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"Este es un relato autobiogáfrico de un amigo cartero"
Soy el cartero de una ciudad costera con una gran mezcla entre lo tradicional y lo moderno. Por mi trabajo estoy constantemente en contacto con la gente de mi barrio y coqueteo muchísimo con las mujeres del mismo. No hago distinción entre casadas y solteras, entre ennoviadas y solteronas o entre jovencitas y maduritas, siempre tengo algo que ofrecerles a todas ellas.
Físicamente no soy el clásico playboy. No tengo unos ojos azules como el cielo ni un cuerpo trabajado en el gimnasio ni siquiera tengo un gran coche o una cuenta bancaria con muchos ceros. Simplemente yo…soy yo.
De mi padre afortunadamente no he heredado su metro sesenta de estatura pero sí el buen gusto por las mujeres y sobre todo un buen rabo que ya había hecho muy famoso a mi abuelo paterno. Con mi metro ochenta podía considerarme el más alto de la familia.
Además de la longitud de mi tranca también tenía una larga melena negra que mimaba cuidadosamente pues fueron muchas las conquistas que ensalzaron la belleza de la misma. Así que cual Sansón cuidaba mi cabellera llevándola normalmente atada en una coleta.
Tenía los ojos color miel y unos labios carnosos que enmarcaban una sonrisa de actor de cine. Durante años padecí la ortodoncia con resignación y paciencia. Fui objeto de burla por parte de mis compañeros de instituto pero finalmente el esfuerzo valío la pena. Mi dentadura forjada por la acción de los braquets era blanca y jugaba un papel fundamental entre mis armas de seducción.
Mi cuerpo era delgado pero de buena complexión. Desde muy pequeño me gustaba la natación y eso había dibujado una bonita espalda con unos hombros bien marcados.
Pero si mi físico era bastante bueno donde realmente destacaba era en el piquito de oro que tenía. Era un encantador de serpientes. Capaz de hacer sonreir a la vieja más amargada como sonrojarse a la más puritana de la parroquia.
Hoy contaré como conseguí seducir a una de las mujeres que más deseaba de mi zona y que tras 4 años de reparto conseguí convertirla en una de mis amantes más agradecidas.
Pilar era una mujer que había sido hippy en su juventud, tenía una larga melena rubia y lisa, bastante alta para su quinta y que llevaba espléndidamente sus 49 primaveras. Siempre que llevaba algún envío bajo firma me quedaba sorprendido por sus pechos que a pesar de haber amamantado a 3 hijos seguían estando en su sitio con un tamaño considerable y que ansiaba devorar cada vez que la tenía a mi vera.
En el verano le gustaba muchísimo la playa y en alguna ocasión me insinuó que le gustaba practicar nudismo tal vez por esa época hippy de su juventud. Era en esa época cuando tenía ocasión de ver su hombros morenos salpicados por algún lunar que parecíera marcarme el camino para recorrer su cuerpo.
Era tal su pasión por el dios Sol que incluso había arrugas que estaban provocadas por el mismo y no por por la acción de la edad. Su escote me dejaba entrever sus pechos turgentes, generosos con mi estado de ansiedad y excitación.
Con el paso del tiempo y a pesar de haberlo intentado de muchas maneras no parecía que pudiera poseer aquella rubia cuarentona. Al menos mi confianza había ido aumentando hasta el punto de haber entrado en su casa en varias ocasiones.
Su casa era grande y en la parte de abajo había un bar en el que siempre había mucha gente. En el lateral había una puerta que siempre estaba abierta y que daba acceso a la parte posterior del bar y a unas escaleras por las que se accedía a la vivienda.
Durante unos días el timbre se había estropeado y Pilar me pidió de favor que accediera por la puerta lateral y subiera hasta su casa. Yo como buen cartero que soy accedí y por fin llegó mi oportunidad.
Coincidió cierto día de calor que llevaba un envío certificado para su hija y al pasar por el bar pude comprobar como su marido estaba echando la partidita de cartas con su comandilla de todos los días. La vida de prejubilado es lo que tiene, dedicas más tiempo a tus amiguetes y menos a tu mujer. Es ahí donde un cartero tiene que cumplir con el buen servicio, tanto postal como sexual.
Podría haber entregado el envío a su marido pero preferí subir por la puerta lateral suspirando poder recrear la vista nuevamente sobre su poderoso escote. Pero como la vida te da sorpresas la de aquel día aún hace que mi polla se despierte e intente salirse del calzoncillo.
Subía los escalones y al llegar a la entrada vi como Pilar se encontraba completamente desnuda tomando el sol en la terraza con unas gafas de sol y aparentemente dormida.
Mi corazón empezó a latir fuertemente, parecía que quería salirse de mi pecho. Notaba como me había puesto colorado en segundos fascinado por aquel cuerpo bronceado por el temprano sol de Junio. Sus enormes pechos estaban adornados por unos pezones pequeñitos para aquel tamaño de seno. El pubis estaba poblado de pelo pero se intuía una forma triangular que estaba un poco desarreglada probablemente porque ya tocaba una buena sesión de peluquería previa al polvo marital del sábado.
Estaba completamente inmóvil, petrificado y sin saber que hacer. Mi cuerpo me decía que me lanzara sobre aquella hembra como un perro en celo pero mi cabeza me decía que debía retroceder y hacer algún tipo de sonido para que ella se vistiera un pareo.
En medio de esa difícil decisión y debido a mi natural torpeza, el sonoro ruido de una maceta rodando por el suelo rompió el hielo de aquella estampa tan películera. Pilar se despertó de su plácido sueño y se incorporó sobre la hamaca. Yo estaba avergonzado tratando de recoger los pedazos de la maceta mientras ella se levantó de manera natural y sin prisa ninguna lo primero que hizo fue ponerse unas chancletas que tenía a su lado y luego un pareo que transparentaba y realzaba la belleza de su desnudez.
¡No pasa nada cartero, odiaba esa planta!. Me dijo sonriendo. Enseguida me disculpé por subir sin avisar pero mis cara roja y avergonzada ya se estaba disculpando por mi. Cuando me relajé un poco, le entregué el envío y ella amablemente me ofreció una bebida. No me corté un pelo y le dije que si tenía cerveza y que me acompañara. Ella accedió.
Tomamos esa fría cervecita, le comenté que tenía una buena terraza para tomar el sol y que si fuera su marido no estaría abajo echando la partidita sino disfrutando de su bonito cuerpo. Ella me dijo que hacía tiempo que no hacían vida marital y fue ahí cuando empezó la maquinaria sexual de mi cuerpo a funcionar y vi la oportunidad de retirarle su cerveza, apoyarla junto a la mía en una mesa auxiliar y darle un abrazo. Quería que sintiera mi apoyo ante su situación personal y también como se había puesto mi polla que quería salirse de mis pantalones.
Ella también me abrazaba, estaba necesitada de atención, de cariño y ahí estaba yo para darle todo eso y hacerla gemir como a una perra.
Seguí rozándome con ella, quería que sintiera el tamaño de mi rabo. Ella había conseguido ponerme muy cachondo y tras 10 segundos abrazados me separé de ella y busqué su boca para besarla. Estaba claro que si me rechazaba cogería mis cosas y me iría a bajarme el calentón a casa de Nuria porque ella siempre estaba disponible.
Pero mi beso no fue rechazado, todo lo contrario, fue recibido con avidez, con la rabia de esposa desatendida. La besaba moviendo mi boca como si quisiera comérmela, mi lengua juguetona se movía como pez en el agua en su boca.
Ella separó su boca de la mía y me dijo que fuésemos para dentro ya que desde allí fuera podrían vernos desde la carretera que había al lado de la vivienda. Me cogió de la mano y con fuerza me arrastró hasta su dormitorio. La cama estaba sin hacer, completamente abierta.
Allí me tiro sobre la cama y se abalanzó sobre mi buscando nuevamente mi boca. Me sorprendió su destreza para saltar sobre mi, más propio de una jovencita ardiente que de una mujer casada. Sin tiempo casi para reaccionar me quitó mi camisa amarilla y mi elegante corbata. Ya estaba con el torso al descubierto cuando empezó a besarme el pecho y a buscar mis sensibles pezones. Se pusieron erectos sólo con sentir el tacto de sus manos y me hizo dar el primer gran suspiro de este polvo.
Sus mordiscos en mi cuello hacían que agarrara su culo y lo palmeara de vez en cuando. Tenía unas ganas de follar tan grandes como yo. Ese momento en el que un hombre desea tanto a una mujer como ella lo desea a él es estado que debería ser eterno.
Su mojada lengua recorría mi cuello y al acercarse a mi oído susurraba cosas como: -¡ quiero que me folles sin piedad cartero!
Estaba tan excitado que tenía la sensación de que mi polla estaba soltando lechilla. Le arranqué el pareo y la tumbé sobre la cama. Era hora de hacer mi magia.
En mi cuerpo hay tres partes del mismo más grandes que la media: mi nariz, mi lengua y mi polla. Y ahora era la hora de mi salivada lengua.
Cuando estoy con una mujer mis glándulas salivales no paran de trabajar así que empecé por su boca y continué besando su cuello. Arrastraba mis dientes sobre sus hombros mientras mis manos acariciaban el contorno de su pecho. Quería tocar sus tetas, besarlas, acariciarlas pero sabía que debía esperar. Antes quería explorar su cuerpo, morder las estrías de su barriguita, soplar su tímido ombligo y pellizcar su incipiente celulitis. Ella se veía insegura pero yo quería demostrarle que me atraía todo en ella. Recorrí sus morenas piernas para pararme en sus pies. Tenía las uñas pintadas así que me metí cada uno de sus dedos en mi boca como si quisiera comérmelos. El sonido de mi saliva cubriendo sus dedos era sensual.
Continué por la cara interna de sus muslos pero en vez de besar a su ya humedecido coñito continué hasta llegar a sus pechos. Era su turno.
Estaban duritos y sus pezones podrían quitarme un ojo. Eran enormes, de esos que nunca te cansas de chupar. A ella le gustaba pero no quería que le apretara el pecho con mis manos ansiosas así que lo hice a su manera y me lo agradeció con un gemido que de no ser por el barullo del bar habría escuchado hasta su marido.
Y fue el primero de muchos gemidos que fue dando cuando metí mi larga nariz en su coñito. Me encanta oler el chumino de una mujer ardiente. Sentir como emana el calor del interior es increíble. A continuación comencé a lamer tanteando lo que le hacía gozar más. Estaba mojadísima. En plena bajada al pilón me inundó la boca con sus fluídos. Fue tanto que pensé que me atragantaba pero me tragué hasta la última gota y me levanté para que ella viera como rebosaba mi boca de su fluído. Mi lengua limpiaba morbosamente mis labios. Su cara entre sorpresa y libidinosa no preveía que me fuese a girar sobre ella para quitarme los pantalones. Más que quitarme casi diría que arrancarme.
El calzoncillo horrible que llevaba era oscuro y no ocultaba mi excitación. Mi polla salía por un lado y los huevos por otro empequeñeciendo aquel slip.
Tras quitarme el horrendo calzoncillo cogió con ambas manos mi miembro viril y comenzó a chupármela. Ambos lo estábamos deseando.
Al principio sólo se metía la puntita pero poco a poco fue metiendo más para adentro hasta que en una esas veces sentí su campanilla y le dio una arcada. Le dije que no tenía que ser garganta profunda y la pobre sonrió complacientemente. Y siguió chupando. Untaba aquel falo con abundante saliva y no paraba de mover con fuerza sus manos sobre mi miembro. Era tal el placer que por un momento tuve que mandarla parar o iba a echarle la lefada padre dentro de su boca y aunque ganas no me faltaban sabía que habría más ocasiones (o lo intuía) y que hoy quería follármela.
Disimuladamente hice que parara y busqué nuevamente sus labios. Yo no soy de eses hombres que no besan a una mujer tras una mamada. Mas bien al contrario. Con ello busco mi aprobación a su brillante felación.
Ahí llega otro de los momentos trascendentales en una relación sexual y es que yo no llevaba condones. Ella amablemente me dijo que su marido tenía en el cajón y eso me dio un morbo enorme. No sólo me estaba follando a su mujer, en su casa, en su cama y con su condón sino que además él estaba debajo echando tranquilamente la partida.
Justo una planta encima de su cornamenta, mi polla se había paso en aquel humedecido chochito. Pilar lubricaba mucho, muchísimo y eso me hacía deslizar de maravilla. Al principio lentamente y cada vez más fuerte pero de vez en cuando mis grandes ganas de correrme me hacían parar para besarla con ganas y rodearla con mis brazos. En ese momento aprovechaba para entrar lo más adentro que podía de ella. Tal vez sea un hombre con algunas tradiciones sexuales que procuro hacer siempre que me dejan y una de ellas es sentirla muy dentro. Y a Pilar le gustaba. Su cara morena dio pasa a una más sonrojada, estaba sudando como yo y nuestros cuerpos ruidosos y sudorosos se entrecruzaban subiendo aún más la temperatura.
Cogí sus piernas con ambas manos para que la penetración fuese aún más profunda. Iba muy despacio porque la escopeta estaba a punto de disparar. Con mi mano busqué mi peroneo para acariciar y apretar con los dedos consiguiendo de esta manera una prolongación natural del placer y retrasar la eyaculación. Ahí comencé a follar con ritmo, mi sudor caía sobre ella, que gemía cada vez más, estaba a punto de caramelo. Yo sabía que correrme a la vez sería misión imposible así que traté de que ella fuese antes. “Las damas primero”, ese es uno de mis lemas.
Y Pilar fue la primera que tras cambiar de postura y ponerme de lateral empezó a gritar como una loca hasta el punto que tuve que ponerle una almohada encima de la cara. Su marido estaba abajo y una cosa es ponerle los cuernos y otra es de esa manera.
Esa sensación de estar dentro de ella con su marido tan cerca hizo que tras correrme y llenar abusivamente aquel globo de látex volviera a estar nuevamente excitado.
Ella se sorprendió pero ambos sabíamos que no es bueno tentar a la diosa fortuna. Así que tras secarme con una toalla y comprobar que habíamos dejado un buen surco de sudor sobre las sábanas recogí mis cosas, acabé la cervecita y tras un beso le prometí que volvería. Y Pilar sonrió nuevamente, como aquella hippy que fue un día una mujer libre y que ahora estaba presa de un matrimonio como tantos otros marcado por la rutina diaria. Un certificado bien entregado y un polvazo bien eyaculado.
DOCTOR X
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