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~Hay alguna cosa más bella que una mujer? Hay chicas más o menos inteligentes y más o menos agradables en el trato, pero lo único cierto es que no hay en la naturaleza nada más bonito…..que una mujer bonita. Tengo 21 años y la verdad es que mis experiencias con las mujeres han sido muy satisfactorias, aunque la verdad es que desgraciadamente son bastante escasas. Y es que a veces creo que disfruto más haciendo de voyeur, contemplando y fantaseando sobre una chica que directamente lanzándome a su conquista. Y creo que es porque fantaseando casi siempre consigues lo que quieres, mientras que la acción, aunque da más placer, es muy difícil conseguirla, al menos para mí, claro.
Una de mis pasiones, que creo que llega hasta el punto de convertirse en fetiche, es la de la prenda más íntima de una chica. Sus braguitas. Sí, os parecerá una tontería, pero puede llegar a excitarme más la visión de una chica en bragas que algunas prácticas sexuales en vivo.
Como voyeur disfruto al máximo de un tipo de juego: conseguir verle las bragas a una chica en un descuido. Cuando iba al instituto un pasatiempo diario era echar una ojeada a la parte de arriba del pantalón de mi compañera de delante, para en cualquier momento en que se echaba hacia delante ver el color de sus braguitas. Tengo que reconocer que el azul es mi favorito, me excita mucho. Y la “enfermedad” con respecto a esta prenda llega hasta tal punto que soy capaz de empalmarme como un auténtico resorte si una chica con la que hablo nombra casualmente la palabra “bragas” o bien “braguitas”.
Pero este relato no es sólo para confesar esta debilidad, sino para contaros un episodio que viví, teniendo como punto de partida este pasatiempo de voyeur. Vamos allá.
Era una noche de junio del año pasado , y mis amigos y yo disfrutábamos de unas copas en la terraza de un pub bastante concurrido, junto a la playa. Reíamos y charlabamos tranquilamente, pero la verdad es que ibamos hasta arriba de alcohol. Entre mis amigos se encuentra una chica que conozco desde que íbamos al instituto, y la verdad es que nunca fuimos íntimos, pero siempre nos llevamos bien. Tengo que reconocer que ella siempre me gustó, pero como está tan buena nunca me atreví a decirle nada, y no por el típico rollo de mantener una amistad, sino porque sencillamente no creí nunca que pudiera conseguir nada. Ella se llama María, es bastante delgada, aunque con un culo redondeado y precioso, un pecho muy generoso y una carita de ángel que dan ganas de besar. Es de pelo castaño, media melena , y mide 1’75 más o menos. Pero aquella noche estaba realmente preciosa. Llevaba puesto un conjunto rojo que la hacñia lucir en la noche como ninguna. Una camiseta bastante ajustada y una minifalda un poco por encima de las rodillas. Y como complemento, un bonito lazo en el pelo también de color rojo, a modo de diadema. Es una chica que suele vestir de vaqueros y nunca le había visto un lazo de ese tipo por ejemplo. Por eso esa noche le eché el ojo de forma especial. Y entonces llegó el momento, no sé cómo me las arreglaba pero siempre estaba esperándo que llegase. Se sentó en el borde de una fuente bastante grande que había en las inmediaciones de la terraza. Mis amigos y yo estábamos alrededor, pero yo me moví de tal forma que encontrara la posición para obtener una buena visión de su entrepierna. Como buen vouyeur, siempre tienes en cuenta que ella no debe sospechar nada. Si me viese mirándole descaradamente bajo la falda me moriría de vergüenza seguro allí mismo.
Pero lo encontré. A la segunda pasada por su frente pude ver claramente sus braguitas blancas bajo su falda. Estaba sentada con las piernas un poco levantadas y el culo echado un poco hacia delante, como despreocupada., y quedaba espacio suficiente para vislumbrar su entrepierna. Me quedé prendado, pero a la vez comprobaba que ella no miraba. Miraba fijamente ese trozo de braguitas, imaginándome que justo bajo ellas se encontraría el fruto de mis deseos, un poco de esa rajita que había aparecido tantas veces en mis sueños y que tantas pajas había inspirado. El fruto prohibido, y yo sabía que estaba muy lejano para mis posibilidades. Pero mientras mi pene crecía y crecía bajo el pantalón, y ni siquiera me daba cuenta. Cuando lo hice, di un par de vueltas por el lugar caminando, y luego me senté a su lado para charlar con ella como si nada hubiese pasado. Hablamos de cosas banales, que la verdad casi ni recuerdo, de su trabajo y de política, riendo fácilmente por el abuso del alcohol que a esas horas ya habíamos hecho. Y no sé cómo, salió el tema de su vestido. Le dije que me gustaba mucho el conjunto que llevaba y sobre el lazito rojo en el pelo a modo de diadema, que le daba un aire perverso y a la vez angelical. Ella me agradeció el cumplido y acto seguido dijo:
- “ Bueno, vamos a levantarnos, que la verdad es que ya está bien de enseñar las bragas” Me quedé mudo. La verdad no me esperaba esta salida. En cualquier otra situación hubiera continuado la conversación con una sonrisita y hubiera guardado la frase para mi disfrute personal. Pero no, me quedé paralizado y ella se me quedó mirando fijamente a la cara, a pocos centímetros de mí. Entonces, no sé por qué, le digo para salir de la situación:
- “Vaya pues a mi no me las enseñaste, María...!” Entonces acercó más su cara a la mía y casi susurrando me dijo:
- “No te hagas el tontito, que antes vi perfectamente cómo mirabas entre mis piernas” , a lo que yo respondí “No, María, te equivocas”. Yo seguía negándolo todo, más por vergüenza que por otra cosa, ya que soy bastante tímido. Pero los dos estábamos muy borrachos y comenzamos a reírnos como bobos, ella diciendo que sí y yo negándolo. Entonces ella me cogió de la mano y me dijo que podíamos dar un paseo por la playa, a lo que yo accedí rápidamente. Hacía tanto tiempo que la conocía y por la forma de llevarme de la mano sabía que estaba más cerca de ella que nunca.
Bajamos las escaleras que conducían a la playa, que está un nivel por debajo de las terrazas de los pubs, con lo cual la gente de arriba no puede verte si estás cerca del muro del paseo. Entonces me dijo algo como “Déjate de rollos que sé que me has visto las braguitas, es más me apuesto lo que quieras a que sabes de qué color son”. Yo en ese punto estaba ya calentísimo, y alucinando con la situación. Y me dice “Venga si lo reconoces y me dices el color te concedo un deseo”. Nunca olvidaré esa mirada que me soltó. Quizás estaba muy borracha, pero a mi me pareció ya la insinuación máxima, ese momento en el que ya sabes que tienes grandes posibilidades con la chica en cuestión. Simplemente dije. –“Blancas”, mientras la cogía de la cintura y la empujaba suavemente contra el muro de la playa. Entonces dijo: -“¿Ves como eres un niño travieso?, mira, sé que llevas espíandome desde hace mucho tiempo, como aquella vez que te colaste en el baño de las tías una mañana temprano en el insti para ver si me veías en pelotas seguro.” Era cierto, mis incursiones de adolescente a ese lugar de fácil acceso para ver un pantalón bajado, o lo que fuera, habían sido una realidad que por lo visto no habían pasado inadvertidas. Yo debía estar muy rojo entonces, y a ella le debió hacer mucha gracia porque se reía a carcajadas y acabó abrazándose a mí. Entonces noté como sus tetas se estrujaban contra mi pecho. Las notaba redondas y celestiales, se apretaban contra mí, y notaba sus pezones, que debían estar erectos. El sujetador debía de ser muy fino, casi ni lo notaba, pero sus pezones los sentía completamente excitados. Mi polla estaba ya rebosando el pantalón, que como era de estos finos de verano, permitía que resaltase claramente, hundiéndose contra ella. Ella lo notó, y lo primero que hizo fue echar su mano sobre mi entrepierna, frotándomela suavemente, mientras acercaba su cara a la mía y nos dábamos nuestro primer beso. Primero suave y luego bestial, nos comíamos la boca con pasión, las lenguas se entrelazaban, yo lamía sus labios y ella chupaba mi lengua, todo de forma frenética…. Entonces María me dijo: “Quítate los pantalones que te voy a conceder tu deseo”. Y la verdad es que lo hizo a las mil maravillas, más de lo que nunca hubiera imaginado. Me quité rápidamente los pantalones y los calzoncillos dejando al descubierto mis 17 cms de polla. Entonces ella se echó las manos a la falda y se la subió poco a poco, alcanzando por los laterales sus braguitas, que hizo descender lentamente bajo la falda, sin permitirme ver nada más. Sus bragas se deslizaban por sus piernas y se las quitó completamente. Eran unas braguitas de encaje, preciosas pensé. Entonces se puso de rodillas sobre la arena y las enrolló en mi falo, de forma que las colgó en la base del pene, y empezó a pajearme de arriba abajo, una y otra vez, una y otra vez. La sensación que me producía el roce de aquellas braguitas en mi piel era algo indescriptible. A mi esto me parecía un sueño, el ruido de las olas, la música de fondo y María allí de rodillas sin bragas y con mi polla en la mano. No tardó nada en ponérmela dura como nunca, y empezó a lamerme el glande, soltando saliva sobre él. Parecía inexperta en el asunto, aunque yo esto no lo había probado muchas veces la verdad. Su lengua pasaba desde el capullo hasta la base de la polla, juntándose con sus propias braguitas, hasta que decidió comermela, y sus labios carnosos eran como unas ventosas que me daban un placer enorme. Mi polla pensé que reventaba y veía que en cualquier momento me corría. La ví fijamente, era María, mi amiga, y estaba haciéndome la mejor mamada de mi vida. No pude aguantarme más a tanto placer, y echándome un poco hacia delante descargué mi leche sobre ella, que sorprendida un segundo antes había apartado su boca de mi polla, con lo cual mi esperma salió despedido hacia arriba y hacia delante, mojándole su cara y su camiseta. La verdad pensé que no sabía como reaccionaría, era todo tan inesperado. Me había corrido quizás demasiado pronto y además le había manchado la ropa de semen. Pero reaccioné yo antes de que dijera o hiciera nada, y levantándola le quité su camiseta roja. Sus pechos eran turgentes, realmente grandes y apetecibles. Entonces María se desabrochó el sujetador y quedaron libres, expuestos a la noche y por supuesto a mis deseos. La sola visión de sus pezones y de sus aureolas rosaditas me hizo empalmarme de nuevo porque estaba sobreexcitado, como nunca me había sucedido. Masajeé sus tetas en círculos parándome en sus pezones, donde le pellizcaba muy suavemente, y también los cogía con dos dedos, frotándolos lentamente. Noté que ella cerraba los ojos, estaba en la gloria, y me hizo indicaciones para que nos estiráramos. Nos tumbamos en la arena y yo seguía chupándole las tetas, disfrutando de ellas al máximo. Mis fantasias se estaban haciendo realidad, pero sus pezones me sabían mejor que cualquier sueño. Ella gemía por lo bajo, y yo me di cuenta de una circunstancia. Una pareja estaba a lo lejos viendo el espectáculo, sentados en el muro de la playa. Parecía que se besaban. Pero yo no quería que María lo viese también, por miedo a que se cortara todo. Entonces dirijí mis manos a la cremallera de su faldita, mientras bajaba ya con mi lengua por su cuerpo, desde la zona central de sus tetas, pasando por el ombligo, hasta llegar al vello púbico. Le quité la minifalda de todo, no sin alguna dificultad recuerdo, y encaminé mis labios a sus muslos, haciendo movimientos concéntricos hacia su entrepierna pero sin llegar a ella, recorría sus muslos por su parte interior , lamiéndolo todo con mi lengua. Ella se retorcía claramente excitada, y tras un par de minutos así no aguantó más y cogió mi cabeza y la empujó hacia su coñito. Primero me comí su rajita por fuera, pasando la lengua desde su vello púbico, que por cierto eran bastante por arriba, no exagerado pero tampoco depilado a fondo. Mi lengua se adentraba en sus labios vaginales, mientras María abría más las piernas y me empujaba a su cuevita. Le chupé el coñito a fondo, deteniéndome en su clítoris, que podía sentir erecto. No era muy grande, pero ella gemía de forma inenarrable cuando lo sostuve entre mis labios, chupándolo y restregándolo con mi lengua. Su coñito estaba realmente mojado, sus fluidos recorrían sus labios, y toda su rajita rebosaba olor a placer. María se estaba corriendo. Eso al menos me parecía. Arqueaba la espalda de manera que parecía que no podía soportar el placer que estaba experimentando. Allí en la playa, expuestos a cualquier mirada, cogí mi polla, que volvía a estar durísima, y poniéndome encima de ella, se la introduje poco a poco, pero fácilmente, por todo su coñito mojado. Mi verga entraba y salía con fuerza, me estaba follando a María, mi fruta prohibida. Su vagina estaba muy caliente, y mi polla se amoldaba a su interior, llegando al fondo y saliendo de la cueva del placer. Mis manos rodeaban mientras sus tetas, y se las sobaba con lujuria. Ella entonces se incorporó y me indicó que me sentase. Entonces se sentó encima de mí, posando su coñito sobre mi polla, que estaba realmente dura. Notaba como ella se movía arriba y abajo, subiendo y bajando su culo, haciéndome entrar en su rajita cada vez con más rapidez. Yo la cogía por el culo, acompañando el compás de su movimiento. Se estaba desfogando sobre mi polla. Sus tetas saltaban al compás de su culo, estábamos perfectamente compenetrados y ella gemía casi gritando ya sin ningún pudor, ajena a lo exterior, - “Ohhhhh, ohhhhhh, ahhhhhhhhhh”. Pero no pronunciabamos ninguna palabra en ningún momento, simplemente estábamos llegando al éxtasis, y ella parecía correrse de verdad, dándolo todo encima de mi polla. Entonces notó que yo estaba a punto de venirme, y se descabalgó y puso sus tetas aldededor de mi polla, pajeándome de nuevo, hasta que volví a correrme soltando toda mi leche sobre sus pechos, disfrutando del mayor orgasmo que nunca haya tenido con una chica….
María me besó dulcemente mientras descansabamos contra el muro abrazados. Me dijo que hacía tiempo que sabía que yo estaba por ella, pero que realmente nunca se había planteado nada conmigo, pero que lo de hoy había sido fantástico. Yo la verdad estaba tan en una nube que no sabía que decir. Le comenté que siempre me había gustado, y que hoy estaba guapísima. Entonces le pedí un último favor, que me regalase sus preciosas braguitas como recuerdo de aquella inolvidable noche. Accedió, pero rápidamente vió que tenía que recomponer su vestuario. Le presté una de mis dos camisetas que llevaba puestas, ya que su parte de arriba seguía llena de semen, y se puso la minifalda, recomponiéndose un poco como pudo. Subimos agarrados de la mano y la verdad es que de nuestros amigos sólo vimos a Juan, un amigo mío muy íntimo, el cual evidentemente se dio cuenta de todo. La acompañé a su casa y no nos volvimos a ver hasta septiembre porque ella veraneaba fuera, pero la verdad es que a la vuelta a la ciudad no llegamos a tener ninguna otra relación. Es más, ella parece que se siente algo más tensa conmigo que antes, aunque quizás sean imaginaciones mías. Mi amigo Juan, nos hace a veces insinuaciones de cachondeo, pero me dijo que María le había pedido que no se lo dijera a nadie, que no quería una relación formal conmigo, que quería que fuéramos sólo amigos. Bueno, es una lástima, pero yo desde luego sigo conservando el mayor tesoro que puedo poseer: unas preciosas braguitas blancas de encaje que yo juraría que aún me huelen a playa, a semen y a sexo, y que desde luego conforman un gran recuerdo de la mejor experiencia sexual y la más excitante que he tenido hasta este momento.
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