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Categoría: Confesiones

El principio del fin 4 (una noche de tres)

Miércoles por la noche y tuve que cenar solo, ya que ella ni me llamó en todo el día, ni apareció a la hora de cenar en el hotel. Estaba sentado a la mesa tomando ya los postres, cuando un trabajador del hotel se me acercó y me entrego una nota. En ella había una dirección en un idioma que no entendía y una hora, las doce de la noche. Como no sabía lo lejos que estaba esa dirección, me preparé y cogí un taxi. Serían las once y cuarenta cuando llegué al sitio indicado. Me quedaban veinte minutos, así que me di una vuelta por los alrededores. Estaba absorto en mis pensamientos cuando de repente vi una pareja discutiendo en medio de un parque. Al acercarme a ver qué pasaba, no podía salir de mi asombro, allí estaba Lidia discutiendo con otro hombre. Preocupado me acerque rápidamente para preguntarle si todo iba bien. El tipo al verme llegar, dijo cuatro cosas en alemán (creo que fue en ese idioma) y se largó. Lidia tenía lágrimas en los ojos, la abracé y le volví a preguntar sí todo estaba bien. Ella se secó las lágrimas y me contestó que sí, que algún día ya me contaría la historia. Entramos en la sala de fiestas, pero no estuvimos mucho tiempo, ya que sabía que ella no se encontraba bien y la invite a volver al hotel.



Ya en la puerta de su habitación, fui a despedirme cuando me dijo…



-Sergio ¿te puedes quedar conmigo esta noche? No me apetece nada quedarme sola.



Yo accedí gustosamente, ya que era lo que más me apetecía. Entramos en la habitación y Lidia se dirigió al baño. Mientras se daba una ducha, yo me preparé una copa y salí al balcón. Su habitación tenía unas vistas impresionantes de la ciudad. Cuando salió de la ducha tapada con una toalla muy, pero que muy cortita, se puso a mi lado en el balcón, no pude evitar tener una erección mirándola de arriba abajo. Le pasé la mano por la cintura y la acerqué a mí. Lidia me miró, me dio un beso y me dijo…



- Gracias por haberme ayudado antes. Eres un tío genial, me gustas mucho y creo que empiezo a enamorarme de ti.



Se dio media vuelta y fue hacia la cama, dejo caer la toalla que cubría su lascivo cuerpo y se arropó entre las sabanas. Yo estaba perplejo. ¿Se estaba enamorando de mí? ¿Y eso que significaba? Mi excitación era grande, me apetecía hacerle el amor, pero sabía que aquella noche estaba afectada por lo sucedido en el parque, y decidí darme una ducha para bajarme la erección. Salí de la ducha y me senté en la butaca para dormir un rato, estaba tan guapa durmiendo, que no quería ni molestarla. ¿Me estaría yo también enamorando de ella?



Serían las cinco de la mañana, cuando Lidia me despertó, y me dijo…



- Pero ¿qué haces, tonto? ¡Metete en la cama ahora mismo! Pero… Anda y ven a mi lado, quiero que me des calor.



Yo obedecí (siempre tenía que obedecer), me puse a su lado y ella me abrazó, al sentir su cuerpo desnudo junto al mío, mi verga se empalmo. Lidia también lo notó y puso su pierna encima de mi polla. El roce de su muslo era muy erótico, y consiguió excitarme al máximo. Me miró, me beso y me dijo…



- Sergio duérmete que hoy estoy muy cansada.



Tuve que aguantarme las ganas follármela y me dormí.



Al abrir los ojos por la mañana, Vi a Lidia sentada a mi lado totalmente desnuda, con sus dos manos en mi pene erecto, acariciándolo suavemente de arriba abajo. Me miró y me dijo…



- No quería despertarte, pero estaba tan dura que era imposible no tocarla. Duérmete otra vez que ya te cuido yo.



Yo cerré los ojos, y la dejé hacer. La culpa no era mía pensé, estos son los empalmes matutinos de toda la vida. Lidia se inclinó hacia delante y empezó a besar mi pene, sus besos esponjosos y húmedos, eran deliciosos. Sacó su lengua y empezó a llevarla de un lado para otro de mi polla. Cuando esta ya estaba lo más dura posible, se la metió toda en la boca. Yo no quería correrme, intentaba pensar en otra cosa, pero lo vivido esa última semana, acaparaban todos los pensamientos. Le levante la cabeza, y le pedí que me hiciera el amor, quería que me lo hiciera despacio para poder disfrutar el máximo tiempo posible. Ella se subió encima mío, y se introdujo toda mi verga en su vagina, se agarró el pelo y empezó a moverse arriba y abajo. Al subir los brazos para cogerse el pelo, dejaron sus pechos al descubierto, eran redondos y grandes, y no pude hacer otra cosa que cogerlos con ambas manos. Lidia gimió de placer y empezó a moverse más rápidamente, hasta que su cuerpo se estremeció de placer gritando…



- ¡Me corro! ¡Cariño! ¡Me corro!



Yo no pude aguantar más y también me corrí, por cada movimiento de esa mujer, un espasmo de placer se generaba en mi cuerpo, expulsando todo mi semen en su interior. Cuando terminó se dejó caer encima de mí. Yo notaba sus tetas en mi pecho, notaba su aliento en mi cuello, había sido otro gran polvo en aquellas magnificas vacaciones sexuales.



Lidia se levantó y se arregló para ir a trabajar. Yo todavía tendido en la cama, la observaba con atención, era detallista al máximo. La ropa interior siempre impecable, su ropa siempre elegante, y su aspecto inmejorable. ¿Cómo alguien en su sano juicio, no se iba a enamorar de una mujer así? Entonces fue cuando lo supe, estaba enamorado de Lidia. Eso fue otro gran error que cometí, no debería haberme enamorado nunca.



Salió por la puerta, y me quede solo con mis pensamientos, repasaba todo lo que me había pasado estos últimos días y no me lo podía creer, me había tocado la lotería. Y todo por cederle un asiento aquel día en el metro.



Hoy quería volver a disfrutar del día, todavía tenía mucho dinero en el bolsillo y ganas de pasarlo bien. Me hice un tour turístico por la ciudad, y comí en un bar que más bien era una taberna, estaba cansado de tanta pijotada y me apetecía unos garbanzos de la abuela. Yo hasta hace diez días más o menos era un tío del montón, que prácticamente no llegaba a fin de mes con lo que cobraba en mi mísero trabajo. Ya sé que ahora parezco un dandi forrado, pero todavía no me he acostumbrado.



Después de comer seguí paseando por la ciudad, esta vez me dirigía al casco antiguo, cuando vi una joyería y pensé en regalarle algo a Lidia, y aunque el dinero era suyo, un detallito seguro que le gustaría. Entré y después de mirar un rato encontré una preciosa esclava de oro blanco que seguro le iba a gustar. Deciros que estuve algo dudoso porque casi no me llegó la pasta, pero al final la compré.



Ya en el hotel, una nota me esperaba en recepción que decía…



“Perdona Sergio, pero hoy tampoco podré cenar contigo. Cuando vayas a descansar hazlo en mi habitación, no quiero dormir sola”.



Me sentí algo triste, porque quería darle el regalo en la cena, pero por lo menos esta noche íbamos a pasarlo bien juntos. ¡Ya se lo daría en su habitación!



Después de cenar, subí a su habitación, y después de asearme me metí en la cama, ya que estaba algo cansado de tanto andar durante todo el día. No podía esperarla más y al poco tiempo me dormí. Estaba ya profundamente dormido, cuando me despertó una sensación suave y caliente que recorría mi espalda. Al abrir los ojos, vi a Lidia sentada a mi lado acariciándome todo mi cuerpo con sus ágiles manos. La sensación era tan placentera, que solo la saludé y volví a cerrar los ojos. Ella me dijo…



-Hola cariño, ¿has pasado buen día?



Yo asentí con la cabeza al mismo tiempo que estiraba la mano para coger el regalo de Lidia que estaba encima de la mesita. Al dárselo, Lidia sonrió efusivamente, y me dijo…



- ¿Esto es para mí? ¡Qué encanto! ¿Qué mujer no querría tenerte a su lado?



Me besó en la espalda, abrió el regalo y se lo puso al instante. Entonces fue cuando me di cuenta cómo iba vestida. Llevaba una batita transparente de tirantes de color rojo, que cubrían, pero dejaban ver todos sus atributos, ya que no llevaba ropa interior. Se levantó de la cama se puso frente a mí y me pregunto…



- ¿Te gusta cómo me queda? 



Yo le contesté que sí, que me gustaba todo, la pulsera, la bata, sus zapatos y también su cuerpo. Ese espectacular cuerpo que no tapaba aquella bata transparente. La cogí la acerqué hacia la cama y le besé las piernas. Me apetecía lamerle el coño, pero al intentarlo me dijo…



- ¡Espera! No tengas tanta prisa, tenemos toda la noche para nosotros.



Se dirigió al lavabo y abriendo la puerta me dijo…



- Bueno, mejor dicho, para nosotros tres…



Y de repente del lavabo salió otra vez la morenaza que me había regalado Lidia. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? Yo no salía de mi asombro, estaba aún más bella que la otra noche, llevaba también una bata como la de Lidia, pero de color negro. Y yo no podía dejar de mirar a esas dos preciosidades que estaban frente a mí. Lidia me miró y me dijo…



- Se llama Alba, es mi amiga íntima y mi secretaria personal.



Y acto seguido se fundieron en un profundo y húmedo beso lésbico que hizo que mi polla creciera hasta casi reventar. Aquellas dos mujeres estaban gozando delante de mis ojos. Yo no daba abasto a mirar todo lo que quería mirar, al levantarme para acercarme, Lidia con voz imponente me dijo…



- Ni se te ocurra, siéntate ahora mismo en la silla.



Yo obedecí. Las dos se acercaron y mientras Alba me besaba, Lidia me ato las manos al respaldo de la silla con un suave pañuelo de seda. Por su forma de hacerlo se diría que no era la primera vez, ya que quedé totalmente inmovilizado. Yo le pregunté porque me ataba a lo que me contestó…



- Porque eres mío y hago lo que quiero, ya lo sabes. Y además ya llegará tu turno, no pienses que te vas a ir de rositas con nosotras dos en la habitación.



Esa forma de hablarme me puso aún más cachondo. Me encantaba la seguridad que desprendía Lidia en estas situaciones tan eróticas. En aquellos momentos era un juguete en manos de aquella poderosa mujer. Se acercó a mí, me beso y me dijo…



-No tengas miedo, nunca te haría daño, como te dije ayer, me estoy enamorando de ti.



Se acercó entonces a Alba y la volvió a besar en la boca, sus manos acariciaban aquel precioso cuerpo, por debajo de aquella bata que lo dejaba ver todo. Vaya espectáculo erótico me estaban ofreciendo aquellas dos mujeres. ¡Y yo atado a la silla! Lidia tumbó a Alba en la cama y beso sus pies, sus tobillos, sus rodillas, sus muslos y por último beso con más cariño aquel magnifico coño que se abría ante ella. Empezó a lamerlo lentamente, sin prisa, como si estuviera comiendo un buen helado en una tarde calurosa de verano. Alba al mismo tiempo que me miraba y gemía me dijo…



- ¿Te gusta como tu chica me come el coño? Lo hace bastante bien, parece que le gusta comerlos a la muy perra.



Alba hizo que Lidia se levantara, la desnudó y la tumbo también en la cama. Las dos se retozaron sobre las sabanas, mientras se besaban y se acariciaban. Lidia se puso de rodillas encima de la cama, e invito a Alba a poner su boca debajo de su vagina. Cuando estuvo en esa posición, Lidia se sentó suavemente mientras la lengua de Alba acariciaba todo su clítoris. Después de un rato, Lidia se puso a cuatro patas sobre el cuerpo de Alba, su boca llegó a la altura de su vagina y la lamió con gusto. En esos momentos, estaba viviendo en directo, mi primer sesenta y nueve lésbico. Estaba tan excitado que casi llegue a correrme, me moría por desatarme y añadirme a ese baile lésbico.



Lidia levanto la cabeza después de un rato lamiendo el coño de Alba y me dijo…



- Si te desatas te dejo venir



Yo de verdad que lo intentaba, pero me había atado a conciencia. Cuando vio que no lo conseguía, añadió…



- Lo chupa bien, aunque no tan bien como tú. Sergio quiero que me folles, quiero que nos folles a las dos.



Al mismo tiempo que me decía eso, se bajó de la cama a cuatro patas, y vino gateando hasta mis pies. Empezó a besarme y a acariciarme, mientras que le decía a Alba…



- Te gusta mi chico, ven te dejo que le chupes la polla, pero no te encapriches de él que es mío y solo mío.



Alba se acercó también gateando y se metió mi polla en su boca sin contemplaciones. Chupaba como si le fuera la vida en ello.  Yo no podía más, estaba muy excitado, y encima tenía dos mujeres dándome placer, una besándome y la otra comiéndome el pene. Me deje llevar por ese juego sexual. ¡Y llegó! ¡Joder que si llegó! Fue el orgasmo más placentero y brutal de toda mi vida. Notaba como mi leche inundaba toda la boca de Alba, mientras Lidia que había notado mi orgasmo, me besaba con más dureza. Cuando todo acabó las dos se pusieron en pie y se besaron como si estuvieran saboreando todo mi semen.



Alba fue a preparar unas copas mientras Lidia, me desataba de la silla y en cuanto pude la abracé y la besé. Ella me dijo…



- Date una ducha te esperamos en la terraza para tomar una última copa.



Después de la ducha, salí al balcón solo con una toalla atada a mi cintura, pero al ver que las dos mujeres que me esperaban estaban completamente desnudas, me la quité rápidamente quedándome yo también desnudo en aquella fresquita noche. Era increíble, no me lo podía creer, aquellas dos preciosidades, solo vestidas con unos zapatos de tacón, me estaban esperando a mí. Yo enseguida empecé a excitarme, mi pene volvió a ponerse erecto. Alba que fue la primera en darse cuenta me dijo…



- ¡Otra vez estás así! Pero si no te hemos hecho nada.



Yo le explique que aquella situación era suficiente. Que eran dos mujeres preciosas, y que me apetecía mucho hacer el amor con ellas. A lo que Lidia contesto…



- Ya te dije que era un encanto de hombre, has visto con que delicadeza nos ha dicho que quiere follarnos como perras. Por eso estoy locamente enamorada de él.



Y Alba dijo…



- Que suerte has tenido cabrona. Para uno que encontramos y te lo quedas tú. Si pasará más tiempo con Sergio, seguro que yo también me enamoraría locamente.



Para entonces Lidia ya estaba besándome y acariciándome apoyados en la barandilla de la terraza. Yo le dije que podían vernos, a lo que ella contestó…



- Pues que miren, yo hago lo que quiero y cuando quiero, y más con mis cosas, y tú eres todo mío.



Alba se levantó de la silla, se acercó, me abrazo y dijo…



- Por si nos están mirando, aquí tienen, tu fallándote a las dos y ellos solo mirando.



¡Dios! Pero qué suerte la mía, otra vez solo tenía que dejarme llevar por aquellas dos mujeres. Lidia se apoyó en la barandilla de espaldas a mí y abrió sus piernas para que metiera toda mi verga en su fantástico coño. Mientras me la follaba Alba acariciaba mi cuerpo con su lengua y con sus manos. Mi excitación aumentaba al mismo ritmo que aumentaba la fuerza de mis embestidas, esto hizo que Lidia se corriera rápidamente, y aunque no dijo nada, sus espasmos de placer sí que se notaron. Alba al ver que Lidia ya se había corrido le dijo…



- Déjame probar a mí. Que ya llevo dos noches acostándome con Sergio y se ha corrido en mi culo, en mi boca, pero aún no se ha corrido en mi coño.



Lidia sonrió y le dijo…



- Pero como se puede ser tan guarra. Venga apóyate tú ahora en la barandilla que te veo muy cachonda.



Y así lo hizo. Ahora era Alba la que abría sus piernas para dejarme toda su vagina al descubierto. Yo le introduje mi polla lo más profundamente que pude, mientras Lidia me decía…



- Quiero que te la folles como me follas a mí. Que vea lo que se pierde porque tú eres mío.



Yo no podía estar más excitado y me la folle como un animal. Mis embestidas eran brutales y el placer que sentía era máximo. Lidia al mismo tiempo me susurraba al oído…



- Vamos cariño, correrte dentro de ella. Disfrútalo, yo estoy contigo. ¡Te quierooooo!



Esas palabras hicieron que no pudiera aguantar más y me corrí. Y otra vez todo mi cuerpo concentrado en expulsar mi semen en el interior de Alba. Otra vez llegue al clímax más placentero y brutal que jamás había sentido.



Yo no podía más, estaba agotado, les di las buenas noches y me tumbé en la cama. Lidia me dijo…



- Nosotras tenemos que acabar cosillas del trabajo. Tú ve y descansa.



Y así me dormí con la imagen de aquellas dos bellezas desnudas haciendo cosas de su trabajo.


Datos del Relato
  • Categoría: Confesiones
  • Media: 6
  • Votos: 1
  • Envios: 0
  • Lecturas: 1079
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