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EL VENDEDOR

EL VENDEDOR La crispación se reflejaba en sus rostros. Los dientes se apretujaban con fuerza como si fueran a partirse. El cuerpo tenso. El mayor de los aplomos. El jefe de ventas se dirigió a todos ellos. - En el mundo de las ventas no existe el paro. El que no trabaja es porque no quiere. Uno de los alumnos tuvo un reflejo nervioso. - Esta es una de las profesiones más duras que existen, pero también es una de las que más compensa todo el riesgo y el esfuerzo realizado, puesto que el buen vendedor es el profesional mejor pagado del mundo....¿Y yo os pregunto?...¿Qué es lo que hay que hacer para ser un número uno?. Uno de ellos levantó el brazo. - Ser amable con los clientes. - Mama por favor, tengo frío ven a arroparme. Al muchacho se le agolpó la sangre en las sienes. - ¡Quitaos esa caraja de encima¡...¿Y os pregunto de nuevo?...¿Por qué Jesucristo se dejo morir en la cruz?. Nadie se atrevió a contestar. - Por puro egoismo. Y así es como sois vosotros y vuestros clientes. Todo en el mundo, es en realidad, una compra y una venta. Toda la vida es así...así es como un hombre consigue a una mujer y una mujer consigue a un hombre...así se forjaron grandes imperios como el Imperio Romano o el imperio soviético... ¿Y porque esos imperios se derrumbaron?...Porque mostraron sus debilidades. Las piernas de un alumno cincuenton se golpearon entre si. Las rodillas crujieron. Casi se chascaron. - Y yo os digo que Carlos Marx dijo que la vida era una lucha de contrarios. ¡Y fijaros bien¡...Tenía razón...El enemigo de un hombre ronda en todas partes...Y eso lo sabeis vosotros...Porque estais solos...Y sin embargo aparentais... Haceis creer a los demás que sois algo cuando lo único que haceis es representar vuestro papel...Y os odiais pero quereis hacer creer que os llevais bien con los demás... ¡Y ay de aquel que no sepa representar bien su papel¡...porque ese será y es un hombre débil...un perdedor, un fracasado, una victima de la sociedad, un inmaduro, un mediocre. Un hombre al que todas las mujeres le dirán: "Yo te aprecio mucho pero...." Esa clase de hombres que se refugian en fantasías extrañas. Que se justifican y se refugian en maniqueismos morales. Que terminan en sectas... Y yo os digo que la vida, el mundo no está hecha para esa clase de hombres pusilánimes sino para hombres fuertes. ¿Y como se convierte uno en un hombre fuerte?. Con el miedo. Sí, el miedo. ¡Como lo oís¡. El miedo hace sobrevivir. Arturo B. había vencido incluso, al miedo. Contemplaba a la mujer carnosa que se encontraba a su lado, sentada sobre la voluptuosa cama. Tenía unas piernas duras, unos pechos exagerados propios de una ramera de finales del siglo veinte. Los labios estaban algo ajados, aunque eran sumamente hermosos. Sus ojos a la vez dulces e inquietantes lanzaban seductores destellos. Se trataba de una belleza muy cara. - ¿Sabes todo lo que me ha costado llegar a ser un múmero uno?. La mujer asentía con la cabeza. - Llevo ya siete años trabajando en la empresa y puedo decir que soy uno de los mejores vendedores del país. Hace poco una empresa norteamericana me ofreció un extraordinario contrato. Pero aquí me encuentro muy bien...Todas las chicas que quiero para conseguir hacer realidad todas mis fantasías que me obsesionan día y noche...Y yo te aseguro que no existen hombres en el mundo que puedan hacer eso. Sólo unos pocos. La chica pasó su mano por el curtido rostro del vendedor. Arturo la apartó de un manotazo. - No quiero caricias salvo que yo te lo pida...mira cariño ya no me importan ni mi mujer ni mi hija. Hace bastante tiempo que me separé de ellas. Ahora sólo me importan mi trabajo y vosotras. ¡Yo no se de donde habéis sacado esas tetas y esos culos¡. Pero lo que si se es que yo no compro revistas, yo os compro a vosotras...este trabajo me jode, lo se... a veces creo que ya no siento nada. Reconozco que ya no soy el de antes pero la verdad es que te forras de dinero. Sólo es cuestión de ir aprendiendo. Cada vez quieres más y más...y a veces tengo miedo...no me mires así...todavía estoy a tiempo de ir a esa empresa norteamericana. Arturo B. y Juan C. eran compañeros de promoción. A veces compartían algunos momentos tomando un café; ideales para que ambos se explayarán en confesiones íntimas. - ...Y ya te digo que hace bastante tiempo que llevó intentando dejar este trabajo, Arturo...Porque creó que todavía no he conseguido adaptarme del todo. Sigo teniendo todavía pesadillas. No consigo estabilizarme. Estos dos meses pasados no he conseguido vender nada. Si sigo así me temó que lo perderé absolutamente todo. - Yo en cambio es posible que me la juegue y me marché a esa empresa norteamericana. Dicen que las portorriqueñas son muy especiales. - ¿Sigues todavía con esa furcia?. - Seguía. - Pues a mi me sigue gustando el chocolate y la nata. Arturo B. miró fijamente a su camarada, esbozando una media sonrisa inquietante que parecía el preludio de algo que estaba a punto de suceder. Se iba a desvelar un temible secreto. - Juan. Te tengo que contar algo. Fue ayer mismo. Primero hicimos el amor de esa forma que me gusta a mi. Después no se que diablos me paso. Quiza fue el efecto de las pastillas, pero el caso es que sentí una tremenda ansiedad seguida de un ciego impulso. - ¿Qué clase de impulso?. - Sentí grandes deseos de estrangularla. El corazón de Juan C. comenzó a latir de una forma inusual. - Y la estrangulé. En verdad que el compañero de Arturo no sabía mantener el aplomo debido para un tipo de profesión como aquella. Gotas de sudor frió cayeron por su piel pálida, acompañadas por unas cuantas incontenibles nauseas, pues estaba sufriendo un ataque de terrible pánico. A los oidos del director general había llegado un rumor Parece ser que uno de sus empleados, el mejor de todos, había cometido un espantoso asesinato. Juan C., su mejor compañero, lo había delatado, razón por la que la empresa le estaría muy agradecida. Eso era lo que les diferenciaba a ellos frente a la competencia. Ellos eran duros sí, pero honestos, aunque en casos como aquellos lo mejor sería escaquearse y cada uno a lo suyo, hasta que la policía descubriese el crimen. Por eso el director general hacía todas las pesquisas posibles para poder cambiar lo antes posible de empleo. Había complicidad entre Juan C. y él. Nadie debía enterarse, mientras las palomas volaban del sitio, aunque quizá podrían sacar alguna tajada del asunto. Las comisiones de las últimas ventas de Arturo B. podrían ser un suculento plato, que les ayudarían a sobrellevar las molestias ocasionadas. Nadie se enteraría del pequeño trapicheo. Todo el mundo estaría demasiado pendiente del criminal y nadie se percataría de la desaparición de ciertos recibos. Un rostro rubicundo, casi siempre rígido, compulsivamente marcial, en aquella ocasión se mostraba alterado. Su rubia y explosiva secretaria seguía su extraño deambular con la mirada. - ¡Ay estos españoles¡. ¿Qué se puede esperar de ellos?. Todavía tienen que aprender mucho de nosotros esas insoportables razas latinas. El barbaro del norte se secaba el sudor con un grasiento pañuelo. La secretaria se veía dispuesta a querer tranquilizarlo. - Cuando menos uno de ellos ha sido honrado y nos ha contado lo de esa pareja de sinverguenzas que se querían quedar con el dinero. - Pero ese no es el problema monina. Fijate lo que habría pasado si no nos hubiesemos enterado de nada. ¡Qué escandalo para la empresa¡. Nuestra sucursal española se habría ido a la mierda y todos los periódicos de Europa se estarían regodeando. Y no quiero pensar lo que habría sido de nosotros. La servicial, exuberante y cariñosa empleada agarró la oronda mano de su jefe y se la metió por debajo de la camisa. Y el nervioso caballero comenzó a babear, sobando unos calientes y artificiales, descomunales senos. La solución del problema sería hacer un buen chantaje. Si los medios de comunicación se llegasen a enterar, probablemnte la empresa se derrumbaría. Así que incluso podría pedirles unos buenos emolumentos. Estas eran las intenciones de Arturo B. Hacía un día esplendido cuando el gran vendedor llegó a la oficina. Lo primero que haría sería contarselo al director general y éste le pondría en contacto con la central. Los tendría a todos cogidos por el cuello. Fue entonces cuando alguien le dijo que el director general y su amigo Juan C. habían sido despedidos fulminantemente y que estaban pendientes de juicio. Al parecer uno de la empresa que conocía a la prostituta asesinada había dado el chivatazo. Se puso en contacto con los dos mangantes que le ofrecieron parte del botín a cambio de silencio. - El muy hijo puta querría un aumento de sueldo.- Estalló rabiosamente Arturo B. - Eso ya no lo se pero el caso es que dice que te vieron entrar y salir de la habitación de la mujer muerta. - Si fuí yo. ¿Y qué?... Quiero hablar ahora mismo con los responsables de esta multinacional. - Te será imposible puesto que tu ya no existes. El corazón del asesino comenzó a latir vigorosamente tras muchos años de permanente reposo. - ¿Qué quieres decir?. - Lo que oyes. Que tu ya no figuras en niguna parte. Tu nombre no está registrado en la nómina de la empresa. Es más es como si nunca hubieses existido. De pronto sus ojos mostraron un destello de alivio. - Pero tengo los resguardos de los contratos. - Ya no. Te los robaron. Esos extranjeros saben hacer las cosas bien. El hombre se sintió completamente perdido. Sabía que dijese lo que dijese tenía las de perder. Fuera, había varios coches patrulla esperándole. Ese mismo día los periódicos publicaron en primera página que un electricista llamado Arturo B. había sido el autor del asesinato de la prostituta. Por Adolfo Alvarez-Buylla

Datos del Relato
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