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El verano siempre es una buena época para el sexo. El calor, la playa, las fiestas en los pueblos con amigos a los que hace tiempo que no ves, los cuerpos sudorosos y con mucha menos ropa de la habitual, noches interminables y asfixiantes, una aventura pasajera que recordar durante tiempo, algún viaje para escapar de la rutina del resto del año, todo ello ayuda a perder la vergüenza, a hacer que la gente se sienta desinhibida y dispuesta a cualquier cosa, con cualquiera y en cualquier lugar. Eso le pasó a nuestras protagonistas.
Ya se sabe que la primavera la sangre altera y que el verano acabar por rematar la faena. El calor a principios de julio apretaba de lo lindo en la capital. Con media ciudad huyendo para disfrutar de unos días de vacaciones, las calles aparecían casi vacías pudiendo uno gozar de un tiempo de tranquilidad lejos del tráfago diario de la gran urbe. Menos coches suponía menos gases y por tanto menos contaminación en una ciudad en la que la misma era el pan nuestro de cada día.
Manoli y su mejor amiga Tania aprovecharon para darse unos días de descanso, lejos de sus hijos y de los aburridos de sus maridos. No era la primera vez que montaban algo así, de hecho dos años antes ya pasaron una larga semana en la playa, tostándose al sol y alegrando la vista con los maromos que por allí se veían. Tania encontró compañía, gozando de unos días de placer en compañía de un hombre maduro, divorciado tres años antes y que según le contó a su amiga era un fenómeno en la cama. Las dos rieron con la locura de la mujer, que de todos modos estuvo realmente bien servida todos aquellos días que pasaron fuera de Madrid. Manoli, con menos suerte que la otra, se tuvo que conformar con volver con un estupendo bronceado que fue la envidia de amigas y de las quisquillosas vecinas. La primera noche tras su vuelta, Andrés la puso mirando para Cuenca y así acabó pronto dentro sin el menor miramiento ni placer para la mujer.
De familia de buena posición y con buen trabajo como Andrés tenía, las mujeres no le faltaban estando tan pronto con una como con otra. Jóvenes, maduras, una nueva secretaria cada cierto tiempo, rubias, morenas, todas le iban y a todas apetecía llevando una vida de lo más promiscua. Manoli soportaba todo aquello como mejor podía, los dedos y un amigo con forma de falo que compró en un sex-shop por mediación de Tania eran sus mejores remedios y la forma de poder calmar las necesidades que toda mujer reclamaba. Con dos hijos ya mayores, de tanto en tanto Andrés la buscaba haciendo todo aquello mucho más duro para ella. Un rápido mete y saca, sin caricias ni arrumacos para salir apenas dos minutos después tras haber descargado en su interior.
Manoli sabía que nunca la dejaría y además le iba bien como estaba. Menos la cama, tenía todas las comodidades que una mujer puede pedir, dinero a espuertas, buena ropa y bonitos vestidos, joyas, zapatos de todos los tipos y un coche aparcado en el garaje del chalet en el que vivían a las afueras de Madrid. Al principio le dolió, lloró hasta quedar los ojos hinchados pero luego poco a poco fue haciéndose a la situación, escapando a la rutina gracias a sus hijos y a su amiga Tania que le servía de almohada en la que aplacar las penas. Alguna vez le había sido infiel, respondiendo de ese modo al abandono al que Andrés la sometía. A este le bastaba con llevarla de un lado a otro como un florero, mostrándola a sus amigos y en las largas reuniones familiares que la aburrían a morir. Luis, su joven cuñado, le tiraba los trastos aunque ella sabía bien como quitárselo de encima. Era un pesado sin el menor atractivo, su pobre hermana iba bien servida con aquel tarado que tenía por marido.
Con ese panorama y en cuanto el verano empezó a despuntar, prepararon con Tania una nueva escapada de algo más de una semana. En este caso irían a la provincia de Alicante, a Jávea en concreto donde tomaron dos habitaciones en un hotel cercano a la playa. Tania ya había estado, bueno en realidad había visitado Calpe, algo más al sur y ya en plena provincia de Alicante. Tomaron dos habitaciones individuales a petición de Manoli, prefería que cada cual tuviera su intimidad, levantarse y acostarse cuando quisieran y sin tener que molestar a la otra. Por suerte, las habitaciones eran contiguas así que prácticamente estarían juntas. Al fin un lunes soleado, con sus hijos en el pueblo y sin despedirse tan siquiera de Andrés, tomaron el coche poniendo rumbo a las vacaciones para disfrutar de una semana de solaz. Gafas de sol, morenas a rabiar y con ropas veraniegas, ambas mujeres no paraban de reír y conversar imaginando lo que aquellos días podían depararles. Tania no pensaba más que en un guapo musculoso que la hiciera compañía, besos, caricias y sexo mucho sexo desde luego. Manoli le decía que estaba loca, riendo las palabras y fantasías de su amiga que no dejaba de imaginar posibles escenas. Un joven moreno que la hiciera vibrar entre sus brazos, remojándose entre la espuma de las olas o bien tumbados en la piscina con un cóctel entre las manos. Todo aquello las excitaba, notándose inquietas y húmedas bajo las bragas. El verano se presentaba bien, a ver cómo se daba –pensó Manoli mientras pisaba el acelerador camino del destino que las esperaba.
Tras un largo viaje y después de comer, llegaron a su destino sacando del maletero las pocas cosas que llevaban. Cortos vestidos para los atardeceres y las noches, camisetas y faldas, alguna minifalda y algún mínimo pantalón junto a sandalias y varios bikinis para cambiarse era toda la ropa que llenaba las pequeñas bolsas de mano. Llevaban la visa y eso era más que suficiente. Manoli pensaba dejarla pelada, le iban a salir caras aquellas vacaciones al cabrón de su marido –se dijo para sí con sonrisa aviesa mientras apretaba el mando para cerrar las puertas del coche.
- ¡Joder, joder… cómo está el recepcionista, mira!
- ¿Pero qué dices, si podría ser tu hijo?
- Pues por eso mismo, tonta –respondió Tania riendo las dos la ocurrencia de la mujer.
Recogieron las llaves de manos del guapo recepcionista sin abandonar Tania un solo momento la sonrisa de pava que tenía.
- Se te va a caer la baba –exclamó Manoli mientras esperaban el ascensor que les llevaría al cuarto piso en el que tenían las habitaciones.
- Tú no sé pero yo vengo a por todas. Algo caerá, seguro –sonrió jugueteando con la llave en la mano.
- Uffff, cómo estás –dijo su amiga al escuchar las palabras de la otra.
Llegaron a las habitaciones, dándole al botones una pequeña propina que el muchacho agradeció con una sonrisa bobalicona y el consabido agradecimiento. Otro yogurín –juzgó por la pelusilla poco incipiente que el joven botones mostraba, no aparentaba más de 18 años y sin duda estaría currando en verano para sacarse algo de dinero.
- ¿Bajamos a la piscina? –escuchó a su espalda la voz cantarina de Tania.
- Apetece remojarse un rato sí. Cojo un bañador y nos vamos –contestó viendo a la otra ya en bikini y con la toalla por encima.
- ¿Qué te ha parecido el botones?
- Calla loca que está la puerta abierta.
- No seas ingenua, esos ya están bien curados de espanto –dijo Tania siguiendo con el palique una vez Manoli cerró la puerta para tener algo de intimidad.
- Pero si no tendrá más de veinte años…
- Ufffff no están tan mal, no te creas. Alguno de esos me he comido ya y la verdad es que no respondieron mal.
- Hija estás loca –aseguró nada más salir del baño y encontrarse a la otra sentada en la cama.
Gafas de sol, la toalla y el traje de baño y en un plis plas estaban en la piscina tomando dos de las tumbonas que había libres. Pasaron el rato disfrutando del fuerte sol que la terraza ofrecía, dándose algún que otro chapuzón con el que remojarse. Gente de todas las edades era la fauna que por allí corría. Entre ellos varios tíos, clientes del hotel solos o en pareja, estaban para comérselos. Desde su posición, Tania no hacía más que subirse las gafas de sol para poder contemplar la figura más que apetecible de los tipos lanzándose o saliendo de la piscina. Manoli alegraba igualmente la vista lejos del control de su esposo. ¿Quién sabía lo que aquellos días podrían depararles?
Aquella noche no salieron, solo una copa tras la cena y pronto a dormir para recuperar el cansancio del viaje. Al día siguiente se levantaron pronto para visitar el pueblo e ir a la playa. Una desilusión grande tuvo Tania al ver que el guapo recepcionista se había convertido en una joven muchachita rubia embutida en un elegante traje azul marino. Unos veintidós años tendría, no más y a la que Tania no pudo dejar de preguntar por el muchacho ausente. La amable joven respondió que era su día libre y que ella misma podría atenderlas en cualquier cosa que necesitasen. Tania apenas respondió, escapando ambas en busca del coche.
En Jávea son conocidos los muchos miradores que existen. Tras visitar el pueblo y antes de ir a la playa, decidieron visitar alguno de ellos. Magníficas imágenes se les presentaron bajo el sol de justicia que cubría el paisaje. Típico paisaje mediterráneo, mezclándose el verde de los árboles con el azul cristalino del mar. A la mañana siguiente continuarían descubriendo nuevos parajes pero ahora tocaba playa. Las dos en bikini encontraron un hueco en el extremo de la pequeña cala. Había gente aunque no demasiada. Algún matrimonio mayor, mucha pareja joven y gente suelta por supuesto. Tumbadas al borde del mar, vieron pasar algún que otro adonis más que bien armado. Tania quedó en top less, cosa a la que Manoli no se atrevió en un principio aunque, finalmente y animada por su amiga, sus grandes y bonitos pechos quedaron a la vista de quien quisiera verlos.
- Hija, no sé por qué tanto remilgo. Si los tienes preciosos, mira cómo te miran.
Era verdad, más de uno y de dos clavaban de tanto en tanto la mirada en los pechos de oscuros pezones de la mujer. Manoli se sintió bien, sabiéndose deseada por aquellos hombres desconocidos. Tras un baño relajante, se dedicaron a tomar el sol hasta el mediodía. Tan relajadas estaban que quedaron dormidas con el susurro de las olas. Una comida copiosa y por la tarde a la piscina donde conocieron un par de ejemplares de lo más interesante. Sin relación entre ellos, Leo era comercial en la zona de Levante de una conocida marca tecnológica. Más joven que Tania, era moreno de muy buen ver con su cuerpo bien fibrado y sin un gramo de grasa. A la mujer se le fueron los ojos nada más tenerle al lado. Con don de gentes y sonrisa arrebatadora, Leo les comentó que las había visto la tarde anterior respondiendo ellas que acababan de llegar y estarían unos días alojadas. Él también estaría aún dos días más pues debía seguir ruta hacia el norte. Por su parte, el acompañante de la otra mujer era un hombre ya cincuentón, de pelo canoso y algo escaso, barriga prominente y un poblado bigote que le daba atractivo. Al principio, Manoli no le hizo excesivo caso para poco a poco ir intimando la pareja. Esteban era divorciado y de Madrid como ellas, pasando unos días de descanso para volver nuevamente a la rutina del día a día.
Jugaron en la piscina reconociéndose los cuerpos bajo el agua. Roces inevitables, caricias como al descuido de uno y otro, risas divertidas de todos mientras hablaban y se conocían, la relajación iba haciendo mella en las mujeres que se dejaban tomar sin queja alguna por las manos masculinas. Minutos más tarde consiguieron robarles el primer beso, que a Manoli resultó sorprendente no sabiendo muy bien cómo había llegado a tanto. Sorprendente pero agradable en compañía de aquel hombre al que apenas acababa de conocer. Andrés estaba tan lejos en esos momentos.
La tarde fue cayendo, haciéndose los besos e intimidad más cómplices. Separados, podían hablar tranquilos sin la cercanía de los otros. Las manos de Tania y su acompañante corrían inquietas por encima de los cuerpos, deseosas de mucho más. Los besos eran ya apasionados entre ellos, acariciándole ella al posar la mano en el pecho masculino para enseguida bajarla camino de lugares mucho más prohibidos. No llegó de momento a más aunque no por falta de ganas.
Por su parte, Manoli se dejaba besar por su maduro compañero. Era cuidadoso en el trato y de agradable conversación, sabiendo cuándo avanzar y cuándo frenar a la hora de seducir convenientemente a su pareja. Ella se sentía a gusto, ofreciéndole la boca y notando las manos bajar y subir por su desnudo cuerpo. De tanto en tanto, no podía evitar emitir un gemido placentero lo que le animaba a continuar. Empezaba a notarse húmeda bajo la braga del bikini, ¿tan fácil resultaba? –pensó para sí mientras los labios masculinos buscaban abrir los suyos en busca de la lengua. No quiso mirar ahí, segura de la excitación evidente que el hombre debía mostrar. La mano sobre el muslo, pasaba de forma lenta para apretarlo de vez en cuando entre los dedos. ¿Podría pararle o ya no había vuelta atrás?
Con quejas por parte de ellos, se separaron quedando para la noche en la discoteca del hotel. Prometieron ponerse guapas y esperarles tomando una copa después de cenar. Luego riendo nerviosas subieron a las habitaciones. Ambas con el rubor en el rostro como dos colegialas en su primera cita. Tania dijo no saber cómo había podido frenarle, sus manos de pulpo corriéndole el cuerpo excitándola con cada nueva caricia. Esa noche no se le escapaba, estaba demasiado bueno como para dejarlo escapar –confesó al dejarla en la puerta de su habitación. Se darían una ducha rápida y cenarían algo por ahí. La noche era joven y pensaban aprovecharla hasta por la mañana.
A las nueve y media en punto, el ruido de los nudillos se oía tras la puerta. Era su amiga con el bonito vestido azul petróleo que le conocía. De suave lino, le remarcaba la silueta llegándole a los pies que había calzado con unas elegantes sandalias planas con motivos en plata. Con el pelo engominado dándole un look húmedo y maquillada aunque no en exceso, se la veía lista para triunfar con su enamorado. Leo sin duda quedaría sin palabras cuando la viera. Como lo quedaría Esteban cuando viese a Manoli, su pelo pelirrojo recogido como siempre solía llevarlo. Había elegido un conjunto de falda amplia blanca por encima de la rodilla, con una camiseta color salmón y una chaquetilla fina y también blanca por encima. Unas sandalias negras de cuña para disimular el ser bajita, algo que siempre le había acomplejado frente a su amiga. Unos diminutos pendientes junto a los últimos retoques frente al espejo, y pronto marcharon una vez recogido el bolso que reposaba sobre la mesa.
- Esta noche triunfamos –declaró Tania, siempre la más audaz de las dos.
- Te queda precioso ese vestido, siempre me ha gustado y te sienta como un guante.
- Largo hasta los pies, quiero ponérselo difícil –dijo en voz baja y con tono malicioso. Aunque debajo no llevo nada…
- ¿Estás loca? Ahora sí que es seguro que has perdido la cabeza.
- A los hombres esas cosas les gustan. El morbo y la sorpresa siempre ayudan.
Era completamente cierto. Fijándose con detenimiento en su amiga, Manoli pudo comprobar como los pezones se marcaban inconfundibles bajo la levedad del vestido. ¿De verdad no llevaba nada debajo? –pensando en tal posibilidad sin embargo no quería creer las palabras de la otra. Un restaurante disfrutando de la brisa nocturna junto al mar fue la recomendación que la recepcionista les hizo, en el que se servían los mejores pescados de la zona. Sin duda, el mejor restaurante de Jávea. Allí estuvieron unas dos horas, disfrutando de una agradable velada. Ambas mujeres no pasaron desapercibidas para el joven camarero que les tocó y que no paró de llenarles la copa una tras otra. Tania, por su lado, no dejó de flirtear abiertamente con el muchacho para el que no pasaron desapercibidos el par de regalos que la madura mujer ofrecía. Estaba con algo más que el puntillo, cosa de la que luego disfrutaría Leo cuando la viese.
- ¿Trabajas todas las noches? –le preguntó al joven de forma directa y sin ambages.
- Sí, señora. Últimamente hay trabajo y suelen llamarme.
- ¡Oh, no me llames señora… me haces sentir mayor! –exclamó rauda a la respuesta. Y por cierto, ¿cómo te llamas? –volvió ella a preguntarle.
- David, me llamo David –la sonrisa se dibujó ahora en el rostro masculino mientras recogía las cosas de la mesa.
- David, me gusta –dijo en voz baja seguramente pensando más allá.
Una generosa propina dejaron tras el postre y los cafés, brindándole Tania una prometedora imagen de su redondo trasero al guapo camarero al despedirse del mismo.
¡Adiós David, tal vez volvamos otra noche!
Cuando quieran aquí estaremos –respondió de forma amable sin apartar un segundo la mirada de la figura femenina.
¡Uffff, cómo estaba el camarero! ¡Me lo hubiese tirado ahí mismo! –confesó como un torrente al ir a coger el coche.
Manoli condujo por la carretera algo sinuosa que debía devolverles al hotel, Tania no estaba para tales menesteres. Casi las doce y media, hora a la que habían quedado con sus parejas de aquella noche. Manoli apretó el acelerador, llegando a su destino veinte minutos antes de la cita. Las luces del hotel las recibieron dirigiéndose al baile tras previo paso por las habitaciones. Con cierta dificultad, tomaron asiento en una esquina de la barra cerca del escenario. Pidieron dos combinados que les sirvieron en el mismo momento en que el salón se oscurecía, al iniciarse un suave y agradable tema con el que las parejas aprovecharon para unirse. Dieron dos sorbos a sus consumiciones, encontrándose pronto acompañadas por sus respectivos. Los dos atractivos y bien arreglados, la primera imagen fue de lo más positiva. Dos besos cercanos a la comisura de los labios las hizo sentir cómodas y felices en compañía de aquellos hombres. Pidieron algo, empezando los cuatro a hablar de diversas cosas. Con la segunda melodía fueron a bailar, mezclándose entre el tumulto de las parejas y bajo la oscuridad que les envolvía. Las manos unidas, los cuerpos se pegaron al tiempo que Manoli notaba la mano sobre su cintura. Esteban la atrajo dejándose ella atrapar por la fuerza del hombre. No tardó en ver desaparecer a su amiga, viéndola en un rincón sentada y morreándose con Leo. ¡Pronto empezaban aquellos dos! Estuvieron bailando un largo rato entre canciones de ritmo lento con las que poder conocerse mucho más íntimamente.
- ¡Estás realmente preciosa! –escuchó junto al oído aquellas palabras que le supieron a música celestial.
- Gracias. La verdad es que tú tampoco estás nada mal –respondió sin poder reprimir el rubor en sus mejillas.
¿Cuánto hacía que su marido no le decía algo así? –reflexionó mientras seguía el lento ritmo del baile. Esteban continuó el cortejo, adulando la belleza femenina y el vestuario que llevaba.
- ¡Oh, por favor, no seas zalamero! –rió pegándose más al hombre que la recibía sobre su pecho mientras la mano llegaba ahora a la espalda empezando a bajarla y subirla.
- Es completamente verdad. Estás realmente guapa, no te miento.
Los ojos masculinos la miraban una y otra vez, cercanos y curiosos hasta hacerla apartar los suyos al apoyar suavemente la cabeza en el hombro de Esteban. Se sentía bien junto a él, solos los dos y olvidada ya por completo de su amiga que a saber lo que estaría haciendo en esos momentos. No le importaba ya nada, solo notarse abrazada a aquel hombre que la hacía sentir segura como hacía tiempo no se sentía. Allí a su lado, junto a ella y con aquella sonrisa fresca y sincera que tanto le atraía. La seducción masculina comenzaba a hacer efecto en ella, dejándose llevar por el movimiento pausado de los cuerpos, cada vez más juntos, el aliento del otro golpeándoles los rostros. Esteban se lo tomaba con calma, aún no había tratado de besarla buscando en cambio un clima agradable para ambos. Sabía que sería suya, no albergaba dudas sobre ello, su experiencia de hombre maduro le hacía conocer bien a mujeres como aquella, abandonadas por sus esposos y fáciles de conquistar si uno sabía seducirlas convenientemente.
Siguiendo con el baile y pegados como lapas, Manoli notó algo duro por encima de la falda. Estaba excitándose sin duda como ella empezaba a estarlo bajo la delicada prenda que la cubría. Notaba la entrepierna mojada como lo había estado la tarde anterior. Aquel hombre la ponía, la ponía mucho no pudo más que reconocer. Sabía que no tardaría en entregársele y era algo que en realidad deseaba. Era fuerte, masculino y varonil, con una mirada fija que te atravesaba y enamoraba perdidamente. Echando un momento la vista a los asientos, descubrió a Tania subida sobre Leo, comiéndose salvajemente las bocas mientras las manos corrían bajo las ropas en busca de rincones ocultos. Prestando mayor atención parecían estar amándose allí mismo. ¿Serían capaces de tanto o era solo una ilusión de su loca cabeza? Sin dejar de besarse, la mano de su amiga desaparecía buscando el pantalón del hombre. Era claro lo que hacía, empezando a moverse la mano arriba y abajo en claro desplazamiento masturbatorio. Aprovechando la oscuridad del recinto, no tardó la cabeza en tomar el relevo iniciando una lenta felación que a Leo parecía tenerle en la gloria. ¡Realmente aquella cabrona se lo estaba poniendo muy difícil con las escenas que le ofrecía! Gimió fuertemente sin poder acallar el deseo que la embargaba.
- ¿Estás bien? –preguntó Esteban tras escucharla.
- No no, estoy bien… no te preocupes –respondió abrazándose a él con fuerza.
- Manoli cariño, ven aquí –dijo él acogiéndola entre sus brazos.
- ¿Cariño? ¿empezaba aquello a ser algo más serio? -pensó sintiéndose empequeñecida frente al hombre.
- Por favor, por favor… soy una mujer casada, no me hagas daño…
- ¿Hacerte daño? Somos los dos mayores para saber lo que queremos. Solo déjate llevar y disfruta de estos días.
Tenía razón pero no quería parecer una cualquiera, aunque le deseaba con todas sus fuerzas. Era aquella una forma bien conocida de defensa, de tratar de ponérselo falsamente difícil aunque sabía que acabaría sucumbiendo a los encantos de aquel atractivo hombre. Andrés estaba tan lejos que nada sabría de ello y por otro lado lo merecía por tratarla como la trataba. Bailaban y cada vez notaba aquello más duro. Esteban la deseaba y ella se sentía complacida por ello. Tania había desaparecido de la escena, camino de la habitación si no se encontraban ya en ella ahora mismo. La mano bajó peligrosamente por la espalda en busca del trasero femenino. Manoli supo que no tendría fuerzas para pararle. De hecho ella misma fue la que lo buscó poniéndose de puntillas al abrir los labios para que la besara. El hombre lo hizo, un beso suave y de aproximación que le hizo correr un escalofrío por todo el cuerpo. Esteban recorrió poco a poco sus labios para después dejar que fuera la lengua la que lo hiciera. Acariciaba, recorría, sentía los labios femeninos de forma suave y lenta, sin prisas y disfrutando del montón de sensaciones que envolvían a su pareja.
Respondió la mujer abriendo la boca y dándole la lengua en un beso mucho más apasionado. Al momento las lenguas estaban jugando entre sí. Abriéndose paso lentamente, la del hombre prorrumpió en la boca uniéndose ambas en una danza frenética y sensual. Manoli quería más y más, juntando la boca y elevándose al apretarse a su maduro acompañante. Sujeta a los hombros y los brazos que le servían de apoyo, él la tomaba del pelo jugando con los dedos hasta conseguir dejárselo suelto. La corta melena pelirroja le cayó por encima de los hombros, haciéndola parecer adorable y sugestiva a ojos de Esteban que siguió enredando los dedos entre los cabellos para acabar atrayéndola con decisión. Ella humedeció ligeramente sus labios demostrándole así lo mucho que lo deseaba. Tras mirarse fijamente a los ojos, volvieron a la carga besándose de forma salvaje, comiéndose los labios, humedeciéndolos con su calor. Esteban entró nuevamente en su boca, descubriendo cada rincón, juntando las lenguas, enlazándolas en un ritmo tormentoso y lleno de pasión.
Manoli gemía débilmente notándose acariciar el cuerpo por encima de las ropas. La camiseta de aquella noche parecía poca cosa para parar el ataque de aquellas manos. Subían y bajaban devorándola en su pequeñez femenina, la espalda, los costados, la cintura… Ella temblaba respondiendo los besos con que la obsequiaba, el abundante bigote la raspaba produciéndole un suave cosquilleo cada vez que la besaba. Al oído, la voz masculina le preguntó si quería seguir sabedor de su completa victoria. Ella respondió en un susurro pidiéndole que la siguiera acariciando. Le deseaba, le deseaba con toda su alma estaba bien segura de ello. Le apretó las nalgas sobre la tela de la falda, haciéndola levantar en un respingo al llevarla contra él. El bulto se notaba apreciable y tenso pegado al vientre de la mujer que lo acogió de forma interesada. No existía nada a su alrededor, ni la música ni la gente que les rodeaba. Solo los dos acariciándose y excitándose como enamorados. Continuaron besándose y entonces Esteban empezó a acariciarle las tetas por encima de la camiseta, tomándolas entre los dedos y apretando el par de pequeñas razones que tanto apetecía chupar. Estaban duras y podían notarse los pezones pese a estar resguardados bajo el sostén. Manoli volvió a gemir esta vez más escandalosamente. Deslizando las manos por los costados, él alcanzó la falda bajando peligrosamente por la misma hasta hacerse con la parte trasera de los muslos. Los estrujó con firmeza y ella perdió el sentido, creyéndose volar por la pista camino de mundos desconocidos. Poco a poco, los dedos trataban de avanzar bajo la falda camino de la más íntima prenda femenina.
- ¿Vamos a la habitación? –escuchó la voz ronca del hombre preguntarle.
- Vamos a la mía –contestó sorprendida de su osadía al ver cómo le acariciaba la espalda y besaba el cuello, subiendo después a la oreja masculina que cubrió de babas.
Un último beso intenso y enseguida estaban tomando el ascensor camino de la tercera planta. De ahí a la habitación fue todo uno, quedando Manoli alerta al escuchar tímidos gemidos a través de la pared. Al parecer su amiga estaba aprovechando bien el tiempo tal como ella pensaba hacer. Les excitó oír los lánguidos lamentos procedentes de la otra habitación y eso les animó aún más de lo que ya lo estaban. Tomándola de los brazos, Esteban la empotró contra la pared haciéndole sentir todo el peso encima. La besó con avaricia, morreándola una y otra vez, echándole el cálido aliento sobre el rostro. A Manoli le gustó aquello, verle tan loco y lanzado por ella. Tanto le gustó que respondió a los besos y caricias con que la excitaba. Se desnudaron con desesperación, saltando las ropas por los aires quedando ella en sujetador y él con el torso velludo al aire. La mujer se hizo mala, agachando la cabeza para hacerse con el pecho masculino que chupó y lamió arrancando de su amigo leves suspiros de satisfacción. Continuó con su labor viendo el éxito obtenido. Así fue lamiéndole y arrastrando las manos por encima de la piel suave y bronceada por efecto del sol. Le gustaba Esteban, cada vez más y deseaba sentirlo dentro de ella haciéndola vibrar. Con lentos movimientos de lengua, recorrió el pecho alcanzando el pezón que succionó con evidente placer por parte del hombre. Esteban gemía, jadeando con cada nuevo roce por encima del pezón que se puso duro como una piedra. Ella sonrió disfrutando la caricia, entretenida en el placer del macho al que tanto deseaba.
- ¿Te gusta eso, eh? Me encanta… - exclamó relamiéndose los labios.
- Ven aquí nena – respondió él reclamando el dominio de la situación.
Empotrándola contra la pared cayó sobre la mujer, cubriéndola con su cuerpo. Las manos fueron a los pechos que ella ayudó a liberar dejando caer los tirantes a los lados. Un sutil toque de dedos y el broche saltó dando paso a aquel par de pequeñas montañas, redondas y de oscuros pezones.
- Son preciosos, tenía tantas ganas de verlos.
- Ufffffff chúpalos… son todo tuyos.
Gimió provocativamente nada más sentir los labios sobre el pezón que quedó duro al instante. Lo mismo con el otro, jugueteando el maduro alrededor de la aureola pasándole la lengua una y otra vez. Ella no tenía donde agarrarse, las manos subiendo por la pared en busca de alivio. Las bajó a la cabeza hundiéndole contra el pecho. Gimoteaba entrecortadamente, dejándose amar como hacía tiempo no lo sentía. Aquellos tiempos con Andrés quedaban tan lejanos…
La hermosa hembra estaba realmente muy caliente, lo mismo que su compañero que no paraba de darle caña. El tenue susurro junto a la oreja, golpeándole la nuca al lanzarle el aliento, las manos duras y masculinas rozándole el cuerpo de forma sensual, corriéndole por encima lentamente hasta hacerla rabiar. El pecho de la mujer palpitaba con ansiedad por las caricias de su amante.
- ¡Uffff, me tienes cardíaca… ámame, ámame tío! –gritó al arquear el cuerpo de placer.
La hizo callar con un nuevo beso al que respondió con complicidad inaudita, devorándole ella la boca con suaves mordiscos de pura emoción. La mano atrapó la tela de la falda, apretando el muslo al descender por el mismo hasta alcanzar la parte baja de la prenda. Con golpes bruscos trató de subirle la ropa, los dos jadeando y sin dejar de besarse. Aquel hombre no paraba un segundo de acariciarle sus bellas formas, una mano en el pecho mientras la otra conseguía al fin meterse entre las piernas buscando hacerse con el chirri que notó empapado a través del fino tanga. Manoli gemía como loca, atrapado ya su más íntimo tesoro que los dedos acariciaban arriba y abajo provocando en ella un tumultuoso orgasmo que la hizo gritar de placer. Entre las piernas un río de jugos la abandonaban, sintiéndose desfallecer de gusto, soltando líquidos sin descanso que Esteban le dio a probar.
- Gracias cariño, gracias… me has hecho muy feliz –hipó entre sus manos volviendo lentamente a la realidad que la envolvía.
Él la desnudó por completo quitándole la falda que acabó por los suelos lo mismo que el pequeño tanga fucsia claro de encaje. La mirada se clavó en el sexo femenino, descubriendo una rajita llena de vellos oscuros y ensortijados. Tenía una pelambrera abundante y los labios se veían hinchados y mojados del orgasmo anterior. Sin embargo, fue ella la que le buscó llevando la mano por encima del bulto. Todavía tapado, la mujer no pudo evitar cerrar los ojos con el leve roce con el que obsequió a su amigo. Aquello era enorme –pensó mientras le acariciaba sobre el pantalón antes de intentar liberarlo.
- ¿Me dejas que la pruebe? Me muero de ganas por sentirla…
- Claro nena, me encantará que lo hagas –la voz ronca le respondió, muy juntos el uno al otro.
- Bien –musitó Manoli quedamente, tomándole la oreja entre los dientes para provocarle un escalofrío.
Lamiéndole la oreja cubriéndola de babas al remover la mano sobre el bulto amenazante. ¡Dios, qué grande era! –se dijo al sonreír, lamiéndose los labios de forma perversa. En la otra habitación la guerra estaba desatada, oyéndose los gritos y lamentos de Tania reclamando mayores atenciones por parte de su enamorado. Aquella perra estaba pasándolo realmente bien. Estuvieron un rato comiéndose las bocas, hasta que la mano logró finalmente su objetivo bajando con experiencia la cremallera y sacando el miembro erguido… listo y vigilante. Manoli lo masturbó moviendo los dedos arriba y abajo, aquella presencia la perturbaba y tuvo que suspirar el tremendo deseo que la dominaba.
¡Menuda polla tenía! Hacía tanto que no se comía una como esa que ya lo tenía olvidado. E iba a ser toda para ella. Se le hacía el chirri agua solo de pensarlo. Sin dejar de masturbarle, se fue dejando caer hasta quedar arrodillada iniciando una lenta felación. Mientras se la chupaba no dejaba de mirarle, intercambiando miradas de infinito deseo. Le gustaba verle disfrutar, Esteban gemía y jadeaba su placer al sentir la lengua golpearle el glande hinchado y brillante. Brillante de la saliva de la mujer que lo había acariciado convenientemente, pasándole la lengua una y otra vez para acabar hundiéndolo en la boca entre los gemidos que él daba. Mientras, los dedos femeninos se removían inquietos sobre la vulva, acariciándola húmeda de jugos, moviéndose al ritmo lento de la mamada. El agraciado maduro le tomó la cabeza llevándola hacia su sexo. Manoli aprobó la idea empezando a comer de la mejor manera. Le follaba la boca haciéndola atragantar con el grueso músculo metido hasta el final. Le costaba respirar, sacándola finalmente para entre los dedos masturbarle con desesperación insana.
La lengua a lo largo del tronco, lamiéndole arriba y abajo para acabar en los huevos que se notaban cargados y duros. La mano se deslizó por ellos apretándolos hasta sacarle un grito afligido. Los chupó y lamió imaginando la carga que contenían y que esperaba fuera suya a no mucho tardar. ¿Estaría muy cargado como tanto deseaba? ¿Cuánto haría que no tenía relaciones? No quiso pensar más en ello, solo en disfrutar la terrible herramienta que le ofrecía.
- ¿Cómo te encuentras cariño?
- En la gloria –contestó él desde las alturas y apoyado en la pared como estaba.
- ¿Te queda mucho? –preguntó.
- No creo que aguante si sigues así…
- Está bien… iré despacio para que dure algo más –susurró complacida por la respuesta de su hombre.
- ¡Qué puta eres!
Volvió a follarle la boca entrándole y saliendo para dejarla respirar, moviéndose con fuertes golpes de riñones, empujándole la cara contra el horrible pene que la llenaba hasta la garganta. La polla curvada se movía irreverente, con rapidez y sin ofrecerle un mínimo reposo. Manoli chupaba una y mil veces, respirando con dificultad pero sin querer abandonar la parte más sensible de su macho. Pronto explotaría, los gemidos del hombre así lo demostraban. Se afanó en la mamada, apretándole los huevos que le chocaban el mentón cada vez que le entraba. La entregada mujer evidentemente no imaginaba lo que se le avecinaba. Así continuó masturbándole con los dedos por encima del venoso tronco mientras se la metía en la boquita cubriendo el glande con los labios. Dentro y fuera, dentro y fuera y una y otra vez.
- Asi nena, así… continúa así, lo haces de maravilla…
- Sí dámela… vamos dámela toda… la quiero en la boca.
Le chupó con ansiedad buscando que explotara. Con la boca abierta y cara de enorme vicio, le ordeñaba adelante y atrás con rápidos movimientos de mano. El hombre se dejaba hacer, apeteciendo el orgasmo que no tardaría en presentarse de manera abundante y tumultuosa. Gemía cada vez más entrecortadamente, llegándole el placer por momentos, excitado por el gesto lascivo que aquella perra presentaba. Finalmente se fue expulsando una gran cantidad de líquido blanquecino por el pequeño orificio.
- Me voyyyyyyyyy, me corroooooo sííííííííííííííííííí –apenas pudo avisar antes que el éxtasis empezara a abandonarle.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco y hasta seis lefazos le regaló, llenándole el rostro de abundante corrida que parecía no acabar nunca. Saltando por los aires y entre los gritos que Esteban daba, la leche le cayó obligándola a cerrar los ojos, abriendo la boca al tiempo para poder saborear parte de aquel tesoro con el que el hombre la obsequiaba. Los pechos, el cuello, la barbilla y los labios, los pómulos, la nariz, los ojos, las cejas y más allá llegándole dos de los lefazos a alcanzarle su sedoso y bien cuidado pelo. Manoli no podía creerlo, era aquella una corrida interminable y plena de líquido blanquecino y viscoso colmándola en su avidez de hembra deseosa de más y más.
- ¿Qué es estoooooooo? ¿Pero qué es estooooooooo? –exclamó riendo y gritando mientras con los dedos trataba de limpiarse la catarata de jugos que era su rostro.
Se arregló como pudo, poca cosa la verdad, saboreando parte del semen que llevó a la boca con una sonrisa pícara.
- Joder tío, ¿cuánto hacía que no descargabas?
- Uffffff, dos días – respondió él resoplando y con mirada beatífica.
- ¿Dos días? ¿Me estás vacilando? ¿Debes estar de broma no?
- Nada de bromas. Fue hace dos días con una jovencita aunque no tan agradable como tú.
- Pues vaya maravilla… supongo que no es algo habitual.
- Bueno, eso depende la compañía.
- Gracias por el cumplido. Tus mujeres deben andar satisfechas contigo. Ahora vengo… voy a darme una ducha y arreglar este desastre que me has hecho.
Una vez convenientemente aseada, volvieron a la carga esta vez en la cama que les sirvió de mullido emplazamiento en el que reposar sus cuerpos. Los continuos besos y caricias les llevaron a excitarse nuevamente, los dos necesitaban algo más. Con suavidad femenina y lentos movimientos de dedos logró poner una vez más en forma a su partenaire. Por otra parte, los sollozos y golpes de la cama en la otra habitación ayudaron a que se animaran.
- Quiero follarte nena.
- ¿Sí, eso quieres? ¿Quieres hacerme el amor, maldito animal?
- Me muero de ganas por hacértelo –aseguró con plena convicción.
- Bien, vamos pues a ello… yo también lo deseo.
El miembro en ristre lo chupó y lamió para, estirando con los dedos la goma que tomó de la mesilla de noche, dejarlo listo para un nuevo combate. Aquel músculo encabritado y al que adorar, tan grueso y firme la intimidaba haciéndola sentir empequeñecida en su locura de fémina sedienta de sexo. La cama ya deshecha, quedó él estirado y en posición de descanso. Con los ojos cerrados, Esteban empezó a masturbarse moviendo muy lentamente los dedos por encima del henchido tronco. La hembra sonriente se sentó a su lado, desplazando la mano con la suya suave y tersa. Le masturbó haciéndole gemir débilmente, poco a poco y disfrutando la caricia. Escupió sobre la polla dejándola lista y brillante. Frente a la mujer se veía durísima y terriblemente amenazante. La boca, y otras cosas, se le hizo agua.
- Ya está… quiero sentirla dentro, cariño.
Montada sobre él, ella misma se metió un dedo moviéndolo adentro y afuera entre gemidos y suspiros placenteros. Tras unos segundos dejó que fuera el miembro el que la penetrara. El glande en la entrada del coño, abriéndole los labios y se la metió muy despacio hasta sentir algo más de presión. Gimió de placer y dolor frunciendo el ceño y entonces la notó entrar mucho más lentamente. Esteban supo cómo llevarla convenientemente para así disfrutar la penetración. Quieta sobre él, aguantó la respiración unos segundos antes de producir un débil sollozo con el que calmar una agradable sensación de alivio. Su amante la agarraba de las nalgas ayudándola a caer, ardiéndole la vulva con el poder del eje que se le clavaba más y más. Le entraba muy despacio aunque a ella le parecía sentirla completamente dentro. Comenzó Manoli a moverse, bajando suavemente hasta meterse todo el sexo hasta el final. Estaba tan mojada que la follada se hizo fácil. El cabalgar lento, elevándose hasta casi sacarla para de nuevo caer en un sollozo ahogado. La llenaba toda, se sentía llena de él, un rápido cosquilleo le corría el cuerpo bajo el empuje del pene.
- Ummmmmmm, cariño… la siento toda… toda dentro de mí –exclamó mientras con las manos se acariciaba las tetas, masajeándolas para acabar deslizando las manos sobre la barriga y el vientre.
El miembro ya aposentado, la follaba entrándole y saliendo lentamente, disfrutando los dos el delicioso momento. A horcajadas y dominando la situación, se reclinó para besarle, jugando con las maliciosas lenguas lo que les excitó más. Los alientos entrecortados, las manos echadas a los lados y moviéndose arriba y abajo en busca de su placer. Los pechos se movían al ritmo que ella se daba, tan pronto lento como más rápido poco después.
- Estás empapada putilla.
- Sí, me tienes muy cachonda… vamos sigue.
No le importó lo que Esteban acababa de decirle. Además era verdad, se sentía una putilla en brazos de aquel hombre al que hacía nada conocía y al que seguramente no volvería a ver. Lo único que le importaba en esos momentos era gozar de su cuerpo, que la follara haciéndola sentir mujer como hacía mucho no se sentía. Se besaron morreándose con pasión, la lengua del hombre en su boca y enseguida ella levantó el cuerpo empezando a removerse adelante y atrás y arriba y abajo de forma lenta. Sonrió al ver el gesto cansado que su pareja presentaba.
- Quiero follarte nena… me gusta tu cuerpo –aseguró él en un breve instante de respiro con la voz entrecortada por el deseo.
Volvió a clavársela sin avisar y la mujer no pudo más que lanzar un suspiro enorme al notarse invadida.
- ¡Augggggggggggggggg, con cuidado hombre!
- No pasa nada… estás tan mojada que entra fácil.
Tuvo que darle la razón. Tenía el coño tan empapado de jugos que se le abría como una flor en plena primavera. Manoli llenó la habitación de gritos desconsolados, el sexo masculino llegándole hasta lo más hondo. Los gritos doloridos dieron paso a gemidos placenteros. Casi sin darse cuenta se había vuelto a correr y tuvo que soportar el placer mordiéndose levemente el labio que notó reseco antes de pasar la lengua por encima. El hombre tomó el relevo siendo ahora él quien se hundía con lentos movimientos de cadera. Le gustaba aquella perra, una mujer madura y con experiencia siempre es bien recibida y conoce bien lo que quiere. Tenía el coño caliente y lubricado lo que facilitaba las cosas, de ese modo empezó a tomar velocidad.
Ella gemía con fuerza, dejando que fuera él quien la follara, recibiendo los golpes de pelvis con infinita satisfacción. Los ojos cerrados y las manos en el pecho masculino, acompañó el batir con expertos movimientos de caderas con los que buscarse un nuevo orgasmo. Con el rostro descompuesto y el cabello cayéndole sobre el mismo, la imagen de la mujer animaba a Esteban a seguir. Cabalgaba intensamente, tragando y expulsando la dura herramienta una y otra vez. Le acarició los senos, que se movían descontrolados,
subiendo las manos sobre ellos y ella se estremeció entera al notarlos apretujados, presa de un momento de emoción que la hizo gritar complacida por aquel placer tan intenso que la hacía vivir. Estaba segura que la escucharían al otro lado de la pared pero no le importaba, al revés le daba morbo que su amiga y Leo pudieran escucharla gemir y gozar de aquel modo tan completo.
- ¡Fóllame, fóllame… métemela toda y hazme correr!
Una mano bajó espalda abajo y de la cadera a la nalga, moviéndola por encima hasta rozarle el ano. Volvió a estremecerse pegándose más a él hasta darle a lamer los pezones.
- ¡Cariño, sigue sigue! ¡Me vas a hacer correr! –anunció con la piel erizada y jadeando inquieta.
Moviéndose ahora sí con rapidez sobre el apuesto macho, buscó su placer en forma de éxtasis, saltando desbocada, aullando de satisfacción, sintiéndose vibrar al caer derrotada y abrazada a él, resoplando agotada pero feliz.
- Uffff, qué corrida más rica
Tirándose a un lado al quedar tumbada en la cama, Manoli quedó reposando su deleite al relajarse mansamente. El hombre la acompañó echado junto a ella, permitiéndole un merecido descanso; él todavía no había acabado. Esperaba paciente su turno, sabiendo que pronto se recuperaría. Se dejó besar y amar, se dejó acariciar recobrando poco a poco la respiración, las manos del hombre explorando la belleza madura que se le ofrecía. La vio hermosa y más en ese estado de total cansancio y entrega. Sonriendo tímidamente mientras los dedos, codiciosos de nuevos episodios, la tanteaban haciéndola estremecer una vez más. Le apartó el cabello que le cubría el rostro y reclinándose la besó con suavidad y ternura. Ella solo gimió notándose temblar con aquel delicado beso. Alargando la mano se agarró con fuerza al brazo de su amante, apretándolo entre sus dedos.
- Ámame Esteban, ámame… por favor, lo necesito –la voz se hizo un susurro.
Llevó los dedos al sexo del hombre encontrándolo medio excitado. Cerró los ojos con un largo suspiro al masturbarle, notándolo crecer con prontitud. Poniéndose sobre ella en posición de misionero, le acarició el clítoris raspándolo con las yemas de los dedos hasta arrancarle un aullido de puro vicio. Luego apoyó el miembro contra la vulva, moviéndolo levemente sobre los labios pero sin llegar a meterla. Manoli rabió por la necesidad de ser satisfecha. Cogido por la mano le masturbaba el miembro curvado a todo lo largo y adelante y atrás.
- ¿La quieres nena?
- ¡Oh, métela de una buena vez maldito! Estoy agotada pero podré soportarlo una vez más.
Con las piernas abiertas, las dobló lo suficiente para que la penetración resultara cómoda.
- Vamos mi amor, métela despacio… despacio, síííííííííííí.
Apoyado en las manos, el macho tomó impulso al dejarse caer en el interior de la hambrienta hendidura. El glande se abrió paso a dentelladas, acogido amablemente por las paredes que lo envolvían centímetro a centímetro. La mujer lanzó un grito de júbilo.
- Dios, qué dura la tienes. ¡Es magnífica!
- Tómala, tómala nena –le exclamó al oído para luego tomarle el terso cuello que chupó y lamió con fruición.
- Métela despacio, vamos empuja despacio… poco a poco.
La madura se removía buscando un mejor acomodo, dominada por el peso del macho que la trabajaba con suavidad y decisión. Echando la mirada entre las piernas pudo ver cómo la polla la horadaba, enterrándose hasta quedar completamente en su interior.
- Uffffff, te siento… te sien… to entero…
- ¿Cómo te encuentras?
- Volando… vamos muévete, te deseo.
Él la besó dándole un corto piquillo con el que acallar sus sollozos. Empezó a empujar con lentitud, notándola abrirse bajo su peso. Entraba y salía sin dejar de jadear el placer que también él sentía. La polla resbalaba con soltura, abrazada por el calor de la mujer que gemía desconsolada mezclándose su placer con el del hombre. Herida en lo más hondo al echar la cara a un lado, atrapando la sábana y la almohada con los dedos en busca de consuelo. Los amantes se acoplaron al compás de la copula, enterrándose el uno y abandonándole la otra para volver al instante a quedar fundidos en uno.
Las embestidas ganaron en poderío, haciéndose más bruscas y secas. Follándola con mayor vigor y energía mientras ella aullaba, gemía y pedía más.
- Ahhhhhhh mi amor, dámela toda… la quiero todaaaaaaaa.
Esteban percutía sin descanso, animado por los gritos que ella daba. El orgasmo le llegaba, pronto explotaría en un nuevo clímax con el que sentirse dueño de Manoli. Ella era ahora su mujer y nada más le interesaba, solo hacerla suya y que disfrutara como él lo hacía.
- Tómala puta, tómala toda sí.
- Ahhhhh con cuidado, me rompes maldito, me rompes ahhhhhhhhh.
Las manos en el culo del hombre se movían ambos, las pelvis en un movimiento circular y preciso con el que encontrar el mejor balanceo. Manoli, fuera de sí, le hizo gritar lacerando la piel de la nalga al clavarle las uñas. Pese a ello, él no paró camino ya de un orgasmo imparable y cercano. La follaba con desesperación, clavándose con descaro en aquel coño que tan bien conocía. La mujer gruñía sin decir nada, tan excitada estaba que no podía pronunciar palabra en esos momentos de locura máxima.
- ¡Me voy nena, me voyyyyy!
- Sí córrete, échamelo encima… échamelo encima –reclamó escapando de él al incorporarse mínimamente.
Esteban salió de la mujer, deshaciéndose del molesto preservativo y agarrando el pene con la mano. Elevado hacia arriba, se veía orgulloso y a punto de explotar. Al fin lo hizo expulsando una buena cantidad de leche en el vientre abultado de su amiga, que se retorcía entre gritos escandalosos al abandonarse en manos de un último orgasmo turbulento y que debió despertar a medio hotel. Entre espasmos convulsos, los dos se estremecían sobre la cama notando ahora sí el cansancio envolverles de forma definitiva. No podían más, aquel encuentro había sido de lo más abrumador y salvaje. Un polvo como hacía tiempo la hermosa hembra no gozaba. Manoli tomó con los dedos el lefazo caído sobre los pechos y llevándolos a la boca, lo saboreó con cara de infinito deleite. Lo notó amargo pero no por ello lo abandonó, acabando por tragarlo con un golpe de garganta que al hombre sorprendió gratamente.
- ¿Te lo has tragado?
- Sí, una locura más de las mías pero me encanta –dijo abriendo la boca y mostrándola libre de restos de líquido seminal.
- Pero qué puta estás hecha…
- Oh, calla por favor. Ven abrázame, necesito dormir –pidió uniéndose al hombre que la envolvió pasándole el brazo por los hombros para atraerla hacia él.
Abrazados, el silencio más sepulcral invadió ambas estancias, quedando los amantes agotados y dormidos en brazos unos de otros. Las dos mujeres tendrían mucho que contarse al día siguiente. Habían elegido dos buenos acompañantes con los que compartir cama, no había duda de ello.
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