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Categoría: Flechazos

El tren expreso

Tenía que hacer un viaje de larga distancia solo, y no me apetecía coger el coche por si en algún momento me dormía y tenía un accidente, de modo que saqué un billele en coche cama, y así pasaría durmiendo toda la noche, y al despetar sólo quedarían unas horas para llegar a mi destino.
Al llegar a la estación con mi pequeño maletín, observé la gente que por allí paseaba haciendo tiempo hasta la hora de la salida. Siempre me gusta llegar con tiempo suficiente de tomar un café. Pasé a la cafetería, y me acerqué a la barra. No me había dado cuenta de que había ido a colocarme junto a una mujer espléndida que tomaba también un café y fumaba lentamente un cigarrillo aromatizado. El olor me agradó, y sin pensarlo dos veces le dije:
- Es agradable el aroma de su cigarrillo.
- ¿Le molesta? -me preguntó sin asomo de cortedad.
- No, por favor, al contrario, es agradable.
Ese fue el comienzo de una conversación intranscendente entre un hombre y una mujer desconocida. Al cabo del rato sabía que también iría en mi tren a la misma ciudad que yo.
- Vamos a pasar bastantes horas en el tren, si no te importa podríamos hacer el viaje juntos -le dije esperando quizás un no por respuesta.
- En absoluto.-Me contestó al instante- me agrada viajar con alguien. Así las horas se hacen más cortas.
Un alivio debió notarse en mi expresión porque ella sonrió y yo sentí cierto acaloramiento a la vez que mil imágenes se me pasaron por la cabeza. Había un problema, cómo le diría que yo había cogido un coche cama.
- ¿Qué clase de billete has escogido? - Le pregunté de pronto.
- Coche cama. Es el nº 45.
-¡Qué casualidad, estamos juntos, porque el mío es el 46!
En ese momento anunciaban por megafonía la próxima salida de nuestro tren. Ella cogió su maleta de ruedas, y yo mi maletín, al tiempo que abonaba la consumición de ambos.
El camarero nos acomodó a cada uno en nuestro pequeño habitáculo, y una vez instalados salimos ambos al pasillo.
- En alguno de los dos habremos de estar si queremos charlar un rato. -le dije temeroso de que ella renunciara a hacerlo.
- Puedes venirte al mío, parece más amplio. Cerré mi departamento y entré detrás de ella. Al mirarla de espaldas, sentí un enorme deseo de acariciar su esplendoroso trasero que se dibujaba dentro de su falda ajustada. Me contuve. Tenía que ver por dónde discurría nuestro encuentro. De pie como estábamos, el tren inició la marcha, y ella perdió un poco el equilibrio y se vino hacia mí. La tomé en mis brazos, y ella no hizo nada por desasirse. El hielo y el miedo a qué podría suceder se habían disipado. Lentamente la rodeé y ya frente a mi le miré a los ojos. Se podía leer en ellos una invitación sugerente. La atraje hacia mí, hasta que estuvimos fuertemente unidos, y le acerqué mis labios a los suyos. Ella los estaba esperando, y los abosrvió entre los suyos. Los besos eran suaves, espaciosos. En un momento dado abrió su boca y su lengua comenzó a buscar la mía. Sus senos se incrustaban en mi pecho, y sus caderas y su pubis se apretaban contra el mío. Mi verga, estaba comenzando a adquirir un tamaño notable. Ella, al darse cuenta, apretó aún más su pubis y con un leve movimiento noté que se la había encajado justo contra suvulva. Casi me corro de gusto. Segimos besándonos no obstante, saboreándonos mutuamente.
Al cabo del rato moví mis brazos y comencé a acariciarle los pechos por encima de la camisa de seda. No hizo falta decirle que nos desnudáramos. Comencé a desabotonarle la camisa tan despacio y ella a mí, que cuando nos dimos cuentas estábamos desnudos de cintura para arriba. Sus pechos eran una fruta apetitosa. Sus pezones, salidos de la aureola,caramelos puntiagudos. Me incliné y comencé a chupárselos con deleite. Ella gimió de placer al darles suaves bocaditos, como si quisera comérmelos. Mientras se los lamía ella me había desbrochado el pantalón. Yo a ella la falda. Ahora aparecía ante mí en todo su esplendor. Era una mujer de 10. Su bello púbico, recortado, dejaba ver su vulva reluciente. Al tiempo que yo pasé mi mano por sus nalgas hasta acariciar suavemente su clítoris, ella acarició con deleite mi verga anhiesta. Al tener echa la fimosis, mi glande era una enorme flor que desprendía gotitas lubricantes. Ella masageó abarcando con la mano de arriba abajo toda mi polla. Nuestros gemidos se mezclaron.
Yo había conseguido que sus pezones aumentaran aún más al succionarlos. El deseo de penetrarla se hacía cada vez más acuciante, pero intentaba retrasar lo más posible mi explosión. Ella estaba entrando en un estado de semi inconsciencia, pues el placer en ambos era intenso. La cama estaba abierta. Sin preguntárselo la eché sobre la cama. Ella abrió sus piernas, pero en vez de penetrarla, me incliné sobre su vulva, jugosa ya por sus emanaciones, y comencé a hacerle el cunilingus más lento que podía realizar. Le lamía la vulva, le chupaba el clítoris con mis labios, estirándoselo, mientras ella gemía de placer intenso. Noté que ella se movía rápidamente, por lo que seguí chupando hasta que rompió en movimientos incontrolados. Estaba gozando de su primer orgasmo. Cuando terminó se giró, y casi sin darme cuenta se tragó literalmente mi polla.
Me hizo una felación tan exquisita, que estuve a punto de eyacularle dentro. Me contuve.
- Ábrete de piernas, que no puedo más. -Le dije.
Me ofreció su coño abierto por mis anteriores penetraciones de mi lengua, y, lentamente, la penetré hasta el fondo. Mis testiculos rozaban su entrada. Ella apretó mi polla con un movimiento de sus músculos. Era divino. Intenté no moverme. Mis dedos acariciaban su clítoris. Ella comenzó a moverse rítmicamente. Parecía que era ella la que me follaba. Cuando ella comenzó a sentir nuevamente su orgasmo inicié a mi vez los movimientos de penetrar adelante y atrás. Estaba follándome a una mujer de banderas. Ella emitía pequeños gritos entrecortados de placer, y yo sentí que una enorme descarga ascendía desde mis testículos hasta la punta del glande, y exploté en una corrida descomunal. Ambos habíamos conseguido llegar al mismo tiempo al orgasmo, y no éramos dos cuerpos, sino uno girando en una nube de placer.
No es necesario decir que durante todo el viaje estuvimos desnudos en su cama haciendo varias veces el amor. Al amanecer, cuando ya se veían a lo lejos las cúpulas de los edificios más altos de la ciudad, nos despedimos. Volveríamos a coger el mismo tren tres días después.
La vuelta la contaré en otro relato.
Datos del Relato
  • Autor: Miguel
  • Código: 13812
  • Fecha: 13-03-2005
  • Categoría: Flechazos
  • Media: 4.49
  • Votos: 43
  • Envios: 2
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