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"Ser presidente de una comunidad de vecinos puede dar trabajo y molestias, pero aumenta las posibilidades de follar"
Ser presidente de una comunidad de vecinos puede dar trabajo y molestias, pero también aumenta las posibilidades de follar, y Alfredo se aprovecha de ello.
Ah, ah, ah, sííí; uf, vaya pajote más bueno que me he cascao. Joder, no puedo seguir así, tengo que hacer algo con lo de Nela, me estoy poniendo enfermo de ganas, me la tengo que follar como sea.
Hace tres años vino a vivir a esta comunidad de vecinos Mariana —Nela— una mujer entonces recién divorciada —de un piloto de aerolíneas que hace poco se casó de nuevo con una joven azafata portuguesa— y que hoy tiene cuarenta y pocos años, viviendo con sus dos hijos aún adolescentes, chico y chica. Le vi el primer día cargada de bolsas y maletas esperando uno de los ascensores, le sujeté la puerta, le ayudé a entrar bultos en el ascensor y nos saludamos amistosamente, le di la bienvenida y desde entonces nos vemos a menudo, como sucede con tantos otros vecinos —son cien viviendas sumando los cinco bloques y somos poco más de quinientos empadronados— entre otras cosas porque en general aquí hay buen rollo y al ser una urbanización privada, vallada, con aparcamiento en superficie, piscina, juegos infantiles, jardines, pistas deportivas, gimnasio, varios salones multiusos, una cafetería sin acceso desde la calle… se celebran actividades de todo tipo para los vecinos y hay una vida social bastante intensa, fundamentalmente en épocas de buen tiempo y los fines de semana.
Desde que la vi la primera vez me pareció la tía más deseable del mundo (alta, rubia natural, guapa, delgada con curvas, elegante en sus gestos, simpática sin exagerar, educada), se ha convertido en la musa de mis ensoñaciones eróticas y el objetivo número uno de mi deseo sexual. Me mato a pajas pensando en ella. Varias veces he intentado acercarme a Nela no sólo como vecino sino dándole a entender que me gusta y que estoy deseando ser algo más, pero nunca se ha dado por aludida o de manera discreta —y también distante— se ha desentendido por completo de mi interés. Que yo sepa no tiene pareja ni novio tan siquiera y a su casa no trae hombres (su ex marido recoge a los hijos en la puerta de la urbanización, ni tan siquiera se ven), además, me he permitido investigar un poco su entorno y en la tienda de delicattesen de su propiedad trabajan dos mujeres y un hombre joven, afeminado y conocido maricón del ambiente del barrio de Chueca.
Me voy a presentar: me llamo Alfredo —Fredo o Fredy para mis amistades cercanas— acabo de cumplir cuarenta y cinco años, soy abogado, no trabajo, vivo muy bien de las rentas que me proporcionan ocho locales comerciales situados en zonas céntricas (herencia de mis padres, fallecidos hace seis años en accidente de automóvil cerca de Sarria, el pueblo gallego en donde nacieron y vivían tras retirarse mi padre de su actividad de compra-venta de pisos), todos alquilados a negocios solventes; soy soltero sin novia ni pareja fija, y si tengo que definirme físicamente, diré que soy alto, grande, delgado pero fuerte y bastante musculado —en el gimnasio hago pesas, salgo a andar por la montaña siempre que puedo y soy un buen nadador veraniego— resultón según muchas mujeres, moreno de pelo y piel, no sé, nunca me han faltado ligues ni rolletes, incluso aquí, en la urbanización, pero lo de mi fijación por Nela me tiene loco. La obsesión ni yo mismo la entiendo del todo a pesar de que es una cuarentona verdaderamente maciza, pero no dejo de pensar en ella en ningún momento y tengo que buscar alguna solución a este sinvivir.
Si hasta mi buen amigo Tomás (en uno de mis locales tiene una barra americana, sitio elegante, fiable y acreditado, con una docena de mujeres: pibones rubios de los países del este europeo, tremendas morenazas norteafricanas y algún que otro travestido nacional para los caprichosos de tetas y polla al mismo tiempo) me ha notado que cuando voy a cobrar el alquiler a primeros de cada mes ya sólo follo con una de las de putas rubias que se parece físicamente a Nela, con lo que a mí siempre me han gustado las mujeres morenas y el rollito cariñoso que se traen las moras.
Se me olvidaba decir que desde hace un par de meses soy el presidente de la mancomunidad de propietarios que está conformada por los cinco bloques de viviendas que están en la urbanización, así que durante dos años me toca gestionar, junto con cinco secretarios, uno por edificio, la comunidad de vecinos. Y el asunto da trabajo, más de lo que pueda parecer.
Ayer hubo reunión de la junta directiva de propietarios y hay un asunto preocupante: se han producido pequeños robos en los automóviles que están en el aparcamiento, sin romper cerraduras ni cristales, pero además de tabaco y mecheros, ha desaparecido un teléfono móvil, una tablet, un juguete electrónico tipo consola, una cazadora de marca, alguna bolsa de deporte, una mochila, botellas de alcohol… Como la urbanización está vallada (tenemos un vigilante jurado doce horas al día en el único acceso que se utiliza) nadie pone especial cuidado en cerrar los coches o en no dejar cosas a la vista. No queremos tener que hacer una denuncia en la comisaría, al menos de momento, por lo que me comprometo a investigar durante tres semanas antes de dar algún paso con la policía y, tal y como dicen, la suerte está con los audaces, creo que ya he dado con la clave para solucionar mi ansiedad sexual —un calentón de tres pares de cojones— provocada por Nela.
Mi piso —planta cuarta y última del bloque número tres— está situado en el centro mismo de la urbanización, y la terraza trasera da al aparcamiento, por lo que he instalado un potente visor telescópico conectado con un ordenador en donde se graban las imágenes, una a una o en forma de vídeo, por mí seleccionadas o con un intervalo de tiempo fijo. No se puede ver desde fuera porque la terraza está acristalada con cristales levemente ahumados. Los dos primeros días nada veo durante las horas nocturnas que le dedico a la vigilancia del aparcamiento, aunque he grabado algunas imágenes muy interesantes de vecinas y vecinos desnudos en su casa y de dos parejas follando con las ventanas abiertas (joder con los cincuentones del segundo piso del bloque cuatro, cómo se lo montan con juguetitos sexuales). Está muy revuelta la primavera y hace bastante calor, de hecho el próximo fin de semana abrimos la temporada de la piscina.
Sorpresa al tercer día de vigilancia pasadas las once de la noche: Manu, hijo menor de Nela, junto con otros dos jóvenes de la urbanización, está abriendo un coche de donde se llevan una raqueta de paddel y una mochila deportiva de marca. Vaya, vaya.
Dos noches más tarde he dejado muy a la vista en mi coche, sin echar la llave a las cerraduras, una bolsa de deporte de donde asoman dos raquetas de tenis, tres cartones de tabaco rubio y un teléfono móvil desechable en el salpicadero (he calculado que el valor de todo ello es superior al mínimo que distingue legalmente entre faltas y delitos). El anzuelo es perfecto, de nuevo los tres chicos abren el coche, se llevan los objetos y los ocultan cerca de los juegos infantiles, en una pequeña construcción de madera que aloja una estación meteorológica que vigila y mantiene un vecino ya jubilado que es meteorólogo voluntario. Todo queda perfectamente grabado. ¡Bingo!.
Es tal la alegría que me llevo que me excito como un verraco. Enfoco el telescopio hacia la casa de Nela —lo he hecho muchas veces sin obtener resultado alguno— pero no hay luz y las ventanas están cerradas, ni ella ni su hija parecen ser especialmente exhibicionistas o descuidadas a la hora de desvestirse, nunca les he visto, así que me hago una paja pensando en que pronto, muy probablemente, voy a disfrutar de esa rubia que me tiene comida la moral.
A la mañana siguiente me acerco temprano a la caseta de madera. Como tengo todas las llaves no me cuesta mucho localizar una gran caja metálica dentro de la cual hay unas dos docenas de objetos, los que han desaparecido de los automóviles. Hago fotografías con el móvil y todo lo dejo tal y como estaba.
De nuevo esta pasada noche ha desaparecido una bolsa de un coche conteniendo dos botellas de ginebra y, por supuesto, lo dejo convenientemente grabado con los mismos protagonistas juveniles estelares.
Son cerca de las cuatro de la tarde, veo salir camino de sus clases de inglés a los hijos de Nela —Manu, de dieciséis años y Eva, de diecisiete— y cuando unos minutos después ella sale del ascensor, me hago el encontradizo.
—Hola Alfredo, buenas tardes
—Hola, iba a dejarte este sobre a tu nombre en el cajetín postal, pero creo que mejor ves ahora lo que contiene, te interesa
Le entrego un sobre de papel manila en el que hay diez fotografías en las que aparece su hijo (se ve perfectamente que es él, no queda lugar para la duda) robando en los coches del aparcamiento. En un primer momento Nela tiene cara de curiosidad sumada a un gesto de contrariedad por tener que atenderme, pero tras un primer vistazo, cambia su faz a una expresión de preocupación y un cierto tono de temor en la voz.
—¿Esto qué es?
—Lo que ves. Vamos a tu casa para que podamos conversar
Subimos al tercer piso y nada más cerrar la puerta de su vivienda empiezo a hablar con una voz dura e impersonal.
—Desde hace unas dos semanas tu hijo se está dedicando a robar en los coches de los vecinos como puedes ver en las fotografías. Antes de ir a la comisaría he querido decírtelo, porque esto es muy serio y puede tener consecuencias graves para él y para vuestra familia
—No, por favor, no presentes denuncia a la policía
—Algunos vecinos lo están pidiendo, están muy preocupados porque nunca había sucedido algo así
—Yo hablaré con él hoy mismo y se terminarán los robos inmediatamente. Si es necesario indemnizaré a los afectados y devolverá todo lo que haya cogido
—Por supuesto que se van a terminar los robos, pero no sé si debo tapar este asunto ahora que soy presidente de la comunidad de propietarios
—Por favor Alfredo, seguro que se trata de una chiquillada y si presentas denuncia le puede complicar mucho la vida de cara a su futuro
—Chiquillada no es porque lo repiten casi a diario y se han hecho con objetos que valen un dinero importante y, además, están provocando desconfianza y recelos en la vida vecinal, en una comunidad tranquila y sin problemas de este tipo hasta ahora. No te voy a engañar, sólo se me ocurre una manera de que yo pueda olvidar este asunto. Te habrás dado cuenta de lo mucho que me gustas, te tengo unas ganas locas, así que si me das sexo tal y como yo quiera, no presentaré denuncia y daré los pasos oportunos para devolver lo robado sin que nadie sepa nunca quienes han sido
La cara de Nela es todo un poema. Abre la boca tres o cuatro veces sin emitir sonido alguno, pasa de una expresión de sorpresa y pasmo a poner cara de enfado, de indignación, de dignidad ofendida.
—Estás loco, eres un guarro degenerado, un pervertido, cómo se te ocurre…
—Allá tú, es tu hijo el que pasará un par de años en un centro penitenciario juvenil. ¿Le gusta mamar polla?, se va a hinchar tan rubito y guapetón como es
Me levanto del sofá en el que estoy sentado y encamino mis pasos hacia la puerta del piso. Por un momento me embarga una tremenda sensación de fracaso, pero antes de que abra la puerta oigo decir a Nela:
—Espera. No puedo creer que me estés chantajeando, no puede ser, pídeme dinero si quieres, pero no me pidas mi cuerpo, no seas cabrón
—No te enteras, rubia, lo único que quiero es que me des gusto, follarte cuando y como me apetezca, ¿entendido? Es el momento de decidir si vas a empezar a darle vaselina al culo de tu hijo o a follar conmigo
De nuevo distintos matices cruzan la expresión del rostro de Nela, que se retuerce las manos (mientras espero, de la calentura que tengo, hasta me pasa por la cabeza la posibilidad de obligarle físicamente, de violarla) y termina diciendo lo que mis oídos necesitan oír.
—No puedo hacerlo, es chantaje, es una violación, pero… no me queda más remedio, maldito cerdo
—No ha peros que valgan. Tienes mi palabra de que no habrá denuncia si te portas bien. Ya me has dejado claro que lo haces en contra de tu voluntad, deja de gimotear y desnúdate, quiero verte
No me he equivocado durante los tres años de espera, de pajas mirando la fotografía en bikini que conseguí sacarle en la piscina, de noches de vigilancia con el telescopio por si la pillaba desnuda en su casa, de hacerme el encontradizo en las fiestas de los vecinos. Está buenísima.
Tan alta y estilizada es una delgada engañosa que sin ropa está impresionante: su rostro, levemente moreno, de suaves rasgos, es el de una mujer guapa, atractiva, de ojos color caramelo y rojos labios gruesos, con la rubia melena hasta por debajo de los hombros recogida en una gruesa trenza que parece realzar la sinuosa espalda, que acaba en un culo redondo, respingón, prieto, perfecto, como un melocotón en sazón. Las larguísimas piernas torneadas y delgadas siguen hacia arriba en unos muslos musculados, maravillosos. No lleva depilado el sexo y su vello es más rubio aún que el de su cabeza, de manera que como tiene muy poca cantidad se transparentan sus labios vaginales, gruesos, suavemente morenos. No tiene ni siquiera tripita y un bonito ombligo achinado destaca en su estómago delgado, terso, fuerte. Quien diría que ha tenido dos hijos, desde luego su cuerpazo parece el de una mujer bastantes años más joven.
Las tetas son de otro mundo. No son grandes ni especialmente pequeñas, yo diría que de tamaño perfecto para abarcarlas con las manos y tratar de meterlas casi enteras en la boca, como dos flanes, altas, tiesas, llenas, separadas, ligeramente bamboleantes arriba y abajo, con pezones redondos, regordetes, de color rubio oscuro, dentro de una areola también algo más oscura que el tono de su piel. Preciosas, son unas tetas bonitas y excitantes a más no poder.
A mí me gustan mucho las tetas de las mujeres y, en particular, los pezones de buen tamaño porque eso me permite besarlos, chuparlos, mamarlos y también castigarlos un poquito —o un muchito si llega el caso— con labios, lengua y dientes, cosa que me excita mogollón. Una prima mía que es psicóloga —hace unos años tuvimos un rollete muy majo y todavía quedamos de vez en cuando para follar— me ha dicho que es una fijación infantil por no haber mamado de recién nacido leche materna. A mí me criaron con Pelargón, la primera leche infantil que hubo en España. Un amiguete médico también asegura que los que nos criamos con esa leche infantil tenemos la cabeza y la polla más grande. En mi caso se cumplen esas dos condiciones, a saber, el caso es que con las tetas de Nela pienso darme un festín detrás de otro.
—¿A qué estás esperando? Yo he venido a pasarlo bien, así que deja esa cara de pena y ponte a la faena
—Eres un cerdo hijo de la gran puta
—Ummmm, sigue, zorra; cómo me pones
A pesar de su poca colaboración —en un principio no participa, sólo se deja hacer, mientras sigue quejándose, lamentándose y lloriqueando en voz muy baja— le he besado y comido la boca durante un buen rato, metiéndole la lengua hasta la garganta, pasando después a ocuparme de sus preciosas tetitas. Oh, por fin, qué bueno es lograr satisfacer los deseos sexuales que tenemos, y tras comerme con ganas sus pezones (ha dado algún que otro respingo cuando me paso de fuerza al apretar), meterme las tetas casi enteras en la boca me da una alegría tremenda, de manera que me estoy poniendo cachondo como un garañón. El culo de Nela es perfecto y cuando la pongo a cuatro patas sobre la cama, paso mucho tiempo acariciando, amasando, besando, lamiendo, chupando, dando mordisquitos a esa maravilla. Cuando chupo arriba y abajo la raja del culo, deteniéndome en meter un poquito la punta de la lengua en el ano, la mujer reacciona, sin poderlo evitar, con suaves jadeos, algún que otro gritito y moviendo levemente las caderas, en círculos, adelante y atrás. Toco su coño con la mano derecha y está mojada, mucho, verdaderamente cachonda, aunque me parece que quiere disimularlo. Después de un ratito de masajeo suave del clítoris mientras sigo ocupándome del culo, Nela está excitada sin poder remediarlo (sigue insultándome en voz baja entre jadeo y jadeo) y ya el movimiento de sus caderas es algo más rápido e incontrolado, lo que me lleva a pensar en aprovecharlo tal y como se debe.
—Te voy a meter la polla, dime si me corro o no en tu chocho
—No, ¡fuera!, no tomo nada
Bueno, ya veremos lo que puedo hacer, porque voy empalmao a tope, noto los huevos en ebullición y el rabo empieza a parecer que tiene vida propia a la búsqueda de un sitio caliente y mojado en donde resguardarse.
Cojonudo, es un coño estupendo, mojado, caliente, suave, acogedor. Estoy sujeto con las dos manos a la cintura de Nela y llevo un buen rato con un metisaca rápido, constante, sin llegar a sacar la polla por completo de su escondite, pero con un buen recorrido que me hace sentir en todo el largo de la tranca el roce, la presión de las paredes vaginales. ¡Cómo me gusta!
Mi ego follador también se siente muy contento según voy escuchando la agitada respiración de la rubia, los grititos que no puede dejar de soltar, el jadeo constante que le provoca la excitación. No quiero que se corra antes que yo —lleva al menos dos minutos tocándose el clítoris— por si le desaparecen de golpe las pocas ganas que tiene de participar conmigo, así que mi follada es ya más rápida, más fuerte y dura. Me queda poco, cierro los ojos cuando por dentro de la polla empieza un pequeño terremoto y escucho decir a Nela con voz ronca, como si estuviera muy lejos:
—Fuera, cabrón, fuera
Intento hacer caso, empujo el culo de la mujer al mismo tiempo que doy un golpe de riñones hacia atrás, saco la polla, la agarro como si se fuera a escapar —logro darme cuenta que está aceitada, caliente, muy dura, con la venas hinchadas, en tensión— y en el momento de eyacular consigo dirigir los chorros de semen hacia la cara de la rubia, tumbada boca arriba en la cama. ¡Toma leche de hombre a tope! Detecto que ella también se ha corrido porque escucho un grito alto y corto e inmediatamente deja de tocarse el sexo, quedando tumbada con los ojos cerrados.
Qué corrida más buena y gratificante. Me encanta ver la cara de cabreo de Nela mientras se limpia los churretones de semen de la cara con la sábana e intenta recuperar la respiración. Para ser el primer polvo que le echo y teniendo en cuenta la situación emocional y su no demasiada buena disposición, no ha estado nada mal.
—Me ha gustado, pero las próximas veces quiero colaboración, participación por tu parte. Sé que te has corrido, te habrás dado cuenta de que mi polla es muy buena, pronto aprenderás a apreciarla
La cara de desprecio que pone es de órdago y nada dice cuando me visto para irme, ni me mira. Al despedirme le aseguro que nos vamos a ver de nuevo mañana a esta misma hora. Sigue callada tumbada en la cama con cara de mala leche.
Ya llevo varias semanas follándome a Nela y la suerte me sigue sonriendo, porque a los chavales les he vuelto a poner un anzuelo con cebo llamativo (una bolsa en el coche de un vecino que está de vacaciones —deja las llaves en una caja fuerte dispuesta para ello por la comunidad de propietarios en el local que utilizamos como oficina— con tres camisetas del Madrid originales de esta temporada) y han caído en la tentación. Todo queda convenientemente grabado y la madre de Manu ha visto una fotografía para que conozca que siguen las chorizadas del niño. Según me estaba chupando la polla le he aconsejado que le de unas cuantas hostias a ver si el chico le hace caso, reacciona y se le pasa la tontería propia de los quinceañeros, pero me ha vuelto a poner cara de desprecio y mala hostia; por un momento he dudado de si no me iba a morder la tranca.
En todo este tiempo no creo que Nela me haya dicho muchas palabras, aparte de los insultos que me suelta cuando follamos, lo que por otra parte a mí me excita un montón, y muy poco más. De una manera un poco ingenua hace como si el asunto no fuera con ella, como si no hablándome diera a entender que lo hace obligada y no participa psicológicamente o sentimentalmente o algo así, porque puedo dar fe que físicamente se pone cachonda, se excita como yegua en celo y tiene unas corridas excelentes. He tenido suerte con lo de los robos en los coches, la verdad sea dicha.
He pensado que si está dando resultado con Nela, digo yo que también puede darlo con las madres de los otros dos chavales implicados.
Me gusta Pepa, una mujer más bien bajita, de largo pelo lacio castaño con mechas rubias de estilo californiano, muy simpática y risueña, con unos llamativos bonitos ojos de color azul claro, casada con un serio catedrático universitario que viaja a menudo a congresos y reuniones de trabajo y que le saca no menos de quince años. La casualidad (y preguntarle al guarda jurado de la puerta como presidente de la comunidad que soy) me hace conocer que hoy se ha marchado el señor profesor de viaje a Italia, así que como quien no quiere la cosa cojo la consabida decena de fotografías nocturnas y me planto en horario de colegio en casa de Pepa.
Es mucho más melodramática que Nela: gritos y lloros al ver a su niño mangando en los coches, súplicas y ruegos en cuanto oye lo de la denuncia a la policía y la misma cara de estupor y sorpresa, aderezada con algunos gimoteos, cuando le planteo mi solución al asunto.
—Por favor, soy una mujer casada; como se te ocurre algo así, pervertido
—Es muy simple, estás muy buena y me muero de ganas por follarte
—No me hables más, sal de casa; vergüenza debería darte
—Pues bien, pero ve preparando a tu hijo para el par de añitos que se va a pasar mamándole la polla a otros delincuentes juveniles
—Cerdo, me estás violando, te aprovechas de mí en lo más sagrado
—Es mucho más fácil, no te líes; yo te soluciono el problema y tú me das lo que quiero durante una temporada
—Es una violación, cabrón, no lo hago por mi gusto; me obligas
—Menos rollos, Pepa, deja ya de lloriquear y desnúdate por completo
No sé si es del todo cierto que venenos y perfumes vienen en frascos pequeños por el mucho valor que tienen, pero Pepa es un bombón de mucho precio a pesar de su poca altura. Es guapa y tiene un cuerpo estupendo: su rostro enmarcado por el pelo lacio resulta bonito con sus ojos claros y labios rojizos, pero lo que llama la atención sobremanera son sus tetas, muy grandes para su estatura, altas, picudas, con pezones marrones oscuros, rugosos, largos, gruesos, rodeados como de una docena de pelos largos y rubios, situados en una pequeña areola circular del mismo color. Los pechos se juntan dando lugar a un canalillo fabuloso que enseguida me hace pensar en una futura paja cubana. El sexo lo tiene arreglado de manera que sólo lleva un perfecto triángulo invertido de rizado vello castaño claro que casi llega al redondeado ombligo, quedando resaltados los depilados gruesos labios vaginales, también amarronados. De espalda recta, sin pecas ni mancha alguna, acaba en un culo bueno de verdad, muy redondo, duro, quizás un poco grande, con el ano chiquito y marrón, continuado en muslos y piernas estilizados (le gusta lucirlos durante todo el año con minifaldas vaqueras y faldas largas abiertas por un lado). No me había fijado bien en ella hasta ahora, pero desde luego que está muy buena. Es de las mujeres que ganan mucho cuando están desnudas. ¡Qué polvazo tiene!
Me desnudo con urgencia, la misma que está demandando mi crecida polla y como observo la expresión de ir al matadero que pone la cara de la mujer, con suspiros nerviosos y alguna lagrimita incluida, vuelvo a dejar clara la situación:
—Yo he venido a follar, con ganas de correrme y gozar, no de ir de entierro, así que ponte las pilas, ¿vale?
Nos besamos —no ha hecho ademán de resistirse o de rechazar mi boca— casi con miedo, como con desconfianza ante un desconocido, hasta que le meto la lengua lo más dentro posible e inmediatamente recibo una respuesta similar por su parte, lo que no deja de sorprenderme un poco dados los antecedentes con Nela.
Son muy llamativas sus tetas y me están diciendo cómeme. ¡A por ellas! Mi pasión por las tetas es casi delirio cuando me como unas maravillas como estas y puedo gozar de unos pezones increíbles (me encanta sentir con la lengua los pelos que los rodean); joder, tengo la polla como el mango de un martillo.
Pepa no se corta en tocarme la tranca arriba y abajo, en acariciar y apretar mi culo, los huevos, el vello del pecho y poco a poco se va soltando, lo que se traduce en más besos guarros, chupetones en mis pezones, abrazos para restregar sus tetas contra mí —qué pezones tiene, qué duros los siento contra el pecho— una respiración cada vez más agitada y frases en voz muy baja que no logro entender del todo pero que son fiel reflejo de la excitación de la hembra. Juguemos un poco, a ver cómo responde.
—De rodillas en el suelo, vamos, chúpamela
Sin mayor duda por su parte se arrodilla, coge el rabo con la mano derecha y tras besar primero y lamer después el grueso capullo, se mete la polla en la boca como hasta la mitad, con un suave movimiento dentro-fuera y utilizando la lengua para chupar cuando está dentro. Buen trabajo, pero se puede superar, y a ello voy:
—Sigue, métela entera; toda dentro
Sin hacer, aparentemente, un esfuerzo extraordinario, se mete mi polla casi entera en la boca, parándose unos segundos a mamar el capullo con los labios y la punta de la lengua cada vez que la saca fuera. Yo no se lo he pedido, así que lo está poniendo de su parte. Va más deprisa poco a poco y la mayoría de las veces ya la mete entera, a fondo, ayudada por mi movimiento hacia adelante y atrás, como si me la estuviera follando por la boca. Si sigue así voy a durar poco y no quiero correrme sin metérsela en el coño.
Hago que se levante, y con las piernas rectas y juntas, dobla su cintura apoyándose con los brazos en el respaldo de un sillón. Está muy excitada y empapada, en esta postura se aprecia cómo brillan sus labios vaginales y cómo tiene la cara interna de los muslos también muy mojada, llegándole la mojadura también al comienzo de la raja del apetitoso culo. Parece una fuente, y cuando penetro en esa especie de volcán en erupción que es su coño no dejo de felicitarme por tener sexo con este bombón.
Llevo un par de minutos follando a la hembra con ganas, fuerte, rápido, entrando y saliendo profundamente, recibiendo como premio las exclamaciones, grititos, jadeos y las palabras entrecortadas que apenas entiendo pero que me parecen claras y tajantes:
—Sigue cabrón, no pares; más, más
Estoy a punto, pero quiero terminar cerrando esta primera vez con una rúbrica psicológica que se grabe en la memoria de Pepa.
—Date la vuelta, rápido, las manos a la espalda, acerca tu cabeza
Así lo hace. Jadeando y casi sin respirar le pido:
—Abre la boca, saca la lengua, pero antes di: soy tu perra, soy tu perra
Cuando oigo su voz ronca repetir dos veces soy tu perra, mi corrida es inmediata, sentida de verdad, como en las grandes ocasiones, desde lo más hondo de mi columna vertebral, pasando por la próstata, vaciando los testículos a presión, recorriendo la tranca como un geiser y lanzando media docena de churretones de semen que impactan en la cabeza de la mujer, al mismo tiempo que me oigo lanzar un grito alto, potente, que atestigua un orgasmo de los que dejan recuerdo.
Cierro los ojos y ni siquiera sé si Pepa me oye, pero creo que le digo algo parecido a:
—Córrete, acaba con tus dedos
En apenas medio minuto oigo un grito no muy alto, largo, ronco; fijo la vista y veo a la mujer desplomada en el suelo, boqueando, bien pringados de mi leche su rostro y el pelo, sintiendo su orgasmo durante lo que me parece mucho tiempo.
Un rato después me visto para marcharme. Pepa no dice nada, sigue en el suelo desmadejada, y simplemente asiente con la cabeza cuando le digo que volveré mañana a la misma hora.
Vaya mujer más buena para tirársela. Será de pequeño tamaño, pero es una folladora cojonuda, de lo mejorcito que he conocido. Quizás se lo monte poco con el marido y esté necesitada, pero desde luego que otra vez he tenido suerte.
Carmen es la más joven de las tres (le falta poco para cumplir los cuarenta años, es profesora de instituto en excedencia, es propietaria y directora de una cercana afamada academia de clases de refuerzo y de idiomas —a la que van todos los críos de esta zona y algunas de sus madres que estudian inglés, cocina, talleres de lectura, de escritura, trabajos manuales, psicología infantil, economía doméstica, asesoría de conflictos matrimoniales y hasta educación de perros de compañía— está en trámites de divorcio de un concejal del ayuntamiento y tiene dos hijos varones que se llevan cinco años) y también la más grandona y pasada de quilos. Una morenaza a la que recuerdo el verano pasado en la piscina con un biquini rojo de gran tamaño que difícilmente contenía sus grandes curvas. Es la que con más tranquilidad parece enfocar el asunto al ver las fotografías de su hijo mayor robando en el aparcamiento, pero también se toma por la tremenda mi propuesta de arreglo amistoso de la situación.
—Eres un hijo de puta, tú lo que quieres es violarme
Vaya fijación tienen las tías con lo de la violación, con lo fácil que follan con quien quieren y cuando quieren, lo sencillo que les resulta abrirse de piernas en tantas ocasiones cuando intentan pillar marido sea como sea, lo cachondas que se ponen simplemente viendo en la tele a hombres —cantantes, actores, modelos, muchos de ellos conocidos maricas— muy distintos físicamente a sus novios o maridos y lo poco colaboradoras y comprensivas que son con alguien como yo que únicamente quiere arreglar una difícil situación de sus hijos y sacar un beneficio sexual que también puede ser placentero para ellas y no sólo para mí. Joder, que soy un tipo de su misma edad, bien parecido, de cuerpo musculado y con una polla muy resistente de diecinueve centímetros y medio de largo por cinco de grosor. Mi manubrio les gusta a todas y estas tres mujeres, dos separadas sin pareja y una con un marido muy viajero, seguro que no están bien servidas de folladas. Deberían agradecerlo, coño, y no ponerse histéricas.
—Tú decides Carmen, a tu hijo le van a poner el culo como un bebedero de patos durante muchos meses
—Maldito cerdo, bien te aprovechas de mi necesidad y me obligas a ser una puta. Bastardo, tú sí que eres un delincuente
—No te enrolles, piensa de mí lo que quieras, pero desnúdate ya
¡Qué bueno cuando hay mucho de todo! ¡Qué buena está la gordita! ¡Cómo me voy a poner!
Lleva el pelo corto, algo ondulado, teñido de negro muy negro, con un corte que deja el cuello al descubierto. Sus grandes ojos grises resaltan en un agradable rostro de boca grande y labios rectos también grisáceos. Casi nunca va maquillada y hoy tampoco, por lo que resulta un poco pálida, blanquecina incluso, igual que la piel tersa, con algunas pecas con apenas color, del resto de su cuerpo. Sus fuertes y redondeados hombros son la antesala de un par de tetas muy grandes, también redondeadas, blandas, mullidas y un poco caídas hacia los lados, con pezones regordetes del tamaño de una canica, levemente grises situados justo en el centro, sin apenas areola visible. Le sobran algunos quilos que se reflejan en el estómago, con un gran ombligo, tiene algo de tripa, antesala de un chochazo de una vez, grande, con gruesos labios y todo casi oculto por una rebelde mata rizada de vello púbico negro, tan oscuro como el pelo de la cabeza. Se nota que se arregla las ingles y los bordes del pubis. El culo es muy grande, en forma de pera, duro, con una ancha raja y un ano redondeado también muy grande, de color gris oscuro. ¡Joder, cómo va a entrar de bien mi polla ahí! Los muslos y las largas piernas son largos, anchos, fuertes, musculosos. Es una tía camera, camera, de las que hay que conocer a fondo follando. Por mí no va a quedar.
Estoy desnudo observando cómo se acerca Carmen con una expresión en su cara de duda, incluso de sufrimiento.
—Si no vas a poner de tu parte dímelo para no perder el tiempo, que no te estoy matando
Vaya cara que ha puesto —si las miradas matasen mi entierro sería mañana— pero ya la tengo abrazada y me estoy comiendo sus grandes tetazas tan blanditas y acogedoras, son fabulosas. Los primeros minutos soy algo así como un pulpo solitario que no para de tocar, mamar y lamer sin ninguna colaboración por parte de la mujer, pero en cuanto juego un poco con el culo y el chocho de la morena, los jugos vaginales delatan su excitación y la respiración rápida y ansiosa lo confirma. Le tengo ganas a su culo desde que lo he visto, así que le hago darse la vuelta —qué excitante es verla a cuatro patas con sus tetazas colgando— y se la meto en el coño de un solo golpe. Un par de docenas de pollazos tranquilos, profundos, muy dentro, para mojar bien la polla —le gusta, joder que si le gusta mi rabo— e intento penetrar su ano separando los grandes cachetes con las manos. Para qué queremos más, vaya escándalo me monta, como si le fuese a matar: gritos, insultos, empujones, se da la vuelta para tumbarse en la cama…
—Tranquila, tía, si nunca te han dado por el culo dímelo para poner cuidado y buscar un buen lubricante
—Ni se te ocurra, maricón de mierda
—Vale, ya probaremos poco a poco; anda, chúpamela
No lo hace mal, pero le faltan ganas, ritmo, al menos tal y como a mí me gusta, así que le recuerdo que estoy con ella para pasarlo bien y parece que mejora algo.
Ya estoy a punto, así que hago que se tumbe en la cama boca arriba —es todo un espectáculo ver esas tetazas desplazarse hacia los lados, deslizarse como dos platos de sabrosas dulces natillas— me pongo de rodillas ante ella y se la meto en el mojado chocho. Bueno, muy bueno, y cuando me echo sobre ella y le abrazo sujetándome a los hombros para poder empujar con fuerza, le resulta imposible dejar de adaptarse a mi ritmo, a la velocidad que impongo. Es gratificante y excitante oír su respiración corta, rápida, jadeante, coincidiendo con cada uno de los pollazos que le estoy metiendo y sacando. El chop-chop de mi rabo al entrar y salir es un complemento sonoro de categoría que me gusta y me pilla un poco de sorpresa lo rápido que se corre tan sólo con la polla —se queda callada varios segundos y después suelta un grito largo, en voz baja, no sé si disimulando el ruido— por lo que incremento la velocidad y aunque ya empieza a quejarse, ni se me ocurre sacarla hasta que llega mi orgasmo y eyaculo hasta la última gota de mi leche. Como no ha dicho nada me he corrido dentro de su coño, ella sabrá.
El detalle del culo no me ha gustado nada de nada, pero por supuesto que seguiré intentándolo. La máscara de desprecio que cubre su cara es el único gesto que recibo cuando me voy y le aseguro que mañana voy a volver.
No sé si ya voy a tener que ir terminando con las madres de los chorimanguis juveniles. Devolví todos los objetos con el argumento de que los había encontrado escondidos pero no sabía quién podía haber sido, quizás alguien de fuera de la urbanización. Ya han pasado tres meses desde la última vez que los grabé robando y no creo que tarden mucho las mujeres en rebelarse y pasar de mí y mis exigencias de sexo. Follo todos los días al menos una vez con una de las tres. Sé que entre ellas no hablan habitualmente a pesar de la amistad entre sus hijos, así que no temo que formen un frente común, pero con el paso del tiempo nunca se sabe.
Es una pena, yo lo estoy pasando cojonudamente. He pensado en una manera de despedirme que creo elegante, dándoles la oportunidad de elegir entre seguir follando conmigo —soy demasiado optimista, me temo, aunque las tres se terminan corriendo como perras salidas cuando me las tiro— o cortar de manera total al mismo tiempo que les doy todas las fotografías de sus hijos para que las destruyan o hagan lo que quieran.
Después de una tarde sexual bien aprovechada —por si es la despedida he querido metérsela en chocho, culo y boca— con cada una de ellas, les he dado un sobre con todas las fotografías que tengo de cada hijo y un DVD en donde están los originales digitales. También les he dejado patente lo mucho que me gustan, y dado que es evidente que disfrutan al follar conmigo, querría seguir teniendo una relación basada en el sexo, en un plano de igualdad, sin imposiciones por mi parte, por supuesto.
Carmen ha sido la primera, me ha mirado a la cara durante cuatro o cinco segundos, ha sonreído y de improviso me ha pegado dos bofetones tremendos que han sonado en la habitación como dos disparos. Pega bien la cabrona. Ha hecho un gesto con la cabeza para que me vaya, no ha dicho ni una palabra y ni siquiera me ha vuelto a mirar cuando después de vestirme me he marchado. Caso cerrado.
Nela reacciona de manera más visceral: se acerca a mi cara y me escupe un tremendo salivazo al mismo tiempo que me suelta un rodillazo en los huevos. Joder qué daño, he sido un pardillo, está claro, se lo he puesto a huevo, nunca mejor dicho.
—Hijo de puta. Espero no volver a verte en mi vida, lárgate de mi casa ahora mismo
Otro caso cerrado.
Pepa no dice nada durante los bastantes segundos que pasa mirando, remirando y manoseando las fotos.
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