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"El comienzo de mis relaciones con una madura que vuelve a conocer lo mejor del sexo"
Una decisión cambió mi vida. Fue un instante en el que resolví deslizar mi mano por las piernas de esa mujer tan deseable que tenía a mi lado. Me costó, podía haber recibido una negativa, un insulto o un golpe. Pero no, mi mano continuó acariciando las piernas hasta terminar en su tanga. Escuché un suspiro que me transformó, pasé de ser un joven tímido que apenas tenía dieciocho años a creerme un superhombre omnipotente. El suspiro de Silvia se convirtió en un gemido cuando comencé a masturbarla por encima de la tela de su bombacha.
La historia empezó algunos años antes. Silvia era vecina nuestra todos los veranos en la costa Argentina, más precisamente en Pinamar. Ella y su esposo se hicieron muy amigos con mis padres. Pasábamos los días en la playa y hasta algunas noches salíamos a comer afuera todos juntos. Siempre fue muy simpática y cariñosa conmigo y yo la pasaba muy bien con ella. La veía como una especie de tía. Un verano ni ella ni su esposo estuvieron. Extrañado, le pregunté a mis padres y me dijeron que se habían separado, que no sabían más que eso. No me fue indiferente la noticia. Me di cuenta que un poco la extrañaba. Yo recién había cumplido quince años y toda una explosión corporal a flor de piel. Muchas noches cuando no podía dormir se aparecía la imagen de Silvia con su pelo negro, su diminuta biquini, y sus pechos que parecían explotar, y terminaban todo en una buena paja.
Pasaron tres años y ya me había olvidado de ella. Tenía amigos en Pinamar y pasábamos todos los días veraniegos en bares y discotecas.
Una temporada de verano Silvia volvió. La separación no le había hecho bien, había engordado y parecía haber envejecido diez años. Su nuevo vestuario contrastaba mucho con la sensualidad de aquellos años. Cuando me vio pegó un grito de alegría. Por un instante la vi rejuvenecer.
No lo puedo creer- dijo. Pero estás hecho todo un hombre.
Yo sonreí tímidamente. Era verdad. Estaba más alto, mas estilizado y con muchas horas de gimnasio y deportes.
Mi madre insistía que este más tiempo con Silvia que con mis amigos. Me decía que la charlar un poco conmigo la iba a sacar un poco de su depresión.
Los primeros días Silvia apenas iba a la playa. Ya no era la tía postiza que siempre estaba de buen humor y que se la pasaba haciendo bromas. Solo un rato a la mañana se venía con nosotros a la carpa que alquilábamos a tomar unos mates. Yo la invitaba a jugar a las cartas un rato y cuando terminábamos las partidas y su rostro volvía a cambiar. Volvían a aparecer las arrugas y su desánimo. Yo todavía la encontraba deseable, especialmente sus tetas grandes que ahora las tapaba más.
Faltaban cuatro o cinco días para terminar el mes. Nos levantamos temprano con mis padres. La noche anterior llovió y nos acostamos no muy tarde. Mientras desayunábamos Silvia tocó el timbre. Tenía un semblante fatal. A su palidez y a las ojeras se le sumaban unos fuertes estornudos. Nos pidió si le podíamos comprar algunas cosas de la casa y unos remedios para la gripe. Después del mediodía ya tenía todo lo pedido. Toque timbre y ella me recibió con una bata que parecía ser de su bisabuela. Ese día no me invitó a pasar. Solo me dio las gracias y puso la mejor sonrisa que pudo.
Otro día de lluvia y el sol que no volvía. Mis amigos ya estaban todos en Buenos Aires y los planes para ese día se tenían que limitar a ver alguna película en la videocasetera. Mi mama me insistió en que le toque timbre a Silvia a ver si necesitaba algo.
Cada vez la veo peor a esta chica- dijo.
Después de comer fui a ver como estaba mi vecina. Me recibió con la misma ropa que el día anterior, pero al menos su rostro había cambiado bastante.
Que alegría verte niño.
Quería saber cómo estaba mi vecinita.
Aquí me ves, una piltrafa.
Vos siempre te ves esplendida - dije, quizás exagerando un poco pero también pensando en aquellos recuerdos cuando era la mujer más deseada del balneario.
Hablamos de todo un poco. Apenas, y muy por arriba, dijo algo de su divorcio.
La lluvia paró y enseguida salió un poco el sol. Merendamos café con unas galletitas y seguimos conversando. Yo le conté que hasta hace poquito había estado de novio. Fue una relación un poco insulsa. Le dije que terminamos rompiendo porque a la relación le faltaba pasión.
No pareces que fueras un chico desapasionado.
No sé, la verdad que yo tampoco lo creo – contesté.
Nos reímos.
Abrió bien las piernas invitándome a algo más. Empecé a besarle los pies y continué por sus piernas hasta llegar a la entrepierna. Corrí la tela, mi lengua jugueteo lentamente su concha que ya empezaba a humedecerse bien. Silvia suspiraba. Empezó a decirme repetidamente: si, pendejo, si pendejo chúpame. Ese pedido me calentó más. Comencé a lamerle la concha sin respiro. No podía creer que tuviera a la vecina que había deseado hace algunos años en su cama y chupándole la concha con desenfreno. Se desnudó la parte de arriba y se tocaba los pechos. Sin dejar de lamer amase una de sus tetas grandes. Ya estaba imaginando poner mi pija entre ellas. Algo que nunca había hecho y que me calentaba mucho cuando lo veía en una película porno. Como pude yo también me desnudé. Me puse de pie y Silvia contemplo mi sexo. Fue una mirada de excitación y de incredulidad.
Pendejooo que pija enorme que tenesss gritó Silvia.
Cuando se abalanzó desesperada a chupármela supe que iba a ser mía para lo que quiera y como quiera. Fue ese instante que ambos nos transformamos. Silvia no dejó de chuparme. Lo hacía con delicadeza y vehemencia. Estaba por acabar y saque la pija de su boca y la lleve a sus tetas. Ella sonrió y escupió un poco para lubricarla bien. Ese roce de mi pija con esas tetotas soñadas era indescriptible. Con frenesí cogí esas tetas como si se me estuviera yendo la vida. Pendejo dame toda tu leche me ordenó ella. Yo le hice caso. Toda mi libido explotó en sus hermosos pechos. Silvia se refregó los pechos llenos de semen y se los paso por su boca. Que rica lechita amor, me dijo con su voz más sensual.
Descansamos un rato. Silvia sonreía y me decía que no podía creer lo que había pasado. Parecía emocionada. Todavía sigo muy mojada pendejo, que hacemos? No sé si contesté. Solo lo hicimos, cogimos hasta desmayarnos, en todas las posturas imaginadas.
Ya era casi la medianoche. Mis padres seguro que estaban preocupados. Cuando nos despedimos Silvia me dio un beso y me dijo: a partir de ahora soy toda tuya…
Continuará
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