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~Siempre he creído que las historias tristes, las que arrancan lágrimas de angustia, deben quedarse en el laberinto del corazón, porque de alguna forma allí se pierden, se extinguen. Pero las historias que hacen sonreír, que hacen creer que a veces todo lo que el mundo necesita es sólo un poco de alegría para girar; esas merecen ser contadas.
Actualmente tengo veintidós años y para los pocos que me conocen (y que sé pasan por esta web a veces) los siguientes acontecimientos sucedieron, cronológicamente hablando, un año después de Jose Luis, un par de ellos (estoy alegre de no recordarlo con exactitud) después de Lorenzo y unos cuantos meses tras el último mensaje de Alex.
Pero no piensen que trato a los hombres como fichas de casino o algo por el estilo, más bien los trato como monedas de colección, sobretodo porque no colecciono monedas.
En fin, para hablar sobre Galo hace falta regresar solo 6 meses, directo hacia el inicio del semestre académico. Escribir sobre él es como recordar los acordes de una melodía embriagante, risueña, simple e intensa. No puedo definirlo bien, es como uno de esos temas clásicos que uno escucha una tarde en la que simplemente observa el mundo desde la ventana preguntándose si a alguien más se detiene a pensar en lo cálido que parece el cielo cuando se está poniendo el sol.
20 de octubre del año pasado, el semestre empezó, conocía a la mitad de las personas de mi aula pero Galo no, él venía de otra universidad; razones: conflictos administrativos según me contó (en el fondo debió jalarse alguna segunda matrícula y lo echaron). El primer día para él debió ser tan asqueroso como cualquier primer día en cualquier situación conocida donde se introduce un espécimen nuevo, carne fresca para los leones.
Seré sincero, no le tuve lástima, conmiseración o alguno de esos sentimientos inútiles, me pareció curioso por el simple hecho de copiar cada cosa que escuchaba en su libreta de apuntes. Aunque esta actitud, me da gracia el solo hecho de pensarlo, no era más que su forma de controlar (y con su permiso debo citarlo) “los nervios hijos de puta” que le daban nada más empezar el semestre. Sobrevivió la primera semana, y para la segunda el muy cabrón se volvió compañero a muerte de medio curso.
Yo por supuesto tenía notas que cumplir, así que miraba todo desde lejos. Típico, no tardó en hacerse su “grupo”. Tomábamos las mismas materias así que se trasladaba de clase en clase con los suyos. Y hasta ahora no he dicho que tenía amigos pues si algo sabía de esa aula era que la mayoría de sus “compañeros” sólo eran buitres que esperaban los trabajos hechos para copiarlos, aves de rapiña que sólo sabían alimentarse del esfuerzo ajeno.
Lo comprobé justo antes del primer parcial. Galo se había quedado dormido (suele pasar, a mi no me ha pasado pero suele pasar) antes de terminar los cuarenta ejercicios de EDO (ecuaciones diferenciales ordinarias) y enviarlos a través del aula virtual antes de la media noche. Mala suerte, a parte de aquella tarea también se había adjudicado la de enviar previamente los cuarenta ejercicios a sus “compañeros” para que pudieran copiar.
No hizo el dichoso deber ese día, y ¡oh sorpresa!, al siguiente, cuando iba a disfrutar de mi almuerzo en compañía de mi soledad (soy rebelde porque el mundo me ha hecho así) me topé con la suya en uno de los kioscos de la universidad. Tampoco volví a tenerle al menos un poco de lástima, sabía que aquella experiencia le serviría para elegir mejor su conjunto de amigos (por supuesto fuera del mío, que era unitario).
El momento en el cual acepto que me hirvió la sangre fue en la noche de un lunes; yo salía de la biblioteca con la satisfacción de un deber menos. Revisé el aula virtual solo un acaso el ingeniero haya publicado algo importante. Un par de vueltas y me topé con un grupo virtual, era Steven, el fisicoculturista del grupo y al parecer había conseguido el tan ansiado deber de EDO; Galo no aprendió su lección. Hice una mueca de desagrado y cerré todas las sesiones en el ordenador.
Debía cruzar uno de los parqueaderos para salir de la universidad. Me apresuré en salir, quería fumar un poco antes de tomar el autobús. Me sorprendí al ver que Galo estaba de pie a un lado del pórtico de la biblioteca, llevaba una carpeta entre las manos. No me hizo mucha gracia el coincidir con él, pensé en lo incómodo de saludarlo o de fingir una sonrisa. En el peor de los casos hasta debía ser educado y superfluo mientras intentaba una pequeña conversación que debería terminar rápido, estúpida cordialidad. De todos modos él parecía preocupado; miraba hacia varios lugares: el parqueadero cercano, la entrada principal de la universidad a lo lejos, la recepción de la biblioteca... Cuando dio con mi dirección y al percatarse de que me acercaba intenté descifrar en su mirada la inminente incomodidad, que asumía, debía ser la misma que yo sentía.
—Hola –dijimos casi al mismo tiempo.
Me alejé en instinto, recordé que no tenía motivos para iniciar una conversación. Pero cuando apenas di dos pasos Galo continuó:
—Disculpa, puedo preguntarte algo –gracias, muchísimas gracias por invadir mi espacio.
—Claro –y el Oscar a la sonrisa falsa del año es para…— dime.
—¿Has visto tal vez a Steven, Edouard o Carlos?
—No, pero seguro están en sus casas, ¿por?
—Ah, es que quedamos en vernos aquí hace media hora. Los llamé, pero no contestan. Whatsapp menos…
—Bueno, Steven publicó en el aula virtual hace como dos horas, tal vez esté por salir de su… espera, ¿es sobre el deber de EDO?
—Bueno –apartó la mirada—, sí, lo que pasa es que me lo pidieron prestado y…
No le hice caso, la historia ya podía contarse sola, retrocedí un par de pasos hasta el pórtico de la biblioteca y me senté al lado de un pilar, regresé mi mirada y le indiqué que me siguiera.
—Serán hijos de puta –dije sin reparo cuando el humo exhalado bailaba con el aire.
No preguntó quiénes y yo me quedé con las ganas de insultarlos, no le iba a soltar de llano que ya consiguieron el deber y que le habían hecho ir a la biblioteca solo para joderlo por lo de la vez anterior. En la cual para empezar ni siquiera fue su culpa.
Antes de seguir, debo aclarar que en aquella ocasión, afuera de la biblioteca, simplemente le ofrecí un cigarrillo porque a mí se me antojaba fumar y porque me pareció demasiado cruel el hecho de que Galo se esmerase en hacer amigos y los demás solo se aprovecharan de su trabajo; ¿lástima?, puede ser, en cuyo caso, culpable.
—No fumo, gracias—recuerdo haberme sentido como la mala influencia.
Claro, yo me quedé con la cajetilla en el aire y una ceja levantada. Estuve a punto de cuestionarme realmente el hecho de intentar una conversación. Pero no soy de los que, si aún existen, fuman mientras caminan. Me quedé a hacer lo mío; un poco lejos eso sí, quién sabe y el chico me salía fresa y se molestaba con el humo. Apoyé mi espalda en una de las pilastras.
—¿Son los 40 ejercicios de EDO? –pregunté señalando su carpeta como quién no quiere la cosa.
—Ah… sí –parecía incómodo.
—¿Y se los ibas a prestar a Steven o alguno de ellos? –el humo salió de mi boca, me causa gracia recordar que soné cruel, evidente y metiche. Al menos no se molestó, 5 puntos para Gryffindor.
—Bueno… sí –el tipo era tierno, lo acepto. Le daba vergüenza intentar acoplarse, ser aceptado en un nuevo medio y, sobre todo, haber sido pescado en el acto.
—Entonces creo –exhalé humo— que esperas en vano. Algo publicaron en el aula virtual sobre el deber ese.
—¿En serio? –sí, los humanos aún hacemos este tipo de preguntas.
—Revísalo tú mismo –acerté en sonreír para no molestarlo demasiado.
—Dale –evitó el contacto visual— vuelvo enseguida.
Entró a la biblioteca, en un momento acabé mi cigarrillo. ¿Me voy?, ¿me quedo?, Galo nunca pidió espera, tampoco se despidió… no tenía mucho que perder, así que me quedé.
Y agradezco haberlo hecho, porque de no esta historia carecería de sentido. Caminando hacia la estación de buses y en el posterior viaje aprendí tanto de él que los prejuicios no resistieron mucho tiempo.
Él sólo era tímido cuando conocía a las personas, después se volvía confianzudo, el muy desgraciado… ¡y pensar que es mi parte contraria en muchos aspectos!
Es gracioso, con el pasar del tiempo y mientras nos ayudábamos mutuamente (vamos, era una alianza igualitaria, nada de abusos ni cosas raras, lo juro) me di cuenta de que tiene unas faltas de ortografía de padre y dios mío, una caligrafía de miedo y no me explico el hecho de que tenga tanto criterio sobre tantos temas sin haber leído mucho. Adoremos a la televisión hermanos míos.
Hay tantas, tantas historias que me aturde el hecho de no poder contarlas todas. Después del incidente de la biblioteca empezamos a… convivir más. Un profesor dijo en público que nuestras personalidades eran parecidas y yo jamás estuve de acuerdo; tuve un incidente con un pseudo cristiano que se enteró que era gay y sin más hacía comentarios… —¿cómo lo digo sin ser grosero?— digamos, “puritanos” sobre moral y moralidad. Galo intentó defenderme de uno de estos comentarios (que el mundo sabe que eran lanzados con intención y buen volumen hacia mí), pero me dio gracia en vez de respaldo, porque Galo se enredó un poco con su propio argumento y se quedó a medio camino entre el gen gay y la educación homofóbica, los nervios simplemente le fallaron. Una vez se cayó y terminé utilizando mi bufanda como venda, el tipo hizo un drama digno de mi gran amigo Gustavo así que no tuve más remedio que usar mi prenda; en otra ocasión nos quedamos dormidos en el laboratorio de programación (vamos, el sitio era demasiado caliente como para no sucumbir a las 7:15 a.m.) y desperté con su mano en mi pecho y 100 fotos de nosotros colgadas en el aula virtual.
Muchos de nosotros hemos estado involucrados en una relación en la cual en algún punto de la amistad uno de los dos espera algo más del otro; como sabemos esto desencadena una serie de sucesos que suelen terminar con el club de los corazones suicidas; a veces terminan bien, no lo niego.
Tuve la suerte de percatarme de dicho agujero unos pasos antes de llegar a él. Aunque esto no quiere decir que lo haya evitado por completo…
En muchas ocasiones intento no pensar en las cosas que quiero y que no puedo tener, la mayor parte del tiempo pienso y digo que una relación estable o una familia son cosas que no deseo, que no necesito… pero al final del día siempre está esa minúscula parte de mí que en el fondo quiere con ansias la estabilidad filial.
Galo representaba para mí lo que no podía poseer, y por eso empecé a desearlo. Lo vi tan inalcanzable con sus comentarios sobre las chicas que le gustaban, o las actrices de películas que más le atraían por su físico… y por sus tetas, que empecé a obsesionarme con la idea mezquina de tomar más que un lugar en su mente. Si alguien necesitaba algo de ayuda, Galo se ofrecía. Y si por esas del destino cualquiera debía rendir un examen atrasado fuera del horario… Galo se quedaba para hacerle compañía. Ya no era por ser aceptado, eso se deducía solo.
Lentamente me percaté de una parte en mí que pocas veces había aparecido a lo largo de mi existencia. ¿Rencor?, ¿egoísmo?, recuerdo revisar varias opciones la noche en la que me detuve a analizarme. No lo entendía muy bien, pero una cosa era cierta, lo que sea que estuviese modificando mi comportamiento tenía que ver con Galo.
Él hacía un favor y lo olvidaba, si en alguna ocasión necesitaba dinero o apoyo nunca miraba a alguien para saldar su deuda emocional (o económica si era el caso), y eso empezó a molestarme; lo miraba atentamente buscando una chispa de interés, algo que me revelara lo mala persona que podía ser en el fondo y me exasperaba al no encontrarlo. Nunca se lo he dicho, pero existió una época en la cual pasaba largos minutos intentando descifrar su comportamiento, con el fin de hallar alguna mancha para concluir que era tan cerdo e interesado como los demás y que detrás de toda esa buena actitud solo había hipocresía.
Pero la verdad es que vi un poco de pureza en su carácter y deseé mancharla… porque sabía que de ningún modo yo me parecía o podría llegar a parecerme a él.
Así que sin saber siquiera a qué estaba jugando me pegué más a su lado, a él le gustan los juegos de consolas… todo lo que se refiera a X—box o PS4… yo siempre fui más de World of Warcraft o Dota. Los temas de conversación jamás nos faltaban. Que ya un día hablábamos sobre Pókemon Rojo Fuego y al siguiente ambos con las portátiles subiendo de nivel a nuestras mascotas (El Pikachu de él se llama “Pitochu” y su Raichu “Vergachu”, el muy patán. Mi Venusaur se llama Oscar por obvias razones).
Me quitaba la miel de la boca cada que podía, así que cuando lo molestaba, en una que otra broma, siempre intentaba saber algo más de él, de su pasado, de sus gustos, que me revelara la parte “sucia” de su personalidad.
Escribiendo esto me doy cuenta de que en verdad fui demasiado infantil...
Pero el tortazo no tardaría en llegarme, ocurrió una noche en casa de un compañero de clase, de nombre Geovanny (el tipo es un capo para programación). Los tres formábamos grupo para un proyecto y era la penúltima noche antes de la entrega, defensa y presentación. El estrés bailaba en el aire cuando debían ser las 2 o 3 a.m. Yo estaba, literalmente hablando, con un ojo cerrado por el sueño, Geovanny prácticamente dormido sobre su portátil y parecía que Galo correría el mismo destino después de unos cinco minutos.
Un celular sonó, era el de Galo, se me quitó el sueño de la emoción. ¡Eran sus padres y él fue grosero al contestarles!, ¡jamás lo había escuchado así!, maná del cielo, al fin algo para reprocharle. No me detuve a pensar si estaba especialmente sensible por el estrés, el sueño o hasta el hambre; apenas colgó y adopté mi porte moralista, le pedí el teléfono:
—Ya, pero ten en cuenta de que me queda muy poco saldo –me miró preocupado.
—Tranquilo campeón, no me demoro mucho…
Busqué rápidamente la última llamada entrante y marqué:
—¿Alo?, no, buenas noches, está hablando con el compañero de Galo –sabía que esto le dolería—. Llamaba para justificarlo, lo que pasa es que estamos algo estresados por aquí y en verdad él no quiso ser grosero con…
—¿¡Pero qué haces!? – se abalanzó para quitarme el teléfono.
A mí se me escapó una carcajada y no sé si tuve la suerte de haber colgado antes de que me escucharan. No solté el teléfono por supuesto y Galo insistió en recuperarlo. Dos movimientos inadecuados y yo quedé sobre la alfombra con ambas manos estiradas para evitar que me quitase el celular y él prácticamente sobre mí, intentando arrebatarme el dichoso aparato.
Estúpidas circunstancias que desembocan en escena hollywoodense rosa, en serio las odio.
Ambos dejamos de mirar el teléfono y en ese preciso instante el juego se acabó para mí. Mi infantil y estúpida jugarreta me dio un merecido puñetazo en la cara…
En la cama Geovanny dormía a sus anchas junto a la portátil, sus ronquidos eran lo único que se podía escuchar en la habitación, Galo y yo nos estábamos besando...
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