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El timo 2 A

-- Te acordarás de esto, estrecha de mierda – le espetó furioso antes de que saliera.

Mónica, ni siquiera se volvió. Humillado en su amor propio de hombre irresistible, fue incapaz de darse cuenta que había confundido las churras con las merinas. A partir de aquel día, de forma artera y taimada, procuraba ridiculizar a Mónica delante de todos sus compañeros en cuanta ocasión se le presentaba y, cuanto mayor era la dignidad e indiferencia con que Mónica aguantaba las tarascadas, mayor era la hostilidad e inquina demostrada por el simpático profesor al que toda la clase admiraba.

Las risitas y burlas de las envidiosas compañeras, que no podían sufrir tanta inteligencia ni belleza en una congénere, le molestaban bastante más que los mezquinos y envenenados comentarios del atlético profesor. No ocurría lo mismo con los muchachos, algunos de los cuales la defendían a capa y espada para vergüenza y bochorno de casi todas las alumnas.

La muchacha no volvió a quedarse sola con el profesor si no era delante de otras personas. Sus notas parciales, siempre por encima del notable alto, comenzaron a descender en la asignatura que impartía Alejandro Munné. Ella sabía que aquello era injusto, pero callaba y soportaba las severas miradas de su padre sin pronunciar ni una disculpa.

Suspendió los exámenes semestrales y suspendió la asignatura a fin de curso, sabiendo que en un examen comparativo hubiera quedado muy por encima de la media. Tendría que repetirla si quería pasar la selectividad. A las preguntas de su padre no quiso dar otra explicación que había suspendido quizá por no haber estudiado suficiente. Aquel suspenso podía superarlo al año siguiente y no le impedía aprobar la selectividad con una nota suficientemente alta para escoger la carrera de leyes que deseaba estudiar.

Pero a Don Jorge Duarte era difícil engañarlo. Conocía a su hija y su carácter voluntarioso y reservado. Si las notas de la niña eran casi todas sobresalientes, no había explicación razonable para que la Literatura, asignatura difícil, pero no la de mayor dificultad, la suspendiera. Recogió todas las notas de los últimos cinco cursos de la muchacha y ordenó a uno de sus pasantes que solicitara entrevista con el Director del Instituto para veinticuatro horas más tarde, en la que debía estar presente el profesor de literatura Alejandro Munné.

La entrevista tuvo lugar en el despacho del director y al joven y atlético profesor de Literatura no le resultó difícil explicar el motivo de la baja nota de la muchacha.

El suspenso de la señorita Duarte - comentó con su mejor sonrisa - se debe a que la muchacha ha dejado de lado mi asignatura, pese a mis llamadas al orden. Probablemente ha prestado mayor atención al resto de disciplinas y por eso ha suspendido.

Don Jorge exigió ver los exámenes de su hija. El profesor ya no los tenía. El director solicitó a la secretaria del Instituto el expediente de la señorita Mónica Duarte Muntaner. La secretaria regresó al cabo de una hora diciendo que no encontraba dicho expediente, ni en el ordenador ni en los archivos, cosa verdaderamente extraña pues en los doce años que llevaba de secretaria era la primera vez que le ocurría.

Don Jorge se olió la tostada y exigió un segundo y doble examen, oral y escrito, para aquella misma semana en el que debían de estar presentes el director, el profesor y dos catedráticos de la Universidad de Barcelona. El Director sabía a lo que se exponía negándose a repetir el examen. Don Jorge Duarte no era un cualquiera al que se pudiera torear impunemente, pero la exigencia que dos catedráticos de la Universidad se prestaran a semejante demanda, le pareció suficiente petulancia como para conseguir la rotunda negativa de los catedráticos. Dio su conformidad inmediatamente.

Se llevó una sorpresa fenomenal cuando recibió el fax de conformidad de los dos catedráticos. Nada menos que el rector magnífico y el vicerrector de la Universidad de Barcelona se prestaban gustosos a participar en el examen de suficiencia de la señorita Duarte, que se celebró el último viernes del mes de junio de 1986.

Acabados los dos exámenes y sumadas las cuatro calificaciones la nota resultante resultó ser nueve con cinco. El medio punto que faltaba para obtener la matrícula de honor se debió, ¡quien lo diría!, a la baja calificación del director del Instituto que felicitó al padre y a la hija con toda clase de parabienes, aunque, interiormente, le resultaba difícil contener las ganas de seccionarles la yugular. Su hijo Alejandro no se merecía aquella afrenta.

Aquel mismo año, en septiembre, la adolescente Mónica aprobó la selectividad con una nota tan alta que no tuvo problemas para entrar en la Facultad de Derecho de Pedralbes antes de cumplir los diecisiete años.

El Instituto se encontró treinta días más tarde con una demanda civil por encubrimiento de prevaricación y ocultación de pruebas, y el profesor Alejandro Munné con otra denuncia por prevaricación flagrante. Cuatro meses más tarde, con una rapidez insospechada en la justicia española, se vieron conjuntamente los dos juicios.

La sentencia del juez, exiliaba al director al Instituto de Segunda Enseñanza de Santa Cruz de Tenerife y al profesor Alejandro Munné lo declaraba inhabilitado para la enseñanza por un período de ocho años. Del director nunca más volvieron a saber nada los Duarte, pero no ocurrió lo mismo con el joven profesor Alejandro Munné.

Años más tarde, cuando ya se había borrado el incidente casi por completo de le mente de la abogada Mónica Duarte, volvería a resurgir de sus cenizas como el Ave Fénix. Alejandro Munné nunca perdonó, ni al padre ni a la hija, la doble afrenta de verse humillado en su orgullo de macho ibérico, y menos, ser juzgado como un delincuente con una sentencia que, desde su punto de vista, fue el mayor escándalo judicial del siglo.
Desde el mismo momento que Mónica entró en el aula de la Facultad para cursar el primer curso de leyes, tuvo de nuevo problemas con los muchachos, todos ellos dos o tres años mayores que ella, e incluso con algún que otro joven profesor suplente.

Tenía que sacarse de encima a los hombres con tanta frecuencia como las vacas se espantan a las moscas con el rabo, pero para ella no había estaciones. Según las calabazas que repartía y la personalidad del estudiante cateado, adquiría fama de inaccesible, frígida, gilipollas, empollona, estrecha y engreída, cuando en realidad era todo lo contrario. Entre los cuarenta y dos estudiantes del curso tan sólo dos chicos y una chica se trataban con ella como amigos, sin problemas de ningún tipo. Los tres congeniaban admirablemente.

Pese a todo, sólo uno de los tres, Mario Banús y Piulats, un atractivo y simpático muchacho de diecinueve años, hijo de una de las más acaudaladas familias de banqueros de Cataluña, fue invitado, dos años más tarde, a la fiesta de presentación en sociedad de la señorita Mónica Duarte Muntaner, que se celebró en los amplios jardines del chalet de la calle Anglí a la que asistió lo más granado de la alta sociedad barcelonesa.

Don Jorge estaba encantado de que “su nena” congeniara tanto con el apuesto y atractivo Mario Banús y Piulats. El muchacho, veintiún años, en tercero de derecho como su hija, era muy de su agrado, no sólo por su prestancia física y su agradable trato personal, sino porque, como había calculado, su “nena” había demostrado una vez más su buen juicio sabiendo escoger entre lo mejorcito de la Ciudad Condal.

Pocas semanas después, también la familia Duarte al completo fueron invitados a la “torre” de los Banús, que más que una torre era un pequeño castillo ubicado en medio de uno de los parajes más encantadores del macizo del Montseny muy cerca del nacimiento del río Tordera y a pocos kilómetros de la autopista de Barcelona a Vich.

Las familias llegaron a intimar profundamente, seguras ambas de que la boda estaba cantada una vez acabados los estudios.

Por lo que respecta a Mario, suficientemente escarmentado con los fracasos ajenos, había observado le inutilidad de atacar de frente la hermosa fortaleza. No deseaba estrellarse en donde tantos otros lo habían hecho. Estaba enamorado de la muchacha desde el primer día, y, cuanto más la trataba, más cuenta se daba de que valía la pena esperar el momento propicio para conseguir tan exquisito e inteligente premio.

De momento, intentaba cautivarla pero sin pedirle nunca nada que ella no propusiera de antemano. La táctica era la adecuada, pues ella parecía sentirse atraída por él demostrándole incluso mayor simpatía y aprecio que a Pedro Junquera y Marisa Berenguer, sus otros dos amigos íntimos.
Mario la acompañaba a casa en el coche, le besaba la mano al despedirse, le regalaba flores por su cumpleaños y su santo y la invitaba al cine de cuando en cuando, sin protestar si ella no aceptaba.
Datos del Relato
  • Autor: Aretino
  • Código: 16180
  • Fecha: 12-03-2006
  • Categoría: Varios
  • Media: 6.05
  • Votos: 41
  • Envios: 0
  • Lecturas: 2593
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