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Categoría: Varios

El tiro por la culata

Antonio es un hombre normal dentro de la clase de los ejecutivos. Viste con elegancia, su mirada es abierta y franca, su cara se ilumina cuando sonríe y sus maneras y ademanes responden a la imagen de quién ha recibido una cara y esmerada educación. Dentro de su ficha civil cabría añadir que está casado con Miryam, a la que adora, y que su unión está santificada con la existencia de una parejita compuesta de niño y niña de siete y cinco años, respectivamente, a los cuales quiere más que a su propia vida.

Antonio, en estos momentos, está esperando al ascensor para que lo traslade hasta la planta veintiocho, donde radica su oficina. Lleva debajo del brazo un portafolios de piel, con una plaquita en su lomo en la que figura grabado su nombre, dirección y teléfono, para caso de extravío.

Otra persona se añade a la espera. Antonio se vuelve para observarla y no puede evitar que su vista se extasíe en la contemplación y su pulso se altere. Es una mujer en plena juventud, que transpira por todos sus poros una voluptuosidad que enerva y fascina. Sus muslos al descubierto son gruesos y bien torneados; los senos, perfectos, rezuman tanto por el frente como por los costados, que permite admirar una carne golosa; la boca, de labios gordezuelos, es la genuina manifestación de la más desenfrenada lascivia, y los ojos grandes y vivaces, despiden constantes mensajes de cómplice contubernio.

Al llegar el ascensor, Antonio, galantemente, la invita a pasar y luego accede él. El ascensorista se excusa de que tiene que dejar un sobre que le han entregado para el conserje. La joven, dirigiéndose a Antonio, dice que no puede esperar y toca el botón de la quinceava planta. El ascensor inicia la marcha. La joven abre el bolso, y parte del contenido se desparrama por el suelo. Rápidamente se agacha para recoger lo caído. La estrechez del receptáculo promueve que el culo de la joven coincida precisamente con la pelvis de Antonio. Éste, al notar la presión de aquella parte tan sobresaliente y opípara de la agachada, siente un ramalazo de lujuria y pone las manos sobre los flancos. La joven, entre tanto, con parsimonia va recogiendo los objetos desparramados, y con disimulo abre la puerta del ascensor, quedando éste varado entre dos pisos. Antonio nota como aquél culo, que bien pudiera servir de modelo para definir la curvatura de la semiesfera, se va moviendo suavemente en círculos concéntricos, despertando al pobre y aletargado pedúnculo que de golpe adquiere una textura y longitud inusitadas.

Antonio, que advierte el peligro que supone estar parados en mitad del recorrido y sin el ascensorista presente, toma una decisión rápida. Deja caer el portafolio que sujetaba debajo del sobaco. Extrae el pene de su encierro, y retirando lateralmente la parte central de las bragas, se la introduce por el primer agujero que encuentra. La operación dura tan sólo un minuto porque el estado de calentura a que Antonio había llegado no da tiempo para mayores florituras, y un descomunal chorro de leche inunda la oquedad conquistada

La joven acaba de recogerlo todo, incluso el portafolio que le devuelve a Antonio. Cierra la puerta del ascensor, vuelve a marcar el piso quinceavo, y aquel se pone en marcha. Al llegar al piso marcado y antes de descender del ascensor, la joven se vuelve hacia Antonio, y sin mediar palabra le dirige una mirada cargada de misterio envuelta en una sonrisa socarrona.

Antonio, marca el botón de su piso, y el ascensor vuelve a funcionar. En el corto trayecto hasta su oficina Antonio siente la misma grata sensación de quién aguantándose las ganas de orinar sin que encuentre lugar para hacerlo, al fin descubre un bar en donde puede evacuar y a medida que lo va haciendo siente un relajamiento de todo su cuerpo que le produce una especie de nirvana, pero sin que una vez satisfecha esa necesidad vuelva a pensar en ello.

Ha pasado un mes desde aquél día. Antonio, en su oficina, recibe una visita inesperada. Es aquella joven del ascensor, que con cara seria y talante conminatorio le pregunta que piensa hacer él con la criatura que ella lleva en sus entrañas. Antonio la mira fijamente con aire interrogante y al instante suelta una fuerte carcajada que retumba en todo el despacho. Sin poder contener la risa, le dice:

-Querida niña, andas muy mal de fisiología. Para llegar al ovario, antes hay que pasar por la vagina y el utero. Y yo descargué en el recto después de introducírtela por el ano. Te ha salido el tiro por la culata. Pero como me hiciste pasar un buen rato y soy agradecido, ten este obsequio.
De una gaveta extrae uno billetes de banco, los mete dentro de un sobre y se lo entrega. A continuación la coge del brazo y amablemente la acompaña hasta la puerta de salida.
Datos del Relato
  • Autor: ANFETO
  • Código: 3495
  • Fecha: 14-07-2003
  • Categoría: Varios
  • Media: 5.84
  • Votos: 101
  • Envios: 1
  • Lecturas: 2533
  • Valoración:
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Juan Andueza G.
invitado-Juan Andueza G. 15-07-2003 00:00:00

" Quien ha recibido una cara y esmerada educación" que frase, Anfeto. En fin la vieja fantasía del ascensor. Muy jugado para ser de Anfeto, pero Anfeto ya se ganó su sitial. Mis saludos y felicitaciones.

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