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Categoría: Gays

El que sigue

Tenía cita para dar rienda suelta a los placeres de la carne. El encuentro fue retrasándose por uno u otro motivo, pero más que nada –tal vez—porque no se había aclarado todavía el papel que jugaríamos cada uno y que había quedado flotando a la deriva.

Ese mismo día, no obstante, quedó señalado que haríamos el intento de una acción que no parecía encajar con la masculina apariencia de Fernando, quien manifestó su desencanto al saber que yo hubiera preferido lo contrario.

Ante mi declaración y todas las anteriores por teléfono aún, de que su apariencia lo ubicaba en un plano de macho activo, Fernando se apresuró a comentar que esa era precisamente “su cruz”. La foto de su perfil mostraba a un joven alto (confirmó 1.91 de estatura), peludo de pies a cabeza, esbelto y de facciones finas pero masculinas y en verdad atractivas.

La hora del encuentro se aproximaba… Llegué con algunos minutos de retraso. Fernando esperaba arrellanado plácidamente sobre un cómodo asiento de piel sin que se hubiera percatado que me aproximaba yo por la retaguardia. Cuando estuve cerca de él lo llamé por su nombre y se levantó como un resorte. En efecto, era un tipo alto, mucho más corpulento de lo que lucía en su foto y para mi desgracia, obeso de las caderas hacia abajo.

Me saludó sonriente y con efusividad. Él mismo aludió a su gordura y comprendí que me había mentido al enseñarme una fotografía que no correspondía a su apariencia actual, pero sí de tal vez algunos años atrás cuando no había alcanzado todavía el deplorable nivel de ahora. Su aspecto, más que intimidarme, resultó decepcionante porque no sabía a ciencia cierta lo que haría con glúteos descomunales y cuyo peso terminaría por aplastarme.

Hubiera sido fácil apartarme, retirarme, pero no lo hice porque Fernando era un chico agradable, y además ya me había preparado al tomar un estimulante para enfrentar la eventualidad de sexo con poco o nulo atractivo.

Mi propio desencanto tal vez no fue manifiesto, pero Fernando podría haberlo captado, temí. Salimos del centro comercial para abordar su auto. Yo debía retirar efectivo de un cajero automático y luego iríamos rumbo a casa. Fer se percató que habría que volver para pagar el importe del estacionamiento pues había rebasado el límite para salir sin tener que pagar. Para ahorrar tiempo, convenimos en que yo me adelantaría y él me recogería al frente, a la entrada del importante supermercado dentro de un área de comercios.

Efectué el retiro y luego me aposté en el lugar convenido, pero terminé por desesperarme. Fer no apareció en media hora y no había duda de que, o se había arrepentido o algo malo le había ocurrido. Regresé a buscarlo pero no lo encontré. Mi teléfono portátil había dejado de funcionar así que no recibiría llamada de su parte o mensaje ni podría recibirlo del mío o de ninguno porque no contaba con sus datos de memoria. La desaparición de Fer, lejos de incomodarme me produjo alivio. ¡De la que me había salvado! El autobús que me llevaría a casa parecía un rescate ambulante y lo abordé con verdadera alegría, como si fuese un náufrago. De cualquier manera advertí que no me convendría desperdiciar el efecto de un medicamento tan costoso y cuyo efecto sería desaprovechado. Tendría todavía cinco o más horas para aprovecharlo.

Recordé que había acordado otro encuentro para la mañana del día siguiente, pero concebí la posibilidad de adelantarlo para esta misma noche si mi compañero en perspectiva estaba de acuerdo.

La ocasión la pintan calva y esa fue precisamente como la concebí. Humberto, “Beto”, aseguró que le convendría mejor encontrarnos esta misma noche en lugar del día siguiente. Para que lo reconociera sugerí que vistiera la ropa que lucía en su perfil, de ser posible. Estuvo de acuerdo…

A diferencia de Fernando, Humberto era esbelto, agradables facciones de un chico indígena de ojos negros expresivos y cabellera muy azabache pero rala. Pregunté con temor “si no me asesinaría” y su respuesta fue inesperada: “Pues sí lo deseas…” Su habitación era sencilla, baño compartido para varios cuartos como el suyo, pero contaba con una cama cómoda y un potente ventilador que no dejó de aliviar el calor de esa noche, y de la calentura sexual.

Beto lucía triste, pero atractivo. Me gustaba… Tan pronto llegamos a su habitación, procedió a desvestirse. Luego preguntó tímidamente si no haría lo propio y respondí que lo hiciera por mí. No había terminado siquiera de decirlo cuando procedió a quitarme la ropa hasta quedar completamente desnudo. Me observó detenidamente y para no excluirse del halago, aseguró que los dos estábamos bastante “fornicables” todavía.

Me manoseó sin misericordia y también incorporó su boca, labios y lengua en la tarea mientras yo me masturbaba y emitía gemidos que ahogaron la humilde habitación cada vez más y que enardecieron a Beto para enseñarme un poderoso miembro con glande grande. Tras una exaltada y minuciosa lubricación de mi palpitante cavidad, lo dejó resbalar hacia dentro mientras mis gemidos lo obligaron a taparme la boca con su mano de manera decidida para acallarlos de una vez por todas.

Por fin, después de entrar y salir descargó su esperma con gritos ahogados mientras me masturbaba. Antes de eyacular, Beto se apoderó de mi miembro con la boca y mamó la verga hasta que descargué mis fluidos internos agitado, muy agitado… Beto succionó con fruición y luego advertí que tragó mi esperma sin dejar una sola gota afuera. Beto confesó que era la primera vez que había probado una emisión dulce, como si fuera pulpa de fruta. Acepté que mi dieta excluía la sal y que más que vegetariano era frugívoro. Lo celebró mucho…

Era ya de noche y Beto me invitó a quedarme en su casa. No tenía que irme. Hacía tiempo que no dormía con nadie y mucho menos la posibilidad de pasar una velada romántica abrazados. Me fui quedando dormido hasta que la enhiesta masculinidad de Beto había despertado con mi contacto otra vez. La inserción anterior había adolorido el área, pero Beto deseaba castigarme una vez más y aunque el lubricante se había agotado, su saliva lo reemplazó. Gemí otra vez y Beto se encendió más para ensartarme por segunda ocasión. Lo tenía frente a mí y pude observar el momento en que el grueso glande rompió la débil barrera que opuse al contraer el esfínter. Después entró y salió tantas veces como quiso hasta que poco a poco, los embates cada vez más acelerados anunciaron el inminente orgasmo. Beto se quedó dentro de mí como si su verga sondeara mi cavidad de un lado a otro hasta que finalmente alivió mi afiebrado culo extrayendo su para entonces debilitado mazo que si bien cubierto por el condón, estaba bañado en su propio jugo.

Conciliamos el sueño por un corto tiempo hasta que el alba inundó la habitación. Abracé a Beto, pero advirtió que debía partir. Sin embargo, primero atisbó por la ventana –mientras me vestía—para asegurarse de que pudiera salir sin que nadie me advirtiera tan pronto estuviera listo.

Una vez en la calle, y luego a bordo del autobús urbano que me devolvería a casa, me convencí por segunda ocasión que era muy cierta la sentencia popular: “A la ocasión la pintan calva”. Todo había salido a pedir de boca.

FIN
Datos del Relato
  • Autor: Rojo Ligo
  • Código: 21227
  • Fecha: 25-06-2009
  • Categoría: Gays
  • Media: 5.62
  • Votos: 47
  • Envios: 0
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
José Pérez 65
invitado-José Pérez 65 26-06-2009 00:00:00

y qué pasó con Fernando? no lo viste más? no lo cogiste?

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