EL VUELO 515 (2)
Se despertó de repente abriendo los ojos de par en par. No sabía cuanto tiempo había dormido y miró el reloj. Las 2:40 a.m.
No tuvo conciencia clara de qué lo había despertado tan de repente. Era una impresión extraña la que sentía y no percibía a qué achacarla, pero la inquietud le resultaba familiar; la misma que experimentaba cuando le acechaba alguna amenaza.
Con los ojos entornados comprobó que todas las luces del avión estaban en penumbra, el pasillo vacío, los pasajeros dormían o dormitaban acunados por el monótono zumbido de los reactores.
Sostenía todavía entre los dedos el New York Times que reposaba, al igual que sus brazos, sobre la espalda de la niña dormida sobre su regazo. Bajó la mirada hacia ella. Sólo acertó a verle un mechón de la rubia cabellera bajo las hojas desplegadas del periódico.
La pelirroja hermana mayor, apoyaba la cabeza sobre el hombro de la madre que a su vez descansaba la suya en la de su hija. El padre, con el asiento completamente extendido, había girado el rostro hacia la mampara de babor. Emitía de cuando en cuando un ligero ronquido. Posiblemente era el pasajero que más profunda y plácidamente dormía. Hechas estas constataciones la sensación de peligro desapareció.
Volvió a cerrar los ojos pensando que le apetecería tomarse un whisky. Decidió que podía esperar y tomárselo en el aeropuerto durante la media hora de espera. Esas esperas entre vuelo y vuelo que tan profundamente le molestaban y, en ese momento decidió que, en ésta ocasión, quizá fuera mejor no salir de avión.
Cerró los ojos nuevamente. Comenzaba a amodorrarse cuando sintió la mano de la niña moverse sobre su entrepierna y los dedos tocar la carne de su ingle. Sin abrir los ojos se preguntó ¿Cómo ha podido llegar hasta ahí sin bajarme la cremallera? ¿Se había despertado al bajársela? Indudablemente.
Permaneció inmóvil con los ojos cerrados, imaginando lo que aquella pequeña Mesalina deseaba averiguar. Tenía que reconocer que procedía con suma cautela, tanta que casi pasaba desapercibida. La misma postura que había adoptado para ir resbalando desde su hombro hasta su regazo tan paulatina y suavemente, denotaban unas dotes de actriz consumada.
Sus dedos no se habían movido desde la primavera vez que tocaron su carne, pero era indudable que para llegar con la mano hasta allí por fuerza había tenido que bajar la cremallera buscando algo. No tuvo duda alguna que la mano fue la que le despertó y la notó moviéndose tan imperceptiblemente que de haber estado dormido ni se hubiera dado cuenta; parecía una pluma posándose suavemente sobre la piel.
¿Qué busca ahora? – se preguntó – y no tardó en comprenderlo… la abertura del slip.
Los dedos se detuvieron sobre el miembro en reposo, dándose cuenta de que se lo recorrían con la yema de los dedos en toda su extensión. La dejó hacer intentado controlar la erección pero, a renglón seguido, toda la mano se introdujo por la abertura como si, de repente, hubiera decidido olvidar la prudencia con que hasta entonces había procedido.
Actuaba de forma harto más rápida, quizá debido a la excitación que ella misma se provocaba. Involuntariamente el miembro se dilató sobre la mano intrusa que intentó abarcarlo como si fuera el rabo de una escoba tirando de él hacia fuera intentado sacarlo por la abertura del slip. Lo consiguió sin gran esfuerzo porque la erección estaba a medio camino de su máxima rigidez. Sintió su aliento sobre el glande. La niña se detuvo quizá esperando a que el miembro alcanzara la cúspide de su vigor. Supo lo que seguiría después. Con los ojos entornados comprobó una vez más que la pelirroja hermana parecía dormir plácidamente.
No se sorprendió cuando los húmedos labios rodearon el glande. El calor y la humedad de la boca femenina lo hizo palpitar de nuevo. La adolescente siguió engulléndolo despacio hasta que la punta del pene tocó la epiglotis y retrocedió aspirándolo con fuerza pasándole la lengua por el frenillo.
La felación resultaba un prodigio de sabiduría, lenta, calida, húmeda y deliciosa en grado sumo. ¡Joder con la niña! – se dijo – ¡Para que te fíes de las caritas de querubín! Ni una profesional lo hace mejor. Estuvo a punto de reírse, porque la situación le pareció cómica por inesperada.
Por fuerza la niña tenía que saber que no estaba dormido y que la sentía con la misma intensidad con que ella lo sentía a él.
Se lo confirmó casi de repente la otra mano de la niña cogiendo la suya. Se dejó dominar notando que la llevaba bajo el periódico a su cintura entre la falda y la carne. Tocó la suavidad firme y aterciopelada del vientre. Pasó los dedos bajo el elástico de las braguitas alcanzando el suave y escaso bello púbico.
Los muslos femeninos se movieron, separándose lentamente para permitirle alcanzarle de lleno la vulva congestionada e introdujo el dedo medio hasta rozar el ya excitado clítoris. Al acariciarlo en lento vaivén durante unos segundos la chica se estremeció agarrando con la otra mano la base del grueso y rígido miembro al tiempo que su boca lo tragaba casi entero.
Tuvo que contenerse cuando la niña aumentó el vaivén de su cabeza y oyó sus leves gemidos bajo el periódico. Por un momento temió que pudiera despertar a su hermana pero entre las pestañas puedo observar que tenía los labios ligeramente separados durmiendo plácidamente.
Eyaculó un potente chorro de semen y la sintió boquear en arcadas temiendo que le manchara los pantalones si lo escupía, pero no fue así. Tragó el primer borbotón y todos los que siguieron sin ningún problema. No lo soltó hasta que comprendió que había finalizado la eyaculación, pero ni entonces se lo quitó de la boca.
Siguió masajeándole el clítoris hasta que los espasmos y gemidos de la niña lo obligaron a sujetarla ante el temor de que comenzara a patalear. Sintió en su mano la viscosa secreción del orgasmo femenino, denso y abundante y la laxitud de la jovencita cuando cesaron sus estremecimientos.
La niña intentó impedirle que retirara la mano de su sexo, pero no lo consiguió. Cuando se convenció de que la función se había acabado, volvió a meterle el miembro dentro del pantalón cerrando la cremallera. Apartó el periódico levantando el cuerpo poco a poco hasta colocar su cabeza nuevamente en su hombro. La oyó susurrarle a oído:
-- Quiero que me folles en el lavabo. Ahora están todos dormidos. Te espero allí ¿Me oyes?
Abrió un ojo para mirarla. Tenía los suyos brillantes de deseo. La lengua húmeda y puntiaguda de un color rosado intenso asomaba por entre los labios moviéndose lentamente de una comisura a la otra. Aquella carita de querubín de cabellos dorados y ojos celeste era una fruta demasiado apetitosa para desperdiciarla.
Con la rubia cabeza apoyada en su hombro la húmeda lengua de la adolescente le mordisqueaba el lóbulo y la lengua lo acariciaba, mientras su mano, bajo el periódico, le manoseaba la verga sobre la tela del pantalón hasta llevarlo de nuevo a su máxima rigidez.
Se dijo que era una lástima desaprovechar la ocasión de follarse a una jovencita tan bien hecha y bonita como la que tenía al lado. Su pequeño coñito era una delicia que había explorado con detenimiento y su vagina, estrecha y suave, le daría el desconocido placer de follarse a una virgencita.
La miró de reojo, señalándole el reloj de pulsera. Faltaba poco más de una hora para el aterrizaje.
--Sobra tiempo – le susurró la niña mordisqueándole de nuevo el lóbulo – te espero dentro de cinco minutos en el lavabo.
Admiró las incipientes curvas de su juvenil cuerpo al caminar por el pasillo en dirección al servicio. Estaba cachondísima y era una estupidez no aprovechar aquella oportunidad de follar a una virgencita tan hermosa. En toda su vida volvería a presentársele la oportunidad de follarse a una doncellita como aquella.