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Categoría: Maduras

El triángulo (1: aquella mujer)

Jamás creí que aquella loca noche de despedida acabaría como acabó y que al amanecer me encontraría en mi coche, con una mujer que podría ser mi madre, tras el mejor polvo de mi vida y lamentándome por haberle puesto los cuernos a mi novia. Pero así fue y no sólo eso, aquella noche trajo consecuencias en mi vida y la cambió casi por completo.



La noche había empezado a las doce, tras quedar todo el grupo de amigos en casa de Antonio para celebrar su despedida de soltero. Cuando estuvimos todos reunidos, salimos hacía el restaurante donde teníamos contratada la cena. Después de la cena fuimos a un local de streaptease y finalmente hacía las tres de la madrugada fuimos a la discoteca.



Allí algunos de mis amigos se pusieron a bailar para ver si podían ligar con alguna chica. Yo me quedé en el borde de la pista observando. Había un grupo de maduritas, unas cinco o seis, serían, bailando, entre las cuales había una muy guapa, con una figura envidiable a pesar de la edad (yo le eché, unos 45). Era rubia (aunque teñida), de ojos azules y con unas curvas que le daban veinte patadas a más de una jovencita de 20 de las que bailaban en aquella pista, se notaba que se cuidaba. La observé durante un rato, y un par de veces me pilló mirándola, pero traté de disimular; hasta que abandonó la pista y ví que se iba hacía la barra. Al cabo de uno minuto la tenía a mi lado preguntándome:



- ¿No bailas?.



- No, es que no me gusta. – Le respondí, mirándola de arriba abajo.



- Vaya, ¿Ni siquiera las lentas?



- Bueno, si es con una mujer guapa y elegante como tú, podría hacer una excepción.



- Me alegra oír eso. ¿Cómo te llamas? – Me preguntó.



- Juan ¿y tú?



- Estefanía.



En aquel momento pusieron una canción lenta y mirándome directamente a los ojos me preguntó:



- ¿Quieres bailar?



- Por supuesto, ya te he dicho que haría una excepción.



Salimos a la pista y me rodeó con sus brazos pegando su cuerpo al mío, lo que hizo que mi sexo empezara a crecer excitado, ya que aquella mujer me atraía mucho.



- ¿Y qué hacéis tantos chicos solos? – Me preguntó mirándome a los ojos.



- Celebrar una despedida de soltero.



- ¡Uhm, vaya! ¿No será la tuya?



- No, no, tengo novia, pero todavía no hemos pensado en eso.



- ¡Vaya! – Se lamentó pegando más su cuerpo al mío. - ¡Qué pena que un chico tan atractivo como tú esté comprometido!



No supe que decir, me sentía halagado por aquellas palabras, pero a la vez me frenaban para ir más allá. Aunque poco a poco el roce de su cuerpo contra el mío hacía que me excitara cada vez más. Y de repente me miró a los ojos, y volvió a preguntarme:



- ¿De verdad tienes novia?



Y sin dejar que respondiera pegó sus labios a los míos y me besó, haciendo que su lengua penetrara en mi boca. Pasó su lengua por mis dientes y luego buscó la mía y ambas se unieron en una lucha sin tregua. Aquel beso hizo que mi sexo aún se pusiera más duro, cuando nos separamos traté de apartar mis pensamientos de aquella situación para no caer en la tentación, así que le pregunté:



- ¿Y qué hace una mujer como tú en un sitio como este?



- Disfrutar de la vida, es mi noche de salir, los viernes por la noche me toca a mí y los sábados a mi hija.



- ¿Tienes una hija?



- Sí, de 19 años.



- ¿Y su padre? – Le pregunté.



- Murió hace un par de años. Pero la vida sigue y hay que vivirla ¿No crees?



- Por supuesto. – Apostillé, sintiendo como restregaba su sexo contra el mío tratando de provocarme.



Y entonces volvió a besarme otra vez, con la misma intensidad y apasionamiento que la primera vez. Esta vez la abracé contra mí, acaricié su espalda por encima de la ropa, y apreté sus nalgas con mis manos. Cuando nos separamos el deseo bailaba entre nosotros, así que mirándome a los ojos me dijo:



- Vamos fuera a tomar el aire.



Estefania empezó a caminar delante de mí llevándome de la mano. Yo me dejé llevar, pensé que por una vez no pasaba nada, que me apetecía cometer una locura, que sería un polvo de una noche y nada más, que Ángela no tenía porque enterarse, me di a mí mismo un montón de excusas para justificar aquello y me dejé llevar por el deseo. Una vez en la calle me preguntó:



- ¿Tienes el coche por aquí?



- Sí, en la explanada. – Le indiqué.



Sin perder tiempo nos dirigimos hacía allí y al llegar junto al coche, fui yo esta vez quien la estrechó en mis brazos y la besé apasionadamente. La deseaba, deseaba desnudarla, acariciar todo su cuerpo y poseerla allí mismo. Lo deseaba desde la primera vez que la había visto y no quería dejar pasar aquella oportunidad.



Abrí el coche y entramos en la parte trasera. Empezamos a besarnos mientras nuestras manos acariciaban el cuerpo del otro, ella me desabrochó la camisa, mientras yo besaba su cuello y le subía la falda hasta la cintura para acariciar sus piernas. Masejeé sus muslos por la cara interna de estos y poco a poco me fui acercando a su sexo, que acaricié por encima de las bragas. Entretanto ella, había conseguido desabrochar el pantalón y metiendo su mano por entre la ropa sacó mi sexo erecto y excitado. Yo seguía acariciando su sexo por encima de las braguitas, mientras besaba su cuello. Decidí quitarle la blusa, sus pechos medianos aparecieron adornados por un hermoso sujetador de encaje color carne. Se lo desabroché y se lo quité y empecé a masajear y besar aquellos dos senos perfectos.



Estefania se entretenía en acariciar mi sexo. Mientras nuestros labios se profesaban salvajes besos denotando el deseo que había entre nosotros. Le quité las braguitas con cuidado, luego busqué su clítoris y empecé a acariciarlo suavemente. Estefania gemía excitada y deseosa. Descendí por su vientre sobrepasé su falda hasta llegar a su sexo y empecé a lamer aquel delicioso sexo. Enredé mi lengua en su clítoris y me dediqué a chupetearlo y torturarlo, dándole golpecitos con la punta de mi húmedo apéndice. Ella se estremecía y suspiraba, mientras enredaba sus manos en mi pelo y apretaba mi cabeza contra su sexo. Moví mi lengua sinuosamente, lamí su vulva y la penetré varias veces. Volví a chupetear su clítoris y lo mordisqueé provocándole un fuerte estremecimiento y entonces me suplicó:



- Ven aquí. – Tiró de mi pelo y me hizo sentar a su lado.



Mi sexo estaba más hinchado que nunca, erecto y deseoso que ser venerado por aquella experta mujer, que no se hizo esperar. Cogió el miembro con su mano y empezó a masajearlo suavemente, luego acercó su boca a él y lamió el glande, se lo introdujo en la boca y empezó a chuparlo como si fuera un helado. Sentir su boca caliente y húmeda alrededor de mi sexo me transportó a alta cotas de placer y deseo. Estefania era una experta en aquellas lides, lengüeteaba el tronco de arriba abajo, chupaba mis huevos introduciéndoselos en la boca, los mordisqueaba y volvía a lamer el tronco hasta llegar de nuevo al glande para metérselo en la boca logrando tragarse mi verga hasta la mitad. Empecé a estremecerme placenteramente y a punto de correrme la hice parar y le dije que quería follarla.



-¿Tienes un condón? – Me preguntó. Saqué uno de la guantera y se lo dí. Ella lo colocó cuidadosamente sobre mi erecto falo.



Se puso de rodillas sobre el asiento, dándome la espalda, con la falda arremangada en su cintura y mostrándome su delicioso culito me suplicó:



- Métemela.



Acerqué mi cuerpo al de ella, rocé su húmedo sexo con la punta del mío, deleitándome con aquella caricia. Ella gemía y empujaba hacía mí tratando de introducirse mi instrumento en su sexo. Lo cogió con su mano y lo llevó hasta la entrada húmeda de su vagina y muy despacio sentí como mi pene se introducía en ella. Comencé a moverme despacio, también ella se movía empujando hacía mí, en pocos segundos nuestros movimientos se había acompasado. Posé mis manos sobre sus caderas, para ayudarme al empujar suavemente contra ella, pero enseguida me pidió más y me dijo:



- Más fuerte, dame más fuerte.



Obedecí acelerando mis movimientos, sintiendo como mi sexo resbalaba por aquella húmeda cueva, como se hinchaba enardecido por el deseo que aquella mujer me causaba. Llevé mi mano derecha hacía su pecho y lo masajeé suavemente, mientras acercaba mi boca a su cuello y lo mordía. Ella empujaba hacía mí con fuerza, parecía querer sentir como todo mi fierro la llenaba, gemía y se estremecía, haciéndome notar como su vagina estrujaba mi verga.



- ¡Ah, sí, fóllame así, cabrón! – Comenzó a gemir, mientras mi mano descendía hacía su clítoris, que manoseé con delicadeza.



Nuestros movimientos eran cada vez más bruscos, más salvajes, parecía que ambos queríamos llegar a la meta de aquella carrera hacía el placer, pero a la vez los dos queríamos seguir sintiéndolo. Suspiré junto a su oído y ella se estremeció. Sus gritos evidenciaban que no tardaría mucho en correrse. Comenzó a empujar cada vez más fuerte contra mí, mientras yo hacía lo mismo arremetiendo contra ella. Los gemidos se convertían en gritos, los cristales del coche se habían empañado por el calor que se respiraba en el habitáculo, calor ardiente de deseo, fuego que quemaba nuestras pieles, hasta que la chispa del placer estalló entre nosotros. Primero fue ella la que alcanzó el éxtasis, convulsionándose sin remedio, y finalmente fui yo quien lo hizo, vaciándome dentro del condón.



Me separé de ella, sacando mi pene de su caliente sexo y me senté sobre el asiento. En aquel momento empecé a arrepentirme de lo que acababa de suceder:



- Lo siento, es la primera vez que le pongo los cuernos a mi novia.



- Para mí es la primera vez que lo hago con alguien tan joven. – Adujo ella. – Será mejor que nos vistamos y volvamos a la discoteca, seguro que tanto tus amigos como mis amigas nos buscan.- Repuso ella como si quisiera quitarle hierro al asunto o prefiriera no hablar de mi infidelidad, como si le molestara saber que era la otra.



- Tienes razón.



Nos vestimos deprisa y antes de salir del coche, cogí su cara con mis manos, acerqué mis labios a los suyos y la besé, luego le dije:



- Ha sido el mejor polvo de mi vida.



- También para mí lo ha sido, nunca había disfrutado tanto, pero... – Musitó bajando la mirada hacía el suelo.



Salimos del coche y volvimos a la discoteca. Ví que iba decidida hacía donde estaban sus amigas y antes de que me abandonara definitivamente le pregunté:



- ¿Volveremos a vernos?



- No lo sé, quizás... – Respondió ella y se alejó hacía la pista de baile.



Enseguida apareció Carlos, uno de mis amigos, junto a mí y me dijo:



- ¿Qué tal si nos vamos a casa? Es muy tarde y Antonio está borracho como una cuba.



- Sí, será mejor que nos larguemos. – Musité, pensando que quizás nunca volvería a ver a aquella preciosa mujer que me había hecho pasar el mejor momento de mi vida sexual.



Así salimos del local y volvimos a casa.



Aquella noche casi no pude dormir pensando en ella y en aquel sublime momento de éxtasis, cuando su cuerpo se apretó al mío y su sexo estrujó el mío, haciéndome sentir un placer demoledor como nunca antes había sentido.



Tras la salida del sol me levanté, ya no podía estar más tiempo en la cama. Me duché y mientras el agua resbalaba por mi piel y me enjabonaba con la esponja por todo el cuerpo, volví a pensar en ella y a recordar su aroma. No podía quitármela de la cabeza. Y cuanto más trataba de no pensar en ella, más la recordaba. Así que inevitablemente empecé a masajearme el sexo imaginando su boca alrededor de él, como había sucedido la noche anterior. Imaginé que le llenaba la boca con mi semen y que ella se lo tragaba todo.



No podía creer que estuviera pensando en otra mujer, en lugar de pensar en Ángela, que deseara a otra mujer que podría ser incluso mi madre.



Estaba desayunando cuando sonó el timbre. Miré el reloj, eran las once y probablemente sería Ángela, mi novia, que venía a buscarme para ir a comer a su casa. Habíamos decidido que después de un año de noviazgo era hora de conocer a su madre y aquel era el día indicado. Por primera vez, maldije aquel día y a mi suegra. Abrí la puerta y al ver a Ángela tan hermosa y alegre aún me sentí más culpable de haberle puesto los cuernos. Traté de mostrarme amable y cariñoso con ella, tratando de que no notara nada. Salimos a pasear y tras el paseo nos dirigimos hacía su casa. Subimos en el ascensor y al llegar al piso Ángela llamó a la puerta.



- ¡Voy! – Dijo una voz que me pareció familiar.



La puerta se abrió y tras ella la vi..., era Estefania, la mujer que la noche anterior me había regalado el mejor polvo de mi vida...


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