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UNO
Falta una hora para la salida del sol. Lo sé sin tener que leerlo en ningún sitio. Es puro instinto de supervivencia. Si no lo supiera habría muerto hace mucho tiempo.
Aquí, en una rama de árbol, espero la llegada de mi última víctima. De esta noche, claro. Sé que llegará, cada madrugada hace el mismo recorrido. Pero hoy tardará más en llegar a su destino. Eso si llega.
Ya la veo. Camina lentamente, está cansada y tiene sueño. Salto de mi elevado escondite y caigo dulcemente delante de ella. Se asusta. No esperaba una visita como esta. Mi rostro blanquecino y mis ojos encarnados y mis afilados colmillos le hacen gritar desesperadamente. La abrazo y acerco mi boca a su moreno cuello. Clavo los colmillos. La carne se abre lentamente y alcanzo su vena. Sorbo lentamente y su dulce sangre invade mi boca, mi lengua, mi garganta. Mi cuerpo entero. Y con ella miles de sensaciones. Se llama Beatrice. Tiene miedo. No entiende lo que ocurre. No siente dolor, más bien es una sensación levemente placentera. Sigo bebiendo, todavía tiene mucha sangre para darme. Lo estoy haciendo muy lento. Disfruto bebiendo sangre cargada de sensaciones y sentimientos.
Me llega más información. Es una chica muy caliente. Arde con el sexo. Es lo que más le gusta en esta vida. Tiene novio y le quiere. Pero necesita sexo a todas horas. No le importaría hacérmelo. Su calentura llega a mis venas y me arde el cuerpo. Dejo de beber y la separo de mí. Está muy débil, pero todavía se sostiene en pie. Y me mira fijamente a los ojos. Ya no tiene miedo. Me quiere a mí.
La cojo por la cintura y nos elevamos. Vuelo rápido, no tengo mucho tiempo. Ella, aturdida, se aferra a mi. Me besa en el cuello. Yo me estremezco al sentir el contacto y al oler el fresco aroma de su sangre.
Llegamos a nuestro destino. Se podría decir que es mi casa. Una cripta. La deposito en el césped verde oscuro de la entrada. Me quedo de pie y la miro. Sus castaños ojos también lo hacen. Es hermosa. Su pelo ondulado está esparcido por el suelo. Me agacho e hinco mis rodillas en el suelo, situándome a horcajadas encima de ella. La beso en los labios y en la barbilla. Bajo mi cara hasta su cuello y vuelvo a clavar mis afilados colmillos en las heridas de su cuello. Su sangre vuelve a llenar mis venas. Siento su calor muy dentro de mí y comienzo a sentir algo que nunca me había sucedido en mi vida inmortal. Su sangre llega a mi polla, dándole fuerzas suficientes para hincharla y ponerla firme como en mi vida mortal. Esto me sorprende y dejo de beber. Me aparto de ella y la miro fijamente a los ojos. Busco una explicación.
Ella también me mira. Su mirada es de conocimiento. Sabe lo que me pasa. Ha sentido mi verga hinchada cuando estaba encima de ella y ahora puede ver mi erección haciéndose notar en mis ajustados vaqueros. Sus labios esbozan una ligera sonrisa y sus ojos miran mi entrepierna. Se muerde de forma lasciva el labio inferior. Anhela lo que yo tengo entre las piernas.
Se levanta y se pone frente a mí. Me besa y con su mano palpa mi entrepierna. Desabrocha los botones de la bragueta y mete su mano. Me la saca y me la aprieta. Me la observa con detenimiento. Es muy blanca en todo su tronco, En cambio la punta, gracias a su sangre, es de color púrpura. Se agacha y me la besa. Siente que ha perdido un poco de consistencia. Se levanta y me coge la mano y la lleva a su espalda. Bajo su cremallera y su vestido cae al suelo.
Es hermosa. Tiene los pechos pequeños y los pezones erectos. Son muy bellos. Alargo mi mano y se los acaricio. Su imagen me excita, pero mi verga no vuelve a recuperar su anterior firmeza. Miro su cuello. Ella parece comprender. Inclina su cabeza y pega sus pechos a mi cuerpo. Yo vuelvo a beber.
Mi verga vuelve a estar firme. Ella está muy débil pero puedo apreciar su ansiedad por tenerla dentro. Pero presiento algo que va a impedir nuestra unión. El sol, mi peor enemigo, no tardará en aparecer en escena. Tan rápido como puedo la rodeo con mis brazos y la llevo volando a donde la encontré hace apenas tres cuartos de hora. Vuelvo a mi cripta y me escondo de los rayos del sol. Falta un minuto para que amanezca.
Mañana volveré a verla.
dos
Despierto en mi ataúd. Ya no hace falta dormir más, pero todavía es pronto para salir a beber sangre. Aún es de día. Recuerdo la noche anterior, esa belleza llamada Beatrice que, por el exceso de sexo que nadaba en su sangre, me dio el calor suficiente para que volviera a sentirme mortal. Falta poco para volver a verla pero, ¿qué debe estar haciendo ahora?
Pienso en ella con todas mis fuerzas. Mi mente sale del cuerpo y vuela al encuentro de Beatrice. Es sencillo. Cuando bebo sangre de una persona, quedo unida a ella para siempre. No hay lugar que pueda esconderla de mí. Puedo verla esté donde esté. Puedo oír lo que dice, ver lo que hace y, si he bebido mucha sangre suya, sentir lo que siente. Pero pocas personas tienen el privilegio de seguir viviendo después de recibir mi mortal mordedura. Beatrice ha sido una de ellas. Y probablemente será algo más.
Recorro mentalmente la ciudad en su búsqueda. El sol no destruye mi mente y, por tanto, no me mata. Me gusta mirarlo fijamente, en tono desafiante. Sé que no me puede hacer nada. La oscuridad de mi cripta protege mi inflamable cuerpo. Por fin siento su calor. Huelo su sangre. Está cerca de aquí. Ya la tengo. Apenas han transcurrido unos minutos y ya puedo verla.
Está en una oficina, trabajando. Veo ordenadores y varias personas en la misma habitación. Ella está hermosa. Su piel morena todavía es más bella a la luz del sol y su pelo brilla con los rayos del sol que entran por la ventana. Lleva un pañuelo de seda anudado al cuello. No quiere que nadie vea las marcas que dejaron mis colmillos en su delicado cuello.
Está leyendo algo del ordenador. Advierto que su temperatura se ha elevado desde que entré. Quizá pueda notar que estoy aquí. Intento leer su mente, pero solo consigo pensamientos sueltos: 'relato', 'me metí su polla en la boca', 'se corrió en mi cara', 'me la metió hasta el fondo', 'miles de orgasmos consecutivos'... Lo que ha estado leyendo le ha excitado muchísimo; de ahí el aumento de temperatura.
Cierra la puerta del baño y se baja la falda. Se sienta en la taza. Apoya su espalda en la pared y abre las piernas. Mete su mano en el atrevido escote que tiene su camiseta y se pellizca el pezón derecho. Éste adquiere firmeza muy rápidamente. Mientras tanto, la otra mano ya ha empezado a acariciarse el coño. Lo tiene muy húmedo y se mete un poco el dedo. Después, empieza a frotarse el clítoris con un dedo. Se estremece y se pone más cachonda. Sigue con dos dedos. Y con tres. Ya lo hace de forma salvaje. Suelta toda su leche y se corre tres y cuatro veces seguidas.
Al terminar piensa en mí, en lo que le hice ayer. En lo que puede que hagamos hoy si voy a por ella...
Iré a por ti, princesa mía. Tenlo por seguro. Y no será sólo una noche. Será toda la eternidad. Hoy me meteré dentro de ti y luego beberás mi sangre. Seremos los dos inmortales.
De repente mi cuerpo reclama la presencia de la mente y ésta vuelve rápidamente a él. La razón: mi verga vuelve a estar firme. La miro y la sujeto con mi mano derecha. La imagen de Beatrice masturbándose en el baño está muy fresca en mi mente. Recuerdo mis masturbaciones mortales y vuelvo a rememorarlas, tres años después. Mi mano derecha cubre y descubre el glande purpúreo, y siento muy intensamente cada uno de los movimientos. Acelero el ritmo y llega el momento del orgasmo, al unísono con una larga y potente expulsión de semen.
Beatrice, quedan pocas horas para que nos veamos. Tú, lo intuyes y lo deseas, pero todavía no lo sabes. Voy a ir a por ti después de alimentarme y te voy a hacer mía esta misma noche. Después, te daré mi bien más preciado, la sangre, y serás como yo. Estaremos juntos toda la eternidad.
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