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El placer de las enanas

~~Recuerdo que hace ya muchos años. . a media mañana entró en mi dormitorio mi madre acompañada por dos mujeres. Una portaba una jeringa y la otra un orinal y un rollo de papel higiénico.
 Llevas muchos días sin hacer de vientre me dijo mamá, en plan enfermera que no admite discusiones.
 ¡No, no quiero !
 ¡Lo necesitas, María !
 Mis protestas fueron inútiles. Entre las tres me pusieron boca abajo y, después de varios intentos fallidos, consiguieron insertarme la cánula entre mis gritos y sollozos. Les costó acertar con mi agujero y me hicieron daño.
 La operación iba por la mitad cuando, por culpa de los movimientos bruscos de mis glúteos, se salió el tubo. El agua se derramó y, para colmo, me fue imposible detener la que tenía dentro. Así que todo quedó hecho una porquería. Se produjeron nervios, enfados y me dejaron por imposible.
 Sin embargo, no había pasado ni media hora, cuando apareció una auténtica enfermera. Traía con ella un irrigador. En tono dominante exclamó:
 ¡Date la vuelta y no me andes con tonterías !
 En el momento en que la obedecí, me levantó la camisa y me dejó el culo al aire. Seguidamente me propinó unas palmaditas y, al instante, sentí deslizarse en mi interior algo muy suave. Pronto advertí que ella sujetaba con una mano la cánula, y con la otra me estaba acariciando; a la vez, me susurraba:
 Tranquilízate. Anda respira hondo. Tienes un pompis que dan ganas de comérselo. Ya falta poco. Esto a muchas personas les gusta. Yo misma disfruto aplicándolas o recibiéndolas.
 En efecto, el enema ya no me molestaba. Es más advertía una especie de morbo, que acompañaba a la entrada del líquido en mi cuerpo. Creo que tenía mucho que ver con el vaivén que la enfermera estaba realizando con su mano, para que el agua no me entrase de una forma directa.
 Ya está. Te lo has tragado completito. Ahora tienes que ir al retrete. Me acompañó. Levantó la tapa y me dijo que me sentara manteniendo la espalda echada hacia atrás.
 Tengo muchas ganas dije, preocupada . Pero un tapón me lo impide.
 Eso lo arreglo yo ahora mismo.
 Se arrodilló entre mis piernas y, empleando su lengua, separó los labios de mi coño y buscó el clítoris. Me proporcionó unas sensaciones nuevas e imprevistas. Se me nubló la vista y la cabeza me dio vueltas. Me corrí y, al mismo tiempo, estallaron en la poceta del retrete las bolas de caca dura que desgarraban mi ojete con una mezcla de dolor y placer.
 Con el paso de los años, luego de casarme con Paco, una vida sexual ordenada me hizo olvidar el asunto de la enfermera. Hasta que sufrí un empacho, y a mi médico de cabecera no se le ocurrió otra cosa que recetarme un enema. Para que hiciese efecto tenía que aplicármelo estando yo en posición genu pectoral. Por lo tanto era imprescindible que alguien me ayudase.
 Serás tú, Paco decidí . No quiero que nadie más me manosee.
 Así se hizo. Cuando terminó, me sentí algo mareada y le pedí que me acompañara al cuarto de baño. Me senté en el retrete tal como años atrás me indicó la enfermera.
 Anda, Paco, que con un masaje en el coñete terminaremos antes.
 ¿Qué ocurrió ? Pues que el pobre hombre, viéndome espatarrada y entregada en caliente a sus toqueteos, se notó excitadísimo. Mientras, a pesar de todos mis esfuerzos, la obstrucción anal no cedía.
 ¿Por qué no me hurgas el recto con la misma cánula del enema, Paco ?
 Me levanté y le ofrecí el trasero. Entonces, en lugar de utilizar el elemento que yo le había pedido, hizo uso de su vibrante miembro. Tanto me removió que, al asaltarme las ganas, me retiré de su lado para hacerlo en la poceta. Sin contemplaciones: yo sentada y él clavándome por delante, en el mismo chocho.
 Dimos comienzo a una frenética follada. Por cierto que mi orgasmo coincidió con la salida estruendosa del bolo fecal. Me corrí por delante y por detrás, igual que cuando era una niña.
 Días más tarde, varias amigas nos reunimos en una cafetería. Lo pasamos bomba hablando con absoluta confianza de todo, preferentemente de nuestras intimidades con los maridos y con los amigos. Todas estábamos casaditas, somos jóvenes menos Menchu, pero ésta es de las que dicen que se acuesta con todos los hombres que le gustan . Desde luego es la más enterada, como si dijéramos la catedrática .
 Por lo general coincidimos en el placer que proporcionan los juegos anales, pero sin llegar a la sodomización. Opinamos que la zona perineal resulta muy sensible a las caricias orales o digitales. Siempre que llegamos a este punto, flota en el aire una pregunta:
 ¿ Poseen los hombres, como nosotras, sensibilidad anal ?
 ¡Mi respuesta tiene que ser un sí rotundo ! contesta Menchu ¡ Claro que la tienen ! Sin embargo en modo alguno eso ha de ser considerado como sinónimo de maricones. Mi amante, Pepe, es el hombre más macho que he conocido en la cama. Voy a relataos como nos las gastamos:
 Un día pasó lo siguiente: Nos encontrábamos en el cuarto de baño. Yo me puse en plan dominante. Le coloqué tumbado sobre una mesita traída al efecto, le até las manos y le bajé los pantalones.
 Veamos este culete que voy a cepillarme le anuncié ¡Te he dejado completamente indefenso, Pepe !
 Le metí el pulgar de la mano derecha en el ano y, con otros dos dedos, le apreté los cojones. La izquierda la empleé para menearle la picha. También le pellizqué las tetillas.
 ¡No sigas ! ¡Me haces daño ! gritó, cabreado.
 ¿De qué te quejas, guapo ? ¡Si no acabo de empezar y ya estás más empalmado que un burro !
 Saqué el dedo de su culo y se lo enseñé. Para que comprobase la suciedad que le acompañaba; luego, le dije:
 Esto quiere decir que debes cagar.
 Entonces me até a la cintura un consolador y se lo pasé por la raja del culo. Al mismo tiempo, le ordené:
 ¡Separa bien las piernas que no te llego ! ¡ Agáchate un poco. ¡Quieto ahí mismo ! le picoteé el ojete ¡Basta. Si te cierras soy capaz de matarte ! Pienso violarte , querido Pepe. ¡Luego te veré cagar !
 ¡No. Te prohibo que me obligues a realizar esa guarrería !
 Se revolvió con furia, pataleando.
 ¡Quieto ! ¡Obedéceme ! . Alcancé una correa y se la mostré, amenazadoramente . ¡Te voy a dar hasta que consientas !
 Le puse el pandero más rojo que un tomate.
 ¡Basta, basta, Menchu. ! ¡Dame por el culo de una vez. ! aceptó vencido.
 Como primer paso le apliqué un enema, pero lleno de vino tinto caliente, que es un purgante y un afrodisiaco irresistible. Enseguida le enchufé un consolador queriendo follarle con violencia. Con mi mete y saca no se pudo contener, y se cagó de gusto. Le toqué la polla y comprobé que la tenía como un hierro. Me sentí muy feliz con sólo pensar en lo que me esperaba. Debido a que su calentura resultaba apoteósica.
 Le desaté y, en volandas, mi amante me llevó a la cama. Después de este preludio quedamos preparados para un desmadre de dos horas. Fui dominada por un gran semental. A pesar de su sensibilidad anal era con mucho el mejor macho que me he tirado .
 Con el relato de Menchu quedó contestada la pregunta. Eso sí, se cuidó de afirmarnos que Pepe no había mantenido contactos sexuales con hombres; es más, a su amante le daban asco los homosexuales. Con las mujeres hacía de todo, incluso aceptar la dominación y cualquier clase de experiencias aplicadas por nosotras. He aquí su masculinidad. Prosiguió contándonos otras experiencias:
 Con todo aquello que contó Menchu me quedé con las ganas de probar a Paco por detrás. Llegué a comprar un consolador, con el fin de satisfacer mis fantasías eróticas. ¿ Sería verdad lo que contó Menchu sobre si los hombres, como nosotras, poseen sensibilidad anal ? Pronto tuve la oportunidad de comprobarlo.
 María, estoy preocupado. Llevo días sin evacuar por más esfuerzos que hago me dijo una noche.
 El remedio sería un enema, Paco.
 Con su aceptación, inmediatamente herví litro y medio de agua con aceite; mientras pensaba que aquella era la gran ocasión que buscaba. Al entrar en el dormitorio con el irrigador, mi marido me puso cara de pocos amigos. Lo enganché en la cabecera de la cama, venciendo su desagrado. Se arrodilló y apoyó la cabeza en la almohada. Me notaba emocionada.
 Por primera vez le estaba viendo el trasero. Le separé los glúteos y apareció un agujerito estrellado, rubio y colorado como el de un niño. Estaba claro que por allí no había pasado nada. Se hallaba completamente virgen. Para lubricarlo me unté un dedo con vaselina, que le introduje con sumo cuidado. Realicé un movimiento de émbolo y rotación.
 Paco se estremeció y sus cojones se apretaron. La polla se levantó majestuosa. ¡Tate ! Era la prueba de que los hombres son tan sensibles como nosotras en las zonas perineales. Menchu tenía razón. Le puse el enema y luego fuimos al baño.
 Por más esfuerzos que hago me resulta imposible dijo, sudando de angustia.
 Relájate. Ya verás como lo consigues. Apagaré la luz para que no te dé vergüenza.
 A hurtadillas me coloqué el consolador. Le apliqué un pequeño masaje, le abrí las nalgas y, sin pensarlos dos veces, le trinqué con el cipote de plástico y comencé a bombear.
 ¡Ay, ay. Pronto, sácame eso del culo ! ¡Al fin voy a defecar. !
 Así le llegó la gran cagada y una enorme eyaculación. Una nueva fuente de placer acababa de aparecer en nuestras relaciones sexuales: los enemas calientes.

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