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Ana, sus hermanas y su madre pasaron un fin de semana inolvidable inmersas en historias, actualizadas a la visita que hizo a Ramón. Gozaron contando, especialmente Ana y Patricia, sus más intensos y numerosos encuentros con el albañil. Claudia sobre sus limitados eventos, y Patty deseosa por corroborar sus increíbles relatos.
El lunes, como estaba planeado, llegó Ramón a casa de Ana.
Patty, una vez más, se había ido a dormir el domingo con su hermana. Ana siguió guardando celosamente el episodio del Choro, determinada a que nadie, fura de Ramón, supiera sobre su relación con el muchacho.
Aunque Ramón tenía llave de la casa, Ana quiso estar ahí cuando llegara. Patty, ya de vacaciones, seguramente se levantaría más tarde.
Aunque Patty ya conocía los detalles de la relación de su hermana con el albañil, Ana cuidó estar completamente a solas con Ramón para darle su saludo matinal: se tranzaron en un largo y jugoso beso. Ramón, ya con todas sus energías la levantó y ella, como acostumbraba, trenzó sus piernas en sus muslos.
“¡Mmmm, como te he extrañado!”, dijo la bella señora mientras Ramón besaba su cara y cuello.
“¡Mmmm, no te imaginas cuanto!”, contestó Ramón, acariciando su bello trasero.
Ana, aún en ropa holgada de dormir, hizo para Ramón fue sumamente fácil meter sus manos y acariciar la suavidad de sus nalgas, jugueteando con sus dedos entre ellas. Ana entrelazó sus brazos en el cuello del albañil, dándole plena libertad de manosearla, bajando su pijama a medio muslo, girando como si bailaran, sin separar sus bocas.
“¡Ahem!”, escucharon la falsa aclaración de garganta de Patty, quien, entrando a la cocina, lo primero que vio fueron las bellas nalgas de su hermana colgada de Ramón.
Ana puso los pies en el piso y subió su piyama. Ramón se hizo hacia atrás, pensando como componer la embarazosa situación. Patty ya había sorprendido a otra de sus hermanas en comprometedora posición.
“¡Ah que muchachita esta!” dijo Ramón riéndose, “parece que tiene una alarma adentro que le dice cuando están otras gentes haciendo cosas”. Ana y Ramón se rieron. Patty solo cambió la expresión de su cara a una de relajado placer.
“Quiere contigo”, le dijo Ana a Ramón.
Por primera vez, el albañil se encontraba con más de una de ellas, hablando abiertamente de su relación y de sus deseos.
Si en lugar de la hermana menor hubiera sido Claudia, ahí mismo la hubiera tomado del trasero y la hubiera hecho suya, pero Ramón desconocía por completo como era la joven Patty. La conocía poco y solo se le antojaba.
La desinhibida forma de romper el hielo con Claudia y su madre le había funcionado, y seguramente, pensó Ramón, Patty reaccionaría con inmediata aceptación. La muchacha era mucho más liberal que su hermana mayor. Ana cayó por si sola.
Claudia se encendió con una sacudida de su pene, A su madre, con solo verla desnuda.
“Tú tienes la palabra muñequita”, dijo Ramón dirigiéndose a Patty. “Me las puedo coger a las dos juntas si gustan”, agregó.
Patty no supo cómo reaccionar. Su hermana solo sonreía a la expectativa.
“Ahorita, en donde ustedes quieran”, recalcó Ramón, “las dos juntas…, nunca lo he hecho, pero suena interesante”.
“¿Quieres ver de qué estamos hablando, Patty?”, invitó el albañil.
Los ojos de Patty brillaban de lujuria. Sin decir una sola palabra, asintió con la cabeza.
Ramón se recargó en el gabinete, esperando que Patty dijera algo. Encendió un cigarro y se estiró un poco, dejando ver a la muchacha y a Ana su abultado paquete.
“Es que me han platicado cada cosa”, dijo al fin Patty.
Con el cigarro en la boca, Ramón empezó a desbotonar su pantalón, bajó su bragueta y su pantalón lo suficiente para poder sacar, por el corte de su trusa, su gigantesco pene, algo gelatinoso, pero de proporciones inmensas, que llenaban a simple vista las expectativas de la muchacha. Patty se mordió el labio inferior mientras Ana acariciaba su pelo.
“Ven”, dijo Ramón. “Acércate, tócala, siéntela…, no de gratis tengo a tu mamá y hermanas en mi cartera de clientes”. Los tres se rieron.
Patty, algo reservada, se acercó al albañil y tomó el pene en sus manos. Notó su increíble dureza al comprimirlo con su mano, notando que sus dedos no alcanzaban a cerrarse alrededor de su circunferencia, como con su novio. Sintió en sus dedos las venas, y comenzó a acariciarlo y a agitarlo, sintió su mayor peso al de César y comenzó a masturbarlo suavemente, mirando los ojos de Ramón, deleitado de ver sucumbir a su cuarta presea de la familia Brenan.
Patty miró a su hermana, como solicitando su aprobación.
Ana asintió con la cabeza y una erótica sonrisa en su cara. Patty se arrodilló ante el albañil y comenzó a masturbarlo. Acercando su boca, besó el glande. Volvió a mirar a Ana, quien solo observaba a su hermana menor a punto de ser coleccionada por Ramón.
“Iré a ver a los niños”, dijo Ana.
Un par de minutos después, volvió a la cocina viendo a Patty, arrodillada, con sus dos manos alrededor del pene de Ramón, mamándolo con increíble pasión, corroborando la certidumbre de las palabras de sus hermanas y madre, sacándolo y metiéndolo en su boca, besando su contorno.
Ana sintió su vagina derretirse al ver aquello. Dirigió su mirada a la del albañil que sonriente daba total aprobación a la destreza de su hermana, con su pulgar.
Ana decidió desnudarse. Se arrodilló junto a Patty, esperando que compartiera con ella su premio. Al verla desnuda, quizá Patty hiciera lo mismo y se animara a hacer un trío con su bella hermana casada. Ana no parecía tener objeción alguna.
Ramón veía hacia abajo: la rubia cabellera de Ana junto a la castaña de Patty, mientras ésta se la mamaba.
Por fin Patty se dignó soltar el pene, y lo puso junto a la boca de Ana, que se posesionó de él y comenzó a mamarlo mientras Patty se deshacía de su ropa de dormir, quedando completamente desnuda junto a su hermana, disfrutando juntas la inmensidad de Ramón.
“Yo tenía otros planes”, dijo Patty a Ana.
“La alberca, la tarde tomando el sol…, sola con él”, agregó
Ana sacó su pene de la boca, volteó hacia Patty y le dio un beso en la boca, algo que jamás había hecho.
“Bésense más”, pidió Ramón.
Patty comenzó a mamar de nuevo el pene mientras Ramón observaba su cuerpo desnudo por vez primera, deleitando su vista en dos pares de bellas nalgas mientras comenzaban a alternar en sus bocas el monstruoso órgano. Mientras una lo mamaba por enfrente, la otra lo mordisqueaba por debajo, dejándolo empapado con sus lenguas. Ambas lo escupían y mamaban sin recato alguno.
La fantasía de ver a Ramón a las dos hermanas en plan de lesbianas comenzó a tomar forma cuando Ana, en lugar de llevar su boca al pene, se dirigió a la boca de Patty, quien correspondió con un ardiente beso, entrelazando su lengua con la de su hermana, abrazándose, dando rienda suelta a su lado lésbico.
“A ver mis princesas, si no les importa, me gustaría ir a la recámara y culeármelas una al lado o encima de la otra”, propuso Ramón. “Quiero brincar con mi verga de culo a culo, de boca a boca y de panocha a panocha”.
Pero se olvidaron de los niños. Uno de ellos comenzó a llorar, haciendo que las hermanas se vistieran apresuradamente.
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“No creo aguantar las ganas, hermana”, confesó Patty en el automóvil. “Me enloqueció”.
“Recuerda bien lo que te dije del susto que me dio con el embarazo”, le recomendó Ana. “Te vas a volver adicta a su cosota, lo siento por César”, agregó.
“Lo bueno es que está feo como la chingada”, dijo Patty riéndose.
“Pero tiene un no sé qué, como dijo mi mamá”. Ambas se rieron de nuevo.
Al abrir la puerta de auto, Ana le dijo a Patty: “hey…, me encantó besarte”. “A mí también”, contestó Patty. “¿Se notó?”.
Cuando Ana y Patty llegaron a casa de sus padres, el jardinero les dijo que su madre había salido. Eso puso en jaque su plan, ya que querían dejar a los niños y regresarse a seguir su truncado episodio con Ramón. Patty había dejado su auto en casa de Ana y era un buen pretexto para regresarse con ella.
Don Ciro, el viejo jardinero de toda la vida, se acercó a ellas y les dijo que su madre había ido al aeropuerto por su padre, Don Jorge, aproximadamente una hora antes.
“Deben de estar por volver”, dijo Ana. “Sirve que saludamos a mi papi”.
Ambas se dirigieron a la recamara de las niñas, como le llamaba su madre. De haber estado se la hubieran llevado de regreso.
20 minutos después, escucharon a sus padres llegar y corrieron a recibirlos.
Aunque sin aceptarlo, Don Jorge tenía especial predilección por Ana, mientras que Patty era la favorita de la señora Patricia. Quizá el especial carácter de Claudia se debía a que simplemente era una hija más o simplemente, su trato algo adusto.
Las vacaciones de verano del gobierno estatal comenzaban el miércoles siguiente. Patricia y Jorge les platicaron a sus hijas sobre el viaje a Phoenix el próximo miércoles. Siendo una pareja relativamente joven, Jorge no invitó a sus hijas a acompañarlos, pues tenía planeada una pequeña luna de miel con su bella esposa Patricia.
“No va a hacer otra cosa mi mami más que pensar en la cosota de Ramón”, susurró Patty a Ana. “Pobrecito mi papá. ¿Le notas los cuernos?”. Ana se rio y le dijo que se callara.
“No es amor. Es calentura”, contestó Ana.
“Ajá, claro” contestó Patty con su irónico tono.
“¿Fue Ramón a trabajar hoy? ¿Se alivió?”, pregunto Patricia a sus hijas junto a su marido.
Jorge hubiera querido hacer un comentario soez respecto al albañil que ya llevaba algunos años sacándole dinero a la familia, pero se abstuvo. El padre lo tenía en otro concepto muy distinto al que era: honesto, trabajador y confiable, sin contar desde luego sus dotes de garañón de su esposa e hijas.
“Muy bien mami, te dejo a tus nietos un momentito”, dijo Ana a su madre, guiñándole el ojo.
“Me voy con ella por mi carro”, dijo Patty.
Patricia sabía que algo tramaban sus hijas. Las siguió al auto de Ana con la bebé en los brazos.
“Algo traman cochinotas”, dijo riéndose.
Ellas no comentaron nada, simplemente se subieron al automóvil y se fueron. Patty sacó su mano y le tiró un beso a su madre.
Tan ansiosas las hermanas como el albañil semental estaban por continuar. “Espero que no se la haya jalado”, dijo Ana.
“¿Tú crees?”, preguntó Patty.
“Ay si hermana. Es bien caliente”, contestó Ana.
Ramón escuchó el automóvil aproximarse y la puerta comenzó a abrirse. Cuando entraron, Ramón las saludó con su ya erecto miembro. Se regocijó al ver que las dos hermanas volvían”. No le dio importancia a que alguien pasara y lo viera hacer el erótico saludo.
“Nos va a despedazar con eso”, dijo Patty. “Cuida tu panochita Patty, no caigas”, advirtió Ana.
Ana solo sonrió. Se bajaron del auto y Ramón caminó con una a cada lado hacia la recámara principal.
“¿Dónde nos quedamos?”, preguntó riéndose, en ardiente expectativa del curso que seguirían las cosas.
Se sentó al borde de la cama. Ana y Patty se desnudaron. Ambas se arrodillaron frente a él y se dieron un breve, pero sonoro beso en la boca.
Ramón se acercó a ellas. Patty tenía sus reservas de besarlo por su extraordinaria fealdad, pero Ana lo besó con ardiente familiaridad. Cuando el albañil puso su boca al alcance de la de Patty, ésta no tuvo más remedio que besarla, para su sorpresa, descubriendo que era un excelente besador.
Cuando separó su boca de la de Ramón, Patty bajó de inmediato a disfrutar con ella el pene que ya tenía su clásica monstruosidad y la aguardaba desesperado. Patty volteó a ver a Ana. Su hermana le dijo “adelante, es toda tuya”. Patty se prendió con pasional intensidad del pene del albañil que lo comenzó a morder, arrancándole gritos de dolor mezclado con placer. Al ponerle la mano en la mejilla, Ramón le dio a entender que no fuera tan desesperada y Patty continuó mamándolo con más esmerada pasión.
Ana comenzó a acariciar los senos de Patty, sintiendo una extraña sensación ya que era la primera vez que tocaba los que no fueran de ella misma.
Patty comenzó a gemir de placer sin soltar el pene de Ramón, mientras su hermana bajaba con sus manos jugueteando con su ombligo, cosquilleándola con único erotismo.
En segundos, Ana bajó su mano a la vagina de Patty y comenzó a meterle levemente el dedo medio, haciéndola gritar de placer, para continuar después frotando su clítoris en lento movimiento circular.
“¡Ay hermana!”, cuando por fin pudo hablar Patty, ¡Me van a matar entre los dos!” dijo en medio de quizá el más intenso placer que había sentido.
“¡Hey, no te emociones!”, le dijo Ana. “¿Qué pensaría tu novio?”.
“¡Me manoseas mejor que él Ana, y de esta cosota mejor ni hablamos!”. Tomó aire y se lanzó de nuevo a disfrutar el pene.
“¡Quítamela mi amor!”, pidió Ramón a Ana. “¡Tenemos buen rato por delante y esta putita capaz y me la arranque!”, dijo riéndose señalando a Patty.
“Es por desesperación”, le aseguró Ana, “compréndela”.
Ana se acercó a Patty y la comenzó a besar en la mejilla. Poco a poco, se fue acercando a su boca hasta que Patty sacó el pene de ella y comenzaron a besarse con desbocada pasión ante la muda contemplación de Ramón.
Patty comenzó a bajar su mano entre las nalgas de Ana hasta llegar a sus labios vaginales. Ana hizo lo mismo y se tranzaron entre gemidos y gritos típicos de un pre-orgasmo, lamiendo sus caras, sintiendo Ana en su boca el delicioso aroma del pene de Ramón, enloquecidas de placer.
“Quietas nenas, quietas”, ordenó Ramón. “Las quiero aquí”, dijo golpeando con su palma la cama.
Las hermosas hermanas de sentaron lado a lado.
“Vamos a comparar sabores”, dijo Ramón, dándoles a entender que abrieran sus muslos.
“Empiezo con el tuyo de referencia”, le dijo a Ana.
“¡Epale!”, todavía traes el taponcito, dijo al verla con una pequeña hebra de hilo salir de su vagina.
“Sácalo con cuidado”, le contestó Ana.
Ramón jaló el tampón. Había restos de sangre aún.
“Culera”, dijo Ramón riéndose. No me vas a dejar otra más que probar la panochita de Patty”, agregó.
“¿Si te comentó tu hermana que creía que la había embarazado?”, dijo Ramón a Patty.
“Ya supe la historia”, contestó Patty.
Ramón se arrodilló frente a la bella joven, comenzando a acariciar sus clítoris con suma destreza, haciéndola jadear de inmediato.
Metió su lengua en la húmeda vagina y comenzó a introducirla con rápido ritmo, haciéndola tenderse sobre la cama, mientras Ana acariciaba sus senos, haciendo que sus pezones se irguieran al máximo, para después besarlos y lamerlos al tiempo que el albañil lengüeteaba con furor su deliciosa cavidad.
Patty, con su mano, comenzó a acariciarle la vulva a Ana, metiéndole el dedo suavemente. Era un bello dueto de gemidos de las hermanas en perfecta armonía del ruido de Ramón, lamiendo expertamente la Patty.
La joven no pudo contenerse más y experimentó un húmedo orgasmo, empapando la cara de Ramón, convulsionándose de placer, mientras Ana lamía suavemente sus erectos pezones.
Cuando cesó la eyaculación femenina, Ana y Patty se besaron en la boca con desmedida pasión, fascinadas de hacerlo, mientras el albañil limpiaba su cara y torso bañados por Patty.
“Sus panochitas saben muy parecido”, finalmente dijo, “pero la verdad no esperaba ese regaderazo Patty”, agregó riéndose.
Las hermanas se abrazaron y continuaron besándose, presas de intenso deseo, rodando por la cama, al grado que Ramón pensaba si se deseaban más entre ellas mismas que a él.
Ana comenzó a bajar lentamente por el estómago de su hermana hasta llegar a su vagina, disfrutando sus calientes jugos, lamiéndola en forma incontenible, mientras Patty se retorcía de placer.
Ramón no pudo más y saltó a la cama, besando la boca de Patty, mientras Ana cambió de la vagina de su hermana al pene de Ramón, mamándolo con su acostumbrada pasión.
Se reacomodaron. Ramón se recargó en la cabecera de la cama. Ana continuó mamando el pene del fogoso garañón, con su trasero al aire, y Patty comenzó a lamer suavemente el ano de su hermana.
Ana, por primera vez, sentía las caricias de la lengua de su hermana menor en su ano mientras su boca, ocupada, se deleitaba con la inmensidad del pene de Ramón. Siempre lo disfrutaba como si se tratase de una primera vez. La enloquecía.
Patty comenzó a insertar su dedo en el ano de su hermana ya que su vagina estaba temporalmente fuera de servicio, aun así, acariciaba y lamía su clítoris, deseosa de arrancar a su hermana casada a un orgasmo como al que a ella le había provocado el semental de la familia.
Ramón decidió poner un nuevo orden en la jugada.
Les pidió a las dos bellas hermanas que se arrodillaran en la cama, una junto a la otra. Se paró detrás de ellas y comenzó a nalguearlas y besar sus anos, mientras ellas se besaban, esperando que Ramón las hiciera suyas alternadamente.
“¡Ay, méteme tu vergota de albañil!, ¡métemela yá, donde sea, pero ya!”, exclamó Patty, impaciente de recibir su gigantesca dosis de placer dentro de su cuerpo.
“¡Patty, recuerda lo que te dije!”, dijo Ana. “¡Este cabrón te embaraza en un abrir y cerrar de ojos, acuérdate, acueeeerdate!”, alargó de nuevo su última palabra, al recibir en su ano la tremenda embestida del fogoso semental, siendo que estaba segura que su hermana menor recibiría el primer ataque.
Ramón penetró a Ana rápido, hasta el fondo.
“Mira Patty, acércate a ver cómo me culeo a tu hermana”.
Patty acercó su cara para disfrutar la erótica acción. El tamaño del pene del albañil le permitía a la muchacha lamer el tronco mientras entraba y salía del ano de su única hermana casada.
Como le sucedía a Ana con Eduardo, Patty no quería saber ya nada del pene de su novio, al menos por un buen rato. Y esa noche tenía visita. Como había salido de la ciudad, Cesar y Patty no se habían visto el fin de semana y seguramente llegaría hecho una brasa.
“Compárame ahora”, imploró Patty a Ramón mientras el bombeaba deliciosamente a su hermana.
“¿Tu noviecito te la mete por el culo?”, preguntó Ramón a Patty.
“¡Todo el tiempo!”, contestó la muchacha en tono excitado.
“Bien por ti”, dijo el albañil, “pero chanza y te duela un poquito por razones que te constan”, agregó sonriéndole.
Ramón comenzó a retirar su interminable pene de Ana, lentamente, mientras Patty, ávidamente lo lamía por encima de las nalgas de su hermana, anticipando su propio placer.
Ana se dejó caer sobre la cama. Patty irguió sus nalgas. Ramón la tomó de las caderas y comenzó a lubricarla con su propio líquido seminal, pero, sintiendo algo de compasión ante sus babeantes labios vaginales, decidió darle una probada, ante la sorprendida reacción de la bella joven.
“¡Aaah, que delicia! ¡Que rico!, ¡así papacito, así!” comenzó a gritar Patty.
Ana se incorporó para ver el origen de semejantes gemidos. Bien sabía que darle por el ano a una mujer, si bien para algunas placentero, era más bien por placer del hombre por lo que lo hacían. Ella lo disfrutaba en extremo, aun así, las exclamaciones de placer de su hermana le hacían temer lo peor: el semental estaba atorando a su hermana por la vagina, sin protección alguna.
“¡Ay Patty! ¡Este cabrón quiere un bebé Ruiz Brenan a como dé lugar!”.
Pero Patty no contestó. Se limitó a disfrutar al máximo los embates del gigantesco pene, sintiendo toda su dureza llegar hasta el fondo de su ser.
Gemía, gritaba y jadeaba….
“Tu calladita, preciosa”, dijo, dirigiéndose a Ana.
Ana se concretó a ver a su hermana gozar a niveles, seguramente, nunca sentidos mientras frotaba su clítoris sin que sus ojos y los de Ramón dejaran de tener un erótico contacto que denotaba triunfo del albañil sobre sus advertencias y objeciones, saliéndose con la suya.
Ana se puso junto a Patty, abriendo con sus manos sus nalgas, invitando con su culo al albañil para que sacara su miembro de su hermana y la penetrara, pero el escándalo de su hermana lo hizo ignorarla, deslizando su mano entre las nalgas de la bella señora, insertando suavemente su dedo medio en su ano, mientras Patty pedía más y más.
“No me lo tomes a mal, preciosa”, dijo Ramón dirigiéndose a Ana. “Te lo juro que me gusta más como tu culito se envuelve en mi bichola, pero pobre tu hermana. Ahorita voy a probar el de ella nomás…. déjala que goce tantito”.
Patty lanzó sus manos hacia atrás y Ramón las tomó entre las suyas, usándolas como palanca para penetrar en su vagina lo más profundo posible, quedándose hasta adentro, tratando de mover su pene en su interior, haciéndola gritar.
“¡Ya no puedo más, ya no puedo más…! ¡Ah, ah, oh, oooohhh!”, exclamó la bella muchacha al alcanzar su segundo orgasmo, liberando bastante pasión que aún le quedaba dentro la cuál su novio no había podido o querido sacarle.
“Acuérdate que me controlo bastante bien, preciosa. Todavía tengo compromiso con tu culito y el de tu hermanita”, dijo a Ana.
Patty se tiró sobre la cama, exhausta y complacida por Ramón. Ana siguió a gatas esperando su turno.
El fogoso albañil se recorrió hacia Ana, macaneando sus nalgas suavemente con su brillante pene, dejando en ellas los jugos de Patty.
“Mámamela, límpiala bien antes de metértela, preciosa”, le ordenó.
Ana saboreó el pene de Ramón aderezado con los jugos de su hermana durante varios minutos. Patty observaba frotando su clítoris como su hermana mayor se deleitaba con su premio, llamándole la atención la destreza para devorar por completo esas 11 pulgadas de obscura y venosa carne.
“Voltéate, hermosa”, le ordenó Ramón. “Tú, putita, ven y ponme tus nalguitas junto a las de tu hermana”, dijo dirigiéndose a Patty.
Ambas parecían gozar el rol de sumisas de Ramón, por lo menos, Ana si disfrutaba que su empleado la tratara de forma dominante.
“Les voy a pedir a las dos, de la manera más atenta, que me traigan también a la mostrenca de Claudia. Quiero ver las tres nalguitas”, les dijo. “Y si no es mucho pedirles, convenzan también a su mamá para culeármelas a las cuatro juntas”.
“¡Ah esa señora Patricia!”, que buena está y que bien culea…, y que re-quete puta es, digo, con todo respeto”.
Las hermanas esperaban dócilmente el ataque de Ramón, pero solo quería presumir su dominancia sin decir palabra alguna, solo se besaban en la boca.
Primero tomó las caderas de Patty, y como lo hizo anteriormente, comenzó a frotar el húmedo ano de la muchacha con su gigantesco y circuncidado glande. Patty cerró sus ojos en anticipación al poderoso embate que se dio un par de segundos después.
Ramón introdujo con un leve movimiento de su cintura toda la cabeza en el ano de Patty, deteniéndose, pero la muchacha solo gimió placenteramente.
De nueva cuenta, Patty extendió sus manos hacia atrás, pero para abrir sus nalgas antes de entrelazarlas con las de Ramón, quien continuó avanzando, deteniéndose pulgada a pulgada, sintiendo algo más apretada a Patty que a su hermana o su madre, mas no tanto como Claudia.
Ramón sacó un poco su pene como para tomar impulso. Se detuvo un momento y vió a Ana, ordenándole con los ojos que lo lamiera mientras entraba y salía en el ano de la bella Patty.
Ana se sentó en el suelo, volteó hacia arriba su cabeza, y comenzó a lamer los enormes testículos del albañil, deslizando su lengua hacia su tronco, lo escupía para lubricarlo más y que fuera más fácil penetrar a Patty, pero su saliva caía también en su cara. Mientras lamía los testículos, Ramón apretaba un poco su cara con sus delgados muslos. Así lograron una sincronía perfecta.
“Anita hermosa, debo de confesar que Patty aprieta más sabroso que tú. Se nota que su novio también tiene un pitito de mierda como tu marido”, dijo Ramón, riéndose, haciendo gala de su dote varonil.
Mientras nalgueaba suavemente a Patty, cuál si su trasero fuera un par de timbales.
“Ni tu hermosa, ni tu putita, ni su otra hermana ni su mamá jamás en la vida tendrán otra reata igual”, les sentenció.
Patty paraba sus nalgas en señal de atención, mientras Ana lamía y lamía su tronco y testículos.
“Es tu turno”, le dijo a Ana, al tiempo que comenzó a sacar poco a poco su desafiante pene de Patty.
“Ya te conozco demasiado bien, pero me encanta tu fundillito guangón”, dijo Ramón.
Patty se volvió a recostar mientras Ana trepó en la cama y se puso en posición de recibir el caliente miembro recién salido del ano de Patty.
“Espérame tantito”, le dijo a Ramón cuando sintió el glande en contacto con el ano.
Ana tiró de los pies de Patty, quien se recorrió hacia atrás, permitiendo que la cara de su hermana encajara entre sus nalgas.
Al tiempo que Ana comenzó a lamer el culo de Patty, Ramón comenzó el conocido viaje hacia las entrañas de la bella señora, con familiaridad.
Ana gemía del placer mientras lengüeteaba el ano y la vagina de su hermana, quien elevando su bello trasero le hacía más fácil su trabajo.
Ramón bombeó el intestino de Ana por varios minutos.
“¿San una cosa?”, preguntó.
“Ya quiero venirme en sus lindas bocas”, contestó el mismo.
Comenzó a salir del culo de Ana, mientras Patty se incorporaba, con sus maquillajes hechos un desastre.
“¡Te van a encantar!”, le aseguró Ana a Patty frente al deleitado semental. “¡No se ha venido en tres días, prepárate hermana!”
“Me encanta que sean igual de puercas las cuatro”, dijo Ramón. “Tan bonitas, tan educadas, tan ricas y tan putas”, continuó hablando.
Ana y Patty se sentaron juntas. Ramón comenzó a masturbarse lentamente, mientras ellas, con sus bocas abiertas, aguardaban la caliente recompensa.
Ramón fue acelerando su ritmo con su mano, suspirando y gimiendo, mientras Ana y Patty se besaban cada vez que podían, hasta que uno de sus besos fue separado por el intruso pene, empezando a verter sobre sus hermosas caras su abundante carga. Ana tomó lo más que pudo y luego se lo pasó a Patty, abusando del largo tiempo que duraba su eyaculación, cogiéndoselas por la boca tan rápido como podía, antes de que su torrente terminara.
Ramón vertió sobre sus lenguas las últimas gotas, disfrutando ver a las dos hermanas embarradas con su blanca semilla.
“No me digas que nunca te los has tragado Patty”, dijo Ana, al tiempo que la muchacha comenzó a besarla. “Tres o cuatro veces por semana”, dijo Patty, sonriendo.
Se irguieron un poco, se abrazaron, y disfrutaron intercambiando el semen del albañil en sus bocas, tragando lo que podían. Cuando terminaron de lamerse las caras y limpiarse con sus propias lenguas, Ana continuó lamiendo sus senos hasta devorar cualquier rastro. Patty hizo después lo mismo.
Al verlas ya limpias, Ramón les pidió que siguieran su función de besos y caricias. Lo excitaba enormemente ver hasta donde las había hecho llegar solo con el poder de su pene.
Ana besó primero a Patty, quien apasionadamente regresó su gesto y así duraron varios minutos deleitando a su solitario espectador, acariciando sus desnudos cuerpos.
Ramón se tiró de espalda en la cama. Ana y Patty siguieron la moción, recostándose una a cada lado de su semental, besándolo, alabándolo y acariciando su cuerpo, mientras el con cada mano acariciaba sus desastrosas cabelleras.
Ana, después de un buen rato, sugirió que se bañaran los tres. En la regadera se acariciaron intensamente aún a pesar de la falta de espacio. La hermosa Patty jugueteaba con su semi-flácido pene, mientras sus tres bocas se trataban de unir con sus ardientes lenguas.
Por fin Patty pudo arrodillarse y mamar el pene de Ramón, mientras éste y Ana se comían a besos.
Ramón se vistió con su infalible pantalón corto rápidamente y se dedicó a ver la ceremonia de arreglo de las bellas mujeres.
“¿Qué tan probable sería que me arrimaran a su mamá?”, preguntó Ramón.
“Mis papás saldrán de viaje”, contestó Ana. “Si, el miércoles”, agregó Patty.
“¿Y de cogerme a las tres hermanas juntas?, insistió.
“Claudia sale de vacaciones mañana martes. Estará libre del miércoles en adelante”, dijo Patty.
“Yo soy tuya cuando quieras”, agregó la muchacha, en tono juguetón.
“Las dos serán mías cuando yo quiera”, dijo el fogoso albañil. “Ya tengo la colección completa”, agregó.
“Hay algo de cierto en eso”, dijo Ana acerándose a besarlo.
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Patricia se dio cuenta que su hija llevaba un vestido de Ana cuando regresó a su casa, un par de horas después.
Al saludarla de nuevo, admiró su radiante presencia, recién bañada y pintada, dejando tras de sí un agradable olor.
“Mmmm”, expresó la bella madre, “veo que les fue bastante bien hija”.
“Digamos que si mamí”, contestó la muchacha. “Bastante, bastante bien”, agregó.
“¿Ya no tenemos que planear el romántico encuentro en la alberca, por lo que veo?”, continuó Patricia.
“No mami, ya no”, contestó su hija menor. “Ya no…, es todo un garañón tal y como lo platicaron. Nos hizo trizas a las dos”, dijo suspirando.
“¡No me digas que juntas!”, exclamó Patricia.
“¡Si mami! ¡Hicimos trío! ¡Nos dio hasta volvernos locas!”, casi gritó Patty.
“¡Que suertuda es mi hermana!”, agregó.
“Propuso cogernos a las 4 juntas. Dice que le alcanza”, comentó.
“¡Ay hijita, no, eso sería ya demasiado!”, dijo Patricia en tono conservador y recatado.
“¿No se te antoja?”, preguntó Patty. “¡No me digas que no se te antoja!, hoy mañana, antes de que te vayas”.
“¡Ay hija!”, contestó Patricia, “podemos tener un problema serio con tu hermana o entre nosotras. Esto ya es demasiado intenso”.
“No podemos estar usando al pobre hombre de garañón todas al mismo tiempo, lo vamos a matar, además, tiene esposa”, dijo Patricia a manera de consideración y lástima.
“¡Pero con esa verga que tiene mami…! ya no se ni qué hacer con César, no me va a llenar!”.
Patty y su madre se abrazaron. “Es que en verdad es increíble hija”, la consoló Patricia.
“Mira, yo tengo algunos años haciéndolo con Ramón y tu padre y he sobrevivido”, agregó. “No temas, solo… ¡disfrútalo!”, le aconsejó.
“Es que mami, no hace ni una hora y ahorita te puedo asegurar que se está cogiendo a Ana”, dijo la muchacha.
“Úsalo como lo que es hija, un objeto de placer, solo extrema precauciones. Ana me pidió condones extra-grandes. Se los traeré si los encuentro”, dijo la bella señora. “Yo ya estoy operada, pero a ustedes me las embaraza en un tris”, aseguró.
“¡Ay me muero por ver a Claudia!”, dijo Patty, “a ella le hace más falta”.
Patty y su madre se rieron de su hermana mayor.
Patty y su madre se retiraron a sus respectivas recámaras. Patty se tiró en su cama, poniéndose a recordar la tórrida e inolvidable mañana con Ramón y Ana. Comenzó a acariciarse el clítoris pensando en los dos, con una ligera, pero muy placentera preocupación sobre la conducta lésbica tanto de su hermana como de ella.
Para ambas esa sería la primera vez que se besaban con pasión, que exploraban las delicias prohibidas entre mujer y mujer, y con semejante testigo.
Ramón tenía cada día más comprometida a la familia; no solo se tiraba a la madre y sus tres hijas, sino que además había sido testigo de las calientes escenas de Ana y Patty, eso sin contar que su hijo mayor también se había tirado a su favorita, Ana.
Patty comenzó a frotar su clítoris con más intensidad, pero inclinando sus pensamientos en Ana y la forma en que se besaron y lamieron, obedeciendo de igual forma el deseo del albañil de verlas besarse.
Comenzó a mordisquear su dedo y luego a lamerlo, para después introducirlo en su vagina, presa de intenso placer.
Durante el resto del día le fue difícil controlar su calentura. Deseaba ir a casa de Ana para obtener el placer que tanto ansiaba, pero no quería que su novio se percatara de alguna forma sobre lo sucedido por la mañana. Recodó las palabras de su madre: Ramón era solo un objeto de placer tal como ellas cuatro lo eran para él.
Se masturbó varias veces. Por la noche, su novio notó que su vagina ya estaba excesivamente lubricada y tuvieron una intensa actividad sexual. A César le extrañó que su bella novia no contuviera sus gemidos y jadeos como acostumbraba hacerlo. Seguramente, su hermana mayor los estaba observando.
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Ana y Ramón tuvieron un día fuera de serie. El reencuentro, ya sin su hermana menor, fue explosivo. Ella no salió de su casa y permaneció desnuda la mayor parte del día, deleitando la vista del albañil quien, desde luego, no logró avance significativo en su trabajo.
Poco mencionó Ramón a Patty en su desempeño sexual, fuera de etiquetarla como un trofeo suyo más, pero si confesó que le había encantado verlas a las dos comportarse como unas lesbianas, curioseando si habían tenido algún comportamiento similar en el pasado.
Ana negó cualquier antecedente y le aseguró que lo que ocurrió fue por darle gusto a él, pero que lo había disfrutado enormemente. Jamás había tenido alguna experiencia lésbica pero reiteradamente le dijo que le había gustado mucho, sobre todo, con él observándolas.
Ana llamó a su madre y le pidió que se quedara con los niños. La señora Patricia accedió con gusto, y envidia, con tal de complacer la verdadera intención de su hija.
“¡Si se va a quedar son los niños!”, le dijo Ana entusiasmada. Ramón sonrió. Esa tarde, Ramón no fue a su casa como era costumbre. Estaba decidido a hacer gala de su dote de semental con su amante favorita.
Ana preparó una exquisita cena a base de mariscos. Abrió otra botella de champagne, y trató a Ramón como su rey. Disfrutaba hasta cierto punto humillarse ante él, consintiendo todos sus deseos y placeres que estuvieran a su alcance.
Cuando Ramón se puso de pié después de la suculenta cena, Ana se arrodilló frente a él y comenzó a besar sus pies mientras el albañil encendía un cigarro. Subió por su cuerpo, besándolo y lamiéndolo hasta llegar al deleite máximo: su enorme, moreno y venoso pene, la droga que la tenía presa del albañil.
“¿Qué te gustaría hacer?”, preguntó ella con su habitual tono. “¿Qué quieres que te haga, papacito?”, repetía y repetía.
“Quiero tocarte por adentro otra vez”, contestó Ramón. “Me gustaría meterte el brazo por el culo, preciosa”.
“¡Ay, no!”, contestó Ana, con una sonrisa fingida.
“Te va a molestar menos”, le aseguró Ramón. “Quiero tocarte por dentro”.
En su completa sumisión, Ana caminó hacia el mismo lugar donde Ramón le metió su mano la primera vez. Se puso de rodillas y abrió con sus manos sus nalgas, accediendo al espontáneo deseo del albañil.
“Pretendo llegarte más adentro”, Ramón advirtió. “No creo que haga esto con tu madre y tus hermanas y por eso me quiero dar gusto contigo”, dijo al tiempo que comenzó a besar su ano, escupiéndolo y lubricándolo con sus propios jugos vaginales.
Comenzó con extremo cuidado y pasión, insertando su dedo medio, haciendo gemir a su bella amante. Uno a uno fue insertando sus largos dedos hasta tener los cinco rodeados por su delicioso ano. Comenzó a juguetear, tratándolos de abrir, pero sus discretos gemidos lo concentraron en avanzar lentamente, escupiendo frecuentemente para lubricarla mejor.
Ana suspiraba del raro placer que le daba obedecer ciegamente los deseos de Ramón, de exhibirse ante él, de que la viera y sintiera completamente suya, mientras el albañil sentía en su puño la tibia suavidad de sus entrañas, una vez más, usándola como le gustaba.
Sin quejas como la primera vez, Ramón pasó la débil defensa con su puño cerrado al interior de Ana, gozando una vez más el espectáculo de verlo ajustarse rápidamente a su brazo, avanzando con firme suavidad al interior, mientras ella aumentaba el volumen y frecuencia de sus gemidos, tratando de reacomodarse para evitar la incomodidad inherente al inusual acto.
“Espero que no me vayas a zurrar, preciosa”, dijo Ramón, besándole sus bellas nalgas, mientras su brazo ya se encontraba a más de la mitad dentro del recto. Ana veía entre sus muslos el pene del albañil y juraría que estaba más, mucho más grande, al sentir su dureza tocarla.
Ramón continuó sin importarle mucho lo que Ana sintiera y logró llegar hasta su codo, pero ella no pudo más y le imploró que retrocediera, pero Ramón se quedó inmóvil, sintiéndola, usándola como ella lo usaba; un mero objeto de placer enmarcado en una bellísima mujer que era suya, cuando él quisiera.
Minutos después accedió a dejarla libre. Lentamente retiró su brazo, cayendo Ana exhausta y adolorida, pero no permaneció mucho tiempo así. Con el ano aún semi-abierto, ella se rrodilló ante él y comenzó a mamárselo de nuevo.
Mientras lo mamaba con pasión, con sus dos manos alrededor, pensaba como se desharía de ese tremendo vicio. El plazo de reunirse con su marido en Canadá estaba por vencer y bien sabía que sería una frustración tener sexo con él después de haber conocido al semental de confianza de la familia.
Curiosamente, Ana jamás sintió celos por sus hermanas o su madre. Las confesiones de Ramón, así como sus planes de proseguir hasta hacer suyas a todas, la excitaban. Si ellas pensaban como ella, su único problema era como dejar el vicio del pene. Ramón era un tipo feo, muy feo, pero su asombrosa virilidad les impedía decir no más. Era una situación común entre las cuatro, pensaba.
Ana y Ramón no durmieron intervalos mayores de dos horas. Si no despertaba uno, lo hacía el otro para dar rienda suelta a la acción. Los días que estuvieron separados y haberla hecho suya junto con su hermana menor, no fueron impedimento alguno para que el albañil hiciera gala de su asombrosa habilidad de complacer mujeres.
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Patty no pudo dormir. Temprano, se escapó de su casa y manejó a casa de su hermana.
Cuando se percató que se trataba de su hermana, Ana y Ramón abrieron la puerta juntos. El llevaba una bata de su cuñado y ella un desparpajado negligé evidenciando la intensa noche que pasaron juntos.
Sin pensarlo, Patty se lanzó a los brazos de Ana y comenzaron a besarse con intensa pasión, ignorando prácticamente a Ramón, quien abrió sus ojos en señal de sorpresa.
“¡Mmmm, Mmmm, Mmmm, soñé contigo todo el tiempo hermana!”, decía Patty mientras Ana respondía con igual deseo. “¡Mmmm, besas mejor que César o este cabrón!”, dijo, mientras se abrazaban con más intensidad. Patty fue desnudando a su hermana mientras la acariciaba. Ramón las rodeó con sus brazos observando calladamente como se gozaban, llevando sus bocas a la de él unos instantes después.
Pasaron a la recámara y Ana se recostó mientras Patty se desnudaba. Ramón, aceptando que había una intensa sesión de lesbianas, se sentó en suntuoso sillón reclinable de Eduardo a disfrutar la función.
Patty trepó a la cama y repujó sus nalgas en la cara de Ana, quien ávidamente comenzó a lamer su escurriente vulva. Patty notó el hilo del tampón de su hermana y se lo retiró por completo, arrojándolo al piso y poniéndose a lamer la suya, haciéndose el amor con sus lenguas, sin importarles lo que pensaba Ramón ni sus consecuencias.
“Me vale verga lo que pienses Ramón”, confirmó Patty. “Gracias por hacerme descubrir a mi hermana”.
“No te voy a meter la verga, verás, si sigues así”, contestó el albañil riéndose.
“Tampoco te pases”, reviró Patty.
Ramón gozaba el fluido ruido que hacían con sus bocas al lamerse las dos hermanas. Ana fue la primera en experimentar un estrepitoso orgasmo, que Patty nunca logró alcanzar.
“¡Culéanos a las dos, ahora!”, ordenó Patty a Ramón. Ana se incorporó y pusieron sus bellos traseros lado a lado, esperando el caliente embate.
“De tín-marín-de-dó-pingué”, comenzó Ramón a payasear, mientras las hermanas movían sus nalgas urgiéndolo a dar la sorpresa, mientras suavemente les pegaba con su durísimo miembro.
Patty fue la agraciada. De un vigoroso impulso, Ramón le insertó su gigantesca masculinidad en su babeante vagina, mientras las dos voltearon su cara y comenzaron a besarse, disfrutando el sabor de cada una aún en sus bocas.
Casi instantáneamente, Patty comenzó a jadear intensamente mientras el albañil le daba gusto, ignorando por completo las advertencias de su madre y de su hermana.
En muy poco tiempo, Patty experimentó sintió el intenso orgasmo atorado que no pudo sacarle Ana con su lengua. Cuando sus ansias de calmaron, Ana dio un firme empujón a Patty con su cadera, haciendo que Ramón sacara su vaporizante miembro. Ramón reemplazó de inmediato la suave vagina de Patty con el ano de su hermana que aguardaba impaciente el preciado órgano.
Ramón la penetró de inmediato, sin consideración alguna, hasta el fondo, haciéndola gemir como si se tratase de una primera vez. Volteó a donde Patty había arrojado el tampón, y notó que no tenía rastro alguno de sangre de Ana.
La estuvo bombeando unos minutos más. Repentinamente, sacó su brillante pene de su ano y lo metió, despiadadamente, en la vagina de la bella señora, arrancándole un sonoro gemido al ensartarla por completo, llegando hasta donde su gigantesco tronco se lo permitió.
“¡Que panochitas tan ricas tienen las hermanitas!”, exclamaba Ramón, mientras Patty observaba como el feo albañil hacía trizas a su única hermana casada.
“¡Y ya me va a tocar también la santurrona!”, decía, mientras Patty se acercó a besar una vez más la boca de Ana, acallando sus jadeos.
Patty se montó sobre su hermana, colocando sus nalgas sobre las de ella, dándole a Ramón un delicioso menú de traseros para que escogiera.
Ramón sacó su pene de Ana, y lo guió al ano de Patty. La penetró con leve dificultad, llegando hasta el fondo, bombeándola unos momentos, luego bajó al de Ana e hizo lo mismo. Gozó de vagina a vagina, de ano a ano, hasta volverlas locas y alertarlas sobre su impostergable eyaculación.
Como si se tratase de dos niñas juguetonas, Ana y Patty juntaron sus caras aguardando a Ramón, mientras éste se masturbaba y les apuntaba con su enhiesto pene. Abrieron sus bocas, y con la fuerza adicional de su mano, Ramón comenzó a bañar sus bellas caras de su caliente líquido vital, jugueteándolo con sus lenguas y besándose, disfrutando el sabor y cantidad brindados por su semental. Cuando Ramón se separó una vez que acabó, Ana y Patty comenzaron de nuevo a besarse con intensa pasión, pasando el semen del albañil entre sus bocas, aderezando su pasión, devorándolo como podían hasta que no quedara en sus bocas rastro alguno. Ana lamió dela cara de Patty restos aislados y Patty hizo lo mismo. Voltearon a mirarlo las dos, como aguardando su ovación, con sus bellas caras aún brillantes por su saliva.
Ramón les aplaudió lentamente, mientras las calientes hermanas volvieron a besarse apasionadamente.
“¡Eso estuvo supremo!”, dijo Ana. “¡Que forma de manguerearnos a las dos, papacito!”, agregó, mientras Patty solo asentía con la cabeza.
Después del baño de rigor, pasaron a disfrutar de un saludable desayuno que Ana les preparó.
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La señora Patricia encontró a sus dos hijas desayunando con el albañil. Para su fortuna o desgracia, la madre de sus dos jóvenes amantes llegó con sus nietos, hijos de Ana.
Ramón se sintió algo incómodo ya que la madurez y elegancia de Patricia se imponían, aun teniendo la certeza de lo que acababa de pasar. Saludó a sus dos hijas de beso y a Ramón simplemente le dio los buenos días, en un último intento por guardar su honor ante sus hijas.
Ana salió de la cocina para estar con sus hermosos hijos. Patty la alcanzó minutos después, dejando a su madre sola con el albañil.
“Estoy seguro que nos dejaran solos”, dijo Ramón a Patricia, “tú dirás que procede”.
Patricia solo sonrió y tomó su mano. “Ya veremos”, contestó sonriendo, con experimentada calma.
“¿Crees que los debemos dejar solos?”, preguntó Patty a Ana en la recámara de los niños, mientras Ana preparaba lo necesario para salir.
“¿Qué si lo creo?”, dijo Ana sonriendo. “¡Tenemos que dejarlos a solas!”, agregó tajantemente.
Las hermanas se entretuvieron un tiempo más, yendo de una recámara a la otra.
“Ya saben a lo que vienes”, dijo Ramón al oído de su madura y bella amante, al tiempo que lamió su oreja. “Si tú estás lista, arrímame tus nalgas, súbete”, le dijo al tiempo que palmeaba sus muslos con ambas manos, invitándola. Ramón estaba sentado en la silla opuesta a la entrada con la mesa al frente.
Patricia acercó su boca a la del albañil y se besaron. Se encendió de inmediato. Ramón metió su mano debajo de su falda y bajó su diminuto calzón, sintiendo como su vagina se derretía, mientras la devoraba a besos.
Sin pensarlo mucho, Ramón bajó su pantalón y Patricia de quitó el calzón. No perdió tiempo en saludar su erecto pene, solo trepó en él y la penetró rápidamente. Patricia comenzó a moverse sin pensar mucho en sus hijas que estaban a pasos de distancia, y aunque ellas sabían, le daba una ligera preocupación que la encontraran en esa posición.
“¡Oops!”, dijo sorprendida su hija menor al entrar en la cocina y ver a su madre sentada sobre el albañil, moviéndose rítmicamente, cubriendo por completo a Ramón, con una cara de lujuria que no le conocía.
“Ya es tradición que esta cabrona me tuerza cogiéndome a una de ustedes”, susurró Ramón. Patty le sonrió a su madre y se dio la media vuelta.
Le bella señora solo se deleitaba, tratando de contener los gemidos causados por el enorme tronco que tenía dentro de ella.
“Ya tiene a mi mami ensartada en la cocina”, dijo Patty a Ana.
“Tengo que ver eso”, contestó Ana.
“No seas imprudente”, dijo Patty. “Dales su privacidad”.
Pero Ana reiteró: “tengo que verlos. Si mi mami es tan puta de cogérselo aquí, con nosotros, es algo que vale la pena ver”.
Ana y Patty se dirigieron a la cocina. Ramón estaba sentado en la misma silla que Patty lo dejó, pero en esta ocasión, solo se apreciaba la rubia cabellera de su madre mientras le practicaba sexo oral al albañil.
Ana comenzó a acariciar su vagina por encima del pantalón. Ramón le hizo señas que se acercara, y ella caminó hacia un lado de la mesa viendo como su bella madre mamaba con increíble avidez el gigantesco miembro, con sus seños desnudos. Patty llegó segundos después, pero se detuvo en la puerta.
Ana acarició la sedosa cabellera de su madre, pero no fue suficiente para distraer su atención, escuchando solo el fluido ruido que hacía con su boca al mamar el pene de Ramón.
“Váyanse hijitas”, pidió Patricia, sacando el pene de su boca solo el tiempo suficiente para decirlo.
Las jóvenes se retiraron de la cocina y se sentaron en la estancia, sin tener una idea clara sobre qué hacer. Ambas se morían por ser parte de la acción. No había transcurrido una hora desde que les dio a ellas dos, y ya estaba también sobre su madre. Su virilidad y energía no dejaba de asombrarlas.
“Me acabo de culear a tus dos niñas por si te lo preguntabas”, le dijo Ramón a Patricia. “Sé que te vas mañana y me voy a culear a la otra también, cuarteto de putas”, continuó, mientras la bella señora simplemente se concretaba a deleitarse con el magnífico pedazo de carne masculina en la boca.
Ramón dominaba a las Brenan con sus palabras. A pesar de ser un empleado, reconocían que se trataba del poseedor de una masculinidad que las volvía locas.
“Párate”, le ordenó Ramón a Patricia. “Estoy algo incómodo y tú también. Vamos a la recamara de Ana para cogerte agusto, como me la cojo a ella y a tu otra niña”.
“Pero..., ahí están y nos van a ver”, dijo tímidamente Patricia.
Ramón se rió. “Ya saben que eres tan puta como ellas, no seas ridícula. Ándale, vamos a darte tu dosis de vergantina”, dijo.
“Es que parece casa de citas”, continuó la señora.
“Es”, dijo Ramón, “con la diferencia que yo no pago. Me pagan por culeármelas”.
Patricia obedeció. Se subió el brassiere y abotonó su blusa. Se besaron intensamente, y sin soltar sus manos, se dirigieron a la recámara pasando frente a sus dos hijas.
Ana y Patty se tomaron de las manos, indecisas a entrar tras de ellos. Se miraron a los ojos y fundieron sus bocas en un ardiente beso.
“¡Qué bien besas cabrona!”, le dijo Patty a Ana cuando sus bocas se separaron.
Ana fue a la recámara de sus hijos y Patty se dirigió a la recámara principal. La puerta estaba cerrada, pero la pudo abrir sin hacer ruido. Su madre y Ramón estaban sobre la cama, ya completamente desnudos, haciendo un delicioso 69. No se percataron que los observaba. Metió su mano debajo del pantalón y comenzó a frotar con suma discreción su húmedo clítoris. Sabía que Ana y los niños llegarían por ella en cualquier segundo, pero deleito brevemente su vista con la escena de su madre y el albañil.
Ana se acercó con los niños.
“Hora de irnos”, le dijo a su hermana menor.
Acomodaron las cosas de los niños, los aseguraron en sus asientos y salieron de la casa, sin rumbo fijo.
“Vamos con la gringa”, propuso Patty, “a lo mejor te los puede cuidar”.
“Inventa algo pues”, contestó Ana, aprobando su sugerencia.
“¡Que rico se ha de estar cogiendo a mi mamá este desgraciado!”, dijo Patty. “¿Crees que nos quiera coger a las tres?”, preguntó.
“El sí, de seguro, pero no sé si mi mami sea tan liberal como nosotros”, contestó Ana.
“¡Es más puta que las gallinas!”, replicó Patty. “Eso de liberal, sale sobrando”.
“¡Patty!”, dijo Ana. “¡Es nuestra madre!”.
“¡Ay Anita hermosa, fue la primera en caer en las garras de Ramón!, tiene por donde y él tiene con qué”, respondió Patty.
“Y vaya que tiene con qué!”, agregó Ana, al tiempo que ambas se rieron.
“Me encantan tus besos”, volvió a decir Patty.
Ana se rió. “Nomás falta que te dé por ahí”, contestó.
“¡Chingado!”, exclamó Patty. “¿Qué nos costaba ser una familia normal?”.
“Lo somos hermana, somos perfectamente normales. El problema es que nos encanta la verga de Ramón”.
“Nos encanta la verga que sea, punto”, dijo Patty.
Por un momento olvidaron que el pequeño niño ya ligaba palabras y entendía. Volteó Ana al asiento trasero y lo vió jugando. Ambas se rieron nuevamente.
“Tu tuviste relaciones premaritales, yo también, a mi mamá se la comenzó a tirar un albañil hace algunos años, luego la puta mocha de Claudia…, si, nos coleccionó”, agrego la hermana menor.
Para regocijo de las hermanas, Mally se encontraba trabajando en su jardín cuando llegaron y con gusto tomó bajo su cuidado a los hermanitos, bajo pretexto de que su madre no los podía cuidar y ellas tenían algo inventado que hacer.
Mientras tanto, era muy claro que la bella señora Patricia Brenan disfrutaba como nunca al albañil, gozando su obscuro y enorme pene, lo hicieron parados, como a ella le gustaba, por el ano, por la vagina, una y otra vez.
Ramón notaba que el cansancio llegaba más pronto a su madura amante que a sus infatigables hijas, aunque a sus 50 años, desempeñaba un excelente papel de amante, con más destreza y cuidado que sus desbocadas hijas. Con Patricia, Ramón también cambiaba: nunca haría locuras como las que hacía, especialmente con su hija casada.
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“¡Que buena está mi mamá Ana!”, dijo Patty excitada al verla con Ramón, completamente desnuda por la ventana, mientras Ramón la devoraba a besos. Era claro que la acción estaba por finalizar.
“¡Si, ¿verdad?!”, contestó Ana. “Se nota el dineral que le metió mi papá, pasa por una de nosotras”.
Entraron en la casa y se dirigieron a la recámara. Sin importarles en qué condiciones estaban los amantes, abrieron la puerta.
Patricia y Ramón estaban ya recostados, uno al lado del otro, completamente desnudos. El albañil se disponía a encender un cigarro, mientras la señora lo acariciaba, agradeciendo su intensa demostración de virilidad.
“¿A poco no les gustaría hacer una orgía?”, preguntó Patty atrevidamente.
Las dos hermanas se acercaron a la cama. Patricia no se inmutó por el hecho que, por primera vez, estaba completamente desnuda ante sus hijas.
Se recostaron en la cama, una a cada lado de la pareja. Ana, del lado de Ramón, comenzó de inmediato a acariciar su húmedo miembro, con los jugos tanto de él como de su madre.
“A mí no me importaría”, dijo Ana en referencia a la sugerencia de Patty.
“Pero nuestro semental está cansado, hijas, y yo también”, intervino Patricia.
Ramón sonrió, acariciando el pelo de Ana. Volteando su cara hacia él, se besaron en la boca. Sin decir palabra alguna, Ana bajó su cabeza al flácido pene del albañil y comenzó a besarlo, frente a su madre y hermana.
“Yo insisto que sí”, dijo Patty, aunque hacer a su madre parte del equipo no era algo muy común.
“En alguna ocasión me dijiste que te encantaría cogernos a las cuatro”, recordó Ana.
“A mí no me importa que te estés cogiendo a mi mamá”, dijo Patty. “¿A ti hermana?”, agregó dirigiéndose a Ana.
“Mmmm”, suspiró Ana, al tiempo que arropó con su boca el pene de Ramón, que comenzaba a endurecerse, mamándolo con avidez y deseo extremo.
Patty y su madre se concretaron a contemplar el espectáculo, Ramón desnudo y Ana vestida mamando su pene que recuperaba su tamaño con asombrosa rapidez.
“Me encanta ser su puta, mami”, decía Ana al mirarlas. “¡Vean esto, por favor!”, dijo, en referencia al monstruoso tronco que ella comparaba con su brazo. El contraste de colores era de llamar la atención, la suave y blanca piel de la joven señora enseguida del obscuro y venoso miembro del feo albañil les hizo pensar si Ramón no tenía genes de algún negro en su pasado.
“Mis amores, vamos a matar al pobre hombre”, dijo la bella madre, “no sean tan voraces”.
“Mami, tu porque ya estás viejita no sabes de lo que es capaz este toro”, dijo Patty, animando a su madre, riéndose al concluir su cáustico comentario.
A pesar de ser la más joven, Patty siempre se había caracterizado por ser inteligente y arrojada. Contrario a Ana y su madre que eran más cautelosas y sensibles, la muchacha decía lo que pensaba y hacía lo que quería. Ana y su madre no sabían decir que no.
“¿Y cuál es el plan con Claudia?”, preguntó Patricia.
“¡Ah esa Claudia!”, suspiró Ramón, “para esta hora va a tener el culito hecho trizas y las tripas bien llenas de mis mecos”.
“¿Te las vas a echar a las tres juntas?”, preguntó Patricia de nuevo.
“Voy a tratar, pero primero me la voy a ir a culear en tu casa, en tu cama, digo, si no te importa”, contestó Ramón, muy seguro de sus planes.
“Claro que no pillín”, contestó Patricia. “Tú haces con nosotras lo que quieras”, dijo, volviéndose hacia él para besar su boca, mientras Ana continuaba mamándole el garrote.
Patty permaneció del otro lado y comenzó a acariciar el suave trasero de su madre, metiendo discretamente sus dedos entre sus nalgas para ver si no había objeción.
Al no notarla, Patty comenzó a frotar suavemente el ano de su madre y con el pulgar su aun húmedo clítoris.
Patricia se acomodó mejor, dejando que su hija prosiguiera. Patty comenzó a meter su dedo en la vagina de su madre y ésta comenzó a jadear sin separar su boca de la de Ramón.
Patty comenzó a besar la espalda de su madre, bajando con cada beso hasta llegar a sus nalgas y empezó a mordisquearlas.
Patricia bajó su mano y comenzó a acariciar el largo y suave pelo de su hija menor, aprobando su acto, al tiempo que Patty comenzó a meter su lengua entre las nalgas de su madre, lamiendo con suma delicadeza, hasta llegar a su húmedo ano, devorando los restos de semen del albañil mientras acariciaba su clítoris con sus dedos, haciéndola gemir de placer, pasando por alto el hecho de que su propia hija hacía la placentera faena.
La bella señora comenzó a retorcerse de placer, mientras Patty, implacable, metía su lengua en el ano, aumentando su ritmo.
Ana, posesionada del pene del albañil, había logrado con su boca que alcanzara su legendario tamaño, quedándole a su madre bien claro que el albañil garañón estaba completamente al cargo de ellas y se comportaban como sus esclavas de placer.
Ana se incorporó y se desvistió, mostrándole a su madre por primera vez su bella desnudez. Se montó sobre el pecho de Ramón, repujando sus nalgas contra su cara, mientras retomaba control de su erecto pene.
Patricia estaba extasiada viendo a su hermosa hija casada desempeñarse como toda una puta, mientras Patty seguía lamiendo sus íntimos encantos.
“Yo creo que ya estás listo, mi amor”, expresó Ana, “para darnos a las tres”.
Ramón sonrió. “Que no sea muy intenso, mis amorcitos. Todavía no estoy al cien”, contestó, “nomás no se me encelen porque mañana le daré todo el día a Claudia”.
Patty se desnudó apresuradamente.
Patricia se arrodillo sobre la cama, con Ana a su derecha y Patty a su izquierda. Ramón contempló unos instantes el inigualable espectáculo, pensando en los manjares que tenía frente a él.
“Me voy a culear primero a la mamá, y luego seguiré por edades”, les propuso a las tres bellas mujeres desnudas.
“¿Panochita o fundillito?”, preguntó el albañil.
“¡Como quieras papacito!”, contestó Ana por las tres.
“¡No puedo resistir el culote de su mami, como le dicen ustedes!”, dijo Ramón.
Se paró justo detrás de la madura señora, la tomó de las caderas, y con un suave impulso penetró su ano, sin esfuerzo alguno. Patricia gimió. Ramón comenzó a penetrarla rápidamente.
“¿Si te dije que tu hija Ana tiene el fundillo igual de guango que el tuyo? ¡No aprieta ni madre!”.
Patricia jadeaba mientras con sus manos, Ramón nalgueaba a las dos hermanas. Patricia empujaba su trasero para que el albañil la penetrara lo más posible.
“Nomás no me la vayas a cagar, bella señorona, como Ana”, comentó.
Ana sintió sonrojarse, pero por fortuna, no dijeron palabra alguna sus compañeras.
Patricia gozaba, volteando a ver a sus hijas, como asegurándose que gozaran. Patty deseaba besarla en la boca como a su hermana, pero se contuvo.
Ramón bombeó el intestino de Patricia unos minutos más. Saco su invicto pene y comenzó a golpear suavemente las nalgas de Ana.
Patricia de relajó un poco y comenzó a acariciar a Ana en la espalda. Volteó a ver a Patty, la tomó de la barba y apretó sus mejillas. Patty aprovechó y le dio un beso en la boca a su madre que ella respondió abriendo su boca y trenzando sus lenguas.
“¡Mira!”, dijo Ramón, mientras penetraba a Ana, “¡otra lesbiana!”, refiriéndose a su madre.
Ana gozaba cada milímetro de Ramón en su cuerpo como si fuera la primera vez, cada vez, llegando tan dentro de ella como podía, inevitablemente comparándola con su madre que acababa de penetrar.
“¿Te está dando rico princesa?”, preguntó Patricia a Ana, mientras Patty lamía su vagina.
“Mmmm…, me encanta, me fascina… ¿Por qué no lo compartiste antes golosa?”, contestó Ana.
“Por lo menos fue más difícil que tu”, intervino Ramón. “Tu caíste facilita, esta me costó algo de ingenio. Me tomó casi toda una tarde en buscarle la forma”.
“Que rico huele”, dijo Ramón.
Minutos después, sacó su pene de Ana y mientras se deslizaba hacia Patty, la madre le marcó el alto, parando sus bellas nalgas. Ramón, saliendo de su plan original, penetró la ardiente y húmeda vagina de la madura señora, arrancándole intensos gemidos. Patty comenzó a golpear con su cadera la de su madre como reclamo, pero Ramón la ignoró y siguió bombeando a su madre, volviéndola loca de placer.
Las hijas no podían creer el trance de placer en que se encontraba su madre.
“¡Ay, ayayay, ayyyy, como lo gozo!”, confesó Patricia mientras el albañil estaba como electrocutado dentro de su vagina.
“¡Y nomás yo me puedo dar el gusto!”, suspiró, “¡a cualquiera de ustedes me las embaraza en un segundo este semental!”.
Patty y Ana nomás se miraron a los ojos y se sonrieron. “¡A ti ya estuvo a punto hija!”, dijo refiriéndose a Ana, “todo por no usar condón”.
“¿O sea que no puedo cogérmelas por la panochita a tus hijas?”, preguntó Ramón riéndose.
Ana se volteó a mirar de cerca el monstruoso pene demoliendo a su madre. Ramón lo sacó y lo metió en la boca de Ana.
Patricia se desplomó hacia enfrente, mientras el albañil le pedía a Ana que ensalivara bien el miembro para seguir con Patty, indicando que le tocaría por el ano.
Pasó a pararse detrás de Patty y lo introdujo en su vagina, haciéndola saltar de placer.
“¡Mire señora Patricia, venga p’aca!”.
La madura señora se levantó y obedeció a Ramón. “¡A mí no me digas por donde me las cojo, ¿entiendes?!”. Puso una mano en su cabeza y tiró de ella, hasta acercarla completamente a su pene entrando y saliendo en la vagina de Patty.
“¡Lámela!, ve bien como se la tengo atorada en la panochita!”, ordenó, mientras Patty gritaba de placer.
Les gustaba jugar rudo. Patricia escupía el pene mientras penetraba la vagina de su hija. Ramón sería su empleado, pero cuando se trataba de sexo, se tornaba en el amo y señor de las Brenan.
“A ver señorona, pon tu preciosa cara a un lado de la nalga y abre tu boquita de capullo mi amor”, pidió Ramón a Patricia. Ella obedeció. Ramón sacó su pene de Patty y lo introdujo en la boca que lo aguardaba, hasta el fondo. Patricia lo trató de mamar, pero Ramón lo retiró de nuevo y lo insertó en la vagina de Patty, repitiendo la jugada un par de veces más.
“¿Te gusta mi amor? ¿Te gusta el sabor de la panochita de tu niña?”, preguntaba Ramón cuando por fin le dio el tiempo a la señora de mamarle el pene.
“Mmmm…”, solo gemía la bella señora.
Ramón le sacó el pene de la boca, pero esta vez, se dirigió con determinación al ano de la bella Patty. La tomó de las caderas y de un firme impulso se lo introdujo, sacándole un apretado pedo.
Nadie se rió. Patty puso sus manos en la cama y Ramón comenzó a explorar una vez más su intestino.
Patty gritaba, entre dolor y placer, mientras su madre acariciaba su clítoris, gozando verla disfrutar al garañón albañil, con su cara aún apoyada en una de las nalgas de su hija.
Ramón retiró su pene del ano con algo de rapidez y lo llevó de nuevo a la boca de Patricia, quien, con algo de resistencia al principio, lo mamó.
“Espero que no se cague como Ana”, dijo Ramón. “Ojalá ese pedito que le saque sea de la emoción y no de que se quiere cagar”.
“A ver mis putitas, ya me quiero venir. ¿Qué tienen en mente?”
Ninguna habló.
“A ver, hincaditas aquí, enfrente de mí”, ordenó Ramón.
Las tres se arrodillaron frente a su semental, que comenzó a masturbarse en medio de sus caras.
“A ver cuantos mecos les puedo dar mis putitas”, dijo con aire de dominación.
Apuntó su pene como si fuera una manguera apagando un fuego, de cara en cara, dándoles una buena dosis a cada una. Patricia se recorrió hacia atrás y devoró sola su porción. Ana y Patty se trenzaron en un pasional beso sin importarles que pensara su madre, pero al ver a sus hijas, se acercó y disfrutaron las tres intercambiando el semen del albañil, besándose y lamiéndose.
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