-¿Sabes de qué se trata? Preguntó ella con tono morboso.
Mi silencio respondió por mí, lo que provocó su risa. Agarrando con una de sus manos la extremidad de la cola, empezó a estirar de ella a medida que iba viendo como su ano se iba dilatando poco a poco.
Aquel plug salió como alma que lleva el diablo, provocando un orgasmo que se clavó entre las cuatro paredes de aquella habitación. Al mismo tiempo que Luz permanecía anestesiada por aquel momento de placer, un calor comenzaba a emanar procedente de mi entrepierna.
-Parece que lo que te he dado empieza a surtir efecto dijo ella.
-Qué me has dado repliqué.
-Es obvio cariño, viagra. Los hombres no soléis follar muy bien que digamos y yo soy una mujer muy exigente así que debo tomar precauciones…odio quedarme a medias.
Mi sexo iba creciendo por momentos y eso era algo que a Luz le estaba encantando. Sin dudarlo ni un segundo bajó la cremallera de mi pantalón y sacó mi polla por aquella apertura. El movimiento fue tan bruco que mi piel se desgarró al entrar en contacto con la cremallera de mi pantalón hasta tal punto de provocar un ligero sangrado.
-¿Te han dicho alguna vez que las heridas se cura con saliva? Y tras dicha pregunta la cual no necesitaba respuesta, Luz puso sus rodillas sobre el suelo y comenzó a chuparme el miembro. La saliva de su boca entraba en contacto con mis heridas provocándome una mezcla de placer y dolor que hacía que solo quisiera más de aquella pobre anciana. Pensándolo en frío éramos idénticos el uno al otro, yo había entrado para robar su joya más preciada y ahora ella me estaba devolviendo la jugada. Mis constantes gemidos de placer y de dolor acabaron por desquiciar a Luz, hasta tal punto de introducirme el plug en la boca.
Ahora yo era el animal en aquella sala. Intenté escupirlo, expulsarlo de mi boca por todas las formas habidas y por haber, pero Luz no me lo permitió. Quiero que me saborees me dijo. La combinación del material de aquel juguete junto a la de su ano formaban una combinación para nada desagradable a mi paladar, justamente lo contrario me atrevería a decir. Fue tal el placer que comencé a jugar con el plug como si de un chupete se tratase, ya no lo chupaba para intentar vomitarlo sino para que entrase cada vez más y más fuerte en mi garganta.
Cansada de felar mi miembro, Luz se levantó y haciendo uso de su poder, agarró el cuadro tirándolo al suelo; todo me pareció una locura hasta que cogiéndome de la silla sobre la que me encontraba atado me lanzó sobre el cuadro. Caí despavorido, aturdido por el golpe, tal fue el impacto que creía haberme roto, pero lo que verdaderamente fue la silla junto con el cuadro.
Mi resignación por ver mi fortuna hecha añicos me hizo olvidarme por unos segundos de Luz, la cual aprovecho para introducirse de nuevo el plug en su recto.
-Oye…se escuchó a mis espaldas.
Fue entonces cuando al girarme Luz se abalanzó sobre mí y rodeándome con sus piernas como lo había hecho al principio de la noche, comenzamos a follar sobre aquella obra de Picatso. Luz se había soltado la melena, ahora parecía otra distinta; su mirada se clavaba a través de sus gafas sobre nuestros sexos, se excitaba cada vez que veía su coño engullir mi polla hasta lo más recóndito de su ser. La vagina de Luz no lubricaba para nada, tal vez sufriese de menopausia, mejor dicho, era obvia su menopausia, pero esa resequedad vaginal nos producía tal dolor a ambos que nos enfermaba a continuar. Con cada movimiento de nuestros cuerpos podía notar la cola de aquel animal que me estaba follando, no es ninguna metáfora ya que me estaba follando realmente a una zorra.
Cansado de que aquella camisa estuviera privándome de algo tan placentero como eran sus pechos aproveché mi libertad momentánea para arrancársela de inmediato. En ese momento dos pechos manchados de arrugas y estrías cayeron sobre mí. La punta de mi lengua comenzó a surcar los ríos de piel que formaban aquellos pliegues dados por la edad. Fui recorriendo todo el mapa hasta encontrarme con dos grandes islas a las cuales bauticé como pezones. Se trataban de dos circunferencias perfectas las cuales tenían una especie de saliente en su epicentro, el cual no dude en morder para estar seguro de que nada de aquello se trataba de un sueño. Un ligero gemido y arañado de Luz me hizo darme cuenta de que todo era tan real como la vida misma.
La pintura del cuadro empezó a derretirse a consecuencia del calor que emanaba de nuestro fuero interno, hasta tal punto de empezar a fusionarnos con la obra. Luz y yo comenzamos a decorar nuestros cuerpos con pintura, no solo follábamos sino que clavábamos nuestras manos en los charcos de pintura que se creaban a nuestro alrededor al mismo tiempo que dejábamos muestras en el cuerpo del otro de que hubo un momento en el que fuimos arte.
Al igual que todo artista sentíamos que nuestra obra no estaba terminada, así que siendo yo ahora el que agarraba el extremo de la cola de zorro y Luz rodeándome con sus brazos, comenzamos a cabalgar el uno sobre el otro hasta que siendo el momento exacto en el que ambos nos corrimos, estiré lo más fuerte de aquella cola haciendo que el orgasmo de esa zorra se multiplicase por dos.
Ambos permanecimos el uno encima del otro, terminando de fundirnos por completo con la obra. Dejando que el semen proveniente de mi polla, el líquido de su vagina y la sangre de su ano formasen una nueva escala cromática.
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