El Saciador Insaciable
Por César du Saint-Simon
I
-¡El que acabe primero se queda con la página del medio! Dijo aquel niño de unos catorce años de edad a sus otros tres compañeros mientras caminaban por las piedras de un riachuelo que exploraban.
-¡No! ¡El que lance el chorro más lejos gana! Opinó el larguirucho.
-¡Vamos a hacer puntería! Quien le pegue un lechazo en la cara a la mujer de la portada, se queda con toda la revista. Respondió el más grandote de todos.
-Mejor es que el que acabe de último sea el ganador. A las mujeres les gusta que uno se tarde en botarles la leche adentro. Remató, como reflexionando, Puki-Puki como le decían a Carmelo, el más bien parecido entre los cuatro mozalbetes.
Los muchachos, que estaban ya de pie sobre una enorme roca plana, se miraron entre ellos, sorprendidos y sin saber como refutar aquella opinión “antideportiva” que introducía un nuevo elemento en la competencia de “las pajas” que ellos acostumbraban a hacer cada vez que se escapaban del colegio para ir, procurando no ser vistos, a fumar y a gozar con las revistas pornográficas que les robaban a sus padres, entre aquella floresta que rodeaba la quebrada que bajaba de la montaña.
Haciendo un círculo alrededor de la revista, aceptando así tácitamente la ocurrencia de Puki-Puki, cada cual se sacó su miembro de virilidad en ciernes, ya un tanto exaltados por la visión de las fotografías. Empezaron a darse los respectivos manotazos, haciendo lujuriosos comentarios acerca de la exuberante rubia de la página central (Señorita Agosto de 1973) que, desplegada en la triple hoja sobre la roca, los miraba desde allá abajo con devoradora pasión, sugestivamente acostada sobre un escritorio ejecutivo y vestida solo con unos lentes de montura de pasta negra que le resaltaban el intenso y felino azul de sus ojos.
-¡Mierda, perdí! Chilló el grandote, cayendo de rodillas en la piedra mientras lanzaba un chorro que apartó a todos.
Los otros concursantes fueron eyaculando casi de inmediato. El larguirucho se descargó en el perezoso torrente del arroyo desde lo alto de la piedra; Luego, el mayor en edad y líder de la excursión porque había traído la revista, soltó un taco blanco que rebotó en la corteza del cedro que les hacía sombra; Y allí quedó Puki-Puki dándose salvajes bombazos, con los dientes apretados y el sudor corriéndole por las sienes, mientras los perdedores se habían alejado un poco para encender unos cigarrillos, esperándole a que terminase su faena.
-¡Apúrate Puki-Puki que se hace tarde! Le urgió el eyaculador precoz.
-Sí no acabas no tienes derecho a la revista. Le advirtió el desmañado larguirucho mientras encendía otro cigarrillo.
-¡Es verdad, por ahora estoy ganando yo! Afirmó el líder-dueño de las fotografías.
-¡Coño..., cállense... y dejen... que... me concentre! Protestó Carmelo, dándoles la espalda y, cerrando los ojos, arremetió con más fiereza contra su méntula.
Pasaron varios minutos y los inquietos barbilampiños acordaron declarar ganador al líder porque fue “el último en sacarse la leche” e irse para sus casas, llevándose la revista, y dejar ahí a Puki-Puki solo con su problema de “nunca acabar”. Y no acabó.
II
Para celebrar que Carmelo estaba cumpliendo los dieciocho años, sus amigos, todos algo mayores que él, decidieron que era el mejor momento para llevarlo al burdel de Rosa, un lupanar en las afueras de la pequeña ciudad, con expertas y distinguidas putas caras, que ofrecían sus servicios sin apuros ni limite de tiempo, permitiendo al cliente disfrutar de una larga velada entre las piernas de las mejores en su género.
Rosa estaba tan buena como cualquiera de las cincuenta putas del lugar y, siendo una excelente anfitriona, los recibió por todo lo alto (ya que eran ocho clientes de una sola vez), instalándolos en una amplia y estratégica mesa que les permitía contemplar con comodidad el abundante stock de posibilidades que “La Casa” les ofrecía.
A Rosa le pareció muy sensual el apodo de “Puki-Puki” y a Carmelo le pareció que debía llevarse a Rosa para los reservados, pero ella se excusó con él ya que le había bajado la regla y debía trabajar “cuidando a las niñas”. Entonces ella le presentó a “La Potranca”, un formidable espécimen femenino que rondaba los treinta, muy alta, de anchas caderas y voluptuosos pechos a punto de salírseles del minivestido por aquel pronunciado escote que casi le llegaba al ombligo, con una larga y negrísima cabellera que resaltaban sus encarnados labios y la cándida y tímida mirada de puta astuta que conoce su negocio.
-Puki-Puki, te presento a “La Potranca”, nuestra recién llegada amiga que te va a hacer pasar momentos inolvidables. Dijo Rosa con misteriosa sensualidad, como toda una experta vendedora de placer.
-¡Y “La Potranca” no se va a olvidar de Puki-Puki más nunca! Dijo con su vozarrón el grandote, que con los años estaba más grande, mientras que movía la mano como masturbando el aire, haciendo estallar una sonora carcajada en la mesa. Y todas las prostitutas que les acompañaban se sonreían, sin saber de qué o porqué, pero siguiéndole la corriente a sus clientes.
-¡Caaaña! ¡Caaaña pa’ esta mesa! Demandó con jolgorio “Cara e’ Loco”, el desgreñado ratón de biblioteca, golpeando insistentemente sobre la mesa el fondo de la botella del Ron Añejo venezolano que ya habían libado.
-¡Que siga la fiesta CARAJO! Ordenó “Pecado Mortal”, el otrora ladrón de revistas pornográficas, llamando a otras dos meretrices para que se acercasen al sarao.
Dejando atrás aquel ambiente lascivo y chispeante, Puki-Puki se fue para la habitación con aquella exuberante mujer y, mientras caminaban por el pasillo, ella le dijo con voz de ramera enamorada, al mismo tiempo que lo abrazaba por la cintura, lo mucho que lo había deseado desde que lo vio entrar en el recinto, por lo buenote que estaba y los buenos modales que demostró al saludar a Rosa. El no le contestó y solo le agarró el culo y se lo apretó con fuerza y, haciéndola trastabillar, ella soltó una risita de agrado por aquel gesto tan macho.
“La Potranca” tenía preparado su número. Empezó por encender unas velas y apagó la luz eléctrica, lanzándole antes el respectivo beso cómplice y apasionado. Luego se le acercó para empezar a desabotonarle la camisa, pero Carmelo le dijo que se desvistiese ella rápido, que él lo haría también puesto que estaba muy excitado y quería cogersela de una vez, sin más preámbulos. La hetaira obedeció un tanto irritada por no poder concluir la rutina de precalentamiento que siempre practica, especialmente valiéndose de su hábil lengua y profunda garganta, para enardecer más a los hombres y acelerar así el finiquito de la actividad encima ella, antes de que siquiera intenten arremeter contra su ano. Se acostó en la cama, con las piernas abiertas como una rana, dejándole ver su abultado instrumento de trabajo que, desplegando los carnosos y rojizos labios de la vulva, incitaban al asalto depravado. Agarrándose las tetas y apretándolas una contra la otra, “La Potranca” movió la pelvis en excitantes círculos de deseo. Puki-Puki gateó con impaciencia en la cama hasta colocarse encima de ella y apresuradamente trató de meter su tentáculo sin dirección, sin ni siquiera apuntar, con lo cual la zorrita confirmó la inexperiencia de “éste tipo” y, pensando que éste cliente era ya “pan comido”, le agarró el palo con los dedos índice y pulgar, dándole una ráfaga de “pajasos”, mientras ella misma, sin urgencia alguna, se lo puso en la entrada de su prelubricada caverna con una pomada antimicotica que se había puesto antes de salir a trabajar. El Puki empujó y la mujer sintió su dureza hasta el fondo, exagerando las expresiones de deleite, juntándolas con el, tantas veces practicado, quejido de haber soportado la embestida inicial con placentero y sorpresivo dolor.
-¡Ay! ¡Así, mi amor! Dame duro pero no me hagas daño. Dijo con una rendida, histriónica y melosa voz cargada de lúbrico deseo comercial.
-¡Coño..., cállate... y deja... que... me concentre...! Le contestó entre los resoplidos y los fuertes empellones que le estaba dando a la competente ramera.
Luego de un par de minutos de estar aguantando aquella zurribanda, “La Potranca” consideró que era el momento oportuno para contorsionarse simulando espasmos orgásmicos que causaran la descarga del muchacho que (creía ella) ya estaba llegando al clímax, con lo cual Puki-Puki se aferró con ambas manos a los hombros de la puta, con sus fuertes brazos la dominó más hacia sí y, aumentando la fiereza y la velocidad de las cargas, la trabajadora sexual, por primera vez, empezó a mezclar el placer con los negocios, mientras el sudor los empapaba.
Se dejó de puterías, de profesionalismo a ultranza. Ahora quería una buena cogida, que ese hombre acabase con ella, que la volviese jirones, que le destrozase el vientre y rompió el silencio que le había impuesto su cliente:
-¡Cógeme bien cogida! ¡Machote!, ¡Párteme la cuca! Le exigió como si ella ahora fuese el cliente, mientras lo abrazaba con fuerza y levantaba más la pelvis para gozar de toda la inolvidable energía con que Puki-Puki la vapuleaba.
Debido a todo el salvajismo del coito, sus cabezas estaban llegando hasta el tope de la cama, y ella puso las palmas de sus mojadas manos contra la pared para evitar que también le partiese la crisma. Esa fue su perdición. Puki-Puki iba incrementar la violencia de sus empujes. Con la mujer apoyada así contra la pared, le metió los brazos por debajo de los muslos y le levantó las piernas, agarrándola por las pantorrillas y, arrodillado frente a ella, le hundió repetidas veces su bayoneta y se la retorció dentro de su vagina, como aniquilando al enemigo en un verdadero campo de batalla.
Con una sacudida estertórea de la mujer, el placer llegó al orgasmo y un dilatado, agónico y selvático aullido retumbo en todo el prostíbulo, alarmando a todos y confundiendo a los amigos de Carmelo. Rosa, junto con los tres corpulentos negros que llevaban la franelita negra que decía: “SEGURIDAD”, seguidos por los siete compañeros de farra con sus respectivas putas de turno, corrieron por el estrecho pasillo de los reservados e irrumpieron en la habitación después de darle una sola patada a la frágil puerta y, al encender la luz, encontraron a “La Potranca” arrodillada en el suelo, abrazada a las piernas de “su hombre” ya que Puki-Puki se masturbaba con una mano y con la otra se masajeaba los cojones.
-¡¿Qué pasa aquí?! ¿Porqué gritaste de esa manera? Inquirió Rosa con autoridad gerencial, preocupada por la reputación del negocio, al tiempo que dos de los fornidos agarraban a Carmelo por los brazos y el tercero levantaba a ”La Potranca” del suelo.
-¿¡Es que ahora una no puede disfrutar de un polvito con un cliente!? Contestó con una ingenua pregunta que nunca debió haber hecho.
-¡Estás en horario de trabajo! Le protestó Rosa en seco, como lo hubiese hecho cualquier buen caporal. ¿Y tu?, Señaló a Puki-Puki, ¡Deja de hacerte la paja, muchacho! ¡Aquí el que no acaba se va sin acabar, y la que no hace acabar al cliente, también se va! Sentenció la Matrona, resolviendo así el molesto incidente que alteraba la buena marcha de la empresa.
-¡Coño, cállense y dejen que me concentre! Protestaba el cumpleañero mientras SEGURIDAD 1 le tiraba la ropa para que parase de darse tanto pajón y se vistiese de una vez.
SEGURIDAD 2 y SEGURIDAD 3 sacaron a todos y flanquearon el umbral de la pieza, cruzando los enormes bíceps al lado de los voluminosos pectorales, con cara tensa y mirada asesina, no permitiendo ver a los amigos y otros curiosos y curiosas lo que adentro seguía sucediendo, pero podían escuchar a “La Potranca” implorar que le permitiesen terminar su trabajo. Pero Puki-Puki se fue sin acabar.
III
Después de aquel incidente en el burdel de Rosa, su fama de fornicador insaciable se extendió por toda la pequeña población donde se había criado. Al principio las mujeres lo perseguían y acosaban, luego fueron apartándose de él, bien porque no querían repetir “la experiencia”, bien porque en la medida en que se esparcían los rumores acerca de que su conducta sexual era pervertida y estragaba, física y anímicamente, a cuanta hembra se acostaba con Puki-Puki, ninguna joven “decente” y casadera se le acercaba.
El viejo médico pediatra que lo atendió cuando él tuvo el sarampión y las paperas, que le vacunó contra la polio, y que siempre le recetó unas enormes y difíciles de tragar pastillas polivitamínicas rojas, le diagnosticó una “Anorgasmia” (“pero es que yo no tengo nada en el ano, Doctor”) “que es la ausencia de placer y de orgasmo”. Cerró su Vademécum con solemnidad y sacó de la gaveta de su escritorio un frasco con unas enormes y difíciles de tragar pastillas rojas que, afirmó con científica certidumbre, lo ayudarían al poco tiempo. Al salir del consultorio del anciano facultativo, Carmelo dejó el frasco donde algún mendigo las pudiese hallar y así hizo su buena acción polivitamínica del día.
De camino para la parada del autobús que lo acercaría a su casa, su prima-segunda Josefa, la menor de las primas hermanas de su padre, una elegante, atractiva y jovial mujer en los cuarenta y tantos, pasaba por ahí en su auto y ella lo invitó a subir con la intención de llevarlo a su próximo destino: la cama de la prima Josefa.
Mientras ella conducía por una ruta más larga de lo necesario, Josefa le comentaba lo solitaria que había sido su vida desde que su marido, el primo Augusto, se fue para Barlovento, las tierras ardientes de la costa central de Venezuela, productoras del mejor cacao y de las negras más calientes del mundo, a celebrar las fiestas de Los Tambores de San Juan y nunca más volvió a saber de él. “Y con esa tontería de la compostura que deben guardar las mujeres decentes, ya tengo tres años, dos meses, cinco días y la media mañana de hoy, que nada de nada con ningún hombre”, le soltó así mismo, sin anestesia, la precisión contable del tiempo perdido.
También le recordó que ella misma le limpió muchas veces, con agrado, cariño y ternura, su desarrollada “cosa de hacer pipí”, hasta no hace poco, cuando apenas dejó de ser un bebé, para convertirse en “éste esbelto y buenote macho que llevo aquí a mi lado” comentó dándole unas suaves palmaditas en su muslo y, con la misma, una ansiosa caricia que lo recorrió desde la rodilla hasta la ingle donde se detuvo por unos largos y excitantes segundos. Puki-Puki no era tonto, y estaba entendiendo perfectamente el mensaje (“total”, pensó como dice el dicho popular: “carne de prima también se come”) y, mientras Josefa estaba metiendo el carro en el garaje de la casa donde ella vivía sola con “Dogui”, Carmelo le metía la mano en las entrepiernas y apretaba el puño con firmeza, apretándole hasta los ovarios, quedando el vehículo mal estacionado, no permitiendo bajar completamente el portón.
En las películas gringas, la mujer siempre le pide al hombre que se sirva un trago mientras ella “va a ponerse cómoda”, en este caso, en un relato erótico latinoamericano, empezaron desenfrenadamente a lamerse, manosearse y a desnudarse mutuamente dentro del coche. Los zapatos, los pantalones y la saya quedaron regados por la cocina y el sostenedor de aquellos tiesos y apasionados pechos cayó dentro del lavaplatos. Se quitó el bóxer en la sala y, cuando Josefa vio la rígida verga de Puki-Puki que, con la clara intención de un verdugo, se le acercaba a su trasero, ella dio una carrerita hasta la habitación, se lanzó en la cama y apenas tuvo tiempo de quitarse la tanguita cuando ya el decidido primo estaba encima de ella, abriéndole las piernas con las suyas y le empujó “medio palo”...
-¡Ay! ¡Cuidado primito, que estoy cerradita! Se quejó con ternura y pasión, moviendo instintivamente la cadera para recibir mejor el siguiente empujón.
-¡Coño..., cállate... y deja... que... me concentre...! Le ordenó a la prima mientras le revolvía las olvidadas profundidades de su vagina, restregándole todo lo largo y grueso de su báculo en las paredes de la sensible gruta.
La prima Josefa había sido educada, desde muy niña, por las monjitas del Santísimo Misterio de la Triple Verdad, para obedecer todo lo que el hombre dispusiese, y satisfacer todos los apetitos carnales del marido “únicamente por donde la naturaleza manda”, le aconsejaba Sor Rita. Mientras que Sor Raimunda le enseño que la mujer “decente” debía estar siempre con Dios cuando “tu marido te esté fornicando y no dejarte arrastrar a los bajos instintos que en los hombres abundan.”
¡Al carajo Sor Rita y Sor Raimunda! ¡Que fabulosa cogida me está dando el primo Carmelo! Pensó Josefa mientras llevaba aquella andanada inclemente de vergajazos que la estaban elevando a un paroxismo impío, deleitable y majestuoso como nunca antes había sentido.
Espontáneamente empezó a mover la pelvis acompasando las brutales sacudidas que le estaba lanzando Puki-Puki. Cuando él se lo empujaba, Josefa levantaba el trasero y permitía así que el recorrido del abrasador hierro de su primo le llegase hasta lo más hondo y le ocupase totalmente la cuca y las neuronas con el embriagante éxtasis del sexo pecaminoso que toda monjita debería experimentar para dar mejores consejos en materia sexual. Y cuando él se retiraba para preparar la otra embestida, dejaba caer las caderas y el clítoris recibía una refriega que le crispaba el vientre, le electrizaba la espalda, le erizaba los pezones y la vista y el oído le hacían como a un televisor que le fallaba la señal.
Se hallaban totalmente mojados. Estaban aprisionados en una licenciosa pasión. “Dogui”, el perrito faldero de Josefa estaba nervioso y ladraba insistentemente alrededor de la cama. Carmelo no daba tregua y Josefa ahora se retorcía en un prolongado orgasmo que le empezó en el cuello del útero y le salía por la boca con un sollozado espasmo de gustazo que no se iría nunca más de su memoria.
Mientras a la prima se le descontarían los músculos, Puki-Puki no hacía intervalo alguno, seguía resoplando y fustigando a la acabada mujer que ahora estaba absolutamente relajada. El clítoris, que ya había perdido su erección, le empezó a arder. La baba que manaba profusamente de la vagina, le quemaba y los pezones le dolían con el roce de los velludos pectorales de su primo.
-Ay Puki-Puki, dame más pasito que me esta doliendo. Le rogó Josefa con el aliento que le quedaba.
-¡Coño..., cállate...! Le protestó, al mismo tiempo que la asía con más fuerza e incrementaba la ferocidad de sus cargas.
-¡No... no! ¡Para... para! ¡Que me vas a matar! Exclamó con jadeos de impaciencia. Empujándole débilmente por los hombros y sacudiendo sin fuerza las piernas para tratar de quitárselo de encima.
-¡Primero acabo! Susurró con la respiración y las sacudidas del trasero aceleradas al máximo.
-¡AY!... ¡AY! ¡Quítate ya! ¡ME MATAS! Chilló con las reservas de fuerza que sacó de su instinto de supervivencia.
-¡Primero acabo! Repitió sin bajar la aceleración.
-¡AY! ¡AUXILIO! ¡ME ESTÁS MATANDO! Gritó con dolorosa angustia.
Un proyectil, como del tamaño de una lata de deliciosa cerveza venezolana, partió el vidrio de la ventana y cayó en el centro de la espaciosa habitación donde se estaba consumando aquel descarriado apareamiento y, estallando con aturdidora violencia, silenció para siempre a “Dogui” que no había parado de ladrar desde que su ama empezó con los primeros gimoteos orgásmicos. Casi de inmediato dos seres con armas y armaduras del próximo siglo saltaron por las ventanas ubicadas a ambos lados de la cama, atravesando los cristales; Tres más de estos guerreros del futuro destrozaron el ventanal de la sala y otros cinco comandos derribaron la puerta principal, invadiendo así toda la casa. Cayeron sobre el aturdido e insaciable “sospechoso”, lo sometieron e inmovilizaron allí mismo, encima de la pobre Josefa, que también estaba atontada y en un lastimero estado de “requete-pasada de cogida”. Al poco rato entraron los paramédicos, atropellando con las ruedas de la camilla el cadáver del finado perrito y, aunque la mujer, con enorme vergüenza se negaba a ser transportada, se la llevaron para el hospital, para darle los primeros auxilios y hacerle “la experticia forense”.
Los vecinos (ellos) quienes al escuchar las demandas de socorro y los desgarradores aullidos de su estimada vecina y que llamaron al 911 denunciando lo que en clave sería “un-quinientos-ocho-asalto-con-rehén-en-proceso”, estaban ahora contenidos por un cordón policial, haciendo escabrosas conjeturas acerca de lo que ellos hubiesen querido hacerle que ella no quiso, y que los detectives anotaban con esmerado profesionalismo. El grupo BAI (Brigada de Acción Inmediata), había respondido en dos minutos con quince segundos y al tercer minuto “la rehén había sido rescatada y el intruso apresado”, según rezaba en el informe.
El inconveniente con la prima Josefa ahora si que le catapultó su fama, ya que fue noticia durante varias semanas y, mientras la rueda de La Justicia trataba de aplastarlo, la opinión pública estaba dividida entre calificarlo de maniático sexual o de héroe-macho-vengador.
IV
Decidió entonces meterse de cabeza en la Biblioteca Principal, para buscar material que le ilustrase en algo la travesura que la naturaleza le estaba jugando, ya que en las sesiones en Eyaculadores Anónimos no había podido conjeturar nada al respecto de su caso.
Ayudado por su amigo el “ratón de biblioteca”, encontraron dos palabras clave: “Espermatenfraxis: obstrucción a la eyaculación del semen” y “Espermatosquesis: supresión de la secreción del semen”. ¡Iban por buen camino! Ahora necesitaban saber más y buscar a alguien que les tradujese toda esa parafernalia médico-científica que se encontraban manejando. Contactaron a mi pariente el Doctor André du Saint-Simon quien es la máxima autoridad mundial en el estudio de la eyaculación, ya que ha hecho importantes y esclarecedoras investigaciones en los machos de todas las especies que hay en éste planeta, bien sea de aire, tierra ó mar.
Estaban sumergidos en los textos editados por el Centro Único Latinoamericano de Estudios Eyaculatorios (CULEE), del cual André es Presidente Vitalicio, cuando el chofer del Alcalde llegó con la invitación de éste, para llevarlo a su residencia de campo a una entrevista en privado, y era tan insistente en cumplir con su misión, que prácticamente lo arrastró hasta la limosina y lo condujo hasta las afueras de la ciudad, por un sinuoso camino de tierra y de centenarias caobas, hasta una casita en medio de la nada. En cuanto se apeó del vehículo, éste dio la vuelta y desapareció. Al tocar la puerta, una sensual voz femenina le invitó a pasar.
La mujer del Alcalde, una alocada menopausica que con “los calores” de la edad se le había alborotado la libido debido a un exagerado tratamiento hormonal, conocía muy bien la fama de hipersexual que tenía Puki-Puki, y le ordenó a su chofer que rastrease a Carmelo por toda la pequeña ciudad que su marido administraba, hasta que diese con él y lo trajese ante su presencia. No fue difícil encontrarlo, lo difícil sería seducirlo.
Las gordas nunca pasan de moda ya que siempre es muy placentero sumergirse entre sus acolchadas masas corporales. Lamer y masajear ampulosas tetas, palpar y meterse entre voluminosas nalgas y separar enormes y pesadas piernazas para acceder a las gruesas intimidades de sus generosos vientres. Pero “La Alcaldesa” tenía muchos, pero muchos kilos de sobra. Estaba sentada en un sofá entre cojines tan gordos como ella, vestida con una ligera blusa sin mangas de donde sobresalían dos enormes montañas puntiagudas y con un sayón de lino de pliegues desplegados por la tensión de sus anchas caderas. Se echaba aire con un vistoso abanico Andaluz bamboleando la fláccida carne de su brazo con la intensidad de sus obscenos pensamientos, reflejados en el brillo indecente de su mirada, ahora clavada en su “huésped”.
-¡Hola Pimpollo! Pasa adelante que te tengo la sorpresa de tu vida. Saludó la descomunal mujer mientras pasaba su mano por la papada y la bajaba para masajearse los pináculos de las tetas.
-¡Necesito un trago! Exclamó Puki-Puki, quien era de poco beber.
La mujer, que se llamaba Leticia La Grossa, le señalo el mueble del bar que estaba detrás de ella. Cuando Carmelo pasó a su lado para ir a servirse la bebida, Leticia tomó aire ruidosamente por entre sus dientes y se llevó la mano que no abanicaba al bulto de grasa que tenía por “Monte de Venus” y le dijo con empalagosa lujuria:
-¡Muchacho! ¡Estás más bueno de lo que aparentas en la televisión!
-Gracias, señora. Dijo tímidamente el asustado Carmelo.
-Dime Gorda. Yo soy gorda, y para ti yo soy “¡Tu Gordita!” ¿De acuerdo? Dijo Leticia con un entusiasmo un tanto cursi, tratando de romper el hielo.
-De acuerdo... “Mi Gordita”. Y tu dime Puki-Puki. Respondió el joven un tanto más suelto mientras se preparaba otro trago de “Cuba Libre” (Mucho hielo picado, Ron, un toque de Ginebra, CocaCola hasta arriba, un chorrito de limón, una pajilla y chupe con fruición hasta que le duelan los lóbulos frontales.) (“¡Total!... después del tercer trago todas las mujeres están buenas” Pensó mientras chupaba.)
-¡Bien! Voy a asearme y a disponerme para ti. ¡Para que me hagas el Puki-Puki! Le dijo con visible excitación mientras se incorporaba del diván con inusitada agilidad, lanzando hacia adelante las tetas en dirección a la cara de Carmelo y que le causó una perturbadora incitación a comprobar su firmeza.
-¡Ya va! ¡Ya va! ¿Y cual es “la sorpresa” que me tienes? Le increpó Carmelo ya un tanto envalentonado con el inicio del tercer trago.
-¡Todo esto Papucho! Dijo la enorme mujer abriendo los brazos en cruz y, girando lentamente sobre sí misma, le dio la espalda y levantó el grandioso trasero, dándose unas sonoras nalgadas. Al encararse nuevamente con Puki-Puki lo miró con lasciva desvergüenza, se levantó el faldón y con una mano se frotó las profundidades de sus entrepiernas que no estaban cubiertas por ninguna calza, para luego olerla con una sensual inhalación. “Y esto: una hembra de verdad-verdad, que aguantará todo lo que me des, cuanto quieras y como quieras, y que te va a sacar toda la leche.” Agregó con vehemente impudicia, alargándole el brazo hasta su cara para que comprobase con su propio olfato las bondades de su penetrante feminidad.
-Me huele bien la idea, pero tu eres más fuerte que yo...
-¡Amárrame si quieres! Le interrumpió mientras juntaba sus muñecas y le guiñaba un ojo.
-¡Anda a asearte pues...! ¡Y no te eches nada talco! Condescendió Puki-Puki gracias al relajante efecto del alcohol.
Minutos después, mientras anochecía y el clima refrescaba la casa, reapareció la atrevida mujerona vestida con una amplia túnica de blanca gasa que, con su discreta transparencia, hacía sugestivos los grosores que arropaba, comprobando la natural firmeza de sus voluptuosos pechos. Se sentó en una amplia butaca frente a su compañero. Ahora eran una pareja. La única pareja en varios kilómetros cuadrados.
Leticia lo miró con ternura y, con reverente afinidad como la ganada luego de muchos años de intimidad, le mostró el pomo de Opium que traía consigo... “¿Quieres que me perfume para ti?” le preguntó con sumisa devoción.
-¡No Mi Gordita! Yo te voy a perfumar. Le dijo mientras que, al tomar el frasco, sus pieles se tocaron por primera vez y algo más que la chispa del sexo se les inflamó por dentro.
Cuando con el aplicador del perfume le rozó el cuello, Leticia dio un respingo muy sensual que entusiasmó a Carmelo y ella se fue desabotonando el camisón para que él le reconociese el largo camino entre las grandiosas mamas, las cuales ella se sacó para que él pudiese observarle los vastos y rosados pezones que esperaban el toque erótico del perfume. Sopló hábilmente sobre aquellas aureolas para acelerar el secado de la fragancia y, con la inmediata erección de las puntas, Carmelo se las lamió con exasperante lentitud y parsimonia, entonces algo en sus entrañas empezó a quemarla.
Una cama redonda con un colchón de agua al centro de la habitación les invitaba a regodearse incansablemente. Leticia se quitó el camisón abriéndolo sobre sus hombros, dejándolo caer al suelo alrededor de ella. Abrió los brazos en cruz y lentamente giró dándole la espalda a Puki-Puki, como anteriormente lo había hecho mostrándose y ofreciéndosele. Avanzó hacia el lecho y gateó hasta el centro del mismo en donde clavó los codos, apoyó la cabeza en una almohadita y abrió lo más que pudo sus rodillas, desplegando las esponjosas caderas y dejando ver así su gruesa vulva y el orificio anal al separarse las orondas nalgas. Con un rítmico pero primitivo movimiento de su extensa espalda y de sus grupas hizo ondular el colchón, haciendo el llamado de cópula al macho y éste fue hacia ella.
Frotó, palmeó y saboreó aquellas posaderas y todas las carnosidades que le afloraban, haciéndola retorcerse de placer con las delicias del preludio. Sintió el sabor de la gloria cuando la enhiesta vara de Puki-Puki se restregó con los labios de su vulva, y encontró la entrada a sus entrañas, por donde la penetró con toda solidez, sin pausa ni retroceso hasta que sintió un nudo en la garganta. Las manos de Carmelo no eran lo suficientemente grandes como para agarrar, sujetar y atraer para sí con total firmeza las caderas de la mujer mientras le hacía el “puki-puki”, pero él aprovechaba el ondular del colchón para hundir su asta con más saña de lo que la gorda se esperaba. El oleaje de la cama iba en aumento y la excitación también. Leticia sentía que la agresividad de los ataques se incrementaban. Se llevó una mano a su pubis, buscó el clítoris y se frotó con fuerza, sobreviniéndole un silencioso orgasmo que le contrajo los músculos de su canal amatorio, sintiendo así mayor aún la insaciable virilidad de quien desde hace mucho tiempo le estaba batiendo, desde el trasero, todos sus meollos.
Puki-Puki se lanzó hacia atrás interrumpiendo el coito. Agotado, gimiendo y masturbándose, quedó tumbado a un lado de la resistente mujer, quien puso su gruesa mano, con sus regordetes dedos, alrededor de la mano que él batía con enajenación, acompasándole en el delirio y empezó a lamerle el escroto. Poco a poco le llevó la vigorosa mano hasta su carnoso “Cerro de Venus” para que él le sacudiese sus entrepiernas y quedó ella sola masturbándole, como abanicando su palo y, lengüeteando entre las ingles, chupaba y besaba, con los ojos abiertos, el sobreexcitado glande esperando poder capturar el primer chorro de leche que le soltase Carmelo. Había mucho movimiento sísmico pero el volcán no erupcionaba.
Con un precario equilibrio sobre el ondulante y líquido sustrato en que se hallaban, la gorda lo montó dándole la espalda e, introduciéndose el inapagable leño, lo sometió a una zarandeada tal, que solo la capacidad amortiguadora del agua evitó que aquellas poderosas caderas lo destrozasen con el meneo. Con una mano le masajeaba las bolas mientras que con la otra se restregaba el clítoris y otro orgasmo le sobrevino con más fuerza que el anterior, estrangulando poderosamente al insaciable instrumento de Carmelo, pero no sintió algún líquido caliente en sus profundidades. Estaba lejos de darse por vencida y pensó en aplicarle la técnica de “La Mamada Ventrílocua” de tanto éxito hasta con su indiferente marido.
Se desencajó la sólida columna fornicadora y arrastró su enorme trasero por el pecho del recuperado Carmelo, que ya había estado media hora pasivo debajo de ella, y le puso el mejillón en la barbilla con el evidente deseo que se lo succionase, acto que inició raudo y veloz con especial canibalismo. Leticia se echó hacia delante pasando los enormes senos a ambos lados de la cintura de Puki-Puki y se dispuso a tragarse su virilidad hasta las cuerdas vocales para luego hacerlas vibrar y llamar, con la resonancia que provocaría, a los espermatozoides del muchacho. Se zampó la mitad de la méntula en un solo envión, pero el glande llevaba oculto un vello púbico que le molestó la campanilla, obligándole a retraerse provocando en ella las ganas de carraspear. Y tosió.
Tosió de nuevo y a la tercera vez se le escapó una sonora flatulencia que retumbó en la cara de Carmelo, ocasionándole un fuerte espasmo con el que arqueó la espalda levantando todo el peso de Leticia, y un rugido agónico, de espanto, ante una sensación desconocida, anunció el salto de un potente chorro de gruesa y ardiente esperma que le escaldó la cara, la papada y el pecho a la sorprendida mujer. Rodó a un lado verificando el reguero de semen que había dejado el desfallecido muchacho.
-Otro, tirame otro. Dijo Puki-Puki cuando pudo hablar.
-¿Qué te tire qué, mi pimpollo? Le preguntó con dulzura mientras se esparcía los humores de su amante por el cuerpón.
-Que me tires otro peo en la cara. Le contestó con alegría, haciéndole un gesto apremiante para que se incorporase sobre su rostro.
La gorda complacientemente se sentó en su cara desde donde, mientras recibía una excitante penetración lingual y veía como Carmelo se masturbaba, pujó retorciendo sus intestinos hasta que una importante ventosidad le dio justo en la nariz y al instante un proyectil de semen saltó directo a las tetas de la gorda, cuyo impacto le provocó una contracción vaginal que de haber tenido algo allí metido lo hubiese destrozado, agarrando solo la punta de la lengua del profuso semental.
Descubrieron así la sonora manera de que Puki-Puki le diese todo el semen que ella requería para contraer su vagina con poderosas palpitaciones de su músculo amatorio. Y durante muchas y prolongadas sesiones de gratificante concupiscencia se lanzaron gases y esperma en el clímax de la abundancia orgásmica.
V
Años después, al día siguiente del funeral de Leticia La Grossa, su amante y saciadora insaciable, quien falleció de una sobredosis de garbanzos con cerveza, Puki-Puki regresó al burdel de Rosa. No la encontró. En su lugar, regentando el lupanar, estaba “La Potranca” quien, luego de muchos hombres y con muchos kilos encima, se encontraba semi-retirada del oficio más antiguo debido a que, además de una bronquitis de fumadora que no paraba de toser, ya no era demandada como antes, y eran sus amigos a quienes ella hizo licenciosos favores, los que ahora le hacían el favor de alquilarla por mucho menos de lo que se tazó en sus mejores tiempos.
Al verse de nuevo, desde aquella inconclusa noche de farra, se excitaron irrefrenablemente y, caminando por el pasillo de los reservados, él le agarró el culo y, junto con la risita, ella tosió más duro y se soltó un peo que hizo caer a Puki-Puki de rodillas.
EPILOGO
A pesar de que la vida sexual de Puki-Puki había estado muy activa desde sus primeras e inconclusas masturbaciones y de que fornicó con muchas mujeres (y medio matado a varias), la relación sexual propiamente dicha, aquella fascinante mezcla de deseo carnal y pasión sustantiva, aquel sentimiento que mueve a desear el bien de la persona con quien se compenetra, así como su posesión o identificación con ella, que es una realidad humana fundamental, que origina el deseo y se transforma en gozo. Esa clase de vida sexual Carmelo no la había vivido. Y nadie sabe cómo, cuando y con quien será su real iniciación.
FIN
Nota: El presente articulo ha sido publicado por:
*Philosofic Eyaculation Organzation (PEO).
*Centro Único Latinoamericano de Estudios Eyaculatorios (CULEE).
*Centro Universal de Capacitación Anatómica (CUCA).
Esa es la palabra para describir tus cuentos, porque nadie te supera. Todos los detalles que añades a cada historia, le dan el sabor sin hacerla vulgar. Eres lo máximo!!! Espero leer más historias tuyas pronto.