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Categoría: Confesiones

El principio del fin

Otra vez solo entre estas cuatro paredes que reducen mi espacio al mínimo. Otra vez solo arrepintiéndome de lo sucedido. Otra vez solo, solo, solo…



Como no puedo hablar con nadie de lo que me sucede, he decidido contarlo en estas líneas, por si mi confesión puede ayudar a alguien para no cometer mis errores.



Mi historia comienza hace tres semanas, cuando por casualidad en el trayecto en metro al trabajo, conocí a Lidia. Mi primera impresión fue de asombro, me parecía una mujer impresionante, de esas que aparecen en la televisión pero que nunca se ven por la calle (muchos de vosotros ya me entendéis), y a las cuales por desgracia nunca he tenido acceso. Su traje chaqueta con minifalda dejaba ver los dos lacitos tatuados en la parte posterior de sus piernas, que, combinados con sus zapatos de tacón negros con la suela roja, desataron en mí, mis más bajos instintos. Incluso el olor que desprendía era alucinante. Ese olor a perfume dulce y atrayente, que hace que pierdas el norte y solo te apetezca besarla.



La situación se puso a mi favor, y aunque no me considero un valiente, la ayude a evitar una situación embarazosa ofreciéndole mi asiento. Ella un poco desorientada todavía, accedió a ocuparlo y sin darme cuenta, estábamos tomando un café en una terraza, y luego comiendo juntos. Esto era increíble, había faltado al trabajo y estaba comiendo con una mujer de bandera. No podía hacer otra cosa que imaginármela sin ese traje chaqueta, desnuda y entre mis brazos. Eso era superior a mis fuerzas, mi excitación era máxima. Nunca me había sentido así, y me avergonzaba el que ella se pudiera dar cuenta de que mi único pensamiento era el de follármela sin límites.



El camarero llegó con los postres, y a Lidia se le cayó la cucharilla. Al inclinarse a recogerla, el olor de su perfume invadió mi espacio vital y mi instinto me llevo a besarla. Cuando mis labios encontraron los suyos algo estallo en mi interior, nuestras lenguas se fundieron en un baile húmedo y caliente, que hizo mi excitación aún mayor. Sin tiempo casi ni para pagar la cuenta, salimos corriendo hacia el primer hotel que encontramos. Y en la habitación, no me acuerdo ni del número, empezamos a desnudarnos.



Yo no podía más que mirar su fabuloso cuerpo, esos muslos fuertes, esos pechos voluptuosos que producían unas curvas increíbles en la silueta de aquella maravillosa mujer. La observé todo lo que pude, quería disfrutar de ese momento porque en mi interior algo me decía que nunca más volvería a tener una situación igual. Y entonces todo comenzó…



Lidia se abalanzó hacia mí, me dio la vuelta y frente al espejo, bajó su mano por mi vientre hacia mi polla. Yo veía en el espejo como la mano se deslizaba hacia mi miembro, sus dedos largos, con las uñas pintadas en un rojo brillante se acercaban sin titubeos a mi erecta y excitada polla. Al llegar a tocarla algo se quebró en mi interior, perdí la noción del tiempo, nunca había sentido nada igual y en ese momento lo supe, estaba enganchado a esa mujer.



Ella pareció darse cuenta también de que me tenía en sus manos y empezó a masturbarme. Al poco tiempo y sin saber cómo, note húmedo y calentito mi miembro. Esa humedad caliente estremecía mis piernas. Al mirar hacia abajo, vi como Lidia tenía mi polla en su boca. Era un placer increíble notar como sus suaves y carnosos labios, acariciaban mi miembro entre espasmos de placer. Ella levanto su mirada y al ver esos precioso y enormes ojos negros, no pude soportarlo más y me corrí. Fue una situación extremadamente erótica. Mi semen inundo su boca, ella apretó los labios aún más y no dejo caer ni una gota. Esa mujer era una Diosa, lástima que todo hubiese durado tan poco.  



Pero no fue así y aunque yo ya me había corrido, Lidia no dejo de acariciarme lentamente mi polla con su lengua y sus manos. En ningún momento tuvo prisa, y supo hacerlo suave y sensualmente, hasta que de nuevo mi excitación produjo otra erección. Entonces se separó de mí y se puso en pie, se quitó el tanga negro llevaba puesto, y se sentó en los pies de la cama. Al tumbarse en ella y abrir sus piernas, yo no pude evitarlo me acerqué y comencé a lamer esa vulva enrojecida y húmeda por la excitación.



Nunca había lamido un coño así, más que chupar lo que estaba haciendo era besarlo, es decir, me lo estaba montando con su coño. Quería besar todos los rincones de ese majestuoso pozo de placer y quería hacerlo lentamente, para poder así recordarlo el resto de mi vida. Los movimientos de mi lengua coincidían con los temblores de su vientre y eso me excitaba al máximo. Cuando llegó el momento, ella me cogió por la cabeza y me acerco más hacia su vagina, cerró sus piernas y sin quererlo me encontraba en el paraíso encerrado entre sus piernas, sus manos y su coño. Noté como Lidia se corría en mi boca, y eso me encantaba, me hacía sentir vivo, ya que yo una persona que nunca había salido del más insignificante anonimato, estaba haciendo sentir placer a esa espectacular mujer…



Después de sentir como Lidia llegaba al orgasmo, no quise separarme aún y como ella me hizo antes, seguí besando y lamiendo su coño. Quería excitarla de nuevo para poder follármela. Besaba su apetitosa vulva, su vientre, sus muslos… Ella me miraba y me acariciaba el pelo, mientras sonreía de placer. En aquel momento hubiera hecho cualquier cosa que me hubiera pedido, y así fue, movió sus labios y me dijo



- Espera, me apetece que me beses otro lugar de mi cuerpo.



Yo me retire un poco, y Lidia se levantó, se dio media vuelta, y apoyo sus rodillas en la cama. Al inclinarse dejo ante mi cara, su espectacular culo. Yo me acerqué y empecé a besar todo aquel manjar puesto ante mis ojos. Chupaba como nunca antes lo había hecho, intentaba hacerlo lo mejor que sabía, quería impresionarla, quería que ella sintiera lo mismo que yo estaba sintiendo. Situé mi boca un poco más abajo y volví a sentir su coño húmedo en mis labios, saqué la lengua y se la introduje lo más adentro posible, Lidia gimió de placer y con voz entrecortada dijo…



-Pensé que nunca lo ibas a hacer, no la saques simplemente muévela un poco.



No podía salir de mi asombro, por primera vez una mujer me pedía que le hiciera algo sin avergonzarse, por primera vez estaba en un juego sexual donde yo no era el que marcaba las reglas ni las pautas, por primera vez, solo tenía que dejarme llevar y disfrutar.



De repente note como Lidia empezaba a gemir en silencio, y como empezaba a mover su cuerpo de delante hacia atrás. Esto hacía que mi lengua se introdujera aún más en su coño, hasta que de repente Lidia empujó fuertemente su cuerpo hacia atrás, y yo al notarlo empuje también mi cara más hacia su coño, sus gemidos ya no eran tan silenciosos, y en mi boca volvía a sentir como Lidia se estaba corriendo y aunque prácticamente yo no podía ni respirar, el placer que estaba sintiendo en mi interior hacía que no me importara. Ya prácticamente no me quedaba aire en los pulmones cuando Lidia separó su cuerpo de mi cara y entre risas dijo…



- Lo siento, pero es que me ha gustado mucho, y no he podido parar.



En ningún momento pensé que todo lo que estaba viviendo, estaba creando en mi interior una adicción a esa mujer. Yo solo pensaba en disfrutar, mis más bajos instintos afloraban, me sentía como un animal en celo. Incluso en esos momentos hubiera defendido mi territorio con violencia.



Separé mis labios de su piel, y me puse de pie, observando todo aquel cuerpo que estaba ante mí. Me gustaba todo, incluso el hecho que no se hubiera quitado los tacones todavía. Era una imagen inolvidable, esa mujer a cuatro patas en el borde de la cama, parecía una obra de arte, no sabía si follármela o simplemente sentarme a observar todas sus curvas. Un tatuaje muy sensual se dibujaba en su espalda, eran dos alas de ángel desplegándose al viento y entre ellas su nombre. Y verdaderamente ese tatuaje era lo que significaba, pues Lidia era como un ángel que me estaba abriendo las puertas del paraíso.



Cuando mi vista estuvo satisfecha, puse mis manos en su cintura, y me acerqué a ella, introduciendo suavemente toda mi polla en su coño. Empecé a moverme lentamente, aunque mi cuerpo y mi mente me pedían más caña, el miedo a que no le gustara era superior, por lo que me contenía las ganas de follármela como un animal. Lidia supongo que se dio cuenta también de que me estaba reprimiendo y dijo…



- En esta posición me gusta más duro, más violento. Si quieres seguir follando tienes que hacerlo mejor.



Esas palabras fueron como una liberación, mis movimientos empezaron a ser más bruscos y profundos. Con mis manos en su cintura la agarraba fuerte y la empujaba hacia atrás, introduciendo mi polla hasta lo más profundo de su ser. Mis movimientos casi rozaban la violencia, nunca había follado así, la excitación era tal que no pude aguantar lo que a mí me hubiera gustado, y me corrí sin poder evitarlo. Noté como todo mi cuerpo empujaba para expulsar mi semen en el interior de Lidia, el corazón se me salía del pecho y casi no podía respirar. Cuando terminé caí de rodillas a los pies de la cama agotado por completo.



Al cabo de unos segundos Lidia se levantó de la cama, me besó en la boca y se fue a dar una ducha. Yo casi no podía ni moverme y ella estaba como si no hubiese pasado nada. Eso levantó en mí algunas dudas, pero sin fuerzas ni para levantarme quien se iba a preocupar por eso.



Cuando pude reponerme, me levante y me vestí de cintura para abajo, esperando a que saliera del baño para entrar yo. De repente se abrió la puerta y salió Lidia, estaba magnifica, como cuando la vi por primera vez en el metro. Se acercó a mí me volvió a besar en la boca y me dijo…



- Ya te llamaré.



Se dirigió a la puerta y se marchó. ¿Qué había pasado?  Yo no salía de mi asombro. ¿Y eso es todo? Me preguntaba. Sin respuesta alguna, intenté tranquilizarme y comprendí que había sido todo, y que debía agradecer el haber vivido una gran aventura sexual. Me dirigí al baño para ducharme y encontré un sobre, un sobre que contenía dinero, mucho dinero. Más de lo que yo gano en un mes de trabajo, y ninguna nota. Las dudas me asaltaron otra vez y decidí no tocarlo, guardé el sobre en mi cazadora, me duché y salí del hotel satisfecho. Era una sensación agradable, me sentía bien, satisfecho, poderoso, por fin ¡había vivido un día! A mis 28 años era el primer día que verdaderamente me había sentido vivo.



Aquella noche no podía dormirme, aunque estaba rendido. La imagen de Lidia invadía todos mis pensamientos, su recuerdo producía en mí una gran excitación, y si sumamos el olor de su perfume impregnado en mi cazadora, la erección fue increíble. Mientras me masturbaba tumbado en mi cama, solo podía pensar en lo sucedido en la tarde anterior, aquellas piernas me volvían loco. Sus muslos, sus rodillas, sus gemelos… todo estilizado al máximo subida en aquellos zapatos negros de tacón. Y cuando andaba, la sensualidad se dibujaba a su alrededor, era simplemente perfecta en sus movimientos. Esas imágenes hicieron que me corriera nuevamente y agotado tanto física como psíquicamente me dormí.



Al levantarme parecía que todo había sido un sueño, solo el olor de su perfume que aún se podía distinguir levemente en mi cazadora, me volvió a la realidad. Al subir al metro la busque sin cesar, estaba dispuesto a volver a faltar al trabajo para poder estar con ella, y vivir otra tarde de sexo y pasión. Mi búsqueda fue en vano, y un sentimiento de vacío me invadió por completo, solo hacia 24 horas que conocía a aquella mujer y necesitaba verla sin falta. Durante todo el día, estuve pendiente de mi móvil, pero, aunque sonaba de vez en cuando, nunca era su llamada. Aquella espera me estaba matando, mi nivel de ansiedad aumentaba con el paso del tiempo, y cada vez más necesitaba verla, olerla, tocarla.



Las horas de espera se convirtieron en días mi ansiedad fue en aumento y de las ganas de verla pase al enfado, ¿Por qué tardaba tanto en llamarme? Casi habían pasado cinco días cuando sonó el teléfono, y al contestar una voz sensual me dijo…



- Hola Sergio, soy Lidia ¿cómo estás?



Casi no podía articular palabra, un sinfín de sentimientos contrapuestos me hacían dudar entre colgar, o hablar con ella. Entonces me dijo…



- Perdona que no te llamara antes, he estado ocupada. Pero quería decirte que te he echado de menos, y no solo yo, todo mi cuerpo te ha echado de menos.



Yo solo pude decirle un simple hola y ella habló de nuevo…



- Sé que me merezco unos azotes. Me he portado mal contigo por no llamarte antes, pero como ya te he dicho he estado ocupada. Es más, ahora también estoy ocupada, pero necesito verte y sentirte cerca de mí. El sábado estaré en el restaurante donde comimos. Te esperaré, pero si al final decides no venir lo entenderé. Tengo ganas de verte Sergio, hasta el sábado.



¡Y colgó! En ese momento si me hubieran pinchado no hubiera notado nada, estaba helado. No podía ni pensar en lo que había pasado, pero en mi interior sabía que si iba a acudir a esa cita.



 



Me pregunto si a alguien le interesará lo que sucedió después, es tan raro sentirse tan sólo. Es tan raro no poder hablar con nadie de lo ocurrido...


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