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Categoría: Maduras

El puto erasmus

- Luis, me voy a Austria con el Erasmus.- le dije a mi amigo.- Por eso te quería pedir tu bicicleta.



- Vale, Alejo, pero me debes un favor y me la cuidas que la tengo aprecio, mucho, más que a tu vida.



Ese fue el procedimiento que me había permitido disfrutar de los carriles bici de aquel país. Era caro, pero me buscaba algún curro de vez en cuando que me permitiese sufragar mis gastos. El resto lo pagaba con lo que sableaba a mis padres y la miseria de la beca. En fin, con mi pésimo alemán –había aprendido algo en el verano- me chapurreaba con la gente y con ayuda del inglés sorteaba los exámenes.



No era tan caro como me imaginé y la bici me ahorraba el transporte público.



Todo comenzó una tarde que salía de la biblioteca de estudiar, era invierno y allí para un español del sur hace mucho frío, con mayúsculas. Por lo tanto, mi energía a la hora de pedalear era increíble un relámpago en el carril bici. Iba por mi carril cuando pensé que acortando por los callejones de un bloque de pisos llegaría antes a mi apartamento.



Miré a los lados por si había algún guardia, los cuales según me habían dicho eran bastante quisquillosos con cualquier cosa y, como no vi ninguno, me animé como si fuese un crío que va a hacer una travesura. Pronto vería que las travesuras tienen castigo pues noté una sombra al final de la calle y giré la cabeza hacia esa sombra que dejaba atrás dejando de ver al tipo que embestí. No pude ni pedir disculpas pues tres pares de brazos me agarraban y me empezaban a dar palos hasta en mi pasaporte. Pero como Dios aprieta pero no ahoga, la sombra resultó ser un guardia que me siguió al callejón y, al verlo, mis nuevos amigos  salieron huyendo. De esto me enteré un rato después, pues yo sólo noté que me dejaron de atizar y, pocos minutos después la voz de un hombre, el guardia.



Me llevaron al ambulatorio más cercano y allí me limpiaron las heridas. Algunos morados de los golpes y un corte en una ceja, nada grave. Finalmente, el guardia me explicó lo ocurrido en inglés, afortunadamente, porque mi alemán era todavía muy flojo como para una historia tan complicada.



Al parecer, dos mujeres estaban en un coche y esos sujetos las sacaron del coche e iban a violarlas. Cuando ya las habían llevado al callejón, yo embestí al cabecilla del grupo y me empezaron a linchar entre todos, pero el guardia que me vio saltar a la acera e ir muy rápido se acercó para reprenderme y los asaltantes huyeron. El caso es que las mujeres y el guardia habían supuesto que yo las oí gritar y había intervenido arriesgando mi vida para salvarlas. Era todo un héroe y no lo sabía, vaya.



Luego, me dijo que las mujeres querían hablar conmigo y se despidió para continuar con su trabajo. Entonces, pasaron a la habitación dos hermosas mujeres. Una rubia de ojos azules, tez pálida y labios sonrosados, era alta y delgada, con pechos firmes y larguísimas piernas. A su lado una pelirroja de ojos verdes, piel pecosa y labios rojos, más baja que la rubia quien medía algo menos de metro ochenta, ella apenas superaría el metro setenta. Era más voluptuosa, sin ser gorda, sus pechos grandes como dos cocos y sus anchas caderas eran una locura. Debían rondar esa edad en las mujeres que va de los veintitantos a los treinta y pocos que, para un bruto como yo, es difícil de identificar.



En cuanto a si eran guapas o no, pse, es relativo y bastante subjetivo. No sé si le pasará a otros hombres o soy un ejemplar único, pero las mujeres extranjeras me resultan más atractivas por el simple hecho de ser extranjeras. La dulzura y femineidad de las mujeres de Asia, la fogosidad de las mujeres negras de África, la gélida belleza de las mujeres escandinavas o la exótica belleza de las mujeres indígenas de Oceanía. Puede ser sólo la búsqueda de nuevos genes para combinar con mi ADN o un capricho de mi mente enferma, no lo sé. El caso es que ahora mismo no sabría decir si todavía las veo con los mismos ojos que aquel día, pues con la costumbre y el contacto los defectos se agrandan, mientras que con la lejanía desaparecen y queda una imagen idealizada.



Bueno, no me extiendo más y continúo con el relato. Yo estaba como bobo mirándolas y ellas me dieron las gracias en alemán. Charlamos, bueno, ellas charlaron y yo chapurreé. Me contaron que habían tenido mucho miedo y que querían agradecérmelo. “Pagádmelo en carne”, susurré en español a sabiendas de que no lo entenderían. Ellas hicieron gestos de no entender y continuamos con la conversación. Se ofrecieron a acercarnos a mi bicicleta y a mí a mi apartamento. Por cierto, afortunadamente, la bici salió mucho mejor parada que yo, porque de no haber sido así, habría muerto de la paliza que me hubiese dado mi amigo Luis a mi regreso a España, jeje.



Por el camino les comenté que era estudiante de España y que vivía en un apartamento. Me quejé, como de costumbre, de lo caro que me resultaba el alquiler y de mi trabajo en el restaurante, a eso sí que llegaba mi alemán. Ellas se miraron, perfecta sincronización piloto-copiloto, yo iba como los niños buenos detrás, y me ofrecieron alojamiento en su casa y un trabajo mejor pagado, con menos horas y con flexibilidad horaria. Yo pensé que sería broma o algún compromiso e hice el amago de rechazarlo, pero ellas insistieron y dirigieron el coche a su casa.



Llegamos y me encontré con una casa de dos plantas con jardín. Una especie de chalet a las afueras. Vaya debían ser dos niñas bien, pero no entendía que viviesen juntas pues no parecían ser hermanas. Por lo visto, el trabajo sería encargarme del jardín, la piscina y cualquier arreglo de la casa, a cambio, tendría casa y comida gratis. Era un buen trato. Tras pensarlo un poco e insistirme ellas diciendo que se sentirían más seguras conmigo en la casa, vencí mi timidez y acepté. Traje mis cosas y me establecí en un dormitorio de la casa ellas compartirían el otro dormitorio.



Martha, la rubia, era abogada en un bufete de la ciudad y Laura, la pelirroja, era maestra en una escuela infantil. La verdad es que estaba muy a gusto porque ellas se encargaban de cocinar y limpiar, cosas que no me agradan mucho, y yo sólo me encargaba de las chapuzas de la casa e ir a por las compras al supermercado. Estaba en la gloria tras dos días en aquella casa.



Sin embargo, una noche, me desperté sediento y se me ocurrió bajar a la cocina a por un vaso de agua a la cocina. La casa se distribuía con un salón, una cocina y un aseo en la primera planta, dos dormitorios y un baño en la segunda planta y, en la tercera planta una buhardilla-trastero. El caso es que cuando salí pasé por delante del otro dormitorio que tenía la puerta entreabierta. La verdad, nunca lo había visto, yo pensaba que habría dos camas, pero había una de matrimonio. Sin embargo, eso no fue lo que me llamó la atención, lo que me dejó de piedra, fue la escena más caliente que jamás habría imaginado ver el la vida real, era algo propio de las películas guarras que me prestaba mi amigo Luis. Dos cosas pasaban por mi mente, algo así como en una dualidad onda-partícula, esa parte de mí que es persona (Neng) decía “claro, son lesbianas.” y esa otra parte de mí que es animal ardía con la escena y percibía la tremenda erección que se fraguaba en mi pantalón.



Gracias a la luz de la luna llena que entraba por la ventana y daba en la cama pude verlas como en una película en blanco y negro, Laura reposaba sobre la cama con sus pezones enhiestos sobre sus turgentes pechos que eran besados, mordidos y acariciados por Martha. Poco a poco, Martha fue bajando mientras besaba su abdomen hasta su húmeda entrepierna donde degustaba entre los muslos de Laura las mieles que su grieta derramaba. Laura gemía presa de una profunda excitación y yo ardía, todavía podía retener a la bestia con la que comparto la existencia.



Tras saciar su sed, Martha continuó por los muslos de Laura hasta sus pies donde se entretuvo acariciándolos y chupando los deditos de sus pies. Luego, Laura se dio la vuelta y Martha subió por sus piernas hasta su trasero, lo masajeó con fuerza y le dio varias nalgadas.



Imaginaos como estaría yo, sólo tenía dos posibilidades: me la empezaba a menear o no me iba a poder controlar y las asaltaría. Opté por la primera opción, pues era un invitado en aquella casa. Se besaron y Laura comenzó a besar el cuerpo de Martha quien se retorcía de placer. Cuando Laura llegó a la gruta de Martha introdujo poco a poco dos dedos de su mano derecha, mientras frotaba con su mano izquierda la entrada. Lamía y movía sus dedos, provocando estertores en el cuerpo de su rubia compañera.



Yo me había corrido varias veces en el pasillo con el espectáculo, pero no podía evitar tener una erección tras otra. Cuando el espectáculo acabó con las dos exhaustas una sobre la otra, me fui a mi cama donde dormí como un bendito.



A la mañana siguiente, mientras desayunaba, no pude dejar de percibir unas sonrisas pícaras entre ellas y como me miraban mientras comía. Probablemente, se debía a su noche de placer, pero no podía dejar de darle vueltas a la posibilidad de que me hubiesen visto. Después estaba el hecho de que eran lesbianas y que, si me hubiesen visto me lo habrían dicho e inmediatamente me hubiesen echado. No, probablemente, no me habían visto y sólo estaban sexualmente satisfechas.



Estaba en clase y las dudas me seguían atosigando, bueno, el que no me enterase de lo que el profesor decía ayudaba bastante. Hasta que llegó la hora de volver, entré en la casa y todo seguía normal. Me saludaron como siempre, almorzamos como siempre y me relajé en el sofá del salón. Ellas se sentaron dejándome entre ellas, pero pensé que querían ver la tele. Sin embargo, Martha comenzó diciendo:



- Bueno, Alejo, anoche te vimos, nosotras, a ti también.- mi sangre se heló y mi corazón pensé que se había detenido para siempre.- Ahora sabes que somos pareja; en realidad, no nos importa que nos hayas visto. Lo que te queríamos decir, más bien, proponer es…



Verás, nosotras queríamos tener un hijo y por ello íbamos a recurrir a la inseminación artificial, la duda era cual de nosotras se iba a someter al tratamiento. Pero anoche, estuvimos hablando y pensamos que…



- Verás, tú nos atraes, a pesar de ser hombre -ninguna de las dos ha estado jamás con uno- y pudimos ver, por las manchas en el pasillo, que no te resultamos indiferentes.- la interrumpió Laura.



- En resumen,- atajó Martha- te queremos pedir que te acuestes con nosotras hasta que dejes a una embarazada. Además, como nos vamos a ahorrar mucho dinero respecto a la clínica, te daremos una prima de quince mil euros si dejas a una embarazada. ¿Qué te parece?



Yo no sabía que decir, sí, estaban muy buenas, yo siempre ando con ganas de sexo, pero dejar a una mujer embarazada y, lo que es peor, por dinero. Esas dos me iban a utilizar. Si me lo hubiesen dicho cuando tenía dieciocho años hubiese sonreído con la idea, pero ahora, era cosa de meditarlo y así se lo hice saber. Me fui a dar un paseo y junto al río medité sobre ello hasta que decidí que no lo haría, eso superaba mis escrúpulos. Volví para darles a conocer mi decisión y, al abrir la puerta, noté la calefacción un poco alta. Laura apareció detrás de mí y tapó mis ojos con sus manos. Me dijo que cerrara los ojos y le seguí el juego. Comenzó a masajear mi espalda tras quitarme el abrigo, hasta que me dijo que abriese los ojos. Sorpresa, Martha estaba totalmente desnuda a pocos centímetros de mi, es rubia auténtica, fue lo que pensé y, con mi mente ida, ella me estampó un beso en la boca mientras las manos de Laura abrían mi bragueta para buscar mi gusano que con el paisaje y el tacto de Laura se estaba transformando en un rígido ariete preparado para el asalto. Yo no podía articular palabra, cuando me excito, la sangre fluye probablemente a mi otra cabeza y no soy capaz de actuar coherentemente a mis decisiones racionales. Cambiaron de posición y, mientras Martha besaba mi cuello y me abrazaba acariciando mi pecho, Laura se ponía de rodillas ante mi y besaba mi instrumento musical. Por cierto, no había notado, hasta ese momento, que ella había estado todo el rato desnuda, su cuerpo voluptuoso cual afrodita griega, pechos llenos como granadas maduras, esa mirada verde esmeralda con el fondo rojo fuego me hechizaba mientras sus manos y su boca hacían salir mis más graves notas para interpretar la pieza. Ya no podía más, olvidé todo, me lancé sobre Laura y tirados en el suelo comencé a besar, agarrar, sobar, oler, todo su cuerpo. Era un ser irracional, casi no notaba a Martha detrás de mí, acariciándonos y lamiéndonos. Finalmente, enterré mi ariete en la gruta del tesoro de Laura, embestía una y otra vez, agarrado a sus pechos, mientras Laura gemía y besaba a Martha. Tras un rato, me vino una poderosa descarga debido a mi estado de excitación, entonces, me di cuenta de que Martha me había puesto una goma y ni me había dado cuenta.



- Vaya, parece que Laura va a ser la futura mamá.- dijo bromeando Martha.



- De eso nada,- rugí, todavía fuera de mi y me tiré sobre Martha. Ante las risas de Laura.



La verdad es que no podría describir mucho sus diferencias en cuanto a olor o sabor, pues sólo me quedaron vagas sensaciones en la memoria cuando pasé aquella noche sin dormir reflexionando en lo ocurrido aquella tarde. Más que sus diferencias físicas, lo que recordaba era el sabor de la piel y el olor. Laura era dulce, sí, relajante, un aroma embriagador, pero Martha era distinta un aroma excitante y un sabor ¿ácido?, sí, no lo sé, eso pensé cuando me vino a la mente el momento en que me abalancé sobre ella.



No caímos al suelo, la empujé contra la pared y la besé, yo medía unos ocho centímetros más que ella, diferencia que con su calzado se reducía, mientras magreaba su trasero firme y duro, 100% gimnasio. Puse mi mano en su grieta y la noté húmeda. Entonces, la alcé agarrándola del culo y la penetré de golpe, ella se abrazaba a mí con brazos y piernas mientras yo compartía el peso con la pared. Poco a poco, con dificultad, logré comenzar un vaivén unas veces impulsándome la hacía botar, otras era yo el que se arqueaba para penetrarla. La verdad me estaba haciendo polvo, por lo que opté por cambiar y depositarla boca abajo sobre la mesa del salón con su culito en pompa. Durante todo el rato, Laura nos había estado acompañando y ahora sí había sido consciente de que, cuando recuperé la erección, me había puesto otro preservativo.



Continué penetrándola cual semental a su yegua, con las caricias y besos de Laura. Finalmente, volví a descargar y jadeando caímos los tres al suelo.



Ellas habían supuesto que mi respuesta era un sí y yo no fui capaz de negarme. En resumen, al día siguiente, fuimos a la clínica y pasamos los tres un reconocimiento médico. Estábamos todos sanos, sin ETS, y mi espermiograma era bueno. Por lo que en los días siguientes, las semanas siguientes, mi vida era ir a clase y follar como un conejo, con pilas Duracel.



Aunque para ser sincero, yo fui el que más ganó con ese trato, no por el sexo o el dinero, sino porque aprendí a tratar a las mujeres a comprender, un poco, totalmente es imposible, como llegar a ellas y por qué yo hasta aquel entonces no había sido el que ligaba sino que eran ellas las que me ligaban a mí. Aprender que es la mayor recompensa que puede recibir un hombre.



Pero como todo se acaba, mi curso acabó en junio y yo volví a España, con asignaturas aprobadas, con buenos recuerdos y más experiencia, y, por cierto, con treinta mil euros en mi cartilla porque al final se quedaron embarazadas las dos y recibí prima doble.



El curso siguiente acabé la carrera y me surgieron varias opciones de trabajo en varias empresas, saber español, inglés y alemán perfectamente, junto a un título universitario te abre muchas puertas. Pero yo tenía mis dudas.



Una tarde me llegó una carta de Austria, me alegró la tarde, rápidamente la abrí y la leí. Por lo visto, habían dado a luz una Martha una niña y Laura un niño. Querían que fuese a verlos. Por otra parte, me contaban que me echaban de menos, la verdad es que yo también a ellas. Además, Martha sabía de una plaza de ingeniero en una empresa a la que su bufete daba asesoramiento legal y, si me interesaba, el puesto era mío.



Desde entonces, medito la posibilidad de irme a vivir a Austria, supongo que ser un bígamo no debe ser tan malo, a los mormones les va bien ¿no?



Es una dura decisión, que tardaré en tomar.



 



FIN


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
  • Media: 10
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