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EL VAIVÉN DE SUS CADERAS
Dicen que todos los hombres tenemos una musa erótica. Una mujer a la que siempre recurrir con la imaginación en tiempos de sequía. Una de las que nunca fallan en nuestras más pérfidas labores onanistas...Una mujer a la que, sin haber siquiera rozado , hemos hecho maullar de placer una y mil veces... La mía es Maite.
Maite ronda hoy la cincuentena, aunque yo la conocí de cuarentona. El primer recuerdo que tengo de ella es el de su vello púbico. Tenía yo quince primaveras cuando aquel verano fui a pasar unos días al pueblo de mi amigo Julián. Mi amigo y yo dormíamos en la misma habitación y su madre vino a darnos las buenas noches...Recuerdo aquella gloriosa visión. Una escueta camiseta dejaba al descubierto unas caderas prominentes, poderosas. Unas bragas semitransparentes camuflaban aquella mata negra, oscura, densa... En el momento en que aquellos labios, latinos y carnosos, sellaban mis mejillas peligrosamente cerca de mi boca, ví justo a la altura de los ojos aquel mágico triángulo. Y pude aspirar levemente ese extraño y poderoso aroma...Aquel coño me atrapó para siempre. Y hoy día , diez años después, sigue siendo mi coño favorito.
Ayer se celebraba la graduación de Julián. Su familia organizó una pomposa fiesta en honor a la recién estrenada ingeniería de su primogénito. Les salía el dinero por las orejas, gracias al próspero negocio de las marisquerías de su padre, pero el Julius era el primer titulado superior de la familia. Lo había sacado a trancas y barrancas y con una más que dudosa retaila de chanchullos, ayudas y sobornos...Pero ¿ Qué importaba eso ahora?
En el lujoso chalet del pinar de Chamartín, se dieron cita los nuevos ricos del círculo de sus padres, las amigas pijas de sus hermanas y todos los colegas de Julián... La noche, saturada en mi cuerpo de alcohol (en esta ocasión de calidad), me agobiaba por momentos. Aquella alegría desmesurada, aquel jolgorio sin condiciones, no hacía más que acentuar mi creciente complejo de culpa. Hacía ya dos años que yo había abandonado la carrera, y mis viejos, pobres, aguardaban impacientes mi graduación para septiembre.
Apuré el último trago de mi güisqui y me serví otro. Desde aquella habitación a la que había ido a parar , por azar, en aquella gigantesca y laberíntica mansión, se podía divisar el jardín, donde la fiesta alcanzaba sus más altas cotas de ridículo: Salidos viejos verdes, perseguían a putitas pijas , amigas de la hermana...Mis colegas, ataviados únicamente con los gayumbos, manteaban a "Julius" al borde de la piscina...
A oscuras me tumbé en una cama que, por el olor, deduje sería de alguna de las hermanas...Dejé caer el vaso contra el suelo y empecé a llorar. Lloraba con una amargura infinita. Era un llanto sereno, masticado y consciente...
Noté un susurro, me incorporé y, al trasluz, vi su inconfundible figura. Pude distinguir sus caderas suculentas. Su pecaminoso cuerpo conservado en alcohol...Era Maite, la madre de Julián...
-Pero bueno, ¿Estás llorando?
Se inclinó sobre la cama y me abrazó. Me dio dos besos en el cuello con actitud maternal, pero mi erección hacía ya rato que había alcanzado su cota imperial.
De siempre, su sola presencia, me había puesto cardiaco. Debía ser cuestión de feromonas o historias de esas que pregonan ahora los científicos, pero no podía evitarlo. A menudo me pregunté si esta exagerada exacerbación de mi líbido, cuando la veía, sería recíproca. Alguna vez había adivinado en su mirada un aire provocador y pecaminoso, al dirigirse hacia mi...
Traté de balbucear alguna explicación, pero Maite me tapó la boca. Lamió las lágrimas que caían por mi rostro, me miró fijamente y musitó: -Me pones a cien - Y empezó a comerme la boca como nunca antes ninguna mujer lo había hecho. Me besaba con ansia, con furor, con ganas. Casi con violencia...
Recorrió mi anatomía con su experta lengua enfurecida. Cabalgaba poderosa ,al compás de un jadeo lascivo y dominante... ¡No podía creerlo!. Mi cadera acompañaba su vaivén, mientras mis manos agarraban codiciosas aquellas nalgas tantas veces anheladas...
Al llegar nuestros instintos a su cima, a lo lejos, como en otro mundo, oímos una voz que se acercaba:
- Y ahora, Julianín, abre la puerta, sin miedo, ahí está tu regalo, espero que te guste...
Los invitados seguían expectantes los pasos de Julián y de su padre...Todos sabían que el regalo sería de órdago, dado como se las gastaba el marisquero, D. Julián.
Julius abrió la puerta decidido, animado por el coro de invitados que, completamente ebrios, le animaban en su empresa. La ilusión se dibujaba en su rostro y con manos torpes encendió el interruptor..., justo en el momento en que su madre, con el sello de mi virilidad entre sus manos, a modo de micrófono, gritaba triunfante: ¡¡¡Venga , vamos, dámelo todo!!!!!
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