El sol dilataba sus pupilas y la suave brisa despeinaba ligeramente su cabello. Era uno de esos días en que lo peor que puedes hacer es quedarte encerrado en casa y desaprovechar tal climatología.

Nuestro amigo respondía al nombre de Marc. Era un joven de cabello liso y castaño, ojos marrones, estatura y peso dentro de lo que se consideraba normal para su edad. Iba vestido con una camiseta, unos pantalones cortos y unas botas.

Marc era de los que aprovechaban cualquier ocasión para salir de la estresante ciudad y aquella era una oportunidad excepcional. Como siempre que salía al campo iba acompañado de su enorme machete.

Siempre se dirigía al sur, pero en esa ocasión escogió el norte. Poco después de empezar su travesía se encontró con una bifurcación: aparentemente eran iguales. Ninguna parecía entrañar peligro por lo que escogió una al azar. Empezó a recorrer el sendero, con algo de incertidumbre, ya que era la primera vez que iba por allí.

Tras una larga caminata llegó a un hermoso valle. Era como si fuese andando por una gran alfombra verde. No pudo resistir la tentación de tumbarse y revolcarse por la hierba. Mientras disfruta de esa experiencia nota que en aquel lugar se respira un olor embriagador y poco a poco todo su cuerpo se impregna de ese aroma.

En medio del valle Marc divisó una gran cueva. La entrada se encontraba semioculta por varios arbustos. Sin pensarlo decidió penetrar en ella. Antes de adentrarse sacó su machete. Abriéndose paso con este y con la mano que tenía libre se introdujo en la oscuridad. Le costó bastante meterse, pues la apertura era muy angosta.
Tal y como parecía desde fuera, apenas se veía en el interior de ese agujero, pero la fragancia que invadía todo el valle allí se incrementaba, lo que hacía agradable la estancia. Las paredes estaban algo húmedas por lo que pensó que pronto encontraría agua. Su sed era tal que intentó beber algo de aquellas paredes, pero no manaba suficiente líquido aunque si pudo notar que esa sustancia tenía un sabor especial, no era simplemente agua. Tras bastante caminar vio algo increíble, una estalactita enorme de la que caía un fino chorro de agua. Se puso debajo con la boca abierta, en su vida había probado nada igual ni que se le asemejase: era increíble, maravilloso, no tenía palabras para definirlo. Si el néctar que bebían los dioses existió realmente, Marc había encontrado dicha bebida. Tardó más de media hora en calmar su sed.

Prosiguió su camino por esa extraña cueva. Tras andar durante una hora llegó al final de esta. Mientras regresaba se fijó en que las paredes ya no estaban húmedas sino que de ellas empezaban a brotar un pequeño hilo de ese elixir. La tentación era demasiado fuerte para resistirla, se tumbó boca abajo y se puso a recorrer una pared con la lengua y los labios. Cuanto más absorbía el líquido más manaba de las paredes. Tras una larga ingestión de ese manjar se levantó rápidamente pues de pronto le invadió una especie de locura: oía ruidos extraños aunque sin saber de donde procedían. De modo, que se puso a dar machetazos a diestro y siniestro sin saber muy bien donde golpeaba, lo que sí podía era oír el sonido estridente de su machete al golpear bruscamente en las paredes. A la vez que luchaba sin saber con qué o con quién iba corriendo en busca de la salida. De pronto se detuvo, pues de nuevo se hallaba junto a la extraña estalactita. Creyendo que esta era el origen de todo aquello, agarró fuertemente su machete clavándolo en la roca caliza. Tras contemplarlo durante un breve instante, piedra y machete saltaron por los aires, por lo que surgió un enorme manantial de néctar. La presión era tal que Marc salió fuertemente disparado de la gruta. Gran parte del valle quedó inundado de aquella sustancia aunque esta vez su color era más bien blanco. Nuestro amigo estuvo varios minutos sin sentido, pero siempre que tiene unas horas libres va a visitar el valle encantado.