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El profesor de historia

~~Esta historia empezó hace diez años. Teníamos un profesor de historia más bien gordito. Era joven, de unos veinticinco años más o menos, pero tenía sobrepeso. Con lo cual, todo el mundo se burlaba de él y no le hacían ningún caso. Era un hombre correcto, que nadie se imaginaba cómo era por dentro, pues también era un poco tímido. Debo decir que yo también tenía unos kilos de más, y aunque hacía dieta y mucho ejercicio pues solía ir a clase en bicicleta, nunca conseguía bajar esos kilos de más. Un viernes por la tarde, después de las clases, me quedé en la biblioteca, para terminar un trabajo que nos había puesto Daniel, que así se llamaba el profesor de historia. Para cuando me di cuenta, eran las siete de la tarde, estaba oscuro y jarreaba. También sabía que el profe se quedaba hasta tarde. En cuanto monté en la bici, ya estaba empapada. Unos metros más adelante, paró un coche a mi lado. Era el profesor.

–¿Quieres que te lleve? –me preguntó.

–Se lo agradecería mucho, gracias.

 Metimos la bicicleta en la parte de atrás y nos volvimos a meter en el coche. Estábamos empapados los dos. Yo solamente llevaba una blusa, no llevaba sostén y una falda corta. Al montar en el coche, se me transparentaban los pezones. Vi el deseo en sus ojos y en su bulto que crecía. Y empezó una tormenta terrible. Se fue toda la luz en el pueblo. Él vivía unas casas antes que la mía. Además, yo estaba sola en casa ese fin de semana pues mis padres se habían marchado por algún asunto del trabajo de papá.

–¿Qué hacías tan tarde en la escuela?

–Tratar de hacer el trabajo que nos ha mandado.

–¿Ya lo has terminado?

–No, para cuando me he dado cuenta era tarde y no me ha dado tiempo a mirar un par de cosas.

–¿Quieres entrar en mi casa hasta que pase la tormenta? –me preguntó al llegar a la altura de su casa–. Mientras puedes terminar el trabajo que os he mandado. Ah, y por favor, cuando estemos a solas o fuera de clase, hálame de tú, por favor, y llámame Daniel o Dani –y mientras hablaba, me puso una mano sobre el muslo.

–Está bien –dije tartamudeando un poco más bien por el frío y un poco también por la excitación de saber que su pene había crecido por mí.

 Y entró en su garaje. Para entonces, veía que su pene había crecido bastante. Encendió la luz del coche. Nos volvimos el uno hacia el otro. Debido a mi blusa fina mojada, se me veían los pezones que los notaba duros, en parte por el frío y en parte por la excitación. Y Daniel también estaba totalmente excitado, aunque antes de ponerme la mano encima me hizo un gesto con la cabeza como preguntándome si podía. Yo, sin decir nada tampoco, me acerqué a él. Puso sus manos sobre mis pezones mientras empezábamos a besarnos. Después de un rato, salimos del coche, pues allí estábamos incómodos. Subimos al piso y allí sí que me abrazó y volvió a besarme golosamente. Una de sus manos seguía acariciando mi espalda y la otra había bajado ya a mi sexo. Separó con un dedo las braguitas y empezó a acariciar mi rajita. Eso me puso a mil. Instintivamente, abrí la bragueta de su pantalón y saqué su pene enhiesto. Ya no aguantábamos más y nos quitamos la ropa rápidamente. Una vez desnudos, nos tumbamos en el suelo para hacer un delicioso 69. En el instituto sería más bien tímido, pero haciendo el amor era como un toro. Mientras me comía el chocho y metía sus dedos en mi ano, gemía:

–Qué rico chochito niña, qué rica estás... mmm... así, chupa con fuerza nena, sí... sigue... sigue... tómatela toda, tómate toda mi leche

 Y así nos vinimos los dos en un fenomenal orgasmo. Después, seguimos mamándonos para volver a ponernos a tono. Dani no había dejado de meter y sacar sus dedos de mi culito que ya estaba bastante dilatado. Se dio la vuelta, hizo que me pusiera en posición de perrito y empezó a meter su enorme rabo. Dolía mucho pero consiguió meterla hasta el fondo. Así, se quedó quieto unos momentos. Luego empezó a salir y a entrar y fue la locura. Volvimos a corrernos; después, Dani seguía con el rabo tieso. Me dio la vuelta, me hizo sentar con la espalda contra el cabecero de la cama, separó mis piernas todo lo que podía pasándolas por sus costados y empezó a penetrarme. Lo hacía deliberadamente despacio, muy despacio para que pudiera sentir el roce de las suaves paredes de mi vagina en su grueso pene. Apenas noté el dolor por el hecho de rompérseme el himen. Mientras entraba dentro de mí, mamaba golosamente mis pezones erectos, sin prisa. Entró hasta el fondo y empezó a moverse, lentamente, muy lentamente. Siguió así durante un rato hasta que empezó a aumentar la velocidad. Al final, nos corrimos los dos al unísono.

 Supongo que con tanto trajín, me quedé dormida un rato. Me desperté con su boca en mi chocho mientras tenía su pene pegado a la boca. Me la volví a meter para chuparlo y mamarlo. Después de volver a corrernos, Dani me preguntó:

–¿Tienes que irte a casa? ¿Te llamarán tus padres?

–No hay nadie y no, no llamarán.

–¿Quieres quedarte conmigo toda la noche? O si quisieras, el fin de semana entero. Si quieres, mañana podemos ir a tu casa para que cojas alguna cosa.

–Bueno, me gustaría coger el cepillo de dientes y alguna prenda.

–En todo caso, alguna prenda interior, aunque yo diría más bien que no vas a necesitar nada de ropa en todo el fin de semana. Pienso mantenernos haciendo ejercicio durante todo el fin de semana. ¿Te quedas entonces?

–Sí.

 Dicho esto, cogí su enorme rabo y me lo metí en mi vagina hasta el fondo. Y todo el fin de semana no usé nada de ropa, quitando algún momento. Apenas salimos de la cama excepto para comer y darnos algún baño. El domingo por la tarde, al despedirnos me dijo:

–Quiero volver a repetir, niña...

–Yo también. No sabía que el tímido profesor se volvería todo un león en la cama.

–Sabes que tendremos que disimular en la escuela, ¿no?

–Lo sé. Aunque ya encontraremos alguna forma. ¿Siempre te quedas hasta tan tarde en la escuela?

–Hasta ahora sí, pero podría preparar las clases en casa por la noche. Si te animas, podríamos vernos después de las clases aquí, en mi casa. Puedo salir rápidamente, volver en coche y como tú vienes en bicicleta, te esperaré aquí. Pasamos un buen rato y después vas a tu casa. ¿Qué te parece?

–Genial –le contesté.

 Y así anduvimos hasta que terminó ese curso y el siguiente. Cuando mis padres se iban el fin de semana, yo la pasaba entera en su casa. Cuando entré en la universidad, empecé a salir con él abiertamente. También probé con un par de chicos de la universidad, pero mi Dani era el mejor. Tenía el pene más grande de los tres, y era él el que me ponía a mil. Y así seguimos juntos después de diez años. Tenemos dos hijos, pero no nos hemos casado.

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