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Categoría: Fetichismo

El ombligo de Zuleika (I)

"Te espero siempre, mi amor.

Cada hora, cada día.

Te espero siempre, mi amor.

Cada minuto que yo viva.

Te espero siempre, mi amor.

Sé que un día llegarás.

Te espero siempre, mi amor.

Cada hora, cada día.

Cada minuto que yo viva."

"Despedida", Manu Chao

 

De niña pensé que me gustaría ser maestra. Obviamente una no imagina que será maestra de muchachos, ni que estos habrán de causar atracción en esa maestra que queremos ser. Las maestras son entonces así de unos cuarenta y cinco, de físico un tanto descuidado, de preferencia con lentes, con mejillas de manzana hechas a punta de manzanas que les dejan sus alumnos.

 

Eso es bajo la idea de la maestra que se hace rodear de niños. Yo no estaba rodeada de niños, ni estaba rechoncha, ni tenía mejillas de manzana, y manzanas nunca las acepté. Yo siempre he sido delgada y pienso que delgada he de morirme, estoy a gusto así. En lo que sí me he convertido en una maestra total es en aquello de usar lentes, pues mi vista no anda muy bien, sin embargo, siempre busco sacarle el mejor partido a esa situación y, por ejemplo, los que llevo ahora son un nuevo modelito de Guess!, que te hacen ver intelectual y a la vez sensual.

 

Seguido me pregunto el porqué me importa lucir sensual si estoy convencida de ser precisamente anti sensual. Las respuestas me vinieron cayendo en forma ordenada, metódica. Todo en mi vida es así porque yo misma soy así, ordenada y metódica.

 

Hoy estaba dando una plática en el aula, mi materia es pedagogía, y tal vez para disfrutar un poco del ridículo ajeno, el instituto organizaba "Jornadas de Exposición", en las cuales todos pretenderían enseñar algo, y así, los temas serían temas libres. Las maestras, como yo, obviamente iniciábamos el ciclo, y para ello debíamos exponer un tema que no fuese la materia que de ordinario enseñábamos.

 

Elegí un tema que denominé "Adictos al Amor", que por cierto lo saqué de un libro que me pareció interesante, titulado, "Adicción a Sectas", de un tal Pepe Rodríguez (¡vaya nombre para el autor de un libro tan interesante!), que me dio la idea de que el amor ya no será nunca como antes, porque ahora más que un impulso físico y pro copulativo, era un proceso de velado fetichismo.

 

Ese día, decidí cambiar un poco. De ordinario llevaba pantalones, no muy ajustados pero tampoco holgados, lo bastante monos para dar una buena impresión en los hombres que ni me interesan... tanto. Ese día llevaría una falda, para ver lo que sucedía, sólo para eso.

 

La indumentaria completa sería como sigue, la blusa sería blanca, satinada, muy blanca y pulcra, inocentemente transparente, puramente sugestiva. Debajo llevaría un sujetador de encaje que disimulara discretamente el tono marrón de mis pezones, pero que dejaran imaginar sus puntas como las de un par de biberones. Llevaría un cinturón ancho y ajustado, como el de una avispa en corsé, luego la faldita negra, de largo hasta mis rodillas, que dejara ver lo blancas que están mis piernas a suerte de nunca estar expuestas. Eran unas piernas de mármol, impecables, inmaculadas, mismas que metería en unas medias casi invisibles sujetas a un liguero tan discreto que apenas pudiera notarse, y en cierto modo pienso que los ligueros están hechos para sugerir que existen. Una puede fajarse unas pantimedias horribles, esas que parecen un mameluco inconcluso, que nunca se caen tampoco y de paso ciñen un velo sobre del calzón, como si una llevara bajo la falda un coño islamita. Pero vamos, un liguero que se nota un poco paga con creces el mal gusto de marcarse bajo la falda, pues es imposible que no provoque algo en quien lo ve. Sea hombre o mujer que te note el liguero es claro que te está viendo el culo, ¿a qué reclamar?. El liguero se presta entonces a que el observador, u observadora, te imagine precisamente sin falda, el liguero no sólo puede no ser feo, sino que puede llegar a ser muy bello, y si por accidente te abres de piernas, el calzón puede verse real.

 

Mi intención era provocar una reacción química en mis alumnos, mismos que oscilaban entre los diecisiete y los diecinueve años. Yo tengo treinta. Y ahora que lo pienso, parece que provocar es una vocación que tengo. Me gusta provocar la mirada, en ello una siempre permanece inmaculada, y el atrevimiento siempre es exterior. Aunque el ser consciente de ello me vuelve un poco responsable, nadie tiene pruebas de mi culpabilidad.

 

Mis motivos para ser tan extraña tienen un origen que va más allá de mis recuerdos. En teoría, atribuyo mi carácter endemoniado a un sujeto obeso que intentó atacarme sexualmente cuando era yo muy niña, teniendo cinco años, tal vez. Fue en una cochera, lo vi entrando, tocándose la bragueta, muy agitado. Yo no sabía entonces lo que se ocultaba en las braguetas de los hombres, no tenía por qué maliciar nada. Sin embargo, el rostro de aquel gordo era peor que el de un cerdo, sacaba la lengua como yegua atropellada a la orilla de un camino, su cara roja, su respiración honda. No era necesario que supiera de qué iban las braguetas, ni que me tocara las caderas como lo logró si acaso dos o tres segundos antes de que escapara, bastaba con su presencia de monstruo, su esencia monstruosa emanándose sobre mí, para llenarme de pánico.

 

Por alguna causa me quedó claro que esa monstruosidad habitaría sólo en hombres, o en mujeres que querían ser hombres, y así, detrás de cada hombre había un monstruo oculto, y mi rechazo era casi natural. Lo ideal sería que terminara siendo lesbiana, sin embargo, quienes piensan que las lesbianas son lesbianas por no querer ser mujeres, están equivocados, y si suponen que lo son porque quieren ser hombres, entonces ya estamos hablando de una cretinez total. Para ser lesbiana se necesita que las mujeres te gusten, y a mi no me gustaban como género, lo supe a los dieciséis, cuando Nuria, una amiga, y yo, decidimos tendernos en una colcha para explorarnos un rato. Fue muy lindo, nos tocábamos suavemente, y luego más rudo.

 

Esa vez inocente fue mi primera sensación verdaderamente y mundanamente erótica. Yo nunca me había masturbado, nunca. Pero esa vez aprendí. Encontré que la caricia era dulce, sutil, que mi cuerpo era capaz de hacer feliz, pero pese a todo yo ni fui feliz con la conclusión de todo esto. Agradezco a Nuria su calidez, pero algo faltaba. Ella me tendió esa vez en la colcha y me hizo abrir las piernas. No me instruyó que las abriera, ni me dijo "¡A ver, ábrelas!", sencillamente las tomó con sus manos anchas a la altura de los muslos y comenzó a separarlas en forma irresistible. Hasta ese momento sólo nos habíamos besado en la boca largo rato y acaso nuestras manos habían hurgado un poco en el cuerpo de la otra, quedándonos claro que sentíamos más agradable tocándonos cada una lo suyo. Pensé que hasta ahí llegaría nuestro encuentro, pero lo cierto es que las dos estábamos muy calientes, y daba lo mismo que nos besáramos en la boca que qué nos hiciéramos lo que fuese. Así, ella abrió mis piernas como si las tocara en ese punto justo en el cual, de tener una palanca movería uno el mundo, tocando el punto exacto en que éstas se abren. Supongo que el punto al que se refería el célebre físico era el punto "g" del mundo, que tocándolo éste no sólo se movería, sino que haría lo que le pidieses.

 

Con mis piernas abiertas ella miró, y con su mirada provocaba que mi sexo cayera en trance, pues sus ojos siempre han sido muy expresivos, y en ese instante tenía la mirada afiebrada, con las pupilas dilatadas, enormes, lanzando un soplo divino. Mi sexo era puro, sacro. Siempre lo fue y siempre lo será. Los labios de mi sexo se encontraban fuertemente unidos uno del otro, como un aplauso cerrado, como las manos de una monja que levanta una oración a su señor, mi sexo eran esas manos en devoción, en plegaria. Nuria comenzó a besar el dorso exterior de aquellas manos, tocando con su lengua desde la parte baja de la palma hasta los dedos, recorriendo con parsimonia aquella línea inquebrantable en que se unían, paseando su lengua sabia a lo largo de esa línea cerrada como una falla terrestre, y de a poco, luego de sugerir muchas cosas, esas manos que eran los labios de mi vagina comenzaron a abrirse hacia fuera y adelante, como si la monja empezara a mostrar sus palmas hacia el exterior, como si apresado entre sus palmas estuviese el espíritu de Dios en forma de colibrí y ella quisiera liberarlo de pronto, como jaula que se abre, como puertas que se abren, pero sin separar la parte trasera de su mudra, dejando unidos sus dedos pulgares e índice, como si con una suerte de magia quisiera formar con sus manos una flor abierta que en posición parabólica comenzara a mandar señales de amor al planeta, mientras el colibrí daba pequeños besos en las terminaciones nerviosas de mi carne. Nuria besó de esas manos cada huella dactilar y besando sus líneas abrazaba mi destino, de rato mis manos eran como medusas inversas que acarician la lengua del predador, y abiertas las manos el rezo fue completo, pues la abertura quedaba como una puerta al interior demasiado real, y a través de ella se podría ver mi corazón, que es donde una se encuentra consigo misma y donde los demás deben buscar si en verdad quieren amarte. El ser exhaló y me sobrevino un orgasmo divino, mi primer orgasmo.

 

Nuria no quiso que le lamiera yo. Fue feliz con hacerlo ella, y yo no fui feliz de no agradecerle como quería. Agradezco de ella su trato, aunque me dejó perpleja luego de que se apenó demasiado de lo que habíamos hecho, aclarando que era primera y última vez que lo hacía, y que estaba bien para no morir sin saber lo que se sentía probar carne de mujer. Me ofendió un poco que dijese eso último, porque quiere decir que no me tomó a mí porque fuese yo, Zuleika, sino porque era yo mujer. Es decir, pudiese haber sido con otra, con quien fuese.

 

Debo decir entonces que siempre creí en las almas gemelas, ello por causas que no quiero explicar, pero de una cosa estoy segura, que no me importa si mi alma gemela encarna en hombre o mujer, en Dios o en Diablo, en una flor o en una piedra, como sea lo amaría, y me entregaría, si es que lo encuentro. Seguido pienso que mi alma gemela no puede habitar un cuerpo de hombre. Los encuentro torpes, insensibles, temerosos, abiertamente inferiores. Pese a todo, el alma gemela se presenta casi siempre como una mitad ausente y no como una compañía cálida. Una cree en las almas gemelas porque esa parte que falta sin duda ha de ser real, puesto que duele tanto su vacío y su búsqueda parece no terminar nunca, y no por que quien duerma a nuestro lado sea nuestra contraparte sin falla. Luego el alma gemela es cierta cuando falta, y una vez en nuestra cama le miramos como un desconocido.

 

Ese día me había vestido con la indumentaria que ya describí, me pues los lentes Gess! que había mandado a hacer especialmente, pues no es estilo de la marca poner en sus armazones colores estridentes, así, mis lentes no sólo tenían un cristal con considerable aumento, sino que además tenían un color rojo carmesí que convertía el mundo en un cabaret solar en el que la única y auténtica vedette era yo misma. Puede que todo fuese una fantasía, pues no ignoraba que quien llevaba los lentes puestos era yo, y que a través de su cristal eran mis ojos los que percibían el mundo, pero no me importaba, podía cambiar de mundo como de lentes, y hoy quería tener éstos.

 

Ir por la calle era una danza en que los hombres obtusos lanzaban sus miradas queriendo conquistarme, sintiendo cada uno de ellos un dolor en la bragueta, mientras que las mujeres me envidian, no por el cuerpo que pueda tener, sino que notan que tengo un secreto por ellas ignorado, en el cual mi feminidad es mía y es inmaculada.

 

Miré un puesto de alimentos en que prendían un carbón y el fuego lucía verde. Miré mi reloj y vi que aun tenía tiempo para perder, y como mi exposición no sería hasta en treinta minutos, decidí hacer padecer a alguien sólo para estar en forma y llegar a la clase algo motivada.

 

Elegir la víctima siempre es muy fácil, van por la calle levantando la mano como si dijeran "Yo. Yo. Elígeme a mí. Yo quiero ser esa víctima.", y ahora no fue la excepción. Caminaba por una calle comercial y peatonal, y estaba sentado en su banquillo un bolero. Como no tenía cliente a quien lustrarle los zapatos se dedicaba a ver las chicas que pasaban. Cruzó en su camino una morena bajita que movía demasiado el culo, y como era predecible le soltó toda serie de idioteces. Tan entretenido estaba en decirle "mamita" a la morena, que no vio el momento en que me senté sobre su silla de bolear, dispuesta a que me lustrara el calzado. Me miró extrañado, pues mis pies estaban enfundados en unos zapatos exquisitos y bastante limpios, ¿Qué les iba a limpiar?. Le miré incisivamente, cohibiéndolo, con ojos de gendarme. Intentó sacarme plática y en dos o tres frases le dejé en claro que nada teníamos qué decirnos, que se abocara a lo suyo. Sus manos tocaban con fuerza mi calzado y, como se sabe, mis pies estaban dentro, recibiendo un velado masaje, sintiendo aquellas manos pobres que nunca tendrían oportunidad de que le permitiera tocar mi piel, debiéndose conformar con tocar la piel de bovino de mis zapatos. Debo admitir que ser así de malcriada me ponía frecuentemente de buen humor. So pretexto de aplicar doble grasa, aquellas manos sobaban mis pies desde el talón hasta los dedos, y el tipo hubiera echado grasa a las suelas si estuviese convencido que éstas no eran lo suficientemente duras como para no sentir la forma de mis pies a través de ella.

 

Mis pies descansaron, pues los tacones pueden llegar a cansar en días en que una camina demasiado. El bolero intentó ver mis rodillas, y mi mirada de gendarme le acusaba, le prohibía. Luego intentó ponerse cínico y dejó de respetar mi mirada, y fingí que un mosquito me irritó la pantorrilla estirando mi pierna dándole un fuerte puntapié en las costillas. Se llevó la mano al tórax mientras yo, fingidamente apenada, le pedí mis sinceras disculpas, mismas que él no podía dejar de aceptar pues al patearlo me vio acaso los fulgurantes calzones blancos. Para que aquella situación no degenerara le ordené que no olvidara lustrar el cintillo. Y he aquí que sobre el tobillo había un cinto de escasos siete milímetros de ancho, y bolearlos era prácticamente imposible, más aun si le había dicho al bolero que ni se le ocurriera mancharme las medias. Se convirtió entonces en un artesano.

 

Como había tomado yo demasiado poder, se las ingenió para someterme a una práctica que yo desconocía. Este bolero era un bolero pirómano, es decir, untaba la grasa y luego hacía una antorcha colocando en la punta de un desarmador un pedazo de estopa, la cual bañaba con un poco de solvente para luego prenderle fuego. Desde luego, al pasar el fuego cerca de mi calzado no sólo hacía que la grasa de calzado se derritiera haciendo una capa homogénea y brillante de color negro, sino que me ponía de espaldas a la pared al amenazarme con quemar mis medias, calentando mis pies al más puro estilo español, mientras que yo era una especie de Moctezuma moderno. La esgrima terminó por fin. Mis zapatos se veían súper brillantes, pero olían a grasa quemada.

 

Me cobró diez pesos por la boleada, lo que era una ironía. De ser una puta no sé cuánto cobraría por una sesión de humillación, dar un masaje en los pies de alguien, dejarme patear las costillas y permanecer ahí de rodillas frente al otro, sin contar la sesión de fuego en los pies. ¡Este sujeto me cobró diez pesos por todo ello!.

 

Llegué a la escuela y en una sincronía muy rara recibí una llamada de un tal David, que es sin duda el mejor amigo de Nuria, un tipo muy extraño la verdad, inteligente pero algo loco, del cual no tenía mayores impresiones que saber lo amigo que era de mi amiga, quien lo adora. Ahora que caigo en cuenta, en los cumpleaños de Nuria sólo él y yo éramos una constante, siempre había nuevos amigos, nuevos compañeros, una nueva mejor amiga, siempre una distinta alineación de amigos, siempre todos cambiaban menos él y yo. Nunca hablaba mucho, era como si bastara con su presencia, no precisaba de decir nada, como si todo se entendiera, como si nada de lo que dijese fuera de interés de nadie más que de nuestra mutua amiga, actitud que reventaba a los padres de ésta y a los demás amigos. Encima era un suertudo, pues llegaba en momentos clave a los cumpleaños, por ejemplo, se apagaban las velas, que es el momento de los deseos, y aparecía él por la puerta, como si le acompañara el milagro. De lo que sé entre Nuria y él no hay nada físico o romántico, y eso es lo más extraño, que sean amigos como se supone que unos amigos deban ser, sin que meta ruido en su unión el hecho de que Nuria está bastante buena, eso es lo raro, rarísimo, que no se les ve intenciones de acostarse nunca. Lo que sí, ese tipo parco es el que más hace reír a mi amiga, es como si tuviera en los labios las palabras que le dan gracia.

 

En esas fiestas me tocaba ver que los amigos nuevos casi siempre coincidían en secretearse que el tal David era un mamón, y puede que eso fuese lo que me caía bien de él, que no buscaba agradarles a todos ellos, que asistía con un fin muy claro de acompañar. Pese a que nos vimos como en ocho aniversarios seguidos, y por lo tanto conoce esa que fui hace ocho años, y fue viendo mi progresión a lo largo del tiempo, yo no era la excepción de su comunicación, y por ende nunca habíamos cruzado palabra, de hecho, cuando nos cruzábamos un poco, Nuria siempre aparecía para interrumpir lo que dijéramos, casi siempre diciendo que era muy feliz de estar sentada entre nosotros, que eso por sí mismo ya convertía el momento en un buen momento. Pero gracias a su buen momento nunca pudimos platicar nada. La idea que él debe tener de mí ha de ser muy rara, pues siempre me ve cargando a algún sobrinito de Nuria, o partiendo un pastel, siempre en actividades que me gustan pero que sólo hago estando en los cumpleaños de ella, pues en la calle suelo ser más agresiva.

 

Lo único que habíamos tenido tiempo de intercambiar era un documento que me regaló, que se llama "ESTRUCTURA BÁSICA DEL PROCESO MENTAL", que era muy bueno, además de recomendarme un libro que se llamaba "PNL para educadores", y ambos textos me ayudaron mucho en la realización de mi tesis, cosa que nunca tuve oportunidad de agradecerle. Bueno, algún día le dije a Nuria que le diera las gracias, pero no es igual.

 

Atendí la llamada, quería contactarme para comentar algunas cosas de pedagogía, cosa que se me hacía algo extraño, le dije que le podía recibir en mi casa a las seis de la tarde porque tenía sesión con mi terapeuta a las cuatro. Comúnmente no me gusta hacer citas después de ir con el terapeuta, pues puede que mi ánimo se encuentre raro, pero tratándose de él no tenía opciones, pues vive hasta Baja California Sur, y por lo tanto no viene a la Ciudad de México muy seguido, además, no puede entretenerse mucho conmigo.

 

Llegué al aula y me interceptó Carlos, un estudiante con el que he estado saliendo y con quien desfogo mi fuego y visceralidad. Por lo general todos los hombres me parecen algo despreciables, torpes y brutos, pero hay varias razones por las cuales le he elegido a él para aplacar mis deseos; en primer término, porque es hermoso, tiene un rostro angelical, sin una sola imperfección, con su nariz recta, sus labios grandes, su mirada triste, tan triste y tan dulce que a él no puedo dañarlo sin sentir a la vez cariño, que es una gran ganancia sobre todos los demás hombres a quienes los dañaría en forma inclemente, sin piedad. Segundo, su cuerpo es exquisito, casi femenino, pero con una verga larga y gorda que me hace sentir toda serie de cosas, una verga rubia con una cabeza rosada y brillante que no da pena chuparla, además es efectiva y duradera. Puede que lo que más me guste de ella es que no me cabe bien en la boca.

 

No les fue indiferente, ni a Carlos ni al grupo, verme llegar en falda, pero nadie tiene los pantalones para opinar abiertamente de mi manera de vestir.

 

Respecto de Carlos, no hemos tenido sexo en forma, es decir, vaginalmente. Pese a que los hombres no me hacen muy feliz, hago mis excepciones con éste, a quien le doy muestras de cariño que no le doy a nadie. Soy puta de vez en cuando sólo para demostrar que puedo y para estar en forma, además, si el sexo ofrece placeres ¿Por qué habría de perdérmelos?, Como sensación física es válido, y me lo proveo con este muchachito encantador que no pretende dominarme y se adapta a mis caprichos, y disfruta haciéndolo. Le he mamado su verga, le he comido el semen, le he mordido sus pezones, y su ombligo me enloquece, lo beso y lo mimo demasiado, pues es muy sensible de su ombligo, he dejado que me posea analmente. Mi vagina no la ha tomado nunca, aunque la besa maravillosamente.

 

Se da la maña para agradarme, y su boca es tan mía que puedo poner en ella la parte del cuerpo que me dé la gana, segura estoy que la besaría. Mis pechos, mi boca, mi sexo, los ama profundamente, pero lo que más me da gusto es darle de chupar mis manos. Las muerde en sus cojines, su revés, le meto los dedos en la boca y los meto y los saco como si de una verga se tratara, y él se abandona a mamármela, mientras toco su lengua con los dedos, juego con ella, le acaricio el paladar, sería bueno para mamar una verga, no cabe duda, y verlo chupar es el único caso en que me gustaría tener un miembro viril, para retacárselo en su boquita de muchacha mientras lo tomara de la nuca y de las orejas, y advertir que su mirada triste se convirtiera en la de un cordero sometido al placer.

 

A veces me pregunto si es él mi alma gemela, pues no sólo lo soporto, sino que deseo estar con él frecuentemente, aunque creo que no estoy preparada para convivir con nadie. Pero ahora que recuerdo siempre que digo creer en esas sutilezas me desmiento a los dos minutos. En fin, le doy el derecho de la duda, ¿Acaso no niegan a Cristo sólo aquellos a quienes no ha tocado su corazón?. Sólo niegan los milagros quienes han sido tan infelices de no haber vivido uno.

 

Por lo pronto somos la maestra y el alumno, y a él le prende estarse tirando a la maestra, y a mí me prende estar violando a mi suculento alumno. Cuando se la chupo con mi uniforme de maestra y mis lentes, los más anticuados que tenga, su leche mana como si de una llave se tratase. Me pone caliente ser sometida de vez en cuando, que me domine aunque sea gráficamente, físicamente, por ejemplo, que se me siente a la altura de los senos, dándome de chupar su verga, si bien lo hace porque se lo permito, la posición es por naturaleza de poder, él sobre mí, sometiéndome. En veces me hace bien flaquear, no ser la fuerte, no ser la dominante.

 

Me pide que nos veamos hoy y le digo que hoy no puedo. Me pregunta por qué y omito decirle que me visitará David, no me explico la razón de mi mentira, o mi verdad a medias, y sólo le digo que es probable que no esté dispuesta luego de ir al terapeuta.

 

Se pone tiernamente triste, pero no entiende que si voy al terapeuta es porque siento que me falta conocerme mejor, y que es posible que pueda relacionarme con alguien algún día. Pero primero debo convencerme que ello sería mejor que vivir sola como lo hago.

 

Empecé la clase, que fue como sigue:

 

Comencé escribiendo en el pizarrón el nombre del tema, cosa inútil, pues les había entregado unas hojas que claramente decía el nombre del tema, en realidad fue pretexto para pasearme delante del grupo y caminar muy lentamente y de espaldas, para luego voltear violentamente y atrapar algunas miradas sobre mi falda. Decía el tema:

 

"En veces podemos ver una mujer guapísima que sorprendentemente nos resulta carente de gracia, o un hombre muy apuesto con el que nunca se tendría ningún tipo de relación. La explicación que se nos viene a la cabeza es que el cuerpo no lo es todo, que debe haber QUÍMICA. Y tal vez esto último lo deberíamos de tomar más literalmente de lo que pensamos."

 

"Definitivamente podría decirse que el amor no tiene nada qué ver con el objeto de nuestro aprecio, sino con la idealización que nos formamos de él; ya sabemos, si el ser que amamos fuese intrínsecamente bello y digno de amarse, todo el mundo lo amaría, y sin embargo, parece que el resto del mundo es ciego al momento de distinguir las maravillas que nuestro ser amado encierra, ¡Y qué bueno! Diríamos los egoístas.

 

Cuando dije esto último, le lancé una mirada penetrante a Carlos, quien estaba algo turbado, posiblemente celoso de que me estuviese paseando tan cadenciosamente delante del grupo. Puede que le hipnotizaran mis labios moviéndose tersamente, como cuando le digo con una dicción exagerada "te lo voy a chupar". Continué:

 

"Lo cierto es que, sin discutir si el ser amado es genial en realidad o simplemente nosotros lo encontramos así, verdaderamente nos produce reacciones bioquímicas que lo vuelven necesario, indispensable. La bioquímica, en especial la que se relaciona con la felicidad, puede ser producida por un sin fin de situaciones, dentro de las cuales el amor es una de las más básicas; sin embargo, estudios han revelado que puede obtenerse por otros medios, hay quienes usan drogas, quienes se enajenan con el poder, quienes se dejan abstraer por alguna religión energizante, todo es válido, pero no todo puede presumir de no ser perjudicial."

 

"La química cumple un papel muy importante. El descubrimiento de los mecanismos cerebrales de refuerzo se debe a un hallazgo fortuito de Olds y Milner, que a mediados de la década de los años cincuenta, mientras investigaban sobre las estructuras nerviosas relacionadas con el sueño, observaron como una de las ratas de laboratorio, a la que habían introducido electrodos en el cerebro, presionaba frenética y compulsivamente, una vez tras otra, la palanca que hacía llegar una pequeña corriente eléctrica hasta su cerebro; aquella rata, al igual que todas aquellas que repitieron el experimento, mientras pudieran seguir autoadministrándose estimulación cerebral en el punto de implante del electrodo, dejaban de ocuparse de su propia supervivencia, perdiendo el interés por comer, beber y reproducirse, hasta acabar muriendo junto a la palanca que las había convertido en adicta."

 

"Una parte fundamental de los circuitos de recompensa está constituida por neuronas depaminérgicas cuyos cuerpos celulares se localizan en el mesencéfalo y envían sus axones hacia delante, a lugares del sistema límbico y del córtex frontal. Normalmente, los circuitos de recompensa cerebrales son estimulados por las conductas que tienen un valor de supervivencia como, por ejemplo, ingerir alimentos, beber agua, mantener actividad sexual cuando se tiene madurez para ello, etc. Sin embargo, llama la atención que estas reacciones químicas no provengan exclusivamente de un contacto químico, sino que a veces emanan de una conducta."

 

La química humana nunca les había sido tan interesante a mis alumnos, pues más de uno la tenía ya bastante dura. Problema de ellos, obviamente, pues no suelo sentir lástima por ese tipo de necesidades.

 

"Tal parece que la naturaleza, o Dios si apetece, pensó en todo y que el diseño es perfecto. Me suena lógico que haya establecido un mecanismo para que la felicidad tenga una repercusión química de recompensa cerebral. Comes y te sientes bien. Bebes agua y te sientes bien. Tienes seguridad y químicamente te sientes bien. Te entregas a la tarea amorosa y te sientes orgánicamente bien. Es decir, hizo que las cosas que garantizan la supervivencia y la continuación de la especie tengan una repercusión química agradable que da una sensación de satisfacción."

 

"Volvemos al singular punto que nuestro bienestar bioquímico no sólo aparece por recibir elementos químicos necesarios para sobrevivir, como serían los nutrientes y el aire mismo, sino de conductas. Vicios como el cigarro, el juego compulsivo, el trabajo enajenante, la afición por un deporte, sumergirse en Internet a chatear, obsesionarse con la música, con el ejercicio, con la bebida, con la religión. Hay quien diga que "No puede vivir sin ello", y puede que tal comentario no sea del todo falso, pues puede que no deje de "vivir" literalmente, más sin embargo, ¿Qué es la vida si se es infeliz, si no se siente satisfacción?."

 

Toqué disimuladamente el pizarrón. Debo aclarar que el pizarrón de gis, pues en la escuela tenemos ambos, y yo casi siempre elijo el de gis, pues el sonido de la piedra al friccionarse con la pizarra puede ser muy armónico, mientras que, si alguien te hace enojar, puedes rasgar el pizarrón con la barra de gis y provocar un chillido estridente que hará que más de uno se muerda los labios y le tiemblen interiormente las orejas. Como dije, rocé con la falda el reborde donde se pone el gis, manchando intencionalmente la falda negra, procediendo a sacudirme con tal voluptuosidad que podría decirse que lo que quería era estar bastante manchada para toquetearme a placer.

 

"Es dable entonces decir que las sustancias y conductas adictivas estimulan intensamente esos circuitos de recompensa sin requerir comportamientos que sean esenciales para la supervivencia del organismo. Sustancias y conductas ejercen sus efectos reforzadores a actuar sobre diferentes regiones cerebrales interconectadas por una diversidad de sistemas neurotransmisores que conforman los circuitos de refuerzo."

 

"Obviando diversos detalles como la explicación de la integración en el sistema nervioso central de cuatro regiones distintas, que son el haz prosencefálico medial, el área tagmental ventral, el hipotálamo lateral y algunas áreas de la corteza prefrontal, así como las sustancias que participan en los estímulos químicos relacionados con el bienestar, habría que responsabilizar en gran medida a la Dopamina y las Endorfinas de nuestro placer, a este par de sustancias nos referiremos, por cariño más que por otra cosa, como el dúo placentero."

 

"Si bien la primera de las sustancias no es en esencia provocadora de placeres, si es responsable de hacer que las sustancias y conductas que si lo son tengan la capacidad de provocar en el sujeto estados emocionales que otorgan propiedades reforzantes e incentivadoras a estímulos ambientales relacionados con el momento del consumo de las sustancias o realización de conductas. El incremento de dopamina en el núcleo de accumbens realza de tal modo el contexto en el que se administra la conducta adictiva que éste queda asociado a un estado emotivo muy gratificante y capaz, por sí mismo, de generar una expectativa incentivadora intensa que, claro está, motiva fuertemente la repetición de la conducta adictiva una vez tras otra (se ha demostrado que en casos de farmacodependientes resulta más gratificante la seguridad de estar a punto de haber logrado un suministro que los efectos propios de aquello que va a aplicarse, es decir, son más poderosos los 10 segundos anteriores al ingerimiento de la sustancia en cuestión, que el consumo mismo)."

 

"¿Acaso no hemos conocido alguna pareja que profese el llamado Amor Apache?, de esas que no nos explicamos por qué siguen juntos luego de lastimarse todo el tiempo, parejas disparejas que todo destruyen. Tal vez habría que evaluar la cantidad de químicos que se segregan en su sistema nervioso luego de cada pelea, disputa y reconciliación, puede que descubramos que la relación incentiva toda suerte de emociones y su cama, conflictiva como es, sea tan emocionante como un bungie horizontal. Desde luego no sugerimos una relación así, pues una relación armónica puede ser tan reconfortante como la otra, pero sirva esto para señalar que no se pueden juzgar las relaciones personales, pues producen efectos que escapan, muchas de las veces, a nuestra imaginación."

 

"Resulta bien sabido que el consumo de drogas como las anfetaminas y la cocaína incrementa el nivel de dopamina en el cerebro, pero no es menos cierto que el aumento de este neurotransmisor puede producirse igualmente en el transcurso de una diversidad de circunstancias sociales como, juegos, actos participativos, rituales, situaciones de riesgo, fomento del ego y seguridad personal, etc., que de esta manera se convierten en conductas altamente reforzantes, esto es, potencialmente adictivas."

 

"Luego escucharemos, no puedo dejar el juego, tengo que acudir a las manifestaciones, un puedo faltar a la misa, tengo que ir a surfear, tengo que chatear en Internet, y en fin. Todos tienen razón, tienen que hacerlo, sobre todo si se han acostumbrado a la cantidad de químicos que cada una de estas conductas genera, ya que la falta de ellas generará una ansiedad insoportable, similar a la que aparece en personas farmacodependientes luego que se les sustrae del consumo de su sustancia adictiva."

 

"Los procesos adictivos, por tanto, dependen de esta serie de sistemas cerebrales y de los neurotransmisores que mediatizan sus funciones. Pero debe tenerse presente que, en este campo, a menudo nos movemos dentro de círculos en los que causa y consecuencia interactuan indefinidamente hasta conducir a la dinámica dependiente. Por las implicaciones que tiene en nuestra vida cotidiana, nunca se insiste demasiado al recordar que, cuando los niveles de estrés superan los que una determinada persona puede manejar, comienza a alterarse seriamente el funcionamiento de tres hormonas y neurotransmisores básicos, la Serotonina, Noradrenalina y Dopamina, que actúan a modo de "mensajeros del bienestar"."

 

"El nivel de Serotonina es muy importante para sentirse bien ya que interviene en la fisiología del sueño, apetito, digestión, vasoconstricción, depresión y trastornos de ansiedad y pánico. La Noradrenalina –o Norepinefrina-, pariente cercano de la adrenalina, tiene muchas funciones básicas en el sistema nervioso, una de las cuales es el establecimiento de los niveles de energía; de su buen funcionamiento depende que nos sintamos con energía o, si su nivel es deficiente, que estemos cansados, exhaustos, sin energías, en pocas palabras, con la batería descargada, sin ganas de hacer nada, cayendo progresivamente hacia un estado letárgico."

 

"Nuestro estado bioquímico, especialmente en lo tocante a hormonas y neurotramisores, determina estados de ánimo y necesidades y, por tanto, desencadena conductas impulsivas acordes a cada estado y aptas para satisfacer las necesidades sentidas. También es cierto que nuestras complejas y poderosas habilidades psicosociales son capaces de incidir sobre la bioquímica cerebral, alterándola en una u otra dirección (salvo en los casos con problemas bioquímicos de orden genético y/o patológico) y actuando por tanto como mediadoras o moduladoras de sentimientos y comportamientos, pero no debemos olvidar que, a fin de cuentas, el tablero sobre el que se juegan todos y cada uno de nuestros sentimientos es bioquímico."

 

Luego comencé a decir con algo de perversidad, sabiendo que muchos de los ahí presentes tenían su pareja y que con ella pretendían durar toda la vida, algunas ideas que reducían al amor a un nivel químico y por tanto animal. Para decir lo que sigue pelé mucho los dientes, cosa que en cualquier tribu es una agresión.

 

"Algo tan sublime como el "Amor", por ejemplo, no sería nada sin la acción silenciosa de un conjunto de hormonas y neurotransmisores. La maravillosa sensación del enamoramiento, con o sin flechazo, no se debe tanto a las presuntas cualidades de nuestra pareja como a la acción de las endorfinas propias. Cuando estamos enamorados vivimos en un estado de taxicomanía generado por nuestros opiáceos endógenos, de ahí todo lo que somos capaces de sentir, disfrutar y, también, "no sentir" (el enamoramiento, por su base bioquímica, disminuye la percepción del dolor, particularmente del derivado de situaciones psicosociales insatisfactorias), pero también desemboca en conductas adictivas con su correspondiente síndrome de abstinencia -razón por la cual duele la ausencia del amado/a y basta su presencia real o simbólica (que dispara la producción de endorfinas) para recuperar el bienestar-; por todo ello, este estado no suele durar más de un año o año y medio, al final del cual se normaliza el nivel de endorfinas y se entra en una fase de "Amor" distinta que, todavía con un conjunto de hormonas alteradas, dura unos cuatro años."

 

"Este ciclo bioquímico es básico para la supervivencia de la especie: dos humanos se atraen, copulan, se ayudan mútuamente en la crianza del hijo y no disminuye la manipulación bioquímica hasta que el nuevo ser ya está suficientemente desarrollado. No es casualidad que una buena parte de las parejas que comienzan a funcionar como tales se rompan hacia los cuatro años de haberse formado. Nuestras creencias y cultura pueden cambiar el destino básico que nos sugiere nuestra bioquímica, pero ésta sigue siempre ahí, actuando por debajo de nuestros sentimientos porque, en realidad, es el único soporte de nuestros sentimientos."

 

"En conclusión, somos una arena química. No hay que cargarle la mano al ser amado, pues el responsable de la felicidad no es precisamente ese ser amado, sino nuestras impresiones respecto de él y la serie de productos morales y químicos que generamos de la experiencia que se tenga, o deje de tener, con él/ella; habría que agradecerle sin embargo el hecho de que nos haga reaccionar químicamente, pues es, por así decirlo, nuestro alquimista particular."

 

Concluí y abrí el periodo de preguntas y respuestas. Un muchacho preguntó: "Maestra, ¿Usted tiene alguien que le provoque esas reacciones químicas?", a lo que se oyeron risas en todo el salón. Me paré en una forma que fuese sensual, y sin decirle que sí le contesté: "Si tú lo tienes, ¿Qué te hace pensar que una mujer como yo no tendría quien me convirtiera en una bomba de tiempo?", se oyeron aplausos, y el único que no aplaudía era Carlos, tal vez porque pensaba que esa reacción química estaba siempre tan en riesgo que temía que algún día nos faltara el reactivo principal.

 

Luego salí rápido del aula y tomé mi auto. Carlos me había seguido pero no le esperé. Llegué justo a tiempo con mi terapeuta, un tipo que le vendría bien un trabajo adicional de arbitro de fútbol, pues mira como dispuesto a marcar penaltis en cualquier momento. No es de toda mi confianza pero me lo han recomendado mucho.

 

Siempre me queda confuso el por qué acudo con él, pues en el fondo creo que nadie puede ayudarme, porque para aceptar ayuda primero debes suponer que de alguna forma la necesitas, y yo no siento necesitar. Sin embargo siento que todo el tiempo estoy en conflicto, y eso no ha de ser normal. Soy exitosa, tengo un novio, o amante, o lo que sea, que haría lo que fuere por mí, la gente se cansa de decirme que soy lista, pero por alguna razón nada de esto basta.

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