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Siempre me han gustado los masajes corporales. Me encanta tumbarme sobre la camilla y dejar mi cuerpo laxo, abandonándome a los sensuales placeres de unas manos recorriendo tu cuerpo, relajándolo, tonificándolo.
Aquel lunes, como cada semana, acudí a darme mi masaje semanal, siempre en lunes para relajar mi cuerpo después de las juergas de los fines de semana.
La recepcionista, al verme entrar me dijo:
“Señora, lo sentimos mucho pero la masajista se ha puesto enferma y no disponemos de nadie, salvo que quiera que la de el masaje el masajista de la sección masculina”
Me quedé unos momentos dudando, pero enseguida respondí que no me importaba que lo que necesitaba era mi masaje semanal.
Nunca me había dado un masaje un hombre. En esos sitios existe la separación por sexos, a los hombres les dan masajes los hombres y a las mujeres, las mujeres, supongo que será por el hecho de que el masaje corporal completo, implica quedarte completamente desnuda.
Como siempre me acompañaron a la salita de masaje, donde, ya sola, me desnudé, me tumbé en la camilla boca abajo, con la toalla, tapándome de la cintura para abajo.
Al momento oí abrirse la puerta y al girar la cabeza vi entrar a uno de los hombres más sexualmente atractivos que había conocido nunca. Alto, moreno, con unos ojos verdes impresionantes y una sonrisa encantadora.
Iba completamente vestido de blanco, con una camiseta ajustada que dejaba adivinar un pecho ancho y poderoso, los pantaloncitos cortos que llevaba, igualmente blancos dejaban al descubierto unas piernas fuertes y musculadas, en la entrepierna se veía el bulto de su “paquete”, que, en principio, parecía nada despreciable.
Lo más atrayante de él era, como ya he dicho, el magnetismo sexual que se desprendía de todo su cuerpo. Fue tan grande el impacto sexual que me produjo que sentí como mi vagina se hunedecía y contraía, como preparándose para una penetración que ella, antes que yo, deseaba.
Al entrar me preguntó: “¿La señora se dará un masaje corporal completo?”, a lo que respondí, con un hilo de voz para no dejar traslucir el deseo que se había apoderado de mi persona, que si.
Se acercó a la camilla y con toda naturalidad me quitó la toalla dejándome completamente desnuda.
Sentí un escalofrío de deseo recorrer todo mi cuerpo y como aumentaba la humedad entre mis piernas.
Comenzó por masajearme la espalda y el cuello con movimientos lentos, pero fuertes, recorriendo cada uno de mis musculos que al paso de sus manos se descontractaban y relajaban. A continuación siguió con los muslos, recorriéndolos de abajo arriba y de arriba abajo. Cuando sus manos se acercaban a mi entrepierna no podía reprimir un estremecimiento de placer y sensualidad, mientras mi vagina seguía desprendiendo jugos, que llegado ese momento, habían empezado a resbalar de mi coño y habían mojado ligeramente la sábana de debajo.
“¿Le importaría darse la vuelta, señora?”
Me la di, exponiendo mis pechos y mi pubis desnudo a su mirada. Al darme la vuelta y tumbarme boca arriba, había dejado mis piernas ligeramente entrabiertas, por lo que no podía dejar de ver mi pubis húmedo y abierto como estaba. Con los ojos entrecerrados ví como su mirada se detuvo en mi coño, sintiendo el deseo sexual que le vino y como el bulto de su entrepierna creció ligeramente.
Comenzó con mis muslos, igual que antes de arriba abajo y de abajo arriba, pero ahora noté que sus manos se acercaban más que antes a mi entrepierna. Sentía mis jugos vaginales resbalar de mi coño, humedeciéndome el canalillo entre éste y el ano. Era algo que no podía dejar de darse cuenta y por el tamaño que iba adquiriendo su paquete era evidente que se había dado cuenta de mi excitación y deseo.
Sus manos cada vez se acercaban más y más a mi entrepierna, hasta que cada vez que subían por mis muslos llegaban a rozar ligeramente mi coño.
El deseo que sentía era cada vez mayor, mi vagina estaba empapada y deseaba más con cada roce la penetración. Cuando sus manos rozaron de nuevo mi coño, abrí mis piernas, lo suficiente para hacerle entender que deseaba otra clase de masaje más íntimo y sexual.
Se incorporó, dirigiéndose hacia la puerta que cerró con llave y desnudándose al llegar a la camilla, se echó encima mío, penetrándome de un solo golpe al mismo tiempo que su boca buscaba y encontraba la mía y su lengua penetraba hasta el fondo de mi garganta.
Mi vagina se cerró al sentir su pene dentro de mí, apretándolo en un movimiento involuntario como para no dejarlo salir. Sentía sus empujones en el fondo de mi coño, dándome un placer intenso, al mismo tiempo que sentía su cuerpo fuerte y musculoso sobre el mío, apretándome los pechos con el suyo y su lengua apresando la mía.
Levanté mis piernas, apresando sus nalgas con mis pantorrillas, y su pene penetró más profundamente dentro de mí. La oleadas de placer previas al orgasmo empezaron a recorrer mi cuerpo, hasta que sentí como si todo mi cuerpo estallara mientras mis piernas le empujaban más adentro de mi y mi vagina apresaba su pene como para impedirle salir.
Al sentir mi orgasmo sus movimientos se aceleraron haciéndose más rápidos y mas profundos hasta que estalló, a su vez, su orgasmo. Cuando sentí su semen caliente golpeando el fondo de mi coño y las pulsaciones de su pene dentro de mi, me vino un segundo orgasmo, más suave y pequeño que el primero, pero no por ello menos agradable y excitante.
Cuando se incorporó, me levanté de la camilla y me dirigí al cuarto de baño para lavarme. Al volver ya no estaba. Me vestí y salí. Ese “masaje” dejó mi cuerpo mucho más relajado y satisfecho que los masajes normales.